miércoles, 23 de enero de 2013

Falsedades históricas

Me resulta, simple y llanamente, ridículo la extensa, compleja e inarbacable historia de la humanidad. No, no se me ha ido la cabeza todavía, pero créanme del poco valor de un dato o hecho histórico. Para empezar decir que nunca estuvimos presentes en el levantamiento de las pirámides egipcias, así que no se puede sacar conjeturas al respecto, por mucho que veinte licenciados en Harvard pasen sus días investigando y realizando informes. Para mí no tiene ningún valor algo que es improbable y poco demostrable empíricamente como es la contrastación de los datos en el proceso de la humanidad.
¿De verdad se creen el alunizaje de 1969 efectuado por el Apolo XI? Pues bien, seré como ellos, los historiadores de barba espesa, ni diré que sí ni no. Lo mismo sucede con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. A saber. Que si la bala salió desde la ventana. Que si rebotó tres veces y por ello no se puede calcular el ángulo desde el que la posta salió disparada...
Seamos prácticos. A la hora de ir a comprar el pan no sabemos ni la procedencia de esta. Con algo tan simple ¿cómo pretendemos abarcar cualquier hecho repleto de la mayor subjetividad?
Para mayor ironía de la vida, aunque bien puede pasar por un grotesco sarcasmo, existe el merchandaising de la historia. Quién no ha visto por la calle a alguien que llevaba la camiseta de Ernesto Guevara. Esa en la que aparece su rostro en blanco resaltado por el fondo negro. Pues bien. De acuerdo en que según algunos historiadores ese hombre podría ser uno de los mayores símbolos revolucionarios, pero no me creo que sea un modelo a seguir puesto que nadie, ni siquiera un familiar cercano o su madre podría relatar con extrema exactitud lo que, a grandes rasgos, es la verdadera historia del Che. Tampoco debería estar exento de alguna maldad digna de mención y que no se haya dicho; como bien suele suceder puesto que nadie en su sano juicio relataría en su contra. Y aquí es donde aparecen las autobiografías.
Puede que sea verdad que estos documentos sean puramente falsos. En su mayoría están decorados y disimulados hasta el más mínimo detalle. Eso de por sí; ahora están los casos descarados como el de Ana Rosa Quintana, que contrató a alguien para que le escribiera su retrato biográfico, su mayor mentira en cuanto a difusión o el de Lance Armstrong. Me estoy refiriendo a personajes con una imagen muy marcada en la opinión pública. Bien sea por ganar siete tours o por presentar un programa de televisión que ven miles de espectadores. Perdonen la comparación, pero a mi modo de ver los dos han mentido de un modo descarado. Y los críticos literarios que afirman que las autobiografías suelen ser falseadas también puede ser falso, pero mucho más creible que una de tantas verdades edulcoradas.
Digamos que nos hemos acostumbrado a tolerar esas mentiras. Ese engaño misántropo se ha convertido en un mero guiño de aceptación.
Nadie, en su sano juicio, se marcharía al Tibet para desmentir la procedencia de sus riquezas arquitectónicas y artísticas; pero esto nos empuja y obliga a aceptar lo que han dicho los expertos en cuanto a esa materia se refiere. Ante tanto sabio, ante tanto sacerdote del pasado... decirles que como Aristóteles no habrá dos. Por lo tanto bien valdría se pusieran a estudiar ya cómo salir de una crisis en vez de lo que extinguió a los dinosaurios. En tanto en cuanto quedará el National Geographic y el canal de historia así nos entretenernos de vez en cuando. Pero, por favor, no se dejen engañar por la extensa relatividad de los hechos contrastados por vayan a saber qué finalidad e intenciones. Puede que una de las mayores condenas del hombre sea no saber nunca la plena certeza de algo.

viernes, 18 de enero de 2013

En días como hoy

Estaba solo. Se sentía solo. La soledad puede ser un gran contratiempo cuando no es buscada. Por las calles soplaba un viento enfatizante de la sensación térmica que erizaba el vello de la piel...; mejor estar refugiado, a buen resguardo. Al fin y al cabo era eso o estar semioculto sin más compañía que sus libros mohosos y sus bolígrafos inservibles por no emplearse. ¿A quién escribir? ¿Qué hacer si ya había ordenado todo su hogar?
Demasiadas preguntas comenzaban a trepar por la epiglotis de su alma para ser formuladas en su interior, dentro de su pensamiento, en el origen profundo de todos sus problemas.
Qué día tan gris. Los esquimales podían distinguir hasta treinta tonos de blanco o eso dicen. Hoy el cielo parece de ese tono, pero no entendía porque para él le resultaba plomizo un firmamento tan encapotado e industrial. Demasiados días nublados estaba demostrado psicológicamente que no eran sanos.
Se asomó por las ventanas para ver cómo actuaban los transeúntes. La mayoría iban adheridos cubriéndose entre sus bufandas, gorros y guantes. Si supieran que, en realidad, estaban a doce grados de temperatura quizá no tendrían tanto frío. No importa. Pensó que todavía no habían sido estudiadas a fondo las repercusiones de un cielo apagado.
Y fue entonces cuando un recuerdo comenzó a asomarle, a acumularsele, como las pelusas en los rincones, tras sus ojos; el lugar imaginario para él donde se agolpaban las ideas. Su bello y grandioso mundo de las ideas.
Recordó cómo aprendió a disntigur los colores; fue gracias a los vehículos que iban pasando por la carretera y se veían tras la ventana de un noveno piso.
Ahora ya no le quedaba mucha paciencia para aprender. Atrás quedaron los tiempos universitarios, que tanto esfuerzo requirieron.
Otro recuerdo le sobrevino. Este no era tan lejano. Recordó la historia de esa vecina que para entretenerse en su soledad cogía cáscaras de huevo, patata o fruta, las introducía en un paquete y más tarde, con todo el esmero y cuidado, la envolvía  como si fuera un regalo con lacito y todo; a ser posible rojo o rosa. A continuación, la bajaba a la acera y la depositaba allí manteniendo la cautela de que nadie la viera colocarlo. Al rato subía nerviosa por las escaleras y su única misión era observar cómo los transeúntes actuaban con el regalo. Los había que se giraban desconfiados para golpear con levedad el objeto deseado. A todos nos gustaría toparnos con un regalo extraviado, ¿Quién no ha soñado alguna vez que se encuentra monedas o billetes?
Pero los sueños, solo son eso. Cuando alguno destapaba el don con prisa de no ser visto, como movido por una curiosidad inhumana, y veía lo que aguardaba en su interior, lo arrojaban con furia al suelo, al percatarse de la cruel chanza.
Y tal vez la soledad sea eso. Una amalgama inconexa de recuerdos que vienen a la memoría desde atrás, desde el fondo de las cuencas para dotar a los malos momentos con divertidos fragmentos de toda una vida... en el mejor de los casos.
Luego el espía volvió a los libros y apuntes. Intentando hallar la solución a su incertidumbre.

sábado, 12 de enero de 2013

Por cambiar de ruta

El joven Rafael, Rafita de diecinueve años, conocía aquel vasto paisaje tan bien como el dibujo lineal de sus manos. Pocas tareas distintas había por hacer en la aldea a la hora señalada para ir a correr o a "rodar" como solía decir.
A pesar de disponer de una silueta más enjuta que atlética parecía hacerle falta la autoimposición de esa carrera continua, la disciplina era algo normal y bien visto en la familia. Así que todos animaban al joven enclenque a que practicara un ejercicio físico que duraba unos cincuenta minutos aproximadamente.
El aire soplaba lo justo para dejar el cortavientos en la percha del armario. La malla le seguía quedando demasiado holgada. Sus canillas apenas se protegían del frío en estos días, pero hoy la tarde estaba tranquila al llegar su ocaso.
Se sabía el recorrido tan bien que un día que podía haberlo recorrido a ciegas, por eso había tomado la decisión de variar hoy el tramo por donde correr. Pasaría junto a la finca Urdaco, de los Urdaco de toda la vida y ahí, como es una ladera seguiría subiendo hasta la cima para después bajar por el otro lado por el camino de las vacas.
Muchas veces pensaba en lo que representaba un hombre corriendo. Podía ser un simple deportista o también alguien que huye de algo, del campo buscando la ciudad o alguien, que sin más, tenía demasiado tiempo libre.
Y así fue. Varió su ruta sin saber el peligro que le aguardaba. Al principio todo fue bien. El cambio de itinerario le otorgó una ficticia vitalidad y siguió moviendo las piernas y todo el cuerpo animoso, así el sol fue ocultándose tras la montaña atrayendo un viento inesperado. Se avecinaba tormenta. De hecho las nubes densas que estaban al principio tras el punto de salida, su casa, ahora parecían estar a punto de verter una alborotada cortina de agua.
Rafita, sin darse cuenta, ya había recorrido la mitad del camino que se había propuesto, pero eso no impidió que el aguacero le cogiera de improvisto. De repente el aire agitó todo el maizal ocultando la vereda que seguía el corredor y enseñándole de imprevisto una señal extraviada en medio del terreno que decía: "perros peligrosos". Ante esto solo le quedó correr a campo traviesa sin detenerse lo más mínimo. Eso hubiera sido lo más inteligente, pero Rafita se quedó ahí disfrutando de la tormenta, de cómo lo mojaba y esparcía todo difuninándolo y convirtiendo lo inhóspito en acogedor. Estaba allí de pie viendo todas las vistas grises y opacas de una manera cómoda hasta que un ládrido no muy lejano lo estremeció. Fue entonces cuando comenzó a correr de verdad como si hubiera una cinta para el ganador en la cima de la gran montaña. ¿Llegaría?
El ládrido sonaba cada vez más cerca y por la resonancia parecía provenir de un can de gran embergadura. "Cuatro patas corren más que dos canillas". Esto era lo único en lo que pensaba Rafael. Cuando llegó a la cima y se volvió esperando el mordisco del horrible animal el temporal había amainado un poco. Ya no había ladridos ni amenazas al acecho. Aún así se adueñó de un piedra lo suficientemente grande como para defenderse de unas feroces fauces. Allí arriba lo único que quedaba vivo era él.
Había ganado por el momento echando por tierra el insustancial lema cosmopolita de "o mueres fumando o te mata el deporte".