sábado, 18 de abril de 2015

Liverpool

Una ciudad construida a ladrillo rojo visto y bañada por la sensación de estar cerca del mar (Y así es, el mar de Irlanda que se comunica con el Atlántico) y todo ello generado por la margen del rio Mersey; el cual alberga una serie de molinos de viento en medio de su caudal para generar la ‘futurible y engañosa’ energía eólica.  
Bajo esa impresión constante de visitar un núcleo urbano industrial y obrero (huella que permanece hasta en las calles más ‘cool’, como la calle Bold) prevalece el sentir unánime de unos ciudadanos tan comprometidos con su club de fútbol, como con sus buenos modales (cuando están sobrios), su marcado acento personal que no ayuda al visitante, el aspecto pelirrojo norirlandés y la curiosa manía de llevar una manga corta en cuando hay un claro de sol aunque haga diez grados centígrados y sople un viento gélido. Y es que estamos ante los gallitos de la isla, sin duda alguna.
Es cierto que sus distritos no están muy limpios, que los supermercados de 24 horas no abren lo que prometen en horario de domingo, donde la ciudad a las once de la mañana parece estar inmersa en un denso sueño todavía. También es cuando menos llamativo el hecho de que no indiquen el nombre de sus calles físicamente. Uno mira arriba, en las esquinas, añorando los carteles azules desgastados de Madrid y al cabo de unos segundos tiene que volver la vista al mapa, un tanto cabizbajo y herido en el orgullo turístico.
No hay que olvidar la acarada y sempiterna moqueta; la cual puede albergar un número inconcebible de virus recogidos por los siglos de los siglos. Y en esta definición también incluyo el cortinaje robusto diseñado para evitar que el sol penetre en las estancias... por supuesto... ancestrales y residuales por igual. El precursor de la persiana hizo aguas allí de pinta en pinta.
Una penúltima pega. Me resulta un verdadero choque cultural el hecho de que los servicios de transporte cierren a las seis y media de la tarde, dejándote un tanto incomunicado.
Ahora entiendo por qué los Beatles tuvieron tanto éxito. Porque uno se centra más cuando se le aísla. Es broma.
Me gustó el antiguo muelle Albert Dock, pero me chocó que no llegara a ser impresionante. Cerca del rio, en una valla metálica están, cómo no, esos cientos de candados que nunca se abrirán y que los enamorados han dejado abrochados al paso del tiempo. Y tal vez haya un porcentaje mínimo de cerrojos que en Liverpool están ahí, pero que en realidad esa pareja haya roto. Me encanta vislumbrar algo eterno desde mi infinito, por irreal que parezca. Metal contra metal. Balanceándose con el viento. ‘Aquí hubo dos amantes perpetuos decorando la ciudad con el perdón de cualquier cizalla’.
Cambio de tercio. Me parece encomiable la disposición de los estadios de fútbol que hay en Gran Bretaña. Siempre suelen estar en el extrarradio como para evitar problemas, como para dejar a los locos aficionados al margen del bullicio permitido. Sucedió en Manchester, en Londres y aquí. En España no parece que estén en la obligación de marginar a la hinchada. Si los británicos han procedido de ese modo será por algo.
Para finalizar, decir que el aeropuerto John Lennon es bastante completo y amplio (para los poco entusiastas... no es de otro mundo). Lo digo por esos viajeros que les gusta embarcar y personarse con horas de antelación para evitar problemas de cualquier tipo. Hay espacio y tiendas suficientes como para dejar atrás las monedas y ahorrarse alguna libra.