lunes, 24 de septiembre de 2012

Retratos de soportal

Esto no es un blues de la escalera, pero casi. Lejos de ser una declaración de principios es más una intención de clarificar valores. Tras la mudanza, aunque decir mudanza sea quizá excesivo, me instalé en una nueva comunidad de vecinos de un barrio en la zona sur de Madrid, de mi Madrid, aunque creo que no lo quiero tanto como Joaquín Sabina. Al fin y al cabo es una ciudad como tantas otras. Así que vine a esta microsociedad con muchas expectativas de futuro y creo que estas son las que mueven el mundo. Pero él trasciende desde la puerta de casa hacía fuera porque lo que se cuece dentro se lo traga el silencio, el devenir de los días, y las buenas frases de portal o descansillo. En el interior se suceden las vidas en los espacios. Hay broncas y risotadas, portazos, pisotones, cerrojazos y ladridos, sobre todo ladridos, porque hay personas que se pueden permitir el lujo de convivir con animales robándose hábitat el uno al otro, me estoy refiriendo a razas de gran tamaño no a simples gatos y pekineses. O de ser animales en sí mismos porque no atienden a razones y van por libre cuando esa independencia es más nociva que productiva.
Luego tienden la ropa en las cuerdas flotantes a lo Spiderman y no te marees y exponen lo innecesario de lo necesario porque en una comunidad se debe saber todo y si no es así, tranquilos, que acabará por salir a la luz. Que alguien vea tu ropa interior se convierte en un caso Watergate, solo que, seguramente no le importe a nadie, o a un ratio de curiosos reducido.
Al final y sin saber cómo todos acaban por identificar al borracho, al parado, a la dulce ama de casa, a la afligida, al feliz padre de familia y al incansable deportista. El rol acaba por inmiscuirse por encima de la placa que aparece en un buzón. Los gestos son tu propaganda sin saber que tenías que estar en un “mercado” social. Aquí se compran y se venden cotilleos y puntos de vista que son tan objetivos como subjetivos con lo cual importan poco o nada, pero ya estás en su interior.
Luego también está la plaza de aparcamiento. Los hay que ocupan dos espacios y creen conducir en barcos y se dan, también, los que abren sus puertas y no les importa arañar la pintura del de al lado o llevársela consigo si hace falta.
Tampoco digo que sea un vecindario como lo retrató Alex de la Iglesia en La Comunidad, pero uno ve sus principios en juego cuando entra a formar parte de algo global, sea lo que sea esa configuración filantrópica puede verse mermada por el contexto que refiero.
No hay fórmula para mejorar esto. Tal vez haya que mostrar todos más respeto y más intimidad. El hecho de estar colmenizados no significa olvidar lo que somos. Seres humanos que buscan su espacio, que se resguardan en su zona y por ello no son ni mejor ni peor. El juzgar está de más. La sinceridad, en algunas ocasiones, solo es una verdad impertinente.



martes, 18 de septiembre de 2012

Más frases para mi historia

«Te vendrá bien engordar, ya verás»: Lo dice una profesional cuyo aspecto está muy desmejorado. Bien era cierto que hubo una época en la que me tenía que coger los calzoncillos con una pinza, pero de ahí a ir al sobrepeso… no sé, me parece que las dos partes son nocivas. ¿Cuándo los médicos te aconsejan algo tendrán en cuenta que sucederá si lo sobrepasas o solo se quedan en la frase imperativa?

«Vaya, qué arrogante»: Esta me la dijo un entrevistador cuando le enseñé físicamente mis tres libros. El puesto era para librero o algo así, nunca entendí la enigmática del cargo y faltó de todo por concretar… dónde era el puesto… de qué iba a ser. Sin embargo, estuve una hora y pico aguantando estoicamente las batallitas de un desconocido.  De todos modos, no es la primera vez que la oía, así que tendrá algo de verídico. Sigo pensando que aquí, en este país hay mucho medallismo.

«Pesas setenta kilos»: Este cliente siempre me la suelta últimamente para hacer referencia a lo bien que me estoy adaptando al trabajo. Que a ojos de la mayoría de ellos es fabuloso y solo hay ganancias. No saben, por lo visto, de tiempo ni gasolina.

«¿Qué tal las vacaciones?»: Sello personal. La utilizo cuando alguien no me compra mercancía o sí lo hace y quiero ser simpático, aunque como ellos no disponen de tiempo libre, pues es una pregunta trampa.

«Pido elegancia y puntualidad»: Parece lo que no es pero las entrevistas de trabajo a veces son ridículas ya desde el comienzo. Si en verdad lo que se está pidiendo es que vayas en traje lo mejor es pedirlo como tal y así la criba sea mayor. Luego está claro que nadie va a ir sin ducharse a una entrevista con lo cuál, qué están pidiendo. Y puntualidad bueno, mejor no hablemos porque a veces el que tiene que esperar es el entrevistado.

«¡Chawanaiii!»: Seguramente la frase no sonora ni así, pero vino a ser algo por el estilo. Lo que debe significar en chino es “Viene de parte de José Luis” a gritos por un hijo de un cliente quedó gracioso porque yo me dirigí al hombre más mayor que había tras el mostrador. No esperaba, en ningún momento, la reacción del pequeño, que pensaba que no me estaba ni prestando atención. 

«¿Y esa cara?»: La encargada de sacarme sangre, una vez más, capta que no me gustan las agujas, por lo menos las que penetran en mi cuerpo e intenta hacer una escena distendida. Falla porque una vez introducida la aguja la remueve un poco ante mi asombro. Anteriormente se le había caído el bote que hay que llenar… menos mal que no se le desprendió mientras estaba en el acto.  

jueves, 6 de septiembre de 2012

David, a secas

No es uno de tantos, y como tal tampoco aparece en la Wikipedia ni en Internet. Este hecho significa que hay que tratar cara a cara con estas personas para generar un intercambio cultural o una simple relación de compra y venta.
A veces, uno no sabe muy bien dónde está el truco para que se lancen a hablar en tu idioma, pero en las ocasiones que, de cuando en cuando, se dan se puede aprender siempre algo de esa persona. Por joven que parezca y también por anciano el que no te abre una puerta el otro te la cierra.
No estoy diciendo que con cuatro veces que se hable con ellos uno ya sea un samurai experimentado, porque, entre otros factores, ellos tampoco lo son. Simplemente quiero destacar el plano humano.
David, eligió abrir un comercio de alimentación en municipio y aunque parezca insignificante lo primero que hizo fue “adoptar”, por así decirlo, un nombre para el que referirse en español. Un detalle que otras culturas que nos visitan no hacen ni creo que se les pase por la cabeza. Cada cual es cada uno decían. Además de alejarse, lógicamente de su familia. Este hecho a algunos les agria el carácter mientras que a otros permanecen superficialmente indolentes, como es el caso.
Para más inri decidió levantar el negocio sobre la sombra de un DÍA que acabó por tener las horas contadas.
Y no es que las ventas le vayan bien, pero el sigue acudiendo cada mañana a su cita con la rutina, siempre atento, siempre con una sonrisa en la boca. Recuerda, tal vez, a las aldeas africanas cuando viven de la producción de su lago y cuando se enteran de que se les está secando continúan sonriendo, porque es lo único que poseen y no saben desarrollar otras vías posibles. Siempre hacia delante ¿acaso hay más direcciones?
También ha cambiado el horario tras hacer su particular análisis de mercado. Ya no convenía abrir a las nueve con hacerlo a las diez en una localidad que cuenta ya con un AhorraMás basta y da de sobra.
Para el ahorro energético no le ha quedado otra que apagar medio local y dejar con las luces puestas el otro medio. Pero si necesitas algo de allí con pedirle que presione el interrumptor vale… eso sí, con una sonrisa puesta.
Fuentes más duchas en el negocio afirman que lo que necesita David es pasarse a los bazares. Comprando un espacio dicen que es fácil el ser financiado por un amigo chino, que son como tus banqueros personales y a los que se debe de pagar a año vencido porque de no ser así correrá toda la mala suerte de su lado y los chinos son muy supersticiosos en el fondo, los de verdad, los que vienen a producir y no a derrochar. Así que ellos te llenan el local y tú te encargas de pagarlo en un plazo de seis meses por ejemplo pero antes de que venza el año chino.
Gente como David, sin pedirlo, te explica que no tiene tabletas de chocolate porque se le derriten por el calor y no hay modo de venderlas. Por eso en verano es difícil satisfacer el antojo por esta causa. Eso sí comprometiéndose a que ya más adelante traerá más. Curiosamente de almendras si quedaban.
Podría seguir hablando de él, pero como le toca salir a la parte negativa, prefiero dejarles con la duda de cómo sería el retrato completo. Porque todo superviviente merece ser descrito. Sin más.