domingo, 28 de diciembre de 2014

Amanece el domingo

Menuda estupidez pensar que el día comienza cuando apagan las farolas de las calles al clarear el cielo. A pesar de que dicha señal fuera más o menos nítida: empieza una nueva oportunidad... ¡a por ella! A Sergio le pareció que la soledad le ganaba otro empujón más. En el fondo era un ‘Ahí te quedas y apáñatelas’. Por un momento minúsculo no supo qué hacer con tantas horas por delante. De todos modos el hecho de que la noche concluyera con esa brusquedad del alumbrado fue como un percutor para su mente. Algo tendría a medias en ese domingo cualquiera.
Su chica, la mitad dormida, se encontraba descansado dulcemente en la cama. El salón, en contraste con el cuarto de los dos, se encontraba demasiado frío como para relajarse del mismo modo. Al fin y al cabo, bien es conocido, que cuando uno no puede conciliar el sueño lo mejor es dejarlo para otro momento antes de que las sábanas se enreden en los pies con extrema vileza y desorden (lo que nunca deberían esperar de dichas telas).
Así con todas, decidió levantarse y observar por la ventana. El hielo recubría las lunas delanteras de los vehículos. El alba, como se puede imaginar, continuaba con el helor de las deshoras, del ‘tan tarde que ya es pronto’. Por un instante miró las azoteas de los edificios colindantes. Esos lugares etéreos que a veces emitían reflejos por las turbinas de la ventilación o vapores cuando helaba demasiado. Recordó, de pronto, el rumor americano que desvelaba (si es que se puede abarcar este verbo con el sustantivo de la nula credibilidad) que una cámara filmó a Kevin Spacey con otro hombre en un lugar tan remoto como los que Sergio divisaba en ese momento. En vez de pensar semejantes pérdidas de tiempo debería volver al nido para, al menos, recobrar la temperatura corporal. Cuestionarse la tendencia sexual de alguien, sea quien sea, no era sano. Y menos antes del desayuno.
La verdad es que dicho actor se había pasado a otros formatos. Del cine a la televisión y a los videojuegos como Ellen Page, Willem Dafoe y tantos otros. Era de reconocer que ese personaje público le llamaba la atención desde que interpretó a Keyser Soze en Sospechosos habituales.
Definitivamente los fines de semana eran un hueco para la reflexión y la contemplación. Los lapsos muertos siempre quedaban extrañamente ocupados. Diversiones humanas.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Firma de libros de Javier Marías

El 17 de diciembre acudí como un aficionado loco al lugar donde uno de mis autores favoritos firmaba ejemplares.
Hice fila diez minutos antes de que llegara y cuando le divisé en la distancia dije a quien me acompañaba ‘Mira, es ese de ahí’. Estaba tan nervioso como un hincha que va a ver a su equipo jugándose la permanencia.
Mientras estaba esperando a que empezara a dejar su frase para mi historia en las primeras hojas de la novela escuché que a tal evento se le conoce entre el mundo literario como ‘hacer bolos’. Esa fue la expresión que utilizó alguien cercano.
Cuando llega mi momento me limpio el sudor de las manos por si decido darle un apretón como saludo. Desisto, mejor no tocar.
‘Hola Javier. Buenas tardes’. Luego, en seguida, me pregunta mi nombre y le respondo como a nadie le suelo contestar. Diciéndoselo completo. Como no creo que le vuelva a ver me suelto rápido y le doy la enhorabuena por la última novela y para más énfasis me meto en el jardín de la crítica literaria y le expongo mi opinión. Esta consiste en que Así empieza lo malo es lo mejor que he leído suyo desde Corazón tan blanco. Entonces arquea con levedad sus cejas, claro signo de perspicacia en él. Y me formula una afirmación: ‘Entonces eso es que ya se ha leído la novela’. Se dirige a su público con el ‘usted’.
Él también añade que no podría ser un buen juez de su obra... y tiene razón porque los que escriben no suelen tener predilecciones, pero sí que diferencian entre algo bueno y mejor. Cuando acaba de firmarme en las páginas iniciales me devuelve el libro y le doy las gracias. Se despide cordialmente. Tiene unas maneras finísimas en el trato. Demuestra, a su vez, una gran dedicación por lo que hace. Mereció la pena ir hasta Callao a verle. Considero que es todo un señor, un amo de sus letras.
Me despedí diciéndole que aún quedaba mucho por escribir. Fue tajante y sincero. Rotundo y reflexivo. ‘Nunca se sabe’. Y puede que lo malinterpretara, pero me pareció que contestó con cierto grado de nostalgia.
Los años nos deben de llenar la cabeza a todos de dudas parecidas.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Un penúltimo poema a mi abuela

Te me fuiste a Honolulú,
el viaje sin los equipajes.
Loperana que nos dio a luz,
con cinco abortos de bagaje.


Pestiños, castañas y olivas,
flamenquines, anís del mono...
La botica de las abuelas.
Mi flor de lis señala el fondo.


Grietas desde el rostro hasta el alma,
amaneceres de posguerra,
tu voz, ya en sueños, me trae calma.
No somos ni eco, polvo en tierra.


Pequeña mujer de gran genio
báilame un último minué,
porque están secos tus geranios,
y nos ayudaste a crecer.















sábado, 29 de noviembre de 2014

La certeza

Ahora que anda con paso ondulante y seguro. ‘Ten cuidado fiera que cuanto más alto subes más fuerte será tu caída’. Y bajo esa premisa consiguió vivir muchos años. Con la mirada en las nubes, pero con los pies siempre anclados al suelo. Los poco entusiastas son poco o nada envidiosos. Es una ley simple que se ha ido afianzando con el paso de los días.
Es verídico, si luchas por tus sueños una vez cumplidos qué queda luego. La persecución de una meta se malogra al conseguirla. Son así de contradictorios y ambivalentes. Y sin embargo, no son nadie sin objetivos, sin sueños; eso les hace creer que son libres ¿Será así?
¿Acaso los fines es lo único que les muestra que están vivos? No. Siempre debe haber más.
Luis siempre quiso ir a Escocia. Y una vez que estuvo allí, se dio cuenta de que eran, efectivamente, paisajes preciosos. Verde y más verde por doquier, y poco más. En seguida puso las pegas de siempre. Que si el frío, que si el avión, que si la gastronomía. Quedarse en casa podría ser incluso la mejor opción para los que se conforman con poco. A la larga, quizá, los que menos sufren, pero la vida hay que vivirla y uno no sabe nunca lo que echará de menos. Esta cuantía se desdibuja cuando se está en las buenas rachas. Por eso es mejor no olvidar la dureza del suelo, para cuando uno se levanta recordar desde donde comenzó su escalada, su puesta a punto.
Luis siguió buscando destinos. Se alojó en hoteles y albergues. Comió menús unas veces y un único plato otras y en el fondo suponía que eso era ser feliz... la ausencia de problemas y enfermedades. Puede que, no obstante, estuviera en lo cierto. Prosiguió fijándose metas pequeñas para alcanzarlas a tiempo y disfrutarlas con plenitud: comprarse un perro, dejarse crecer la coleta, un coche (pequeño) nuevo, otro piso de alquiler, ver amaneceres en distintas playas, probar el vino del sur de Francia, contemplar atardeceres desde los acantilados de Noruega, acostarse con la simpática y cariñosa de la fiesta, las guapas ya caerían o no. Y así fue viviendo al día sin mucho esfuerzo y sin ahorrar pensando en el mañana. Cuando uno es joven no suele pensar en esto, pero la vida, una vez que es vivida, el mañana llega inexorablemente con su dalle. Entonces ya no había miedo en su corazón. Lo único que tenía guardado en los bolsillos eran puñados de tierra. El ser humano está formado en gran parte por agua y el montoncito que tenía en la mano le abstrajo unos minutos. Los granitos permanecían secos. Somos una suerte genética contemplados desde la lupa científica. Luego depositó con cuidado el contenido sobre la arena de la playa. ‘La cogí en las montañas y la deposito junto al mar’. Más tarde, una vez dentro, comenzó a nadar alejándose a brazadas de la orilla. No pudo evitar acordarse del suceso de Alfonsina Storni.
Aunque este mal imitador retornó pronto a la orilla. Le faltaron agallas. A la posteridad solo pasan los mejores.

sábado, 15 de noviembre de 2014

La llama

Cuando la pasión acude, el hombre y la mujer van detrás y si esta se desvanece los dos vuelven a su sitio. Es esa lumbre que incendia mejillas, ese brillo en los ojos, esa dulzura de la que se recubren las caricias (tanto las que se conceden como las que se guardan para después... el nunca o el jamás).
Una ensoñación de anhelos perpetuos mostrada por un rostro y unos latidos acelerados que, única y exclusivamente, los percibe el sistema nervioso. A no ser que ella o él coloquen la mano en el pecho del opuesto con la única incertidumbre de conocer si eso es verídico. Nadie quiere apearse tan pronto del manjar de los sentidos y pobre del que pretenda frenarlo o darle alguna explicación (al igual que intento hacer ahora).
No debe haber palabras, solo actos frenéticos, huérfanos, como digo, de toda razón y motivo. Los labios creados para comunicar no volverán a decir más que lo que dicen cuando están bajo este lapso.
Déjalo, abandónate. Guárdate de situar bien lejos todos los relojes de la casa, ya que quizá sean los verdaderos culpables de la fugacidad de ese momento.
Corre la cortinas con firmeza y decisión para que la luz del día tampoco te indique qué hora y en qué momento vives. No os mitiguéis tampoco por la oscuridad de la noche. Sabes que él te va a derrotar cuando os encuentre. El tiempo es el verdadero enemigo de la calidez. Nada sobrevive a ello. ¿Y por qué rebelarse? Da lo mismo que dure quince minutos como cinco meses o un año... ¿dos? Qué se yo.
Déjate mecer como un niño en estos brazos que aprietan y no estrujan. Flota en la ausencia de todo y mira a quien tengas delante. Contémplalo como si no hubiera otro momento para ello. Sujétale la cara con ambas manos y no digas nada. Los labios no hablan, solo besan. Las palabras hace tiempo que se convirtieron en un impedimento, un lastre, el ancla para este barco que nadie ha sabido y sabrá pilotar. Siéntete eternamente vivo y despreocupado. El aquí y el ahora conlleva el no tener nada en los bolsillos. Miraos con estas pretensiones y lo demás se lo llevará el vivir, como todo, como siempre.
Almas impávidas bajo el frío techo sin mesura, dejándose arrastrar por el deseo, la emoción y las sensaciones. Prendiéndose fugazmente con la llama antes de ser pavesas.



lunes, 10 de noviembre de 2014

Vejez

No hace mucho, quizá seis años aproximadamente (se antojan próximos), me quedé perplejo cuando iba corriendo por la urbanización en la que ya no vivo. Por entonces, solía hacer deporte y pasaba al lado de una residencia. En cierta ocasión, un anciano estaba allí dentro, pero no en el interior de la casa, sino en la parcela. Estaba tras la verja que separaba la calle de la estancia. Le vi mirarme y girar con levedad el cuello mientras me observaba pasar.
La vejez debe ser eso. Contemplar sin esfuerzo, sí con pesadumbre, los que vienen detrás dotados de juventud.
Ahora, vamos al mejor invento de la historia, el espejo. El reflejo es tan subjetivo que es casi mágico. En ese cristal que muestra todo distorsionado, puesto que está a la inversa (si te colocas frente a él y levantas la mano izquierda, tu ‘otro yo’ alzará la derecha, con lo cual es un engaño) aparecerás tal y como te ven los demás (reflejo) y también tal y como te ves tú (tú mismo). A su vez los hay cóncavos donde la imagen saldrá siempre perfeccionada por su estrechez, y convexos donde nos horrorizaremos al contemplarnos deformados. Para más información, mencionar que en la mayoría de las tiendas de ropa utiliza el primer caso para vender más. Al fin y al cabo saben cambalachear con nuestra imagen.
El espejo te muestra el paso del tiempo. Canas, arrugas, calvicies, papadas, ojeras. El fuero interior nunca suele ir a la par de la imagen percibida a través de dicho objeto. Cuando somos niños imaginamos ser hombres y cuando se alcanza esa etapa, se idolatra la anterior. Nunca se está completamente satisfecho.
Los hay que cuando se ven calvos se olvidan definitivamente del peine o las que el tono níveo de las canas no les genera frustración alguna, ni lo más mínimo. Pero lo lógico es que acuda cierta nostalgia de lo vivido y añorado.
Lejos de cualquier narcisismo, a nadie le suele agradar contemplar el paso del tiempo. Los cuentos positivos que no lo reflejan creo que están mal avenidos. La realidad es otra.
Se podrá llegar a afirmar con tales hechos que los espejos conseguirían engañar a la propia muerte, pero no a uno mismo.
Y el anciano seguirá tras la valla. Sintiéndose quizá apresado por una niebla que le envuelva el corazón. Una mancha en el alma que no se limpia (si es que se pueden llevar a cabo tales acciones sobre una superficie tan efímera). Con lo cual puede que la vejez sea eso... un muro infranqueable y no una simple verja donde lo único que muestra es una paisaje gastado y anodino.   

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Desazón

Elisa introduce los pies en el agua del rio. Pensativa y melancólica, está tan absorta en ella que apenas nota cómo los peces de colores verdosos acuden a merodear entre sus dedos. Las escamas plateadas y brillantes parecen estar repletas de vida, más que la que los observa. Al notar su roce se estremece y en seguida huyen. ‘Estoy perdiendo el color, la claridad truncada’ se dice a sí misma.
El sol se abre paso entre unas nubes otoñales y poco densas. Todavía no tienen esa textura algodonada que mostrarán en invierno.
Perder una vida interior palpitante a los 49 años puede ser suficiente calvario como para ‘quedarse en off side’. Una expresión antigua, casi en desuso, pero sí, ahora estaba fuera de juego. Se anula no solo la jugada, puede que el partido incluso. Hay lapsos en los que una mujer (no todas) sienten como van cumpliendo años a contrarreloj, mientras que para los hombres el hecho de tener un hijo no es una cuestión de tiempo.
Si deciden ir a por otro, no será el mismo, siempre será el segundo intento. De acuerdo con estos hechos, si Laura iba a ser ella, Nicolás sería el de después. Y a pesar de ser hermanos nunca se conocerán en esas realidades paralelas que en este caso representan la vida y la muerte.
Al fin y al cabo un feto es un feto. La mezcla siempre idónea de los dos ADN.
Acodada, aún reflexiona, entretanto los peces se han vuelto a confiar y están muy cerca de los pies de Elisa. Ahora  mordisquean los restos de piel muerta, inservible, desechada de sus dedos y talones.
‘Sentimos demasiado’, se dice. Aunque un pez se coma a otro y alguien ose comerse a otra persona, nosotros siempre tendremos las de perder. Por conciencia, alma y razón. Lo que nos distingue también condena.
Con lo risueña que era ella tiempo ha. Con lo fuerte que se sentía aunque caminara llena de helor. Ahora ese frío se materializaba en sus entrañas. Las horas y los minutos se le escapan como la menstruación más abundante. Se le va eso que también repiquetea el minutero, su estancia en el mundo. Se juega dejar un legado, un rastro y una parte de los dos amantes, en un ser diminuto que acabaría siendo abogado, mecánico o electricista, qué más da. Lo vital, sí, vital, era poder ver sus genes transmitidos y mezclados en otra generación, quizá con más futuro y sueños por materializar.
Los hijos son la semilla que dejas para que una parte de tu pasado consiga algo importante cuando tú ya no puedas ni contemplarlo y mucho menos abarcarlo, vivir sus alegrías, compartir y ayudarle en las penas, ver que ese pequeño otro puede llegar a ser alguien muy distinto a ti, que sus fracasos no harán mella en el esperanzador futuro. Por desgracia, ese pequeño ser puede serlo todo y por eso Elisa sigue con la vista perdida entre la arenisca de esas aguas claras, como antes, como cuando se ve la meta y se ha esperado demasiado para conquistarla.
El sol ilumina su cara. Nota como calienta el rostro igual que otras tantas veces. Es hora de volver a casa. 

domingo, 26 de octubre de 2014

De nuevo el dentista

Cuando se va al dentista son días oscuros por mucho que se esté mentalizado de que acudimos a sufrir. Mi situación no era distinta, a pesar de todas las veces que ya he ido. Esperé veinte minutos desesperando un poco. Esta vez me acompañaba mi hermano que a su vez iba con la tablet bajo el brazo para poder leer en mi ausencia.
En seguida, notamos que no hay aire acondicionado, en este Veranillo de San Miguel tan prolongado, ya casi a destiempo para estar en Noviembre.
Al nombrarme entro en la sala y me percato de que el hilo musical está muy alto. No solo eso, sino que la música, desde mi punto de vista, estaba mal elegida. Así que, diez minutos más tarde, me abren la encía y me insertan un implante en la mandíbula, mientras se oye: ‘A ella le gusta la gasolina/dale más gasolina’. El sudor perla mi frente y se desliza por mi espalda. Clara, que así se llama el ángel que opera, tiene los ojos oscuros y unas manos que seccionan, aprietan y cosen con precisión. Al cabo de un rato, al ver mi estado sudoroso me pregunta que si estoy bien. Yo emito un sonido equivalente a un ‘por supuesto’.
Están terminando a ritmo de reggaetón mientras hablan de que ojalá les toque la lotería. Me vuelven a preguntar sobre lo que opino al respecto. Los dentistas pasan por alto que uno no puede hablar por tener la boca desencajada, repleta entre un tubo succionador, un algodoncillo y el bisturí. Entrecierro los ojos. Estos hacen de comunicadores cuando no se puede hablar. Los entrecierro para asentir o para decirles ‘acabad, por Dios’. Cuando me cosen con cuatro puntos se oía ‘Vivir así es morir de amor’. El tubo extractor, succiona saliva y sangre en una mezcla que para cualquiera sería digna de un leve mareo, a mí me gusta observar, hay quien cierra los ojos en la consulta, yo no. De todos modos me encuentro alterado por las melodías y por la incomodidad del respaldo que intenta recoger mi espalda sudorosa. La intervención no es más de veinte minutos, pero se hacen inevitablemente largos.
Al concluir me dan una hoja de indicaciones de higiene. Clara me recomienda Ibuprofeno cada ocho horas. Avisa que saldrá flemón. Luego me marcho con la próxima cita en la mano. La música sigue alta y desentonando. Los demás pacientes que esperan en la sala están amodorrados. Yo no. Me han taladrado la mandíbula y tengo unas ganas locas de comentarlo.

Carta de un indignado


Querido Mariano Rajoy:

 
Soy Teresa Romero. La auxiliar de enfermería que se contagió de ébola. En el fondo, creo que no necesito presentación y menos ante ustedes, los políticos.
Le escribo esta carta porque considero que es el máximo responsable de la mala gestión que ha tenido este caso en España. Estará pensando que no es así, claro, cómo no, que entremedias hay una serie de factores, condiciones y hechos que lo salvaguardan de mi caso y de otras corruptelas. Los políticos no paran de llenarse los bolsillos y nosotros vemos como la justicia se frota también las manos.
Pero volvamos a lo que nos acontece a usted y a mí. Ahora que aún guardo la mesura.
Aunque los análisis hayan sido favorables y el contagio se haya visto frenado, me siento estigmatizada, el aislamiento social que sobreviene será acuciante, han sacrificado a Escalibur y, de acuerdo, era un asunto casi de vida o muerte, pero en todo esto ¿Qué es lo que ha perdido usted?
La credibilidad política española luce un chubasquero demasiado resistente para la que le está cayendo.
Los medios de comunicación han difundido fotos en las que no salgo favorecida. Estoy medio tirada y relajada junto a mi perro, en ese sofá que siempre dije que cambiaría y esto ya no entra ni en mis peores planes. Quien les proporcionó las imágenes tuvo que ganar lo suyo. Fue un inepto algo sutil que de entre todos los álbumes escogió la peor muestra. Lo mismo fue un familiar o mi propio marido. Las piedras no deberían caer sobre los propios tejados, sino sobre el Congreso.
Desde aquí pido que esto no se vuelva a repetir. Que no se hagan acciones políticas, ni militares, ni religiosas, de cara a la galería.
La realidad siempre supera a la ficción. Con esto quiero decir que aunque estemos viendo la punta del iceberg, seguro que lo que algún día se destapará será inabarcable e insostenible. Contáis con la colaboración de un país que solo se manifiesta por el fútbol y con unas togas y mazos tan corruptos y despiadados como vosotros.
Es hora de que alguien pague por todo; que dé con el pellejo y los huesos en una celda. Me gustaría verle en ella y esta idea, créame, sí que me eleva la temperatura corporal.
Por último, decir que esta carta me relegará cuando menos a la exclusión, mientras otros semejantes a su cargo se seguirán pavoneando. Ya nada temo. En el fondo estoy agradecida a todo esto por haberme convertido en una superviviente. Esa es la realidad. Lo demás es limo del lóbrego rio de la política.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Un concierto especial

Era una sala enorme... El Auditorio Nacional de Música es un edificio que sorprende desde dentro, no por fuera. Nada más entrar uno se daba cuenta de que ahí, tal vez, solo va gente de a bien, bien porque los roperos son de una madera elegante, el aroma que te embarga en las salas o porque la música clásica se ha conservado como un gusto refinado y sibarita. Digo con esto que si a alguien le gusta suele generar en mí cierta curiosidad ya que eso significa que esa persona ha sabido ‘escaparse’ del capitalismo musical imperante (reguetón, pop o incluso rock) en emisoras jactanciosas, que se piropean de ser las únicas en España, cuando no es así.
Observé, una vez sentado, todos los espacios aún por llenar del coro y del elenco de músicos que iba a actuar o a cantar, mejor dicho.
Carmina Burana es un nombre que me sonaba, pero que era incapaz de reconocer. La he oído decenas de veces, pero por el nombre no caía.
El espectáculo no tardaría en comenzar. Tras una espera que no sabría decir cuánto duró (porque en estos sitios uno se cohíbe del habla, por no molestar, y ante la contemplación de todos los pequeños detalles que allí había. Desde las grandes lámparas hasta el órgano más que eclesiástico que se alza a doce metros de altura y 5.700 tubos plateados. Una verdadera joya instalada en 1990).
Cuando comienza el evento. Todo es movimiento y eso que las notas musicales se oyen y sienten. Pero se capta a los músicos desplazándose para tocar un bombo y un gong prácticamente a la misma vez,  al director musical representando todo porque conserva y guarda Carmina Burana en su memoria. Solo él conduce este Titanic de más de cuatrocientas personas, más de cuatrocientas partituras que cada uno de ellos pasa sus paginas con ahínco. Luego, los del bombo y gong saben exactamente dónde golpear, dónde aflojar la manija, cuándo posar la palma de la mano para detener la reverberación de su instrumento y así hasta la perfección, porque los que no estamos allá abajo, dentro, incluidos, no sabemos en que momento se yerra. Se anticipan a las pautas del director dejando los mazos en su sitio y preparando los siguientes. Y el coro, esas voces sobrehumanas que sobrecogen...
O Fortuna, eso es lo que sentí al escuchar con atención esa canción, fortuna. La reprodujeron más que al milímetro para abrir la obra y para su cierre. Increíble tanto en el principio como en su final. Qué manera de transmitir, qué acústica tiene dicho auditorio que cada nota musical hace vibrar el tímpano, luego el cerebro, más tarde, también sin saber cómo, el estómago.     
Al concluir la sinfonía uno sale como de un spa, como si sus piernas no pesaran. La espalda duele, eso sí. Porque uno está en vilo, sin utilizar el respaldo de la silla, queriendo atrapar con la retina entre pestañeo y pestañeo lo que abarquen nuestros sentidos. 

jueves, 9 de octubre de 2014

Un gato

Está quieto, totalmente inmóvil, desde lo alto de la estantería debe divisar todo el salón. Se podría decir que es un objeto inanimado más hasta que un pestañeo acompañado de un giro de cabeza demuestra que está vivo. Es un gato de pelo largo, de esos que lo llevan limpio y pomposo. Sus pupilas afiladas por la luz de la sala miran al infinito. Algo le llama la atención y de pronto comienza a erizársele la cola. Esta, en este estado, parece ser una mopa atrapa polvo. El instinto animal parece asomar en su expresión. La mariposa vuela inocentemente hacia él con movimientos rítmicos. El felino estira el cuello. La sensibilidad del vello que rodea la boca amplifica sus ganas de cazar. Junta las patitas delanteras como para dar un brinco letal y caer sobre el indefenso insecto. Todavía se dedica unos segundos más para calcular la fuerza del salto y los movimientos que ha de trazar en el aire para capturarla. Todo en él es precisión. Aún es pronto para sacar las uñas, esta acción siempre ha de retrasarse hasta el desenlace. Unos movimientos rítmicos le recorren el lomo. Va a saltar y cuando por fin se va a decidir la presa se ha vuelto a escapar por la ventana. Segundos más tarde, Onis me mira como si eso le ayudara a entender que se ha ido volando por donde vino. Mueve su cuello mirando más allá de la ventana... la calle. Se le ha pasado. Su cuerpo vuelve a relajarse y adopta una postura cómoda sobre el anaquel.
Pronto le traerán su comida. Por fortuna no le hace faltan presas para sobrevivir. Si fuera un gato callejero, seguramente no aguantaría demasiado. Pero esos movimientos, ese instinto cinegético no se le han ido nunca.

domingo, 28 de septiembre de 2014

A Inés

No sé si habrán visto ustedes la película Her donde el protagonista se dedicaba a redactar cartas personales sin conocer, en persona, al destinatario. Algo parecido me encargaron a mí para una boda y este es el resultado. He de decir que solo era un esqueleto, que habría más texto para ampliar y quitar, pero al final solo se quedó en un mini proyecto abandonado que me he apresurado en que salga presto a la luz.
Añado lo bien que me lo pasé entre sus líneas. Mientras me hacía pasar por quien no era. En esa impostura, bajo el ocasional disfraz de las letras, estuve cómodo. Esté bien o mal lo que vais a leer, al menos no os podréis quejar de la muda pesimista olvidada en esta ocasión. Dicho queda.




Cómo no. Por supuesto que juntas hacemos un buen equipo. A veces, miro la taza que me regalaste e imagino el dulce porvenir que se nos hubiera echado encima de haber seguido con la sana y productiva idea que teníamos y aún conservamos. Una puerta que, quizá, siempre aguarde entreabierta. Pero eso era el futuro.
En el pasado nos conocimos en la universidad y ahí ‘hicimos buenas migas’ como dirían nuestros abuelos. Pronto me percaté de la vitalidad y entusiasmo que desprendías. Y es que no hay problema que no se derribe con esa sonrisa que llevas siempre puesta. Te lo dicen y dirán mucho…, pero es verdad.
En la boda, parecíais la pareja idónea. Como esas dos piezas del puzle que están predestinadas a unirse y formar un dibujo perpetuo. Desde fuera, la imagen que desprendéis no solo es hermosa, sino enriquecedora en su justa medida. Confidente, bondadosa y carismática. Lo mejor de todo es que la Inés que en otro tiempo conocí se ha ido vistiendo, arropando, con la Inés que he conocido día a día. Una mujer decisiva y resolutiva que sabe lo que es caminar con los pies bien aferrados al suelo.
Y el presente aquí lo tenemos. Listo para moldearlo como queramos. Ayudando a los niños a salir pa´lante, desfondándonos en el intento, dedicándoles horas y horas a algo que nunca estará bien recompensado, se mire por donde se mire.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Miedo

Una vez soñé con un compañero de trabajo que utiliza una peligrosa guillotina para cortar hojas en la vida real. En lo irreal se había seccionado todos los dedos de las manos y conducía un autobús repleto de niños. Sí, ese amarillo que aparece en las películas y en los dibujos animados. Aun así, a pesar de la imagen sangrienta decidí montarme en su medio de transporte. Además, se reía mientras yo no podía parar de observar lo que le pasaba al intentar guiar el volante.
En otra recreación estaba de botellón y pasaba frío. Mientras mal bebía pensaba en las horas que me quedaban para regresar a mi coche y largarme de allí. Cuando voy al sitio donde supuestamente estaba aparcado no hay ni rastro de él. Me lo habían sustraído.
No todo es malo.
También sueño con paisajes hermosos. Sitios donde nunca he estado ni estaré. Colinas espesas de verdor, cielos nublados y caminos embarrados, casi intransitables. Allí hay una casa rural y cuando me encuentro con algunas de las amistades que se me han ido extraviando, juntos recorremos la casa contemplando sus detalles. Hay pañitos blancos como los que conservaba mi abuela. Todo me llamaba la atención de este lugar inventado. Me siento cómodo, embargado por la calidez de ese nuevo hogar en compañía de amigos.
Por supuesto que tengo imaginación para elaborar escenas en mi subconsciente de cuando era más joven. Me siento un chaval porque parece que no me pesa el cuerpo. No llevo ninguna carga. Hablo en presente porque todos deberíamos de soñar esto al menos una vez a la semana ¿Por qué menos? Me miro al espejo y veo una melena acompañada de una perilla. El Dani de antes se abre paso en los tiempos muertos del descanso nocturno. Lo maravilloso es que mezclo la felicidad de ahora con la imagen que reflejaban los espejos de antaño. Nada pesa ni sobra. Tampoco ocurre algo que trascienda para ser contado. Me noto y siento joven a raudales. Y el egocentrismo de tres al cuarto llega a su éxtasis cuando despierto. Entonces choco, de nuevo, con la oscuridad de la habitación. Miro de reojo a la mujer que siempre duerme a mi lado. Está acurrucada, casi agazapada en su posición fetal (como mejor se descansa, por cierto), bajo las sábanas y la colcha; entonces pienso que quizá ella también esté recreando su infancia. Si con treinta soñamos esto, qué imaginaremos dentro de otros treinta más... o menos, porque es una resta.
Luego el cielo rompe a llover. Parece que un golpe de insomnio no va a permitir que cierre los ojos al menos por ese momento. Mentira, en seguida me sobreviene otro, pero estos no los suelo recordar. No sabría describirlos, puesto que, insisto, no sé en estas ocasiones de dónde viene la mente.

viernes, 29 de agosto de 2014

Lisboa

Esa ciudad donde la claridad del sol se percibe de un modo especial. Más que en Londres, ya que aunque esa luz (la lisboeta me refiero. La londinense es más acuciante y oblicua) se antoja peninsular, parece proyectada desde otro ángulo. Allí la empresa de helados de Frigo es Olá, Carrefour sigue siendo Continente y el banco Santander es Santander Totta. Hasta aquí la industria conocida y comparable en un país y en otro. También existen las características de la comida rápida y... para de contar.
Los transportes son genuinos. Así tenemos los típicos tranvías... el 28 es el más conocido. Aquí han de tener extrema precaución con sus carteras ya que el robo en esos medios es bastante frecuente. No obstante, posee un encanto especial subirse a cualquiera de ellos, sentarse y notar la ligera brisa que oxigena todo el vagón; un aire que proviene de la desembocadura del río Tajo.
En cuanto a gastronomía se refiere se come bastante bien. A un precio medio-alto. Aquí nadie regala nada, por supuesto. El bacalao es su especialidad y aunque lo engullan con pasión pasando por alto lo seco que les pueda parecer, al menos no les dará la noche por su poca salazón. Algo que se agradece enormemente. Otra virtud de la ciudad es que durante el día hay mucha policía en las calles, pero no es así durante la noche, aunque predomina una extraña sensación de apaciguamiento en las vías que os permitirá caminar en paz y tranquilamente, a pesar de la alta tasa de anacoretas que pueblan los rincones más conocidos de Lisboa y alrededores, tal y como pasa en cualquier ciudad del mundo (pensaban que iba a poner la expresión "mundo mundial"; pues no, porque cada vez que la escucho me acuerdo de su creadora, Elvira Lindo, pero esos son derroteros literarios y no turísticos). A los que les gusten los licores no olviden probar la ginjinha cerca de la estación de tren de Rossio. Para mi gusto la sirven caliente cuando debería estar helada, pero amigos, no estamos en nuestras casas.
El tema del tapeo en cada consumición, me refiero al hecho de que te cobren la tapa, se resuelve fácilmente diciendo un NO sonriente al camarero. Es su cultura, al igual que aquí el regalarla en algunos establecimientos. Suelen poner olivas de un color oscuro, jamón sin tocino y un queso para untar con mermelada. Esto es un campo nuevo para mi ya que no he probado nada de ello.
Si tienen la suerte y curiosidad de visitar el barrio de Belém no se olviden de probar los pasteles de nata característicos y de visitar el Monasterio de los Jerónimos. Una edificación verdaderamente increíble tanto la iglesia como el claustro.
Y si tienen tiempo y dinero vayan a Sintra a deleitarse con sus construcciones en lo alto de un monte. El Palácio da Pena es una frescura para cualquier visitante. Visualmente es un cuento de hadas hecho realidad. Personalmente el encanto exterior se pierde con el del interior ya que los adornos de las habitaciones son enteramente de trampantojo. El Palácio da Regaleira es impactante por sus jardines y su construcción principal. Las rutas subterráneas podrían recordar al Monasterio de Piedra de Zaragoza, pero este último tiene más agua y menos misticismo. Algo impagable cuando se viaja y se quieren ver novedades.
Por último, no se desesperen cuando cojan un autobús en Lisboa ya que tarda un rato en reanudar la marcha. Suelen llenarse hasta los topes y no tienen un panel indicador de la parada por la que se va. Es el propio conductor el que las va diciendo.
Por cierto, sin tienen tiempo bájense cerca de los grafitis de una de las avenidas más importantes de esta ciudad. Allí Bansky ha dejado su sello personal. En cuanto lo vean sabrán de qué hablo. Una fachada entera de un edificio abandonado dibujada con el característico punto de vista de este artista del arte de la calle (Street art).
Lisboa mantiene intacto ese espíritu europeo de todas las grandes ciudades del continente. La crisis allí ha atizado con fuerza, dejando un poso de rebeldía institucional con cartelería abundante en contra del euro. Si pueden vayan a verla. Merece la pena.

lunes, 28 de julio de 2014

Reos

Desde su celda podía divisar la verja de acero que cercaba su libertad y le mantenía, a la fuerza, por ley, fuera de las calles y sus conocidos. La veía no a través de una ventana propia, si es que alguien podía apropiarse de algo en prisión, sino mediante el hueco de la puerta principal que quedaba tras ella al abrirse.
Por un momento, pudo hasta sentir la leve corriente que el invierno empujó hacia el interior del pabellón. Tan solo duró un instante.
En general, algunos convictos caían en el aislamiento o simplemente se perdían en ellos mismos porque no les suministraban las dosis adecuadas en cada caso. Otros, en cambio, sabían que había más vida tras la condena.
Él comenzaba a obsesionarse en respirar todo el aire que pudiera cuando los dejaban estar en el patio. Lo hacía con ociosidad y calma. Este hecho llamaba la curiosidad de otros condenados, pero nunca le llegaron a hacer algo.
Como dije antes, el aislamiento podría ser el mayor problema de algunos, no era el suyo. La soledad buscada no hiere el alma de un hombre cabal, por muchas atrocidades que la conciencia le traía en sueños como el mar dejaba en ocasiones sus despojos en la orilla.
Aquella situación, el estar encerrado por ser un presunto culpable, apenas le mellaba. Sabía de dónde sacar fuerzas.
En algunos momentos solía detenerse a pensar en Nelson Mandela. Al final tuvo la recompensa frente a la injusticia que sufrió; no obstante ¿cuántos mandelas existían sin tal reconocimiento? Me refería a hombres encerrados en un calvario cíclico, cual maldición de Prometeo y que serán devorados por el olvido.
Cuando no te quedaba nada por perder... nada, cuando la devastación del hombre se volvía en su contra, cuando el ayer y el mañana se emborronaban de pronto del mapa del destino. Entonces se ha de partir desde el comienzo. Sin rejas ni muros, sin cerraduras ni hormigón. Desde dentro, muy hondo, el ser vivo se abrirá camino. Mientras tanto, él respiraba lento no disponía de nada mejor por hacer que sentir cómo caerían sus años, yermos, como hojas de otoño secas y consumidas. Solo se preocupaba de ingerir, nunca de comer, los alimentos que le suministraban en el comedor, excretarlos e intentar descansar cuando se dormía. Así un día y otro.
En alguna ocasión se le vio hablar con otros presos, sin interesarle los motivos por los que permanecían allí. Las malas compañías son las mejores según en qué momentos. Y cuando le preguntaban por su condena respondía que lo peor que había hecho era no apreciar las oportunidades de la vida.
El ser humano era capaz de todo y una vez logrado enseguida encontraría otro motivo por el que entretenerse. Todo inconcluso. Todo falto del fin primario.
Las personas son exploradoras de sus días. Los consumen buscando cambios y avances, pero rara vez se acuestan satisfechos.
Se debería de dar el caso de que cuando se sustraiga la libertad apareciera la única idea primitiva y veraz: el hallazgo de la felicidad. No habrá fortaleza que cerque semejante labor. Sobre todo porque hasta cuando uno cree ser libre, no existe la plenitud.

miércoles, 23 de julio de 2014

Época estival

El sol se alza todavía en su cielo. Digo suyo porque en verano el cielo parece una extensión en forma de calor. Al igual que en el invierno son las nubes las que lo pueblan y Lorenzo parece que era un secundario más, pero ahora no. Hoy es el protagonista, él y muchos más.
Las calles huelen a comida recién cocinada. En el mejor de los casos calamares y fritura que, quizá, alguien estuviera degustando con una cervecita edulcorada con limón en cualquier terracita de bar. Ahí están todos y nadie reparaba que a partir de ese día (21 de junio) empezaría a anochecer un poco antes, pero solo un poco, era algo imperceptible casi. Pero no deja de ser la cúspide del año en cuanto a alegría solar, luego... la bajada, el abrigo, la lluvia y el paraguas con su respectivo ¡achís!
Por los parques están los niños, que, al no haber colegio, los padres los "liberan" con un horario prefijado. Así corrían y chillaban como si fueran sus últimas vacaciones (la vida debería vivirse en un continúo de últimas vacaciones. No sé cómo se conseguiría con los trabajos y los problemas que te sobrevuelan solos). Cuando uno se divierte no asume el hecho de que hay alguien a quien le puede molestar. Como al anciano en su siesta, al sonámbulo, a mí y punto.
Los aparcamientos permanecen semivacíos a la espera de que alguien motorizado los ocupe. Ese hueco representaba el lleno de los estacionamientos en la primera línea de playa. El aire, en Madrid, es seco y quema hasta en la sombra.
Una chica cruza la carretera con unos tacones demasiado altos. Sabe caminar sobre ellos. Por su contoneo debe ser azafata o algo por el estilo. Sus hombros siempre rectos, como si quisieran mirar hacia lo más alto, parecen desertar a la siempre inesperada vejez. Desde lejos se puede adivinar que era, incluso, impertinentemente guapa. Se encuentra con alguien que ha quedado. Un desconocido también atractivo y que tal vez podría ser su acompañante momentáneo o no, a saber. Ambos pasean por las aceras sin agarrarse de la mano, pero juntos. Él con las gafas apoyadas en el cuello del niqui, ella en su cabeza, solo que los anteojos apuntan hacia el cielo, como si tuviera el rostro en la parte más arriba del cráneo.
No entiendo cómo había días en los que la ciudad quedaba fantasmal y otros en los que no echas en falta nada para crear moldes de personajes literarios. Por último, quiero destacar la fugaz presencia del hombre que nunca termina de pasar. Por su discapacidad en el sistema nervioso periférico, no coordina bien su cuerpo y cuando camina parece que lo hace con espasmos y a trompicones. Por ello se apoya y descansa en cada banco y exhala una bocanada de aire nuevo en cada esquina. Le cuesta desplazarse demasiado. Además ha cogido la rutina de caminar (pasear requiere más placer) todos los días durante un rato. Cuando aparece a lo lejos pienso en la canción Heroes de David Bowie. No es que disfrute viéndole cruzar una calzada; digamos que percibo la belleza de a quien la vida no se lo ha puesto nada fácil. La urbe es el caldo de cultivo, la única que ha seguido ahí tiempo ha. La verdadera destinataria cuando en la iglesia doblan las campanas. Lo demás es el vestido en su conjunto.

viernes, 4 de julio de 2014

Señoras del pelo

Siempre me ha parecido llamativo el mundo de la peluquería. Que te acaricien y froten el pelo considero que son acciones tanto privadas como personales. Por eso suelo estar incómodo en esos lavabos donde la peluquera intenta contener el agua para que no pase de la nuca del cliente o de la toalla que te colocan alrededor del cuello. Todo tan pulcro y a la vez tan inhóspito. Olores de laca, gomina, el motor del secador zumbando sobre una melena sexagenaria y teñida, el aroma a tinta impresa de las revistas del corazón (algunas muy manoseadas, otras casi caducas), la emisora de radio en una sintonía mal elegida. Trabajar con el pelo se podría llegar a sostener que es un oficio de exquisita precisión. Esa tijera próxima a tu iris mientras te recortan el flequillo (si aún te queda). ¿Acaso hay otras ocasiones donde uno pueda ser tan vulnerable? En caso de pánico no nos podríamos defender porque nuestras manos están bajo la sotana negra para evitar mancharnos. He dicho pánico porque no me explico como hay casos donde una profesional puede hacer tres acciones a la vez: cortar, pensar en lo próximo que te va a preguntar y hablar a la vez.
Las hay fumadoras que no se reprimen en contener el olor a nicotina que desprenden sus manos. Las hay impertinentes preguntando aspectos quizá demasiado personales para el estrecho margen que debería haber entre profesional y cliente y en ocasiones ni existe. Es cierto, no soy uno más. Me gusta que haya cierta distancia cuando trato con las personas. No me gusta que me pregunten dónde vivo, ni qué funciones desempeño en el trabajo. Intento estar lo menos posible en los sitios donde más se me pide que intervenga. Habrá clientes que estarán gustosos de desinhibirse con el primero que pase... no es mi caso. 
Como todo, también hay aspectos positivos. Hay peluqueras agradables que mantienen a raya su rol. Es como si pretendieran hacerte sentir cómodo, pero de un modo innato. Se me han dado casos donde me ha parecido hasta algo interesante lo que me contaban. Es más, semanas más tarde he seguido pensando en lo que me habían dicho: sus hijos, sus proyectos... hasta que he tenido que volver a ir para asear, meses más tarde, mi imagen. Entonces hay otra peluquera que me cuenta su historia y la nueva narración tapa a la anterior y la solapa. Unas por otras, siempre acabo preguntándome por qué no cambio de peluquería. Pero las historias se multiplicarían y mi mente, capaz de memorizar el más absurdo de los detalles, acabaría escribiendo sobre ello.
En cualquiera caso soy de los que opina que todos nacemos para desempeñar una función. Hay otra corriente progresista que afirma que cualquier labor se puede aprender y poner en práctica por cualquiera y donde sea. Tenga quien tenga la razón, a todos nos ha pasado que al caer en manos del profesional adecuado nos hemos despedido pensando: «Ha nacido para esto». Luego nos remorderá una envidia un tanto insana que nunca hará tambalear los cimientos, pero ahí estará. Presente como el lunes, inexorable como los domingos.

viernes, 6 de junio de 2014

Lo que nadie cuenta de la emancipación

Uno se va de casa pensando que no perderá a los suyos, pero lo que desconoce es que se abre una grieta, bastante profunda, entre la familia y el emancipado. «Es normal», pensarán algunos, «ley de vida» dirán otros, incluso los habrá que ya estén buscando un cabeza de turco por disgregar la unión sanguínea y seguir su propio camino. Así lo hizo mi padre, su padre, el abuelo de este... y no paro de contar. No es que la relación empeore, es que se vuelve muy distinta. Sonará descabellado, no obstante cuando uno sale del hogar familiar ya no regresará nunca bajo el rol que dejó. Primero porque el que se va comienza una nueva vida y porque los que se quedan se acostumbran a su ausencia y la rehacen o reconstruyen. Si ha pasado siempre... seguiré aconteciéndonos. Da igual que se haga una visita dos veces en semana, o tres, o una. Uno se ha trasformado en un invitado de lo que antes era su techo.
La comunicación también es distinta. Sobre todo si eres un chico. Quieres soltarlo todo en un corto periodo de preguntas y al final te dejas lo más importante en el tintero y piensas: «La próxima vez será» y no es. Porque el tiempo, imagínense que es como el retrato de Frida Kahlo, La columna rota,  de 1944. Ahí se escenifica muy bien lo que pretendo transmitir. La columna es la familia y se va deteriorando en lapsos (ni los clavos la sostienen) porque la ausencia del arropo anhelado la va mellando. Es una línea de hormigón que te segmenta el alma. ¿Es lo adecuado estar lejos de ellos? Claro que sí porque el hombre y la mujer, cualquier individuo capacitado, debe y puede edificar su propia familia, repleta de buenos momentos y de costumbres propias (para mí la verdadera riqueza de la independencia). ¿Cómo es pues que la vida sin emancipar con respecto a la emancipada parece tan diferente a la otra?
Desde mi punto de vista ahora somos adultos que no han aprendido a deshacerse del vínculo infantil que los protegía. Estamos a lo nuestro, sí, solo que no sabemos arreglar una cañería, un simple enchufe o anudar una corbata. De repente hemos crecido con todos los caprichos o facilidades y nuestras facultades a la hora de desenvolvernos en el mundo se han visto afectadas. Hay acciones o labores que solo los padres saben llevar a cabo y ahora que estamos en esta soledad buscada, y por lo tanto benigna, nos damos cuenta de que algo parece no encajar. Si a ellos les salía tan bien instalar el riego automático ¿debemos conformarnos con no saber descifrar unas instrucciones de un mueble Ikea? Tampoco es tan difícil, claro que no, a base de intentar uno aprende; como decía así ha sido hasta la fecha y seguirá siendo.
No pretendo ver nada más que lo malo, de hecho cuando uno se encuentra frente a un problema y no hay nadie que te pueda ayudar es cuando más autónomos nos sentimos y es cuando mayores logros se consiguen. "Lo conseguí sin ayuda de nadie". ¿Hay mejor recompensa que esa? Sin embargo, lo único que perdemos, y aquí vuelve a aparecer el tiempo, es que dejamos de estar junto a los nuestros con la asiduidad de antes. Perdemos viveza porque al no verles parece que la vida va a grandes saltos... enormes piruetas descontroladas en tu contra, sin frenarlas. Lo que antes era inexorable y bien avenido se antoja, de un tiempo a esta parte, cruel, antinatural e impropio...
De aquí esta pequeña reflexión varada en las cuerdas de un reloj. Las manijas que con su tictac se establecen como las verdaderas enemigas. Lo más cínico es que no habrá jamás padres que puedan retenerlas o frenarlas con todo el amor y cariño que arrastran para el consuelo y descanso de todos. Tampoco hijos.

martes, 27 de mayo de 2014

Catalina

Se me ha olvidado tu tos, ese ruido tan tuyo que ya mi cerebro ha borrado del mapa de recuerdos. Pero aún sigues viva en mí. Desde la forma de tus pulgares hasta la profundidad de las arrugas que mostrabas. No se me borran los andares y creo que tu voz sigue reverberando en nuestros oídos. Qué bajita eras para tanto tronío.
Es cierto, la muerte entroniza a quien la padece. Contigo se marchó una generación que supo sobrevivir casi sin alimentos y caminar sobre esparto.
Debe ser que si la muerte ensalza las virtudes, la posguerra concedía galones, siempre obligados por pura supervivencia. Desgraciadamente la historia es cíclica y abuelos y nietos, sin balas de por medio, pueden estar pasando malos momentos aquí y ahora.
Contigo se va la retahíla de canciones populares  como Las cabritas de Juan Serrano y cuentos como El gato de los pies de trapo.
Quedarte sin la presencia (aunque me emancipé y eso abre una distancia) de alguien que nos educó y cuidó mientras mamá se ganaba el pan, se hace muy cuesta arriba. Demasiado para alguien con tanta imaginación como yo. Por eso te sigo soñando. No lo elijo, créeme. Me asaltas en el inconsciente riéndote a carcajadas como hacías de un tiempo a esta parte. Luego tuvo que venir el roto, el resquebrajamiento, el adiós final.
"Hay que reír, que ya lloraremos". Y reímos. Nos desternillábamos cuando me escondía y te asustaba.
Ahora he de confesarte varias hechos.
Ya no cojo el teléfono con la voz engolada del modo en que tú lo hacías con algunos familiares. Tú lo llevabas a cabo para reivindicarte, yo por seguir con la chanza.
Cuando veo a una de tus hermanas, la más parecida físicamente, me encuentro en una constante contradicción porque la quiero cerca y lejos. Aquí porque es una viva imagen tuya, allí porque no eres tú. Sé lo que significa desear la lejanía de alguien y más de un familiar, pero decido soltar ese lazo. El suyo no el tuyo. No hay peores impostores que la propia sangre.
Y pasarán los días y el mapa seguirá mostrando el camino. Porque a veces solo somos esto... el andar hacia adelante sabiendo a dónde mirar y buscar. Por eso te rememoro ahora en estas líneas. Despidiéndome, una y otra vez, con un beso en tu frente.
La enfermedad que te llevó sigue arrasando a los nuestros. Primero comienza despacio como el goteo inicial antes de la tormenta, hasta que la enfermedad pega el brinco y se multiplica; lo supiste, lo sabemos. Sin poner tierra por medio hay que seguir jugándose la sonrisa. Por eso estamos aquí. Para que prevalezca lo bueno. Las penas que se queden del balcón hacia adentro. La vida es (y seguirá siendo) un fandango.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Collejas sin ton ni son

Echando la mirada atrás me han sucedido una serie de acontecimientos peculiares que me gustaría resaltar por divertidos y porque siempre se puede aprender algo de ellos.
En cierta ocasión una profesora de lenguaje en mi instituto preguntó a voz alzada (nunca hagáis esto si hay un aguafiestas que pueda poner en tela de juicio a vuestro ídolo) qué nos parecía Imanol Arias. Con dieciséis años no sé de dónde saqué la valentía para hablar en alto y decir que me parecía un actor desfasado (No me imaginaba el indiscutible éxito de Cuéntame, eso queda claro). La profesora puso un gesto como cuando descubres el hedor de un pollo crudo en mal estado. Le pisé a su actor favorito... me cogería en lunes. Qué sé yo. Qué más da ahora.
Me retorno al año 2010 cuando en mi blog, en este mismo por el que estáis invirtiendo unos minutillos en su lectura, dediqué como un puñal una crítica a la asociación de mujeres Rosa Montero de Fuenlabrada. No lo hice con malicia y algunos compañeros de La buena letra me respaldaron por aquella acometida literaria. Recuerdo que intenté pasar a su asociación a ver Memorias de una Geisha y me ignoraron de un modo un tanto hosco y descarado. Por entonces me escribieron dos comentarios a mi texto y luego, algunas de sus miembros se dirigieron a mí para hablar de nuevo sobre lo que había escrito años más tarde incluso. Como dijo no sé quién "que hablen mal de uno, pero que hablen".
Y ya cierro mis curas de humildad con el tercer y más apoteósico rapapolvo que hice en ese mismo año. Presentando Después de la lluvia en el ayuntamiento de Fuenlabrada se me ocurrió prepararme una presentación de lo que consistía ser o no buen escritor y de lo que era o no un buen libro. Como malos ejemplos cité a Stephen King. Conté sus años y luego sus libros. Pues el genio tenía más bibliografía que cumpleaños en su haber algo que, por entonces, me pareció cínico incluso osado (luego leí Mientras escribo y entendí un poco mejor al escritor americano). El caso, es que a toro pasado no sé cómo nadie me increpó lo que estaba defendiendo. Supongo que fue por una cuestión de gustos y así lo entendió el público y porque todos sabían que era novel y levanté la empatía del tendido (vamos, de las veinte personas que fueron o así y de las que me preocupé por no aburrir en exceso).
En resumen, que de los tres patinazos narrados solo me retracto en el primero. Los Alcántara son los Alcántara a pesar de que jamás he visto un capítulo entero, pero su elaboración me parece bastante lograda y verosímil.

jueves, 1 de mayo de 2014

A Fran


Una amistad forjada hace once años nunca debería pasar desapercibida y considero que mucho menos olvidada o menospreciada. Fuimos soñadores del mañana en un campus sin biblioteca, ni libros y no miento si afirmo que los profesores estaban siempre por debajo de lo que esperábamos, excepto alguna grata sorpresa que se quedaba solo en eso… en un breve consuelo. Nos levantábamos cada mañana imaginando cómo sería nuestra vida recompensada, cuando dispusiéramos del diploma bajo el brazo, en vez del pan. Y en eso pasaron los días hasta cumplir la deliciosa “condena” de cinco años. Otros compañeros la sacaron en seis, pero ese no es tu caso. Tú eras de los que con dos días antes sacaba un examen sumamente digno. Siempre recurríamos a ti para resolver las dudas informáticas ya que, a buen ojo, supimos enseguida que nuestro amigo Fran era aplicado y responsable; lo era y lo seguirá siendo aún cuando los nuevos edificios se conviertan en algo cotidiano alrededor de donde todos nos conocimos. Hasta los eriales proliferan Fran.
¿Y ahora qué? Pues has decidido montar una empresa. Algo que requiere una madera especial, un arrojo distinto y distinguido que no todo el mundo conserva ni posee. Los emprendedores saben jugarse el tipo (y el puñetero euro) caminando hacia delante porque no tienen otra; no tenemos más que seguir andando o rodando en otros casos. Te deseo lo mejor en este aspecto laboral, ahora que hemos dado con nuestro pellejo contra la cruel definición de generación perdida. Aunque los periodistas que acuñan términos, tendencias o movimientos siempre lo hagan un poco a destiempo. Ya que de haberlo sabido antes también hubiéramos estudiado lo mismo. Lejos del masoquismo y cerca del puro empeño y la constancia. De todos modos, no perdamos la esperanza… todavía estamos a tiempo de adivinar cómo diantres se arregla un enchufe o anudar adecuadamente una corbata.
Entremedias quedan nuestros paseos por el Madrid de siempre. Subimos por la calle Atocha (o bajamos hasta Ronda de Toledo si es domingo para ver los puestecillos aunque nunca compramos nada; Álvar sí) vamos a ver tebeos, videojuegos o figuritas para ponernos los dientes largos mientras charlamos y a lo mejor nos tomamos el refresco donde Los amigos o en el bar próximo a Doña Manolita. A las tres horas, o así, regresamos a Atocha donde cada uno parte para su casa. A ti todavía te quedan unos treinta y cinco minutos de reloj, a buen ritmo, para llegar, a mí seis o siete estaciones hasta parar en Zarzaquemada. Lo siento, pero no recuerdo cuando comenzamos con todo este genuino ritual.
Escribo esto porque el 23 de abril fue tu cumpleaños y cuando leas estas frases te darás cuenta de que tendrás que habilitar un pequeño anaquel para colocar los regalos que te he ido haciendo durante estos años, casi todos libros por cierto y de deporte en su mayoría. Prometo que cuando descubra algo mejor lo conseguiré en tu sorpresa.
Sigue luchando amigo mío en este día a día que nos ha tocado vivir y yo continuaré alegrándome de tener un amigo al que considerar verdaderamente un periodista y mejor persona. Nos quedan muchas metas y paseos por materializar aunque seamos algo nostálgicos del pasado, lo mejor siempre está por venir. Y “todo está por caer” parafraseando de mala manera el chascarillo que decían nuestros sabios mayores y dándole una perspectiva positiva. Un placer, compañero.

jueves, 10 de abril de 2014

Otro agosto

Cruzo andando una carretera de sobra conocida. Es una de tantas que presentan ese mapa de grietas en el asfalto elaborado por la erosión de la lluvia y el calor. Pienso en eso, en pequeñas fracturas del tiempo en un devenir ajado. Camino sobre alquitrán otrora negro, ya casi blanco. Voy de medio a medio. Miro a ambos lados aunque la dirección sea de un único sentido. No viene ningún vehículo. El 12 de agosto es una fecha más en el calendario, solo que el medidor de los días sigue tan nuevo como al principio. Todavía no amarilleado. Por supuesto. Esos objetos amarillean en las montañas de desechos. Doce meses no es tiempo suficiente para envejecerlo, luego, en seguida, lo arrojamos al cubo de basura donde se mezcla con otros residuos que lo mancharán y lo convertirán en "uno de ellos". Porque la basura no es tal hasta que no pertenece a esa bolsa negra.
Sigo caminando y me detengo en un parque con unos álamos que comienzan a reverdecer sus ramas, los pocos que la concejalía de medioambiente ha dejado sin talar. Porque caray, un árbol sin hojas bien puede dejarte sin sombra un caluroso día de verano. Sé que sonará ridículo, dramático y quejumbroso, pero me parece absurdo dejar a los cimientos vegetales tan en tabula rasa. Con lo agradable que es intentar percibir el viento agitado entre las hojas allí, tan arriba. ¿Dónde percibir el movimiento cuando se está en la calle? Algunos dirán «en los coches que pasan, en las propias personas, en los gorriones y mirlas...». No. Nada me produce mayor satisfacción cuando paseo que contemplar un buen árbol con sus ramas mecidas con levedad.
Miré a lo alto y no había ni una ligera brisa. Ahora es agosto y casi nadie sale por la ciudad. Y menos a estas horas. Apoyé la espalda junto a un tronco. La ligera camiseta no impedía notar su rigidez. No las veía, pero seguramente que tras de mí, en la madera, había insertadas unas cuantas grietas por el pasar de los años. Parece ser que vivir conlleva eso: pliegues, arrugas, hendiduras de las materias deformadas por la gravedad y el deterioro molecular. Algo pasaba sin duda entonces. Desde el automóvil no se perciben cuando se está en marcha y mira que se pisan. Los enamorados no ven tampoco las marcas orgánicas de los álamos cuando escriben sus nombres para ser inmortalizados y si las ven intentan que la erre de Ramón no toque esa imperfección de lo que ya estaba escrito antes de ellos, la grieta. Pues algo sucede, sin duda, cuando una mayoría no repara en ello y la minoría, es decir uno mismo, sí.
Imagino que solo son cavilaciones de un verano abrasador, sin mayores planes que los de sentarse en un banco y ver ocultarse la tarde tras los bloques de ladrillo y cemento (seguro que algunos presentan pequeñas grietas en algunas habitaciones) de más de cuarenta años. Me acaricio el rostro con mis manos, las bolsas bajo los ojos, la piel flácida, un tupido bigote completamente níveo. El viento debería de estar agitando mi pelo también cano, vestigios de lo que una vez fue. El extraño del parque nunca llevará bastón ni boina. La cara, mapa del alma, se me quemará como le pasó a mis antepasados. Un rostro curtido ahora en mitad de un agosto vacío y hueco de personal es lo único que espera aquí afuera. La soledad cuando es alcanzada y elegida parece no ser tan agria. Siempre quedará un sol tras otro y seguir soñando vivencias. La dureza de este asiento tiene gracia, pero hay una pequeña planta que está brotando de su hormigón. La miro. La veo. Todo queda. Un amanecer de días pasados me hacen sentir como si tuviera los bolsillos repletos de ilusión. Estoy pleno y satisfecho, listo para recibir el porvenir.

viernes, 21 de febrero de 2014

Pensar en ello

Jacinto estaba triste. Las plantas se le estaban marchitando. La mayoría de las hojas amarilleaban hacia el centro, perdiendo así su color inicial. El pobre las había puesto nombre. Estuvo varios días mirando a las macetas para averiguar cómo debía llamarlas. No sé si alguien habrá reparado en semejante pérdida de tiempo, pero, no obstante, era lo único casi que le quedaba. Eso y las facturas que sin trabajo no podría solventar. Así eligió Ana para la pilistra, Sergio para el geranio y Doroteas para las petunias.
De nada le sirvió aquello. Tampoco fue eficaz el hecho de cantarlas mientras las regaba o dejarles un disco de música clásica cuando salía a comprar.
La tierra, encharcada y estéril, comenzó a ser criadero de mosquitos y otros insectos. La naturaleza era sabía; creaba vida de lo que se estaba muriendo. Luego pensó en su debilitado cuerpo, en sus ganas de salir ileso en aquella realidad, pero era imposible, sus miembros también se iban entumeciendo hacia el centro. Su corazón no bombeaba bien. Pensó en gusanos, en fuego y luego, de nuevo, en tierra... se moría.
El pánico se adueñó de Jacinto y se agarró con fuerza, la poca que aún le quedaba, a un cojín del sofá. No había reparado hasta ese momento en el sensual carmín que manchaba el vaso de anoche. Estaba tan vació de güisqui como falto de plenitud. Porque, para él, cuando un recipiente estaba sin su contenido carecía de entidad. Así, por ejemplo, un tornillo es más tornillo cuando le acompañan madera y destornillador.
Esa mujer, nunca suya, se mantendría a flote. Las mujeres, en verdad, aguantan mejor el dolor sentimental que el hombre. Que rehaga su vida, no importaba. La imaginó con otro y no le pareció mal. Era lo justo, lo esperable y respetado. Así debía ser. Un tablón, a la deriva, solo aguantaba el peso de una persona. Ella flotaría en los sueños de otro y Jacinto se volvió a mirar a las plantas mientras pensaba que lo mejor de la vida era no dejar raíces.
Cuando se tranquilizó recapacitó sobre si la desesperación era un lastre solo en la ficción.
La existencia no es tan venérea. Lo peor del vacío es hasta que se salta o sueltan porque dejó caer, uno a uno, los tiestos por la terraza y no paró de sonreír al sentir un alivio tremendo en el resquebrajar de la cerámica sobre la acera.

viernes, 31 de enero de 2014

Editorial revista 2014


Siempre habrá sentimientos enfrentados y más en esta sociedad donde Blesa no importa un bledo y en la que, ahora, si permaneces fuera de tu país durante un tiempo es real que puedas perder el derecho a la asistencia sanitaria. Ni se queden ni huyan. Los ancianos (y no tan vetustos) piensan que lo que se ganó en el pasado se pierde con este presente. Ante este contexto demasiado simplificado no pueden ni deben faltar las ganas de seguir adelante. La ideología se hace nada mientras haya tres elementos: el papel, un lápiz y una idea o, en su defecto, un teclado, la pantalla y una idea similar. Que se sepa que a través de la cultura se pueden lograr objetivos importantes, aunque ello se pueda englobar en una bajada de su IVA cogida con pinzas a bombo y platillo. Con el arte a un lado centrémonos en la literatura.
La buena letra es ese grupo literario y de amigos que, a pesar de lo que nos está cayendo, siempre sale con la cabeza erguida. Forman un nido de cariño y buen hacer donde la palabra compañía se escribe con mayúsculas. Y es que uno nunca está solo una vez que forma parte de la asociación. Por muy lejos que se esté, la memoria trae grandes recuerdos de todos y cada uno de sus miembros. Debajo de cada letra escrita siempre hay una historia que merece ser contada. Es por eso por lo que vale la pena pertenecer a ese algo, se haya estado diez años o cinco meses. Al final todo se reduce al espacio donde se reúnen y que antes era otra sala, y mucho antes fue otra también. Y desde allí hay que valorar hacía dónde van. Son una tuneladora de oficio sin beneficio (económico, por supuesto). Les mueve la pasión por la escritura y la amistad que les une. Lo único que pretenden es seguir ahí con sus proyectos, recitales, talleres literarios y todo lo bueno por llegar. Que siga el ritmo de los que saben leer y escribir. Porque afuera tal vez no ocurra nada.
Expertos economistas hablando del final de la crisis para el año… ni se sabe. Pero dentro, entre esas cuatro paredes, uno puede valorar que el tiempo invertido allí merece la pena.
Para ir concluyendo, al estar en La buena letra uno aprecia más el complicado tema de la poesía. Oyéndoles y leyéndoles podrán sentirse satisfechos por el hecho de no tener que escribir poemas mientras lo hagan ellos. Al César lo del César o algo así.
Ya saben, si acuden a calle La Paz s/n los viernes por la tarde se percatarán pronto de lo narrado aquí. No olviden que los allí presentes están dispuestos a escuchar, aprender, y compartir sobreviviendo al paso de los días ante cualquier adversidad; y leyendo lo oscuro que pintaban los primeros párrafos del texto… eso ya es algo, créanme.

viernes, 3 de enero de 2014

Miscelánea

Hay un hombre acodado en un banco, solo, con la vista perdida y las manos entrecruzadas sin intención de ocultar el grave problema que reposa sobre sus hombros. Una madre vigila a sus dos hijos para que no salgan del parque, aunque ya casi no existan desde que privatizaron los soportales y levantaron muros a favor de la intimidad de los residentes. Los espacios de ocio infantil por no tener no cuentan ni con arena. Ahora son de una amalgama de caucho que absorbe bien los impactos. Se acabaron los chichones y el gua.
En la calzada, justo en su medio, una anciana se detiene con el bastón para registrarse los bolsillos en busca de algo muy importante que se le acaba de cruzar por la cabeza.
Las cinco personas no se conocen y forman un paisanaje siniestro e incierto.
¿Qué le sucede a El pensador que parece apagarse según va descendiendo el sol otoñal? ¿Por qué es tan protectora esa madre que no se pierde ni un minuto de vida en los pequeños? ¿Hasta qué punto está cabal la anciana por detenerse en mitad de una carretera?
Todos están ahí por algún motivo y ninguno casa entre sí. Representan ese puzle tan cotidiano y que nadie suele ver a no ser que se esté esperando a que abran una tienda o se haya quedado con alguien en ese mismo lugar y la persona anhelada se retrase. Entonces lo vemos; siempre estuvo ahí. Esa realidad a lo Dalí que como en sus relojes resbala y se desborda. Está pasando algo, tanto para el que no ve como para el que no sabe mirar ni escuchar.
Son historias discordantes y huecas; ese fondo del cuadro que pasa desapercibido y sin pretenderlo dice más que la primera línea interpretativa.
Podrían ser hasta una película muda por excelencia o el aforismo más extremo. Uno se siente extraño en este contexto en el que solo puede y debe mirar. Lo incómodo, lo aberrante es que cualquiera de esos personajes improvisados dedicara algo de su atención para detectar a quien les contempla. ¿Qué hace ese chico tomando nota en un cuaderno? Pensaría la anciana ¿Me está dibujando? Pensaría el hombre. Vaya mal estudiante que viene a un parque a distraerse, diría la madre.
Y como un débil escritor se cierra la descripción porque no hay nudo ni historia. Tan solo un leve vistazo en el alma humana, pero me pregunto ¿Harían algo más esos desconocidos si supieran que el destino quizá no les reúna jamás? Sería de idos pensar que podemos interactuar con todo ser con el que nos crucemos. Sí. Somos sociales, pero de  tiempo finito.
Por lo tanto, bajo la invisibilidad de esos momentos solo nos queda la somera contemplación. La anciana podrá ser atropellada aunque tal vez se esté desatando el alzhéimer. Nadie resolverá las deudas económicas del hombre acodado y la madre sobreprotectora asistirá al desentendimiento por parte de los hijos durante la adolescencia.
Aunque me cueste decirlo, lo único que me une a ellos es este bolígrafo que intenta retratarlos. Por supuesto que tendrán sus buenos momentos... lejos de allí donde me senté a observar aquella tarde.