miércoles, 27 de junio de 2012

Emancipación a otro hogar

Bueno. Como se me ha pedido en otras ocasiones que explique un poco lo que escribo y afortunadamente en la poesía soy un novato sin tapujos y no dispongo del espacio necesario para expresar todo lo que pretendo, pues me veo obligado por el bien de cualquier lector, de mis muy queridos lectores, en aclarar lo complejo de mi pequeño poema sobre la emancipación.
Vale. Para empezar diré que nunca me he ido de casa con vistas a formar yo solo una unidad familiar. Así que cogí el bolígrafo y me salió esta curiosidad que le puede haber surgido a cualquier persona en un momento dado cuando se plantea el tema. Hablando esta vez de sobra, he de explicar ya, antes de que se vayan a otra página, el primer párrafo: Es una estrofa sombría por el comienzo y algo mal estructurada porque no se puede vaciar algo estando ya descarnado pero era una expresión que según me salió la dejé ahí por la idea que me generaba al leerla.
En el segundo párrafo el vino e irá se refiere al protagonista y en cómo se encuentra emocionalmente influido por el desempleo.
La tercera es más colectiva y aparece el hermano que es quien ocuparía su puesto en la casa. Su puesto físico, me refiero. Y luego, parezco Sánchez Dragó hablando de su propio libro, jajaj, aparece el fragmento más intimista: la familia en un reflejo/ como drenar su río. Es un poco como se siente y lo que ha dejado atrás.
Luego, en el cuarto párrafo, aparece la negación a Albert Ellis, porque no existe vida sin sobresaltos o contratiempos, pero en esta poesía al final acaba apareciendo un final feliz. El final se queda sin final. No hay quemadura, ni dolor. Al final solo existe la paz de una vida que se abre camino.
De todos modos, os podrá parecer algo exagerado el tema, que luego uno se emancipa en un periquete y lo más seguro es que no suceda nada incontrolable, pero de primeras es un tema desconocido.   
Y para concluir decir que todo tiene trampa y hay mayoría de heptasílabos con dos octosílabos que he introducido malamente y con el buen uso de mi calzador. Sin más me despido. Un abrazo para todos.


Un cuarto abandonado;
El hijo que ya se va.
Vacía descarnado,
un amor perdurará.

Así es, vino e irá.
Caminar inseguro,
su risa destemplada.
Aplazado futuro.

Ocupación fraternal,
anaqueles vaciós,
familia en el ventanal,
como drenar mi río.

La vida sin agrura,
el final sin camino,
no existe quemadura,
nos miramos tranquilos.

viernes, 22 de junio de 2012

Una mirada al pasado

Hace mucho que tengo esta fantasía. Podrá parecer algo estúpida, pero siempre he perdido un poco el tiempo pensando en ella, la propia ilusión, por nimia que pudiera resultar al exponerla en una simple declaración.
Ahora, todavía hoy, me sobrevienen estos tipos de pensamientos entretenidos enfocados a mi único disfrute.
La entelequia viene a ser lo siguiente. Durante toda la vida mi familia se ha mudado en dos ocasiones y en una tercera ha alquilado una vivienda.
Hasta aquí todo de acuerdo. Hay un comprador o inquilino (por la casa alquilada) y unos beneficiados por la acción inmobiliaria. Pero me queda algo encerrado, oculto, siempre incompleto que se degenera y empolva.
La ilusión es que para evitar el deterioro de mis recuerdos y por la salvaguarda de un pasado, me encantaría que los nuevos inquilinos me dejaran estar a solas en sus pisos solo unas horas, con el fin de rememorar y retener los sentimientos, las rutinas viejas y olvidadas, las acciones y la convivencia familiar que teníamos por aquellos entonces. Así que en un primer caso me situaría en Fuenlabrada, si se pudiera. Allí subiría hasta el noveno piso. Tras la puerta, de nuestra primera vivienda, recodaré quizá que mi padre cada viernes me traía un regalo distinto, una manera de compensarme o de contentarme hasta que un día puso el punto y final porque le negué una tableta de chocolate blanco cuando lo que quería realmente era un juguete. Luego andaré hasta la cocina, apenas un par de pasos, y por curiosidad miraré la nevera… el espacio más íntimo de esa zona y que más respeto genera para algunas familias. Poco más tarde miraré bajo el fregadero donde estaba el Mistol que una vez bebió mi hermano saliendo incólume, por suerte. Más tarde me desplazaría, si se pudiera, hasta la terraza y ahí me vendrían más recuerdos agolpados recorriendo desde la zona central del cerebro hasta lo zona superior del cráneo como un refusilo… Hasta ahí todo iría bien, pero mi dulce fantasía, tendría unas consecuencias negativas… y aquí es donde coloco una frase preciosa de Julio Llamazares sacada de El río del olvido: «Cuando vas a un lugar de hace años, el sitio no cambia, tú sí».
De repente me percato de que han alicatado el suelo, la puerta de la entrada era de acero y la nuestra no, que la terraza ya no es descubierta; me voy dando cuenta de que aquella casa del pasado es solo el esqueleto, la estructura interna sin dueño del futuro. Y los recuerdos, pobres, se desvirtúan, se vuelven polvo y partículas inertes dentro de las neuronas, porque aunque permanece la base su contorno ya no sería lo que fue. Me daría cuenta de que aquellos tiempos ya no volverán y la mayoría de detalles mi mente, como la de todo ser humano, ha ido quedándose con una selección hecha sin saber muy bien los procedimientos. Un giro en los acontecimientos. Una aproximación a un mal desenlace. No hay que olvidar el hecho de que los recuerdos se desvirtúan… a veces los completamos inconscientemente quedando en entredicho en una reunión de bar con amigos de toda la vida. Porque son solo eso, imaginación activa de un tiempo a esta parte. Tal vez lo mejor de ellos sea que no son verídicos a ciencia cierta; siempre hay algo de justificación, de aclaración o de inconcluso. Tampoco son la prueba de que la mente nos funcione adecuadamente, pero los aprecio tanto porque dicen tanto o más que mi DNI.
Todo esto quiero que se vea alejado, en cierto modo, de la nostalgia. Es una mirada objetiva a lo que vamos dejando atrás sin saber que puede que la memoria lo guarde en un cajón mugriento y que cuando salga esa imagen ya no será nítida, será como cuando creemos que una foto está bien hecha y al aumentarla se pixela, como si hubiera un muro que nos parece bien construido y al acercarnos comprobamos que es mitad adobe y mitad de ladrillo. Por muchas esperanzas a las que todos nos debemos abrazar, si perdemos lo que se va quedando atrás, ¿somos enteramente nosotros o nos falta algo porque hemos ido extraviandoy suplantando recuerdos…? las piezas invisibles y necesarias, los donosos lazos que nos unen.

sábado, 9 de junio de 2012

De bragas y desconocidos

El microrrelato que ustedes van a leer a continuación forma parte de un ejercicio colectivo de una asociación de escritores. El cual consiste en que cada uno aporte una palabra y que al final se unan todas en un folio transmitiendo algo. En este caso las palabras que se dijeron fueron: SABIDURIA, AZUL, BONDAD, LUJURIA, NOCTURNIDAD, SONRISA, AMOR, ASALTO, INOCENCIA y BRAGAS.
El título de mi texto es para llamar más la atención, aunque alguna relación tiene. Sin más, allá voy.

Hoy llevaba las bragas azules. No singnificaba absolutamente nada, pero bien era cierto que para los días en los que pretendía conseguir algo meritorio, tenía reservadas las prendas que ella consideraba idóneas para la ocasión, como por ejemplo podía ser una entrevista de trabajo. En el fondo seguía siendo muy supersticiosa. Como cuando iba al instituto en día de exámen que nunca se ponía ropa blanca o cuando entraba en un restaurante que siempre cogía la silla y la giraba una vez antes de sentarse. La delgada línea entre la creencia y la manía.
«La sabiduría siempre te regala algo»; así empezaba la primera hoja de su nuevo libro Sobrevivir a la lujuria, que le había regalado un ser querido no hace mucho. Era una frase poco manida pero un tanto incongruente aunque sonaba francamente bien. La mayoría de los autores se pasan horas interminables estructurando la primera hoja de sus obras, porque como ellos dirían son el verdadero rostro de lo que están comunicando,por encima incluso de la portada. Además, a la hora de escribir desarrollar una buena primera hoja te otorga, por expresarlo así, el beneplácito restante, el buen hacer.
Mientras tanto, ensimismada en su lectura, habían pasado ya tres horas invernales y a las seis de la tarde de cualquier enero ya había llegado la nocturnidad. Sin percatarse lo más mínimo, se había quedado sola en el anden; hecho contrastado al levantar por fin la vista de las hojas tremendamente olorosas. No se ha dado cuenta de que había alguien más allí, un desconocido, apoyado en una columna de acero lejana. Cualquiera que fuera capaz, tal vez y con esta oscuridad, de cometer un asalto. Ella hacía esfuerzos por volver a introducirse en su lectura, pero le acometía el miedo... a veces la bondad solo anida en unos pocos. Por mucha inocencia que tuviera aquel desconocido, qué hacía allí semioculto y medio visible. Los andenes a plena luz del día son propensos para el tránsito, la despedida y el amor, pero ahora su gesto estaba tan inexpresivo que no podría ni sonreir al ver quizá al individuo alejarse, pero no fue así.
Al final, todo quedó en nada y el desconocido resultó ser un agente de seguridad... qué ironía.
Cuando llegó a estar próximo a ella, guiado por un pasear lento pero bien acompasado, ni se percató de que había una señorita sentada intentando restaurar la calma. Al parecer, él estaba con la nueva moda social, el whats up, la distracción suprema.