lunes, 23 de abril de 2012

301 velas

Llevo unas semanas pensando en cómo dedicarme esto. Cómo poner una especie de punto seguido a una frase importante. Tal vez debería comenzar estas líneas hablando de mi orgullo. Él fue quien me dio el empujón para que una corriente de fuerza y ánimo me bañara las falanges (qué palabra tan de derechas; da igual si se cuenta desde el metacarpo o metatarso) y poder así completar, tras cinco años irregulares de escritura una media de sesenta textos por año, dato que dice a las claras lo poco que me involucré en los dos primeros en los que solo hice uno y uno; una broma vamos. Corría el año 2009 y un chispazo en el cerebro, tras muchos raciocinios de cruda realidad y duro paro, me alumbró la senda a seguir: no parar de escribir, guardando las formas y siendo acertado en lo que estaba por escribirse hasta que me cansara o se fundieran los códigos binarios entre teclado y CPU. Tras alguna que otra falta con tarjeta roja y más de un buen acierto me planté en 2010 con doscientos doce textos, algo que bueno para no hacer nada, no está mal. Esto puede venir a decir lo que para la Grecia Clásica significaba estar sentado. No está mal porque no estás tumbado sin hacer nada pero tampoco es tan productivo y laborioso como estar de pie. Eso decía el prólogo de La República.
Así me tomo otras doce uvas y entra 2011. Aquí, otro de mis altibajos me permite (que suerte la mía el dar todavía con estas conexiones), o me deja escribir, cincuenta y un escritos con bastante más trabajo del que mostré el año anterior, pero con más dedicación y amor propio que cuando sólo escribí dos textos. Aunque lo del amor propio… sepan que esta flor echada es exclusivamente porque cumplo trescientas entradas que si no. Es más si rebuscan verán que no hay otro texto igual.
Esto solo son datos, que pueden o no reflejar algo. Lo que si es sólido son las casi 20.000 visitas que he obtenido a lo largo de este periodo de tiempo, donde lo único que perseguían mis dedos y mis sueños eran escapar de la mediocridad… de la literaria… de la vital. Siempre he pretendido destacar en algo. Eso sí, sin hacer mucho ruido, por eso decía lo de la flor y lo del cumpleaños. De mucha relatividad.
En cuanto a mis seis seguidores no les tengo que decir nada. Sé que algunos han caído presos bajo la red de gmail y no pueden desligarse de la vinculación con el blog. Lo sé porque a mí me ha pasado lo mismo para con otros. En cuanto a los que estuvieron y todavía quieren estar les prometo más de lo mismo en grandes dosis, en las que me deje el tiempo diversificado en escuetos días de veinticuatro horas, nada más.
Y saludar cómo no a mis dos principales seguidoras a Cris por corregirme los errores que me ciegan bajo su minucioso tacto, Chus que me lee incondicionalmente sea bueno o menos bueno lo que pase por sus ojos y por lo que calan sus mensajes, a Florín por lo atinado de sus comentarios, a Nines porque también como todos los nombrados deja huella y a Rubén por haberme prestado su ágil sabiduría con las computadoras para levantar esta pequeña, diminuta, joya que es para mi El Golemjull. A todos vosotros que sois el epicentro de esto. Un abrazo muy fuerte y mucha suerte allí donde estáis.

miércoles, 18 de abril de 2012

El final

Todas las tardes después de la siesta Aurelio baja a la calle y se sienta en el banco de piedra que hay enfrente de su casa, aunque lo que busca es sentarse en otro. En esas horas ya le ha dado tiempo de fregar su platito de cristal y el vaso, además de prepararse algo de comer para el día siguiente. Una manía obligada que le venía de muy lejos, porque no tenía tampoco nada que hacer por las mañanas.
Aquella tarde, el banco, su banco, está plagado de niños con las madres. En aquel parque junto a la iglesia del pueblo, alejado de casi todo no se explica qué hacía tanto número de críos ahí sentado, de pronto junto a él. Por un momento, se ve tentado de apartarlos levemente con su bastón, pero Aurelio decide, no sin pensarlo varias veces, cambiarse de banco e irse a los que colindan con el quiosco y la carretera. Algo que no había hecho… nunca.
Desde esa posición la torre eclesiástica se ve ligeramente desde otra perspectiva más lejana pero igual de omnipresente. Ella seguiría ahí cuando él se fuera.
Entonces, cuando le esta asaltando una especie de honda melancolía, Arturo sale de su quiosco para entregarle como siempre el periódico del día anterior.
­­—¿Cómo estás Aurelio?
—Aquí sentado, que me he tenido que cambiar de sitio por unos críos.
—No pasa nada hombre, que todos los bancos son iguales.
—Ya pero ese me gusta especialmente. Sabes que prefiero el de madera que te comento a los de piedra.
—Bueno, hombre, bueno. En tu periódico no pone nada interesante, tan solo lo de Don Juan Carlos —dice Arturo rascándose la nuca.
—En realidad he salido de casa por eso solo. Por ver qué dicen de él, o qué han dicho, porque ya es pasado.
—¿Por qué no compras la prensa diariamente?
—Porque me la regalas tú en el modo que lo hacemos ahora y porque por las tardes, que es cuando me gusta salir, las noticias impresas ya son pasadas casi. Viene a significar lo mismo que comprarse un periódico por la noche.
—Pss, será.
Y luego Aurelio se va a su mundo de El Mundo y llega a la conclusión leyendo las noticias y el editorial que hasta ser Rey va a ser difícil ya. Porque una buena parte de la opinión pública está en su contra. ¿Y qué era eso para alguien con inmunidad?
Sea como fuere se devora en un santiamén el periódico en el orden que le gustaba. Siempre con las mismas costumbres, siempre lo mismo, se repite para el cuello de su camisa, algo descolorida de tanto lavarla, durante demasiado tiempo quizá.
Así que se marcha y cuando ve que ya no hay nadie en su banco, se sienta un poco. Las vecinas lo llaman “el viejo Kant” porque siempre pasaba por los mismos sitios a la misma hora. A las seis menos veinte si miras al parque allí lo tienes y a menos cuarto, y a menos diez y si supieran todo lo que les queda por observarle, porque en ese banco murió su mujer hace ya diez años y porque, en esta ocasión, el olvido, al menos el suyo, no haría de entierro. Y donde lo único que va a hacer es ir todas las tardes a su sitio funesto y tan hogareño. Cuatro tablones de madera, tornillos y los soportes en hierro. Por las tardes no quiere nada más. Solo sentarse ahí y esperar el momento. Aunque si ese final se produce en el mismo sitio que su esposa, comprometería a Arturo que solía mirarlo desde su quiosco. Le imagina socorriéndole cruzando la calle y por eso preferiría marcharse en otro lugar, tal vez en la mañana de su solitaria casa, aunque como eso no se elige si ha de ser de un modo natural. En aquel salón con un brasero inoperativo hasta que regresara el frío tampoco era mal sitio. La única diferencia que hay entre ella y él es que tuvo una esquela. Y ahora nadie recodará a Aurelio. Tampoco un simple y estúpido recordatorio te asegura más gloria una vez que ya no se está, pero era un buen cierre. Pensó en lo mal que se siente ya en su casa y preferiría no ir más. Esto lo piensa cada día cuando le toca regresar. Siempre el mismo procedimiento, levantarse y mirar el respaldo. Se había convertido en una manía. Arturo se lo tiene dicho, pero no hay manera de abandonar el hábito del frío y amargo recuerdo.
Así, se aleja de aquel sacro lugar para esconderse, momentáneamente, en su casa. Mañana volvería con la escusa de leer la prensa caduca y engañarse, un poco más, a sí mismo.

viernes, 13 de abril de 2012

Home

Como muy bien narra Salma Hayek en Home la situación por la que transcurrimos no es la más idónea desde que estamos aquí los seres humanos. Lamentablemente esto es debido, en parte, a que las primeras potencias mundiales no firman una reducción de gases invernadero con la puesta en marcha del protocolo de Kioto. No solo Estados Unidos y China lo están incumpliendo, sino que además no fomentan un buen ejemplo ni un clima cooperativo para con la ayuda medioambiental. Otros puntos a tratar son que la mitad de los países pobres son ricos en recursos. Esto quiere decir que podrían desarrollar algunas herramientas para salir del “pozo” en el que están metidos. Aquí no estaría de más hablar de lo que se suele llamar “brecha digital”; donde los países ricos tienen cada vez más recursos informáticos y los pobres menos. También habría que hacer mención a los datos que se pueden ver en Home como el hecho de que el 20% de los hombres consuma más del 80% de los recursos. Esto quiere decir que con poca cantidad de personas se gastan demasiadas materias primas terrestres en la consecución de cualquier fin. Lo que resulta altamente vergonzoso es la cuestión de que los gastos militares sean doce veces más altos que los del desarrollo. Mucha culpa de ello tiene Estados Unidos que ha ido contagiando al resto de potencias mundiales su sistema militar. Sigue habiendo en el panorama internacional un gran miedo frente a los ataques beligerantes. Me refiero al caso actual de Corea del Norte con los misiles de Pyongyang. Las potencias mundiales entran en conflictos absurdos desatendiendo a los realmente necesitados. Esta inoperancia se demuestra en que cinco mil personas mueren al día por la ingesta de agua no potable. Algo se debe estar haciendo de un modo incorrecto para que un bien tan necesario y que esté en la naturaleza no llegue a todos las personas. Nada de esto tendrá su lógica si seguimos con el dato de que el 40% de las tierras cultivables están degradadas. Sin selvas no habrá oxígeno y el agua se compone, en suma medida, de ello. Lo peor que estamos haciendo es, quizá, permitir que la banquisa se reduzca un 40%. Home cumple con creces la idea de transmitir todos estos mensajes sin caer en el alarmismo porque sabe que entre otros hechos el tiempo se nos está echando encima. Lo consigue con unas imágenes muy claras y objetivas, con una buena banda sonora y una narradora eficaz.

domingo, 1 de abril de 2012

Elling

La obra de teatro Elling sorprende al espectador desde la primera frase de Carmelo Gómez (Elling) y durante toda la representación. Esto no significa que sea buena o mala pero tal vez no es lo que el público se puede esperar a primera vista e impresión. De la obra impacta todo; desde las actuaciones, hasta lo que intentan trasmitir. El papel de Kjell Bjarne, caracterizado por un camaleónico Javier Gutiérrez, está algo sorbreactuado. Y es que si hay algo complicado de interpretar debe ser la locura y aquí se exceden desde la idea base porque, como en otras muchas oportunidades, se sigue el camino de la mitificación más que de lo real. El director Andrés Lima ha pecado, tal vez, de pretencioso y ha conseguido que por ejemplo el público no sepa si el personaje de Alfons, es o no invención de Elling, ya que hay otros que sí lo son como la madre del protagonista principal que ya muerta se le aparece a modo de alucinación. Tampoco se entiende si al final la madre del personaje principal era buena o mala por un par de comentarios negativos que se dejan traslucir en la obra en boca del personaje caracterizado por Carmelo Gómez. Quizá por ese motivo Elling sienta esos problemas tras su muerte, pero no se acaba de entender completamente. La escenografía corre a cargo de Beatriz San Juan y Almudena Bautista. Las dos son sumamente eficientes con el hecho de recrear unas habitaciones con dos simples camas estrechas, como en la de los antiguos hospitales psiquiátricos, dos sillas pequeñas de madera y una mesita de noche también del mismo material. Con ello escenifican todos los decorados que podrían combinarse y que son al menos cuatro. Sin embargo, lo que más surte efecto en la narración es la iluminación que recrea las llamadas por teléfono y algunos estados anímicos más efectivos con una simple luz que las propias interpretaciones. Secundariamente, hay otra línea de interpretación y es todo lo que van arrojando o deshaciéndose los protagonistas. Así hay restos de pizza por el escenario, perritos calientes, agua, ropa, etc. Un desorden visual muy estético para comprender como es su interior. Completan la función la actriz Rebeca Montero haciendo de embarazada y novia de Kjell, que está correcta en sus apariciones, Chema Adeva haciendo un doble papel, primero el de psicólogo Fran y luego el del poeta solitario y por último el pianista que, en muchas circunstancias y como lo refería algún actor, tocaba de más Mikhail Stuydenov, aunque eso no le quitaba mérito al músico, a pesar de que estaba escrito que fuera así. El punto más álgido y en clave de humor es el desnudo de los protagonistas para intercambiarse la ropa interior porque Kjell va a perder, por fin, la virginidad y cuando este lo está consumando se ayuda de la mano del público para sostenerse y amplificar el énfasis de la escena. En general, una obra entretenida. Quizá peque por su duración y en la recreación de la locura agravándola y yéndose al extremo de las circunstancias, pero seguro que no suele dejar indiferente a nadie tras haberla visto.