jueves, 21 de julio de 2011

Paintball

El Paintball se queda algo descafeinado; bien porque las bolas de pintura hacen demasiado daño, bien porque la adrenalina no sube a donde debería, al juego le falta algo. La verdad es que el lugar, Grajera, donde se realizó la actividad estaba bastante correcto: lugares de follaje donde ocultarse y campo árido sin cultivar para poder correr, más algún que otro cañón y explanada.
Recuerda, en justa medida a juegos míticos como Metal Gear Solid o Counter Strike, más todos los que guardan referencias.
En cuanto a los aspectos secundarios decir que el mono daba un calor notable, la máscara pesaba demasiado para cargar con ella y sentirse uno cómodo y el chaleco muy poco para que realizara su labor como se debe. Por otro lado, decir que la protección del cuello cubría un margen muy estrecho en el portador y tampoco era la perla bendita. Es decir, que en el tema de la protección se jugó a pecho descubierto casi, a tumba abierta, como los ciclistas cuando bajan un puerto de alta montaña.
La presión de la pistola era óptima y permitía disparar una bola al aire y perderla de vista.
Entretanto, se produjo una gran incoherencia. La monitora nos obligaba a ponerle un caperuzón o bolsita al rifle cada vez que un juego concluía. ¿Para qué tanta seguridad si la careta te dejaba la cabeza al descubierto al más mínimo giro?
No es un juego de riesgo pero casi, y en esa insustancial línea se debería de recoger todo esto. Si nunca han jugado no lo ansíen con demasiado énfasis... corren el riesgo de sentirse algo defraudados. Al menos habrán ido a tumba abierta, sin frenos, esperando que si se genera algún golpe o contratiempo el daño sea lo más mínimo posible. Un moretón se lo recodará. Estarán jugando a la guerra, no más.

miércoles, 13 de julio de 2011

Unidos por el deporte

Dentro del vagón hacía una temperatura mucho más fresca y agradable que en la calle. Eso significaba que había dos realidades, como siempre: la exterior y la interior. Rápidamente me fijo en una pareja de ciclistas que hay sentada en los asientos del tren. Él es moreno, alto, buena constitución, es decir, la requerida para alguien que se suele dedicar a una práctica deportiva o que simplemente nació con esa complexión, a veces sucede. Ella, a su derecha, es tan alta como él o eso parece. Al ir sentados se tienden a igualar las alturas; pero no está tan definida. Tiene el rostro sonrojado por el esfuerzo físico. Adsorbe un líquido marrón a través de una goma que conduce al interior del macuto del novio, que a su vez reposa sobre las rodillas del chico. Está fatigada. Así son nuestros cuerpos, lo que a la mujer le supone un gran esfuerzo para el hombre es una acción menos ardua por el origen innato y genético… sin olvidar las atletas plusmarquistas que han pulverizado marcas.
El tren y el metro son un medio de transporte únicos ya que los pasajeros que hay en veinte metros en derredor pueden escuchar una conversación lejana. Ésto en el autobús no procede. La gente guarda más el tono en los espacios reducidos.
La novia demuestra más el cariño, como debió proferirlo al comienzo de la relación (y tal vez desde): le abraza, le besa, está más encima; esto no significa nada hasta que significa. A las pocas paradas él sale de su embrujo y sube más la potencia de la voz. Si fuera para algo importante… debería estar permitido pero en este caso, no. Porque como se suele decir: «En esta vida lo que importa no es lo que dices, sino cómo lo dices». Y entretanto, el ciclista comienza a increparla con argumentos tácitos del estilo: «pues te lo he dejado caer», «no quieres darte cuenta» o «pienso ir contigo o sin tí».
Ella, ya sin sofoco cuando quizá más convendría tenerlo, sigue en sus trece aplacándolo con caricias y más zalamerías porque es conocedora de sus arrebatos, que ya la han convertido en una observadora algo pusilánime.
Mientras, observo sus bicicletas apoyadas sobre la puerta que no se abre del vagón y pienso que también forman otra pareja, que la una soporta también a la otra. Luego llega el momento de bajarse en la penúltima parada del trayecto. La chica se desciñe las mayas, de las dos: la física y la psicológica, y actúa como si nada le pasase, porque nada pasa o sí.
Se pierden en la distancia. Me quedo sin distracción.

lunes, 11 de julio de 2011

desOrden diario

Muy buenas. Me dirijo a todos vosotros, que según el marcador que tenemos a nuestra derecha indica que estáis ahi, atentos, al loro, de lo que pueda o no escribir. No soy ningún lumbreras de las letras, como ya habréis comprobado, pero disfruto con ello... cada vez más. Por eso quiero que me deis más ideas, caminos, temas, perspectivas que os gustaría ver en esta plataforma (sólo que aquí se construyen textos), así que ya queda todo dicho. Bueno falta daros las gracias por seguirme en la sombra, pero ahora quiero que salgáis a la luz y cobréis forma.

Un cordial saludo. Os espero.