martes, 23 de julio de 2013

Inserción laboral

En el curso los siete alumnos tomaban apuntes como posesos. Si hubieran llegado a imaginar que Leopoldo, el profesor, les iba a regalar la segunda prueba eliminatoria para acceder al puesto de trabajo por el que luchaban, no se lo hubieran tomado tan a pecho; eso seguro. Pero ahí estaban escribiendo datos bursátiles sin tener mucha idea de ello, como si eso fuera a hacerles la vida más fácil y llevadera. De cuando en cuando Leopoldo soltaba una frase actual para levantarles el ánimo. Era como la carnaza para los tiburones. "Ya no estamos en crisis. Ahora es una evolución. Adáptense". Alguno se quedaba pensativo por unos instantes con el móvil en la mano... probablemente con el wassap encendido.
"Ya lo decíamos en el año 95 en los colegios que una licenciatura no te garantizaba el trabajo". Todos seguían copiando las diapositivas intentando subsanar el mensaje dañino y de cruda realidad que vendía el profesor de marketing internacional.
Afuera el cielo se encapotaba. Las nubes cogían cada vez más densidad; parecían replegarse sobre sí mismas. Pronto caería una tormenta de verano. Con su agua turbia por la continencia de tierra y sus numerosos refusilos amenazantes, una tempestad eléctrica y casi seca.
El proyector emitía una luz azul constante y nítida sobre una pizarra blanca descuidada por el paso del tiempo y por el mal uso que habían hecho de ella. Tenía manchas muy visibles de haberse rozado con algún objeto pesado o de haberla intentado cambiar de lugar. La vida de las pizarras siempre me ha parecido un auténtico misterio. Con todo lo que muestran nadie sabe a dónde van cuando nadie las necesita. Se supone que al vertedero claro, como todo, puesto que jamás se ha visto una en algún punto limpio, por ejemplo. Alguien podría reutilizarlas, tal vez, en fragmentos. Digo las pizarras que estaban hechas de pizarra no las que son de plástico sin apenas grosor. La cultura siempre se debe abrir paso.
Dentro de clase hacía calor. El aire acondicionado no era suficiente a no ser que te sentaras justo debajo de la ventilación. Leopoldo, a pesar de contar con setenta y siete años de edad era un hombre con una mente avanzada para su tiempo y hacía chanzas de vez en cuando, fuera de clase, fuera del mercado. En los cinco días que duraron sus explicaciones intentó explicar conceptos prácticos para cuando saliéramos a las empresas que nos fueran útiles.
Una de las últimas frases suyas  fue que hace mucho te daban una pala y un lápiz antes de ir a la escuela y te preguntaban "¿Qué pesa más?" A raíz de eso uno escogía, se supone, estudiar. En fin son historias antiguas.
Al final, los exámenes se hicieron y nadie pensó que Leopoldo les echaría la mano que ahí fuera no serviría de mucho. Se portó bien, pero el mercado no es así ni mucho menos.
Hoy en día no hubiera bastado con coger el lápiz y la pala a la vez sin tener que escoger... "traiga los dos pa´ca". Quizá estemos ante una evolución porque la historia es cíclica, pero ¿dónde está el final del agujero? Lo malo al caerse uno es desconocer cuándo notará el impacto con el suelo.

martes, 16 de julio de 2013

Coctelera onírica

Mamá, en la actualidad, ha convertido tu habitación, bueno, lo que antes era vuestro espacio "el cuarto de los abuelos" en una sala repleta de macetas con plantas como tanto te gustaban  y fotografías, no tantas quizá como se debiera; puesto que en una ausencia toda recreación visual y conmemorativa parece banal e insustancial, como beber con mucha sed en vaso de chupito.
Resulta que el sueño de hoy guarda mucha relación con este habitáculo ya que ayer pasé algún rato a solas en él, observando el minutero... tic tac... el tiempo vuela.
¿Qué ocurriría si los que se han ido, si los que ya no van a volver más, regresaran de imprevisto y vieran lo que hemos hecho con sus casas, con sus posesiones? No quiero remover en lo negativo del alma humana, quiero recrear por ejemplo, en que si una cortina se cambia una vez se haya ido una abuela o una tía y ya no se la vuelva a pedir opinión, cuando esta volviera de la tumba se llevaría un buen disgusto tal vez y eso que solo hablo de un simple trozo de tela y eso que estoy en la superficie del alma humana como decía anteriormente. No voy a adentrarme en las disputas por las herencias, no. No voy ni arrimarme. A mi abuela, por ejemplo, me la presupongo diciendo: "!Uy Mari que bonitooo¡" o todo lo contrario ojo, jaja.
Ahora bien, ¿cómo comparte el dolor por una ausencia si el que se va no puede hacer evidentemente el feedback? Con esto quiero decir que sería maravilloso que después de la muerte hubiera una prórroga para charlar con el que se marcha para decirle aunque fuera: "Madre mía padre cuanta falta me haces" o "¿te acuerdas cuando...?" o "acabas de irte y ya..." No sé en fin, lo que se quisieran decir cada cual. Un último momento peligrosamente adictivo e igual o más que doloroso. Hablo por hablar. Está claro. Y pido por pedir. Porque estoy en la sección de sueños y pesadillas.
Bueno pues después de la introducción decir que he soñado que desde dentro de una de esas macetas empezaba a volver a hablar. Sí, como antes. Primero a balbucear, como en el final, pero era un balbuceo como cuando se dormía una siesta y luego de pronto arrancaba a charlar y a decir y a ser ella de nuevo. Qué se yo; luego avanza de pronto el sueño y anda por la parcela, despeinada. Mientras, nosotros miramos con desconfianza por la ventana. Mi madre llama a mi padre para que vea lo que sucede. Estamos estupefactos. Los sueños son eso.
Pero lo que más me llama la atención de la recreación que tengo es el cuidado que siento hacia ella. Es como si supiera que el que volviera a la vida iba a ser cuestión de pocas horas y hubiera que disfrutarlo al máximo con mi abuela zombi y aquí si que estoy siendo frívolo. Hay que tomarse la vida con ciertas dosis de humor y más si es un simple sueño que no hace mal a nadie. ¿No creen?
No debemos poner bozales a lo que nos hace libres.