viernes, 18 de mayo de 2018

La memoria de un lápiz

En 2015 me encontré tremendamente cómodo y complacido de poder contemplar cómo una novela salía a la luz, materializándose delante de los asistentes. Por entonces, uno podía pasar por escribidor o tramoyista; realizando el mayor truco posible: concebir una historia, mejor o peor, pero con inicio-nudo-desenlace más la presencia de dos protagonistas un tanto siniestros y sórdidos, que me acompañarán allá donde vaya. Ahora, tres años y medio después, las ganas de seguir creando siguen intactas. 
No engañaré a nadie. La vitrina está hambrienta de reconocimientos, pero con encontrar una editorial decente para el siguiente libro me sentiría satisfecho. La decencia en el mundo literario (y en el de verdad, el de carne y hueso) permanece en desventaja. En este caso concreto es así porque la perspectiva de otros escritores a la hora de publicar un texto es, más o menos, bastante similar a la mía: no hay apoyo al autor ni respaldo comercial. 
Tras el auge de los creadores noveles, donde las pequeñas editoriales han visto el campo cultivado y verde, queda la supervivencia real del escritor. Donde el porcentaje de ganancia es muy bajo o la posibilidad de ampliar las presentaciones es poco menos que una lamentable utopía. Es doloroso contentarse obligatoriamente con vender ejemplares a los asistentes en un único evento. La solución tampoco ha de pasar porque el autor forme parte de la cadena de comercialización de su libro, comprándolos para venderlos más tarde, donde quiera y como pretenda. El creador no es un simple mercader que trapichea con su mejor producto, la inversión del tiempo en frases, mensajes e ideas tan laboriosas como gratificantes.
Ahora, el lápiz que sostengo entre los dedos, manejable, sencillo, ligero ¿No es la mejor herramienta que existe junto al martillo? Me invitan a reflexionar sobre todo el proceso que tendré que recorrer hasta lo venidero.
Por descontado. No pretendo ganarme el pan con lo escrito, pero una ayuda estatal, por ejemplo, entraría dentro de lo correcto (como la medida de bajar el IVA el año pasado en las bibliotecas). Aunque creo que esperar los incentivos del exterior también pueden ser muestra de debilidad o parsimonia. Mejor pongámonos a escribir, aunque todo lo demás no esté como debiera. Es mejor disponer de un cajón repleto de contenidos, a un panorama literario fructífero e inmejorable sin nada por ofrecer.