miércoles, 19 de septiembre de 2018

Cuando

Cuando en vuestro barco reine el silencio, sin tripulantes, sin arengas, durante la última batalla. Cuando sintáis que os socavan el alma con una cuchara de servir helados. Cuando os convirtáis en el Napoleón de vuestras propias miserias. El tiempo, capaz de pulir una vez aquello que fue punta, no será la salvación. Porque siempre va en contra de quien sobrevive; pónganse como se pongan.
De un tiempo a esta parte, pronto se cumplirán 10 años de aquella devastación. Iluso de mí, por pensar que solo habría una en el camino. La siguiente, sibilina, maléfica, mordiente, llegó por la espalda; algo tan suyo como ya mío..., pero reconocimos rápido su hedor. Fue más fácil de encauzar. 
Escuchen. He ido y regresado de lugares que es mejor olvidar. Contemplé un reflejo quebrado en un atardecer infinito. Sufrí lo indecible bajo los acantilados de aquellos peligrosos muros. Y aún, con todo, arañé los remos para llegar a cualquier costa. No. No me refiero a Nona, Décima y Morta. Traspapelé el sentido común, el saber estar; raciocinio, al fin y al cabo. Ahora escojo sonreír cuando vienen mal dadas, cuando se incendía el pensamiento y me pregunto ¿Adónde se encuentra la tercera, eh, adónde? Solo el silencio se cobija en mi nuca. Y este dolor de entre costillas ¿no cesa nunca mi vida, eh, no acaba? No deseo el final de los finales, ni a tiros, ni en broma. Aferrado a alzar el guante rojo, mientras disfruto levantando también el pómulo. Hablo simplemente de paz y quietud. De comer uvas. De mirarnos un segundo y ver que estamos presentes aquí y ahora. Compartir una ilusión por insignificante que parezca. Desde el filo de tus comisuras hasta la firmeza de la planta de nuestros pies. Así es.
Y perdonen si en ocasiones una marabunta parece asomar por el rabillo de mis ojos o si considero el hecho de que existan pocas prendas más horribles que una minifalda negra manchada con pelos de gato, si la tiza me produce dentera, si el ocaso se antoja único e irrepetible, si me enfado con los que más quiero porque son lo que más quiero, si no he visto Amelie y he aborrecido el azúcar blanco. 
Estos pequeños párrafos son una pequeña parte del propio anacronismo. Tan especial como el de cada uno de vosotros. Porque nadie es ideal, ni mucho menos. 
‘La vida es muy corta y muy larga’; escuché en cierta ocasión. Quizá sea por eso: unos días se pasan en un parpadeo, otros duran demasiado. Y al final, de bisabuelos a abuelos, de abuelos a padres, de padres a hijos, se transmiten las mismas ansias por dominar la supervivencia. Cuando lo bueno y lo malo nos es otorgado sin ningún control o parámetro preestablecido. La carta aleatoria o comodín también forma parte de la baraja. Toque cuando toque, pero siempre nos alcanza.

viernes, 18 de mayo de 2018

La memoria de un lápiz

En 2015 me encontré tremendamente cómodo y complacido de poder contemplar cómo una novela salía a la luz, materializándose delante de los asistentes. Por entonces, uno podía pasar por escribidor o tramoyista; realizando el mayor truco posible: concebir una historia, mejor o peor, pero con inicio-nudo-desenlace más la presencia de dos protagonistas un tanto siniestros y sórdidos, que me acompañarán allá donde vaya. Ahora, tres años y medio después, las ganas de seguir creando siguen intactas. 
No engañaré a nadie. La vitrina está hambrienta de reconocimientos, pero con encontrar una editorial decente para el siguiente libro me sentiría satisfecho. La decencia en el mundo literario (y en el de verdad, el de carne y hueso) permanece en desventaja. En este caso concreto es así porque la perspectiva de otros escritores a la hora de publicar un texto es, más o menos, bastante similar a la mía: no hay apoyo al autor ni respaldo comercial. 
Tras el auge de los creadores noveles, donde las pequeñas editoriales han visto el campo cultivado y verde, queda la supervivencia real del escritor. Donde el porcentaje de ganancia es muy bajo o la posibilidad de ampliar las presentaciones es poco menos que una lamentable utopía. Es doloroso contentarse obligatoriamente con vender ejemplares a los asistentes en un único evento. La solución tampoco ha de pasar porque el autor forme parte de la cadena de comercialización de su libro, comprándolos para venderlos más tarde, donde quiera y como pretenda. El creador no es un simple mercader que trapichea con su mejor producto, la inversión del tiempo en frases, mensajes e ideas tan laboriosas como gratificantes.
Ahora, el lápiz que sostengo entre los dedos, manejable, sencillo, ligero ¿No es la mejor herramienta que existe junto al martillo? Me invitan a reflexionar sobre todo el proceso que tendré que recorrer hasta lo venidero.
Por descontado. No pretendo ganarme el pan con lo escrito, pero una ayuda estatal, por ejemplo, entraría dentro de lo correcto (como la medida de bajar el IVA el año pasado en las bibliotecas). Aunque creo que esperar los incentivos del exterior también pueden ser muestra de debilidad o parsimonia. Mejor pongámonos a escribir, aunque todo lo demás no esté como debiera. Es mejor disponer de un cajón repleto de contenidos, a un panorama literario fructífero e inmejorable sin nada por ofrecer.