sábado, 27 de junio de 2015

Endecasílabo

Aprendizaje mutuo en la vida,
como cortinas suaves por el cuerpo.
Ir al pasado, donde no se olvida,
tu elección, yo ¿entre quién? Mi gran acierto.


Te supe lejos del primer andén.
Lugar vano en corazones en quiebra.
Allí quedamos. Juntos por doquier.
Eres el hilo que mejor me enhebra.


Y también nos diluviaron los días,
y también relucimos bajo el cielo.
Porque el tiempo se alimenta de estrías,
Cógeme la mano. Aún quedan anhelos.


La estabilidad la vendieron cara.
Esperanzas rutilando retinas,
la inflación estatal, la peor máscara.
Hagamos del tú y yo... la mejor mina.

























viernes, 26 de junio de 2015

Diario de un perdedor

Mi alegría se encuentra varada en toda su eslora. Desde que amanece hasta que me acuesto busco algo que me saque del mal humor, de mis malos gestos, de mi lengua camuflada. Se escurren los soles entre los dedos. Confundo el lunes con el viernes. Sueño lo que debería de vivir y, lo peor de todo, es que es indiferente. No desasosiega lo más mínimo. Evocar en la oscuridad lo que una vez fui es otro de mis actuales problemas.
Pero aquí sigo. Escribiendo mientras se podría freír un huevo en el salpicadero de los coches por el calor imperante. Si no aguanto el verano y tampoco el invierno; lo mismo debería de replantearme una serie de cuestiones. No sé si me entienden. Que de cuatro estaciones valgan dos y de una semana algo similar... puesto que el domingo toca sacar el traje de calle del armario. El empleo y sus rutinas dan para muy poco; lo justo y nada más. Deberíamos de estar inmunizados contra la tristeza y, a lo sumo, más allá, la abulia. Cuando la mayor de la distracciones es sacar pelusa de un ombligo, frotar cepillos contra las grietas de los baldosines del baño o cocina, limpiar una mampara, ordenar tus papeles, mirar, desde lejos, un calendario para saber lo que le queda al mes... para qué... para nada o comprobar efectivamente si al repelente de insectos le hace falta otro nuevo cartucho de reemplazo. Sí. La vida pasa. Y arrastra demasiadas sensaciones y emociones que no deberían perderse al acabarse todo. Debería haber un manual de choque contra la desidia. Otras personas sufridoras de ello podrían haber escrito algo al respecto. Por ejemplo, se me vienen ideas sobre dicho asunto. De facto, existe una guía contra el aburrimiento que comienza así:
1-Si usted se encuentra solo en una habitación a las cinco de la tarde recapacite y dígase ‘¿Qué he hecho mal?’.
2-Si usted cree que la soledad buscada no es soledad es porque no conoce la alegría de compartir.
De pronto, mientras pensaba en esta estúpida frase se ha colado un recuerdo de niñez. Estaba yo jugando con la arena bajo un columpio de esos similares a castillos pequeños y verdes elaborados en hierro de tres plantas, cuando una niña que jugaba a escalarlo se me cayó encima. Realmente contado así no tiene la menor gracia, por supuesto, pero os digo que en momentos antes de que ella cayera yo estaba relajado con las manos sobre mis rodillas y al notar que algo caía abrí los brazos y la desconocida caída del cielo ocupó el hueco que dibujaron mis extremidades superiores evitando así su colisión contra el suelo. La salvé digamos de un buen golpe. Nunca antes me he sentido más grande y reconfortado. Por unos momentos fui un verdadero príncipe de cuento.
Ahora, nada es como por entonces. Actualmente, mis textos se han manchado de la enfermedad del queísmo. Sí. Una bibliotecaria atractiva me lo reveló sin percatarme: ‘Era periodista y lo dejé porque revisando lo escrito me encontraba multitud de "ques". Ahora o no escribo tanto o no reviso lo que hago’. Esto fue lo que me comentó en cierta ocasión mientras charlábamos. Y cuando releo lo creado me doy cuenta de que también recurro demasiado al maldito pronombre relativo. En fin, da lo mismo.
Sea como fuere, recuerdo más las frases de las personas a sus rostros y nombres. Si fuera juez, sus expresiones insertadas en la memoria harían de mazo en el trascurso de los años. Mi mente graba frases de todo tipo, y si son ridículas o personales más. Ya ven. Locura pasajera.
Lo peor del caso es el hecho de su inutilidad. Porque nadie ha encontrado la felicidad rememorando lo que Fulanito y Menganito le confesaron por puro aburrimiento. O sí.
Mal de muchos...

viernes, 19 de junio de 2015

Mala sangre

Estas palabras caerán en saco roto. Pero desde aquí voy a contribuir a esclarecer los hechos. Resulta que los recursos humanos (o inhumanos) de las empresas que últimamente me he ido encontrando están muy por debajo de lo esperable y respetable. Si uno acude a una entrevista para un puesto concreto no te pueden echar en cara la falta de experiencia sobre ello, puesto que en tu curriculum lo ponía con claridad. Esto genera una situación ridícula y contradictoria. Es como si uno va a una pescadería y le dice al pescadero ‘Anda, pero ¿No tiene usted solomillo?’ Pues algo así. Eso por un lado. En el otro existe otro dato y ese es el de demandar el oro y el moro al aspirante al puesto. Es cierto que vivimos tiempos donde uno debe amoldarse a todas las tareas que le surjan, pero de ahí a que exijan una titulitis innecesaria me parece aberrante. Es más, se da el caso de un curriculum compensado y que ni por esas te den el beneplácito. Vamos, que no te dan trabajo ni aunque te escogieran para ello. Segunda contradicción de hoy en el tema que nos ocupa. El colmo de los colmos. Que te digan ‘Si vales para tal empresa, pero no encajas en lo que buscamos’.
Sé lo que buscáis: Un portero goleador, un caballero de aspecto desaliñado, un putero bonachón o una Dama de Elche en carne y hueso. Alguien supercualificado en todos los frentes, tierra, mar y aire, una composición de Mozart más Beethoven más Chopin en si bemol mayor... la repanocha tocha (perdón por el ripio).
Nada. Imagináis fantasmas que no existen. Bajad al suelo, por favor. Dad una oportunidad de aprendizaje a quien lo merezca. Sois jueces tan leguleyos como pérfidos tras vuestras sonrisas delicadas. Estáis en empresas donde se valora aptitud y actitud no apariencia o falsos piropos expresados por un pobre interlocutor que no busca empleo, sino sobrevivir.
No sé qué más se puede expresar cuando se vulnera el pundonor del necesitado, del ciudadano de a pie (y del que va en moto, también).
A qué se juega. No me creo que no tengan pesadillas los que juzgan a las futuras posibles incorporaciones de una entidad. De verdad; dejadlo. Arrojad la toalla. Dedicaros a la captura del percebe, pero sin las prestaciones adecuadas y reglamentarias. Eso os deseo. No más.

viernes, 5 de junio de 2015

Paisanaje

Estoy en la zona de los andenes de la estación de Atocha. De pronto los altavoces impiden que me comunique adecuadamente. Las voces de los narradores de vías no se detienen... primero uno indicando la trayectoria (sí, como un misil o bala) que tendrá el tren, luego otro distinto a escasos metros más a la izquierda o derecha.
De pronto, cuando se callan por un instante las voces chirriantes y repelentes en su estruendo, me da por pensar que es como si estuviéramos en una especie de campo de concentración: Tanto hormigón, tanta columna, tantos seres de un lado a otro, casi escondidos como desprovistos entre esa mal nube de desconocidos ahora que en verano se muestra más la carne. La claridad del sol nunca termina de alumbrar del todo el espacio y confiere más sombras que luces. La estación, mi estación, hoy se me hinca profundo.
Nadie nos retiene allí.
La comparación es odiosa y pretenciosa, teñida, no obstante, de dosis descontroladas de subjetivismo.
Quien más y quien menos, se encuentran encerrados sin saberlo. Manejando Facebook y Twitter a destajo. Otros muchos wasapean. Llevan el teléfono entre sus dedos (nunca en las manos. Los más espabilados escriben con agilidad. De ahí que me dé la sensación de que, cualquier día, se caerá contra el suelo y solo se dañará la pantalla en el mejor de los casos). Se comunican con sus conocidos, amistades, novios, esposas, amantes, compañeros de trabajo... mirando fijamente ese cristal opaco, quebrantable y frío. Sonríen frente al espejo oscuro. Ilusionados gracias a la información que trasmite una pantalla más poderosa que la propia televisión.
Algunos van ensimismados colocándose los cascos y van escuchando música ligera, porque sí, porque les da por ahí (como diría Pereza).
En seguida, reparo en alguien que se ‘sale’ de lo habitual. Camina con la vista perdida, manos en los bolsillos y entre sus labios sostiene con fiereza una ramita de palulú. Corpulento y con una calva bien llevada parece tener las ideas ancladas en la zona gris de su cerebro. A pesar de la imagen hostil que con seguridad os estéis planteando y de las tres cabezas que me saca, no temo por mi integridad.
No es ningún pueblerino, como la pareja de chicas jóvenes y madrileñas que hablaban acerca de los cortes en la línea 10 de metro. ‘Será por las ratas’ dice una mientras la otra asiente.  ‘Alguien se ha arrojado’. Eso es lo que pienso cuando los altavoces indican que por circunstancias externas a Metro o Renfe se han visto obligados a cerrar un tramo de vía.
El hombre del fragmento de regaliz en la boca va ataviado una cazadora verde apagado, casi por el desgaste. Quién puede ir así con el calor que hace. Le observo sin tapujos ( a veces olvidando que mis apuntes mentales podrían ofender a quien se sienta tan espiado). ¿Es eso lo que busca? ¿Una expiación? Aunque no le veo siendo causa y motivo de que el ferrocarril pegue el frenazo en balde.
De ratas, hombres e irrealidades. De eso iba esto.