jueves, 22 de septiembre de 2011

A Lorca

Desde que se apagó tu risa no habrá más nardos sobre camisas. Como el rayo que todo lo fulmina tu existencia se quedó marchita y tan sólo sobrevive en tus escritos, que ya es un claro rasgo de supervivencia. Te creíste rocinante huyendo del rocío hasta que la literatura de derechas te dedicó un pareado: «¡Maricón al paredón!». Su particular cuarto de invitados, por donde desfilaron a millares, en esa pasarela que a lo único que rendía culto era a las muertes. El compañero Luis Rosales te brindó en Madrid sus tabiques para que te ocultases, pero no fue suficiente. Al final secuestraron al inocente penitente con sus palabras enroscadas a la altura de los tobillos. Luego Javier Marías, también desde su columna, pero la escrita semanalmente, intentó poner fin a la memoria histórica para que dejaran de buscar tu osamenta y qué más daba si ya eras eterno. Otras víctimas y tú demostrasteis que, en el fondo los que perdieron fueron los que ganaron y viceversa.
Ahora tu boca, allí donde esté, estará hueca y seca sin lengua y labios que la recubran y la hagan boca de recital. Tu prodigiosa mano, antes divina, será un conjunto de huesos abigarrados estrechando la nada, abrazando el vacío, el buen karma de lo que en su día fue y no volverá a ser. Queda tu herencia manuscrita perenne a la que no habrá bala que atraviese, tus ritmos y palabras escogidas encadenadamente. Eras de los pocos que sin pretenderlo, y casi por azar, empleó su muerte para ver que servía de algo: un canto a la supervivencia, tu último poema.