viernes, 23 de marzo de 2012

Capítulo 2

Ya le hubiera gustado a César que durante su descuido mental, su olvido, hubiera habido esa figura teatral que aparecía en el largometraje de Shakespeare enamorado para que le hubiera ayudado sobre el escenario. Era un compañero de actuación cuya función consistía en recordar a los demás intérpretes el fragmento del texto necesitado. Esta figura, ya desaparecida casi por completo, se ocultaba en un hueco central delante del escenario cerca del proscenio, sin ser el foso, a un nivel inferior que los demás actores de la representación. El público permanecía expectante. La obra estaba diseñada para que todas las intervenciones, si no la mayoría estuvieran precedidas de un buen nivel de entusiasmo. De todo aquello tenía la culpa el guion como siempre en los grandes carteles del mundo del teatro y de cualquier mensaje que quiera ser transmitido a un receptor sobre cualquier medio. Carolina vio que ya debía de haber empezado a hablar con su personaje parlanchín y tontorrón, así que ni corta ni perezosa se acercó a él y le susurró al oído un par de líneas. Dicha acción fue llevada a cabo de una forma tan natural y delicada que arrancó una oleada de aplausos al público sentado plácidamente en la grada con la única preocupación de que la actuación les gustase. Cómo le había costado retener aquel texto en la memoria. Para que ahora bajo la luz de un cañón, a modo de declaración, se le nublara el pensamiento, pero no la razón. Sabía que estaba soportando una gran cantidad de estrés: si no vales para esto, puerta; le diría la empresa que organizaba todo el musical. Bailar seria fácil. La coreografía la tenía muy ensayada pero primero tenía que salir de aquel lío. No sabía cómo relajarse. Ese era su problema. Desde el estreno, aquel famoso día por entonces cuando sintió que formaba parte de una empresa por los beneficios, no había sabido cómo detenerlos. Y ya le devoraban por las noches horas antes, incluso, de irse a dormir, le estaban dando dentelladas por la espalda a modo de herpes, pero como había dicho antes ya vería cómo resolvería hoy la tarea del baile. Mientras empezó a recodar y a repetirse las frases que segundos antes le había dicho Carolina al oído para que solo él las oyera y las utilizara de pabilo para que todo el texto que vendría detrás cobrara forma a través de sus cuerdas vocales y la lengua. Al rato César se repuso ayudado, en gran parte, por la adrenalina del momento, la misma que le había jugado la mala pasada. Su actuación ya tomaba cuerpo para más tarde dar unos pasos de claqué con mayor o menor brío. Y entonces le sobrevino un ataque de ego en uno de esos momentos donde su personaje estaba detrás de una pared escuchando el diálogo de quien en ese momento le tocaba hacer de protagonista, para recordar como entrenó sus otras “facetas”. Un móvil desde la grada aconteció con su inevitable ruido molesto. Los actores seguían recitando su texto. Estaban, quizá, más concentrados que él o mejor preparados, quién sabe. Pero él no se iba a rendir tan fácilmente. Iba a estar presente en esa función hasta que colgaran el cartel de fin de representación. Con el orgullo intacto. La voluntad no se extrae de ningún folio. Por eso salió de la mendicidad. En realidad nunca dejó de trabajar pero hacía horas extra de un modo “peculiar”, en primer lugar dejó de ducharse durante un mes y lo mejor fue que nadie en la oficina tuvo el suficiente valor como para decírselo. Al decir dejar de ducharse es dejar de asearse completamente sin tocar una esponja o un jabón ni ningún cortaúñas, luego la barba le creció de un modo inapropiado para el empleo que llevaba, pero sólo el jefe le recomendó afeitarse… él fingió no oírlo. Más tarde cuando ya llevaba ese tiempo alejado de un aseo civilizado, comenzó a dormir en un cajero automático y más de una noche le tocó abandonarlo, porque la policía no lo permite, o mejor dicho los dueños de los bancos les pagan para no dejar que los indigentes descansen ahí. En esas, César, el César dormía, o lo intentaba, a ras de suelo en un cajero del BBVA en una de las calles concéntricas de Madrid, pero no muy transitada y no muy lejos de Fuencarral. El problema de elegir dormir en un sitio así es que otros mendigos que ya llevaban tiempo ahí le reclamaban su sitio, pero inexplicablemente había huecos viables entre la policía y los propios anacoretas en los que le dejaban descansar más o menos en paz. Si no estaba claro, siempre habría bancos o esquinas donde mal dormir y mal vivir. Ahora con el buen tiempo, era una labor llevadera dentro de lo que significa mal dormir para luego volver a la oficina y cambiarse a la ropa limpia, eso sí. Esto lo llevaba rigurosamente a cabo para controlar que tipo de personas abrían la sucursal. Uno se sorprendería de la cantidad de información secreta que se puede decir en las proximidades de un sin techo. Porque se ha adoptado ya esa costumbre. Al igual que frente a un vecino, un profesor o un compañero de trabajo. Personas que lamentablemente están en más alta estima que un pobre y vulgar mendigo, al que por mucho que oiga no va a transmitir nada porque salvo su círculo dañino no va a poder contarlo a nadie, pero esta vez no iba a ser como las otras. En esta ocasión, a los pies de una encargada y el jefe del banco estaba un ladrón de identidades y manipulador nato. Dispuesto a escucharlo todo: cierre, apertura, alguna cantidad si la suministraban... lo que le diera tiempo antes de que descubrieran su visibilidad y avisaran a alguien para que lo sacaran de allí por dar mala imagen al banco. Seria una mancha peligrosa, pero bajo los harapos teatrales y las mantas se ocultaba un gran maquiavélico, una auténtica y verdadera amenaza.

lunes, 19 de marzo de 2012

El espantapájaros

La luna resplandecía en el cielo rojizo de Madrid. Era uno de esos momentos de la noche, que no se solía dar demasiado, donde se encontraba enorme allá arriba. Un grandioso queso repleto de luz que hacía recordar, de vez en cuando, a los seres humanos, lo diminutos y e insignificantes que eran no por lo evidente del tamaño y las distancias siderales; si no por el hecho de no comprenderlos jamás, por mucha ciencia que hubiera. Un céfiro cálido y suave esparcía con levedad las hojas de los parques y las aceras. En cambio, las pocas que quedaban ya en las hayas y olmos permanecían aferradas a ellos con su último halito de vida otoñal. Mientras tanto, en lontananza, en un campo de Coslada se apreciaba una extraña silueta en cruz, era un espantapájaros que se mecía sin esfuerzo sobre la construcción en madera que lo sujetaba por su parte posterior. Ya apenas había de ellos, pero este, en concreto, se encontraba casi al borde de su extinción también, al estar deshilachado y desecho, pero aún estaba en pie con un sombrero de paja bien encalado a dos metros del suelo y al alcance de unos pocos que tuvieran escalera. La función era archiconocida, espantar a los mirlos, urracas y demás aves hambrientas, pero la inmovilidad era su mayor inconveniente. Aunque más de un vecino de esas tierras, le había parecido que el espantapájaros se movía. Dicha apreciación había sido afirmada en un atisbo de reojo, por lo que no se podía contrastar fehacientemente además de lo ridículo que contenía el tema. Lo que si fue demostrable, y su dueño podía dejar constancia de ello fue un día que estaba agotado de trabajar el campo cuando se sentó a recuperar el aliento, arrojando a un lado la azada. A los cinco minutos de estar sentado contemplando el cielo y los pájaros de Barajas una cigüeña se posó de repente en la cruz del muñeco “aterrador” y cuando el propio animal comprobó que el crucificado inanimado no se movía comenzó a arrancarle paja entre la camisa desabrochada. Le pareció curioso que de su herramienta humanoide saliera materia para hacer nidos. Al fin y al cabo estaba hecho de paja: de los frutos de la tierra a los frutos de la cigüeña. El hombre inmiscuido en el ciclo vital. Cuando ya se hartó de coger alzó el vuelo ante la mirada tranquila del agricultor. Pero no reparó demasiado en que su pequeña obra de arte sirviera para otros usos cuando, en verdad, lo mejor hubiera sido tal vez juntar cuatro palos con una soga y un par de trapos y listo. La camiseta de cuadros rojos y negros era de su dueño, un apuesto hombre de campo, de los que valdrían para realizar el próximo anuncio de Marlboro. Y al no saber cómo vestirlo le colocó ese atuendo. La bruma penetraba a través de su destartalado cuerpo. El enigma era cómo se mantenía todavía en la encrucijada. Parecía como si fuera a seguir enhiesto de por vida. El hombre anuncio no quería descolgarlo de su cruz pero sería ahora o nunca; en mitad de la noche. No lo quería para la siguiente temporada de cultivo. Así que cogió una escalera de cuatro peldaños y se dispuso a descolgar y tirar al viejo muñeco. No sin antes subirse hasta su misma altura y contemplarlo bien de cerca. Las estaciones le habían mermado como el frío a las aves de El Retiro, obligándolas a migrar. Ahora el humano le iba a provocar una migración definitiva: el cubo de la basura. Y ese hubiera sido su destino cuando el agricultor guapo, desabrochó su camisa aunque ya era del espantapájaros para ver lo que había allí dentro. Por alguna razón vio verdor, aunque a esas horas lo identificó como un gris oscuro, en lo que podía ser un estómago humano. Al parecer, allí habían encontrado algunas plantas el refugio y el calor idóneos. Aunque lo inexplicable era la ausencia de luz durante las horas de sol. El muñeco se había convertido sin pretenderlo en un tiesto; donde el maíz había enraizado con delicadeza. Así que decidió dejarlo ahí por la curiosidad de ver qué podía crecer de aquello de ese nudo de plantas que maduraba entre la paja seca de su cuerpo. El agricultor se había dejado llevar por las apariencias. El espantapájaros le recordó que llevaba toda la vida fijándose nada más que en lo de fuera y eso tenía un precio… la soledad del campo. Y el hombre anuncio dejó escapar una bocanada de aire entre los labios tan contagiosa como un suspiro.

viernes, 16 de marzo de 2012

Cuatro estrofas de versos desencantados y desencadenados

El nombre propio que aparece pertenece al Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid.

Una falla encendida antes de tiempo,

palma de una mano estrechando la nada;

padres ahogados por culpa del remo;

pirómanos de Ourense a Zarzaquemada.


Un colibrí desafiando la gravedad.

Cuerpos que gritan verdades sin lengua.

Madrid comercia con el menor de edad,

si cesa a Arturo Canalda, no hay tregua.


Y entretanto las acciones policiales,

You Tube es una televisión parcial,

la resistencia aúna tratos “especiales”.

Las fresas de hoy ya no saben a na´.


Poemarios dentro de una lata oxidada,

sentimientos que se pierden en la mar,

mensajes húmedos de marejada

quien los encuentre que los vuelva a dejar.

Curso redactor-corrector

Al final he de decir, que mi texto fue uno de los más comentados y los que más juego dio. Supongo que para ser francos, fue de los que peor estaban... aunque al propio autor no se lo pareciera. Asi era:

Guapo, inteligente, con pinta de americano de clase alta y de tenista dominguero. Corría el año 2006 cuando Paul Newman, el eterno hombre de ojos bonitos, dejó su última aportación al cine, esta vez de animación, con Cars, y, anteriormente, cuatro años antes de aquel doblaje se metió en la piel de un gánster en el largometraje de Sam Mendes Camino a la perdición, cosechando numerosas críticas positivas por el papel que le permitío compartir plano con Tom Hanks, otro grande. Lo que más caracterizó a Newman fue el hecho de ser un “eterno rebelde” y anárquico en medio de una generación que abogaba por el “No a la guerra de Vietnam” y años más tarde sufriendo por la crisis del petróleo. Además, y según numerosas fuentes como Editorial Lumen, diario El Mundo, El País y periódicos norteamericanos era un gran actor y prueba de ello fueron sus dos Óscar: uno por El color del dinero y otro logrado en la mención de honor. Aún así no tuvo buenos comienzos en la industría cinematrográfica. Su debut en El Cáliz de plata en 1954 le hizo cosechar malos resultados. Pero ahí quedó latente su fuerte carácter utilizando a la prensa para difundir el mensaje de perdón por haber interpretado un papel tan malo, invitaba al público a no ir a la sala de cine, y pedía una nueva oportunidad para demostrar su valía como actor. Parecía como si la industria pasara por alto el buen fondo que tenía ese joven atractivo, de ojos azules, los cuales le llegaron a generar más de una situación incómoda con los admiradores que siempre querían que se descubriera las gafas para vérselos más claramente. Incluso llegó a declarar que: “No hay cosa —se quejaba Paul Newman— que te haga sentir más como un objeto, es igual que si uno se acerca a una mujer y le dice: Desabróchese la blusa que quiero mirarle las tetas”. Mientras tanto, poco a poco, Newman se fue abriendo paso con películas como Marcado por el odio, de 1956 o Mujeres culpables ambas del mismo director, Robert Wise. Mientras tanto la fama del actor americano seguía en aumento y no hay que olvidar que provenía del Actor studios. Una academia donde se trabaja el Método, a partir de la teorización de Konstantin Stanislasvki, es decir, que la persona intérprete sienta las mismas emociones que el papel a caracterizar. Entre otros compañeros de escuela se encuentran: Dustin Hoffman, Gene Hackman, Robert de Niro y el propio Al Pacino. Sus borracheras fueron muy conocidas en algunos platós en los que intervino. Sobre todo cuando salía con los compañeros de reparto de El Castañazo. Más tarde, su fuerte personalidad le llegó a empujar a realizar declaraciones un tanto salidas de tono cuando interpretaba Ausencia de malicia en el que llegó a exponer: “La película era un ataque directo contra el New York Post y yo me sentía encantado con un papel que arremetía contra el periodismo poco ético. Me habría gustado demandar al Post, pero resulta muy complicado llevarlo a un cubo de basura ante los tribunales” para poco más tarde añadir “Alguien debería inventarse algo insultante de verdad, como que Rupert Murdoch no sabe hablar y necesita un diccionario o que lo detuvieron de joven por mantener relaciones sexuales con gallinas”. En 1968 expresó públicamente ser un demócrata, por lo que el contexto social y político no pasaba inadvertido para Newman en una época tan comprometida y delicada. De hecho muchos actores en la actualidad han copiado ese modelo político-protesta. Voces como las de Sean Penn, George Clooney o el propio Tim Robbins, recogen esas ansias de ir contra las voces dominantes republicanas, como Newman. Sobre todo cuando no estaba Obama, quizá. También es conocida su afición por los coches tras rodar 500 millas o 24 horas en Le Mans A partir de ahí: quedó segundo en unas carreras en LeMans con cincuenta y cuatro años, creó su propia escudería y construyó él mismo un circuito, participó en un buen puñado de carreras de la mano del equipo Bob Sharp Racing en las que ganó varios campeonatos con sus victorias y presenció premios de Fórmula 1 como el de Montecarlo junto a Grace Kelly. Este rasgo ha sido muy seguido, sin saber cuál fue el pionero en el hecho de ser emprendedor y de montar varios negocios, como son los coches, en este caso. Menos conocidas, sin embargo, fueron sus aficiones a otros deportes extremos o al salto de trampolín, su afán por las bromas durante los rodajes, rasgo característico de todo peso pesado de Hollywood y su preocupación por su estado físico que le llevaba a correr, nadar y montar en bici cuando vivía en casa junto a Joanne Woodward, su mujer. La tragedia también le llegó a su vida cuando su hijo, Scott, murió de sobredosis en 1978. Pero el intérprete logró sobreponerse al percance y siguió adelante con su carrera de actor, productor y director estadounidense. Este hecho sirvió para ser tenido más en cuenta por los otros compañeros de profesión que veían como después de los infortunios se puede seguir adelante. Algunas de sus películas como director o guionista fueron Rachel, Rachel, Casta invencible, La caja oscura o Harry e hijo. Donde se solía recurrir a su mujer para que hiciera el principal papel protagonista. Aunque, bien es cierto, que la frecuencia de trabajo de Paul Newman disminuyó notablemente, por lo sucedido anteriormente con su hijo y porque apenas le ofrecían ya buenos papeles. Hasta que llegó Al caer el sol. Y así vino septiembre de 2008. Atrás quedó la memorable escena de La leyenda del indomable donde su protagonista ingería cincuenta huevos duros en una hora. A estas horas su legado visual permanece todavía ileso siendo ya eterno.


Y luego así quedó:

Guapo, inteligente, con pinta de americano de clase alta y de tenista dominguero. Corría el año 2006 cuando Paul Newman, el eterno hombre de ojos bonitos, dejó su última aportación al cine, esta vez de animación, con Cars, y cuatro años antes de aquel doblaje interpretó de un gánster en el largometraje de Sam Mendes Camino a la perdición, adquiriendo numerosas críticas positivas por el papel que le permitió compartir plano con Tom Hanks, otro grande. Lo que más caracterizó a Newman fue el hecho de ser un “eterno rebelde” y anárquico en medio de una generación que abogaba por el “No a la guerra de Vietnam” y años más tarde sufriría la crisis del petróleo. Además, y según numerosas fuentes como Editorial Lumen, El Mundo, El País y periódicos norteamericanos era un gran actor y prueba de ello fueron sus dos Óscar: uno por El color del dinero y otro logrado en la mención de honor, Óscar honorífico. Aún así no tuvo buenos comienzos en la industria cinematográfica. Su debut en El cáliz de plata en 1954 le hizo cosechar malos resultados. Pero ahí quedó latente su fuerte carácter cuando utilizó a la prensa para pedir perdón por haber interpretado un papel tan malo, invitaba al público a no ir a la sala de cine, y pedía una nueva oportunidad para demostrar su valía como actor. Parecía como si la industria pasara por alto el buen fondo que tenía ese joven atractivo, de ojos azules, los cuales le llegaron a generar más de una situación incómoda con lass admiradoras que siempre querían que se quitara las gafas para vérselos más claramente. Incluso llegó a declarar : “No hay cosa — que te haga sentir más como un objeto, es igual que si uno se acerca a una mujer y le dice: ‘Desabróchese la blusa que quiero mirarle las pechos tetas’”., Poco a poco, Newman se fue abriendo paso con películas como Marcado por el odio, de 1956 o Mujeres culpables ambas del mismo director, Robert Wise. La fama del actor americano seguía en aumento y no hay que olvidar que provenía del Actor´s studio,. una academia donde se trabaja el m “étodo”, a partir de la teorización de Konstantin Stanislasvki, es decir, que la persona intérprete sienta las mismas emociones que el papel a caracterizar. Entre otros compañeros de escuela se encuentran Dustin Hoffman, Gene Hackman, Robert de Niro y Al Pacino. Sus borracheras fueron muy conocidas en algunos platós en los que intervino, sobre todo cuando salía con los compañeros de reparto de El castañazo. Más tarde, su fuerte personalidad le llevó a realizar declaraciones un tanto salidas de tono. Cuando interpretaba Ausencia de malicia llegó a exponer: “La película era un ataque directo contra el New York Post y yo me sentía encantado con un papel que arremetía contra el periodismo poco ético. Me habría gustado demandar al Post, pero resulta muy complicado llevarlo a un cubo de basura ante los tribunales” para poco más tarde: añadir “Alguien debería inventarse algo insultante de verdad, como que Rupert Murdoch no sabe hablar y necesita un diccionario o que lo detuvieron de joven por mantener relaciones sexuales con gallinas”. En 1968 expresó públicamente ser seguidor del partido demócrata, por lo que el contexto social y político no pasaba inadvertido para Newman en una época tan comprometida y delicada. De hecho muchos actores en la actualidad han copiado ese modelo “político-protesta”. Voces como las de Sean Penn, George Clooney o Tim Robbins, recogen esas ansias de ir contra las voces dominantes republicanas, como hizo Newman. Sobre todo cuando no estaba Barack Obama. También es conocida su afición por los coches tras rodar 500 millas o 24 horas en Le Mans. A partir de ahí,quedó segundo en unas carreras en Le Mans con cincuenta y cuatro años, creó su propia escudería y construyó él mismo un circuito, participó en un buen puñado de carreras de la mano del equipo Bob Sharp Racing en las que ganó varios campeonatos y presenció premios de Fórmula 1 como el de Montecarlo junto a Grace Kelly. Este rasgo ha sido muy seguido, sin saber quíen fue el pionero en ser emprendedor y montar negocios, como los coches, en este caso. Menos conocidas, sin embargo, fueron sus aficiones a otros deportes extremos o al salto de trampolín, su afán por las bromas durante los rodajes, rasgo característico de todo peso pesado de Hollywood y su preocupación por su estado físico que le llevaba a correr, nadar y montar en bici cuando vivía junto a Joanne Woodward, su mujer. La tragedia también llegó a su vida cuando su hijo, Scott, murió de sobredosis en 1978. Pero el intérprete logró sobreponerse al percance y siguió adelante con su carrera de actor, productor y director estadounidense. Este hecho sirvió para ser tenido más en cuenta por otros compañeros de profesión que veían como después de los infortunios se puede seguir adelante. Algunas de sus películas como director o guionista fueron Rachel, Rachel, Casta invencible, La caja oscura o Harry e hijo, donde solía recurrir a su mujer para que hiciera el papel protagonista. Aunque, bien es cierto, que la frecuencia de trabajo de Paul Newman disminuyó notablemente, por lo sucedido con su hijo y porque apenas le ofrecían ya buenos papeles. Hasta que llegó Al caer el sol. Y así vino septiembre de 2008. Fecha de su muerte. Atrás quedó la memorable escena de La leyenda del indomable donde su protagonista ingería cincuenta huevos duros en una hora. A estas horas su legado visual permanece vivo y eterno.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Letras propias

Paul Auster, el mismo, afirmaba que la escritura era una enfermedad. Y es que uno de repente esta viendo la televisión y siente la necesidad imperiosa de encender el ordenador y liarse con ello, un rato o durante varios días y quizá, si la enfermedad es crónica dure meses o años; sé bien lo que digo. He dicho computadora y no papel y lápiz porque ya me he acostumbrado a desarrollar aquí, o así, lo que se desliza por el ideario. Conozco lo que estoy buscando… los puentes. Los mecanismos que transformen aquello que escribo en algo comprensible por un lector medio o cualquier tipo de leedor. Pero para ello no voy a jugarme el verbo ni arriesgar el adjetivo; tampoco me voy a rasgar los sustantivos ni a complicarme más de lo que ya lo hago. Entiendo que aquellos lectores desconocidos deben dar un paso adelante, como la serie, e intentar descifrar e ir más allá. Además siempre será más difícil escribir que leer, así que el escritor debe tener el amparo o el beneficio de la duda para imaginar lo que ha querido decir en determinado párrafo. A veces, es todo más simple de lo que pensamos y no hay que adquirir un punto de vista metalingüístico y académico: el mensaje es el que es. Un poco como la teoría de «lo que hay es lo que se ve». Luego está el hecho de que sólo se comunica con palabras y eso, siendo franco es el 5% de la comunicación humana, aproximadamente. Un claro ejemplo de lo referido es el actor de moda por The Artist Jean Dujardin, que ha conseguido, suponiendo que los premios sean premios, comunicar y trasmitir sentimientos e ideas sin la necesidad del habla. Y con los largometrajes hablados sucede lo mismo: importa y mucho, la frente, los ojos, la nariz, los hombros, los codos, las manos, etc. Las palabras, como se suele afirmar, son volátiles. Así, ¿En dónde queda quien pretenda seguir escribiendo aún sabiendo todo esto y dándose cuenta de que la piratería también se ha instaurado en el mundo editorial? Espero que haya una leve línea que una todo esto. Unos hilillos sutiles e inexpertos, tal vez, para unir el conjunto y urdirlo, antes de ser digerido por el ansioso estómago del lector; que como diría una cita de cine de serie B, «No tiene piedad, lo devora todo». Que sea así por muchos años. Un factor que depende del otro… se retroalimentan.