miércoles, 30 de mayo de 2012

Primeras impresiones sobre Jesús Ayuso

Llega a la entrevista puntual, por concretar más, un minuto después de que se cerrara la puerta del bar La Concha tras de mí en la calle San Bernardo. Con una camisa de manga corta de cuadros y un pantalón oscuro no aparenta, en absoluto (aquí otros dirían el “para nada”), los setenta y un años que tiene. Posee esa figura fina de los hombres que han vivido mucho tiempo cerca del mar, pero en este caso él es de Moratilla de los Meleros (Guadalajara), donde el único agua que debe haber es la que ordinariamente sale por el grifo y quizá la de alguna fuente como adorno.
En seguida uno se puede percatar de que Jesús Ayuso, librero de profesión, posee un don de palabra privilegiado para informar, entretener y llevar, casi a quien se proponga, a su terreno. Afirma, además, que su mayor logro es estar todavía en sus cabalas, es decir, disponer de una memoria bastante buena y bien ordenada (dicha cualidad es sumamente difícil de adquirir, puesto que puede ser un indicio de gran capacidad sensorial según se ha ido comprobando que la mente ha permanecido inalterada por el trascendente paso del tiempo).
Lo más curioso es que lejos del mundo de los libros, él lleva otro en la mano lo que puede indicar que lo que es trabajo también es afición. Su discurso gira de manera extraordinaria, única y exclusivamente, sobre este hecho, el de escribir, el de los escritores y editores, el de antiguos compañeros de profesión, mayo del 68, el de cómo pasó libros prohibidos del extranjero a aquí sin que lo represaran ni juzgaran. De más historias que ya aparecen en alguna que otra entrevista de Internet, pero que carecen de la visualización de la emisión de unas palabras, de las arrugas desarrollando gestos cordiales y orgullosos de haberse sentido ganador en algunas ocasiones y quizá también perdedor o menos vencedor en otras. Y aunque él mismo diga, falsamente, por cierto, que está desactualizado; sabe desenvolverse con bastante acierto en temas como el caso Bankia o el tirón de orejas a Facebook nada más salir en bolsa.
Luego sabe que se ha consumido todo el tiempo y que el encuentro ha llegado a su cenit. Se despide con un sostenido estrechamiento de mano. Con paso firme y decido se aleja entre la muchedumbre.



jueves, 24 de mayo de 2012

El final de aquella pareja

Empecemos por lo básico: Juan Carlos y Ana. Y ahora lo secundario: Se distanciaron. En dos ligeras y directas pinceladas me entrometo de lleno en un tema en el que hace mucho que no escribo. En esta sección se cuenta con unos signos de interrogación en la etiqueta que servirían para resumir eso tan… tan… indescriptible casi, como es el amor. Pero por suerte o mala pata a aquella pareja… ya solo les quedará el olvido de lo vivido como a quien más y quien menos le ha tocado pasar por ello, sin sospechar muchas veces en el tremendo lado positivo que ello oculta... o que nos cuesta ver.
El caso es que vuelvo la mirada atrás y allí les veo. Ella alta, rubia, peluquera, él igual de alto pero más atlético, informático y más introvertido. La verdad es que me gustaría hablar más de ellos pero ni tan siquiera recuerdo por qué lo dejaron, ni me lo contarían por entonces, ni ahora vería con buenos ojos liberarlo a los cuatro vientos.
El caso es que "casaban" bien o eso me parecía a mí, pero lo real es que había quizá demasiadas diferencias entre ellos. Y estos hechos, quiero suponer e imaginar, fueron cobrando relevancia hasta que tal vez significara algo. Pero qué importan estas conjeturas sin fundamento que tienen más de invención que de realismo, por lo que desconozco hasta qué punto es óptimo escribir sobre ello.
Lo importante es que ahora les imagino con otras personas rehaciendo su vida. Y es aquí donde quiero llegar, a que cuando lo dejaron una nube gris vino a instaurarse en mi sonrisa, por breves momentos, para luego irse como se esperaba. Las parejas son un "algo" intangible y único cuando conviven o se aman, pero dejan un relativo vacío cuando se produce su ruptura (depende de si ha roto el vecino con el que tan mal te llevas o una de tus primas). Hay que comprender que se echan por tierra algo tan duro y unificador como los lazos que nos unen y la amistad, por no hablar del cariño.
Por eso les veo mejor ahora. A ella con alguien tan liberal (palabra que ella empleaba) como se merece y a él a alguien tan comedido y bueno como era Juan Carlos. Dos grandes y bellas personas que sin saber cómo un día tomaron direcciones opuestas, dándose las consabidas espaldas en el típico final, que toda  pareja debería de tener, asumiendo los propios errores, los planes que ya no compartirían, las visitas que ya no harían a su círculo respectivo. Pero, ya digo, un adiós no es tan malo porque te deja la puerta abierta y es ahí dónde puede aparecer alguien con quien verdaderamente merezca la pena compartir la senda del porvenir. Cínica y honestamente todavía habría que decir: ¡Gracias! pero escrito a modo de viñeta de Forges.

lunes, 14 de mayo de 2012

Yanarawi

Si la vida solo fuera una línea recta qué aburrida sería. Sin curvas ni sobresaltos, nada más que una línea recta… qué justo le parece ahora. Yendo con tu propio cuerpo sin ese peso generado por la mochila de los “problemas” con la que el que más y el que menos carga y porta. Esta es la historia del atleta iraní Yanarawi que en los juegos olímpicos de Londres participará en la prueba de atletismo. Más concretamente en la de los mil quinientos metros. Horas antes de comenzar dicha prueba, un familiar, le comunicará la muerte de su padre que días antes habrá caído gravemente enfermo. Debería de existir un protocolo especial para los deportistas y también, de paso, para el resto del mundo que les blinde contra este tipo de noticias, ya que, en este caso, hubiera preferido, incluso, no saberlo.
Yanarawi luchará con todas sus fuerzas para mantener en vilo sus piernas, haciendo un esfuerzo hercúleo y sobrehumano para tener la mente en su sitio. Esta será la acción más compleja. Con la cabeza fría podrá optar a algo, pero en cuanto flaquee, adiós al podio.
Santo cielo… como si competir fuera fácil.
Cuando le llega su turno, el deportista iraní siente que de sus rodillas hacia abajo hay algo que le pesa horrores. Es como si sus articulaciones inferiores se hubieran vuelto de iridio, el metal más pesado de la Tierra.
Está en la pista número siete. Los números son especiales para algunas personas y en concreto esta detestaba los impares. Al parecer todo se le ponía en su contra, pero no arrojará la toalla. No estaría, tal vez, todo dicho. Tendría que superar muchos factores pero estará dispuesto a intentarlo. Yanarawi saldrá rápido, por un microsegundo su mente se irá y verá el cuadro de Goya Saturno devorando a sus hijos; él también compite contra crono… el suyo propio, la mente enturbiada. Así llega a la segunda curva de la pista y le adelantan tres atletas tan internacionales como él pero no se deja amedrentar y olvidando la sensación muscular de agarrotamiento, está tan preparado que puede hacer un sprint prolongado para quedar segundo y hacerse con la ansiada plata.
Todos estamos más o menos preparados para llevar la mochila, lo que no queda tan claro es quién nos ha impuesto que tiene que haber un cronómetro.

jueves, 3 de mayo de 2012

Julio Llamazares en Fuenlabrada

A pesar de ello fue una gran noche. En el Camino del Molino s/n, en el teatro Josep Carreras, se estaba tan agusto en aquella tertulia literaria nocturna en la apaciguada noche allá por finales de mayo en 2009. Pronto hará tres años. Por entonces se estaba representando una obra y luego, sobre las diez y media de un viernes cualquiera Julio Llamazares hablaría sobre su obra maestra llamada La lluvia amarilla.
Estuvimos cerca de hora y media con él escuchando atentamente lo que decía. Habló de todo lo que se puede transmitir en tal evento hasta que una asistente le increpó un poco en el tono de su pregunta que por qué le había salido un libro tan triste.
Julio fue cauto en su respuesta y puso en práctica a Flora Davis y su Comunicación no verbal para responder adecuadamente a la joven que parecía incluso molesta con el resultado final del ejemplar. Él se mordió la lengua y respondió que no sabía el motivo pero que, a veces, la vida era así. La contestación le supo a poco a aquella mujer que seguía y seguía dándole vueltas a los cientos de libros que existían con finales felices y personajes vacíos. En este caso recuerdo que los personajes de La lluvia amarilla me parecieron tan oscuros que como lector no quise adentrarme más de la cuenta en ellos, por eso quizá me guste tanto.
Cuando la mujer happy end cesó de "embestir" verbalmente al protagonista, hubiera sido mi ocasión ya que el turno de palabras llegaba a su fin. Estuve a punto de levantar la mano y preguntar que cúanto tiempo tardó en confeccionar y pensar la primera hoja del libro. Ya saben, en las universidades se dan clases de literatura con este tema. Una pregunta sencilla y directa. Pero la encargada de guiar el interrogatorio cerró la posibilidad y ahí me quedé con las ganas. Luego, al conlcuir todo, me marché del teatro y mientras mis pies pisaban las baldosas mi cerebro recordaba lo acontecido. Qué suerte la suya de cruzarse en el camino con alguien capaz de espetarle que «La noche queda para quien es». Julio Llamazares me pareció un ejemplo a seguir como profesional y persona. Si yo fuera el autor de ese libro, posiblemente no tendría los pies sobre baldosas.