sábado, 24 de diciembre de 2016

Aún se está a tiempo

Caminaba entre el dolor ‘ajeno’de los boxes de urgencias. Un desconocido con una herida profunda en la frente, otro con la minga en la mano sin expectativas de orinar en el baño, una mujer mayor con la cabeza ida produciendo unos lamentos que, a mi entender, ya venían más de allí que de aquí... y la zorra de su hija maltratándola en público. Algo ha cambiado en esos pasillos durante los últimos años. Pero aún se está a tiempo de sostener la mano de un padre en medio de todo ese fragor y tragarse el ansia por imaginar que uno se lo echa a la espalda, antes de que llegue el verdadero enemigo con su dalle. Todavía es pronto para tomar el último trago de lo que demande el coleto en ese momento trascendental. Nunca es tarde para volver a caer y levantarse o recompensar con una mirada las buenas amistades, contemplarse a sí misma frente a la propia imagen y sentirse atractiva, comerse fugazmente la comida del plato como quien pretende devorar el mundo, erradicando todos los males con el buche lleno. Aún se está a tiempo de marcarse un pericón, rock and roll o ponerle música a vuestras escenas de vida. Ahora que vienen mal dadas o buenas (qué más da, si en los dos casos hay que relativizar y en la mayoría de ocasiones las circunstancias escapan de nuestro dominio) es el momento presente; el único instante fugaz para los sentidos es el que más huella debería dejar y ni por esas. Porque siempre se preocupan de lo perdido, pasado, y lo inalcanzable, futuro. Se vive en el pasillo de un tren que en la juventud parece interminable y cuando se llega al último vagón solo se anhela el primero, sin disfrutar siquiera de ese momento final y crucial. Pero aún se está a tiempo de cerrar temas, de sentarse a charlar, de mirarse a los ojos, de seguir creando, de ayudar al prójimo y que su felicidad sea la vuestra, pero solo de quien ustedes consideren oportuno. Porque ya decía que el trayecto acaba y su conclusión sorprende, siempre llega pronto y ese dolor suele hacerse bruno en nuestro costado. Asi que ya saben. Declárense de una vez. Minimicen las actuaciones de sus jefes sabiéndose que sin los rangos inferiores no habría mandos superiores. Arreglen sus deudas. Vayan siempre con la mejor de las tarjetas, una sonrisa. Y el mundo, tras estas fiestas les parecerá igual, pero, al menos, habrán cambiado la tendencia, el sino, la levedad de los seres humanos en su carrera por la vida.

viernes, 29 de julio de 2016

Incertidumbre literaria

Muchas veces he sucumbido a las malas ideas sobre la escritura. Primero me asaltan como si formaran parte de un problema mayor, luego cuando se apaciguan... miento; rara es la ocasión en la que cierta duda literaria abandona los resquicios de mi pensar. Aunque la consulte en la RAE o en alguna cuenta de ortografía de las redes sociales. Siempre permanece ahí y la incertidumbre, una vez resuelta hace yesca en la imaginación, preparando el terreno para la próxima. 
¿Se pueden colocar comas entre preguntas? Las he visto emplear en mis autores favoritos, pero el que lo hagan muchos buenos no significa, ni por esas, que sea norma de escritura (porque el ser humano siente un contínuo desafío en quebrantar lo establecido). 
En esas, detesto los quizá con una ese final. Pueden llegar a nublar el día, la tarde o el rato de lectura. O el procedimiento de las ediciones más selectas de algunas obras famosas y transcendentes que tildan la tercera persona del pretérito del verbo dar con un dió hiriente y enervante. 
Todo ello me altera porque si uno cree disponer de unos cimientos literarios comunes y lógicos, cuando ve algunos de estos casos le asalta la desconfianza miedosa y descorazonadora. Nadie quiere ser la oveja descarriada, aunque muchos chulearán de ello y de su intentona. Habla alguien que ha visto también como dos comas cercaban a la siempre ágil i griega (perdón la ye), como pretendiendo generar una pausa demasiado prolongada en el tiempo; casi como un punto, vamos.
Los hay, eruditos ellos, que siguen tildando el solo y el pronombre este como si no se adecuaran a la última actualización de la RAE de 2010. ¿Acaso debe haber modas y modelos a la hora de componer un texto? 
Algunos, podrán tacharme de pedante, pero se equivocan; porque también cultivo errores, de vez en cuando. Lo único es que no pretendo prolongarlos durante las 400 páginas de una novela. 
Los males escritos se pueden remediar. Solo es cuestión de prestar la suficiente atención o interés; aspectos a la alza en esta sociedad que trafica con la prisa y lo irrelevante. Existe un gran vacío en este guion; no todo vale; seamos, por tanto, juez y parte del asunto.

martes, 31 de mayo de 2016

La última de Paolo Sorrentino

He visto La juventud y aunque ha habido fragmentos de la historia que no he entendido del todo ha sido una película muy grata de ver e interiorizar (pensar en ella en los momentos insustanciales cuando no hay nada mejor por hacer, de pronto te asalta una imagen o un diálogo).
No obstante, tiene el defectillo de que en la vida real los diálogos no son tan profundos como los describen aquí, donde todos razonan de sobremanera bajo una retórica envidiable, obviando eso; sí me la creo con creces.
Cada vez me pierdo más entre escudos con una sola estrellita y batallas de explosiones Marvel o DC. Debe de haber de todo, por supuesto, pero con tanta reelaboración donde se repiten las ideas, copia de ellas a lo largo de décadas y seguimiento innecesario de sagas de los comics o de vayan a saber el qué, cuesta encontrar un entretenimiento memorable más de lo que suele durar una serie de televisión.
Regresando a la película que acontece. Me encanta Michael Caine (resurgido tras Sangre y vino) y cómo no, Harvey Keitel, con el que me topé por primera vez en Teniente corrupto y me fascinó su papel; y no la nueva versión de Nicolas Cage, aunque no se la debería considerar ni eso.
Por si fuera poco, actúan junto al tándem una tal Rachel Weisz tan lacrimógena en esta ocasión como bella siempre. Y Paul Dano, del que he leído en algunos periódicos y del que apenas he visto algo, hace bien las coberturas. Empleo esta metáfora futbolística porque también sale, según he entendido, Diego Armando Maradona en este largometraje, o alguien que se le parece mucho a él.
Lo mejor, sin duda, las escenas donde aparece Miss Mundo, por erotismo y complejidad, a partes iguales (la escena donde el personaje de Caine se la imagina por primera vez sobre una pasarela es bastante significativo).
Un largometraje digno de ver y de emplear o perder dos horas de dichosa juventud. Mucho más enriquecedor que jugar a los juegos de la telefonía móvil; que me perdonen los seguidores de ese fútil entretenimiento. No pretendo desprestigiarlo... o sí.
Para gustos los colores y más si dan puntos por ello. En fin. Cuestión de perspectivas, necesidades y motivaciones. Sobre eso no hay nada escrito.

domingo, 15 de mayo de 2016

Alien

Es un alienígena que se abrocha la chaqueta a expensas de junio, que baja por unas escaleras mecánicas a decenas de metros bajo el suelo apoyado en la goma negra deslizante para evitar que lo anodino se resquebraje en un mal tropiezo, que se mira al espejo sin ver lo que muestra...
Y también se siente un extranjero en su tierra por las nubes de humo reales (Seseña) y la que descorren los políticos, porque tratan a los ciudadanos como si fueran estofa. La Tierra no explotará jamás; hasta que reviente.
Se relame en los postres y ha encontrado las puertas a un nuevo inframundo: las pelusas del ombligo.
Inventa realidades tanto en lo que escribe como en lo que lee, porque el día a día le resulta un llaga en el alma.
Sabe regatear a la desidia rememorando canciones que su padre escuchaba para obrar de igual modo. Acodado en el suelo del salón, antes fueron los LP (retornan), ahora CD o ni eso, Internet. De ese modo no habría podido conocer nunca a grupos sudafricanos como Savuka y otras rarezas varias. Sin referencias, solo hay datos. El padre mostraba el camino y luego el primogénito inculcó al hermano.
Amigo de sus amigos (vaya redundancia) y amigo de sus enemigos, una consideración más que loable. No escatima a la hora de involucrarse con todos ellos por igual sabiendo que el tiempo es pérdida.
Se preocupa en exceso de los males de los demás, aunque sabe, a ciencia cierta, que la vida son subidas y bajadas, por lo que la importancia debe ser relativa ante todo. Permanece en el justo medio de las cosas; ahí donde los impávidos empatan con los diligentes, en veda de nadie. Del tiempo libre del que dispone permanece sentado la mayoría de las ocasiones. Un hecho que para los griegos clásicos no es ni bueno ni malo; peor sería estar tumbado y mejor permanecer de pie elaborando y creando (perdiendo el ocio, vamos).
En definitiva, un extraterrestre a lo Eduardo Mendoza, venido a menos, con el pecho henchido de porvenir para quien sabe esperar en terreno sembrado; cultivando y cultivándose como un bien de reserva, una ilusión fugaz durante el amanecer, un sueño que se atrapa.

jueves, 7 de abril de 2016

Horror vacui

Mateo se encerró en otro habitáculo. Había notado que las paredes de toda la casa eran semejantes al cartón. Este pensar le hizo percatarse de las conversaciones ‘privadas’ transmitidas sin pretenderlo a sus vecinos. Qué sabían ellos y qué desconocía él. Puso música a través del móvil. James Hetfield no tardó en enarcar las cejas con Frantic. Ahora, le iban a oír. Una sintonía diabólica y pegadiza generó en su espalda la segregación de un sudor resbaladizo y cálido. Nadie le veía en ese balanceo hipnótico y frenético. No bailaba; se arrastraba sobre el piso. Por un momento pensó en darse una ducha y despejarse, pero algo no andaba bien. La noche anterior tuvo la típica pesadilla dotando de desconfianza sibilina a toda la realidad envolvente. Cuando estas se producían debía de actuar con cautela. Primero se incorporaba suavemente en la cama oteando en derredor o mirando fijamente a un punto imaginario. Un Cristopher Lee o Béla Lugosi despertando de su ataúd; con esa lentitud y tiento, me refiero. Más tarde iba al baño a refrescarse las muñecas, sienes y nuca con agua fría. Sí. Las pesadillas de este tipejo no eran normales, ni mucho menos. Necesitaba de, al menos, un cuarto de hora largo, para volver a pisar sobre seguro. O eso pensaba él. Siendo honestos estaba rotundamente convencido que, cuando sufría esos malos sueños, un fragmento de él se perdía con ellos. Por decirlo así, era como si no despertara entero. ¿Qué pretendía rememorar su alma? Sentía como si la mente le garabateara el pensamiento al bajar la guardia.
Este pobre Bartleby, ahí es nada, se columpiaba entre los chispazos de sus neuronas y el vacío de los recuerdos sublevándose, incluso, desde el duermevela. Los sueños, para vosotros, serían tan inofensivos como las palabras; con el tiempo los días los subyugan. Pero él era algo diferente. Recordaba gran parte de las pesadillas y también guardaba con recelo un montón de frases de sus círculos ancladas en la memoria a largo plazo. Lejos de ser removidas y extraviadas por el viento. Porque si había algo más divertido para su soledad era el echar por tierra el dichoso refranero popular. Él contra todos. Con este caldo de cultivo difícilmente se podría sacar algo loable. Así era Mateo.
También sufría lo indecible a la hora de relacionarse. Se mordía las uñas hasta incluso la mitad de las mismas. Esto confería un aspecto innoble a sus dedos... los ojos de las manos, el previo rostro en cada saludo. Y aunque, en ocasiones, le salía un poco de sangre, tampoco importaba demasiado. Nunca había vivido de apariencias ¿O sí? De lo contrario no se acomplejaría de las escuchas vecinales. De cómo sus chillidos nocturnos le dejaban en evidencia. Al fin y al cabo, quien más y quien menos mantiene un pulso consigo mismo.
Y cuando la batería del móvil estaba llegando al final, se quedó adormilado sobre la cama, ese rectángulo acolchado de tortura para los insomnes. Así, sin la luz de la pantalla, pero con la del despertador en rojo, su silueta se fue entrelazando con la oscuridad hasta casi difuminarse por completo. Como si nada de lo descrito hubiera sucedido antes. Todo en calma, en quietud, como otrora, cuando estaba ella a su lado y sabía apaciguar al monstruo de las tres de la mañana y al de las cinco y pico. La calidez de una buena compañía. Aquello sí que fue una realidad aplastante.

sábado, 19 de marzo de 2016

La caja de hojalata

Abrí la caja de recuerdos y aspiré como un niño el aroma que de allí salió. Nada. Mi pituitaria se había contaminado también de nihilismo.
Habría pagado una gran suma de dinero porque hubiera escapado del cofre de los vientos una delicada esencia de los días olvidados. El primer sentido anulado; vamos con los demás. Dejé a la vista y al tacto todas mis esperanzas de socavar información oculta, guardada y en salvaguarda.  El problema de generar un cajón desastre es eso; al final nuestros recuerdos se acaban convirtiendo en materia varada y extraída de algunos lugares recónditos sepultados por la colcha de olvido.
En el interior de la lata, allá dentro, había multitud de objetos.
Lo primero que cogí (aunque sospecho que acabó por ser él quien vino a mi mano) fue un coletero de color negro. Mi mano diestra lo sujeto con mimo, mientras lo observaba con infinita curiosidad. Debía de ser una de las gomas que utilizaba para anudarme la coleta cuando era joven.
En seguida, como una polea que influye movimiento a la siguiente y esta a la de más allá, mis ojos (extensión del cerebro) recorrieron prestos todo el contenido de Pandora, y como un refusilo buscaron con rapidez y avidez algo que echarse a la memoria.
Había dos hojas, de tilo y otra de eucalipto, perfectamente conservadas o esa parecía, porque la más pequeña y delgada, al inspeccionarla, se resquebrajó en decenas de añicos entre los dedos.
No recordaba su función allá dentro. Lo mismo, de chiquillo, el viento las arrastró allí y cerré la tapadera adrede, con el único fin de recordar siempre ese momento.
Luego me detuve en un piedra, resto de otra roca, que había firmada con una frase en color azul desgastado. Dicho rotulador no debía de ser muy bueno, porque me costó descifrar el mensaje. La frase sobre su superficie prefiero no desvelarla, puesto que fue como un mazazo seco en el omóplato. Otra lástima, no saber, tampoco, el autor o autora de semejante unión de palabras.
Por supuesto, también había pendientes de aro. Tanto de plata como los de coco permanecían allí olvidados tan oscuros ya casi los primeros como los segundos. Y he de reconocer mi predilección por la plata más que el oro. Hago esta comparación porque el modo de ‘herrumbrarse’ de mi elemento químico favorito era asombroso. Como si el tiempo le mellara y con un simple trozo de tela o aclarado con bicarbonato diluyera el roce del pasado y lo devolviera al presente con su aspecto impertérrito, el de siempre, el de antes.
También había relojes. Cuatro concretamente. Desconozco mi antiguo afán por conocer el paso de las horas anclado en la muñeca. Hace años que me deshice de ese lazo. Ahora, unos sin pilas otros parados anhelando el roce de la piel humana, permanecían desamparados observándome con sus vértices oculares.
Y allí, tras colocar la tapa de latón sobre todos ellos más algunas cartas procastinadas a ser leídas en el futuro de otro momento de intimidad, decidí colocar mis recuerdos a la espera de volver a ser descubiertos y desenterrados. Ocultos, guardados y en salvaguarda... hasta que llegase el día en donde los abriera y fueran solo fragmentos descabalados de uno mismo.

viernes, 19 de febrero de 2016

Maraña

Hay algo en la gente, de un tiempo a esta parte, que me disgusta. Puede que la visión objetiva sobre el asunto esté distorsionada, es decir, un mea culpa. Pero de no ser así podemos estar peor de lo esperado. No estoy cuestionando el nivel de educación de los desconocidos con los que me cruzo, sino algo más profundo y dañino. ¿Estamos otorgando la mejor versión de nosotros mismos?
Desde luego hay un innegable caldo de cultivo para los iracundos. Lo veo en la manera de devolver las monedas en un cambio, lo aprecio en las prisas del empleado en abrir tu depósito del vehículo, lo siento en la impaciencia de algunos en saltarse las normas preestablecidas y lo sufro en las medias tintas de la sanidad pública.
Nada más lejos de ahí. Una colisión de miradas y malos gestos, una mala contestación, siempre a destiempo; una pérdida de principios colosal a coste cero.
En otras sociedades, cuando vienen mal dadas no solo se arrima el hombro, más bien aprenden a vivir con nada desde la cuna. Aquí no. Ahora, según dónde me encuentre parece prosperar la altivez de los improperios, la mala baba.
Por supuesto; siguen existiendo bellas personas allí donde la misantropía todavía es un mal sueño. Ancianos extraños y extrañados de que se haya perdido la costumbre de exhibir un pañuelo impoluto desde el bolsillo superior de la americana o mujeres impedidas sin dónde sentarse en el vagón sin nadie que se preste.
El desplante, ignominia y animadversión parecen estar a la última moda. La bondad kantiana, ahora más que nunca, se me antoja una utopía.

sábado, 30 de enero de 2016

El caso de Funnydent

Antes de nada, quería destacar que esta empresa de clínicas dentales ha cerrado de la noche a la mañana sin dar explicaciones tanto en Madrid como en Barcelona. Es decir, en toda España.
Recuerdo la última vez que fui, hace apenas dos semanas, a la consulta de Leganés. Me pareció que seguía habiendo ese ligero desorden en el aire, pero si una entidad se acostumbra a trabajar así, bien por ella. Percibí, también, que no quedaban profesionales en plantilla de los que me habían tratado en mi último año. Un claro indicio pernicioso o dañino si se poseen dotes detectivescos; no es el caso.
Este hecho podría producirse en las grandes superficies comerciales, pero el dato permanecía ahí: el grueso de la plantilla se había modificado en un breve lapso.
Captó también mi atención la ‘apuesta por el blanco’. Si antes tenían sofás (sí, sofás. Ni butacas, ni sillas) negros y blancos, ahora todos eran ese mismo color inmaculado. Por si no fuera poco, la puerta del servicio la habían reformado y no quedaban indicios de la anterior. Ahora era una puerta solemne de cristal corredera y opaca. El toque ostentoso seguía impregnando las baldosas del suelo, subrayado por el ambientador de matices afrutados.
Con todos estos detalles estéticos (más la característica televisión de plasma en la pared) y vanguardistas, quién se iba a imaginar tal espantada.
De mis sesiones, solo quiero rememorar a Clara (fue el alba tras una interminable noche) la especialista que me colocó el implante de titanio. Un ángel con el pulso y la delicadeza de un ducho cirujano.
Y es que, por esa vez, he tenido suerte. Porque he pagado el tratamiento completo y se concluyó antes de toda esta parafernalia silenciosa e insidiosa.
A otros no les ha ocurrido lo mismo. Habrán pedido incluso préstamos o estarán sufriendo dolores físicos convertidos ya en una cuestión lamentablemente bursátil. Me estoy refiriendo a los ancianos de la localidad. A los abuelos de todos y cada uno, porque el número de fichas con las que Funnydent se manejaba era cuantioso. Eran los amos del cotarro, ya dueños del ayer.
Duele escribir sobre esto. Las estafas escenifican la supremacía eterna del fuerte sobre el débil y, en mi caso, he estado posicionado en ambos bandos: vigoroso cuando me sentaba en sus sofás y pensaba en lo bien atendido que iba a estar; endeble cuando se me volvía a desplazar la pieza y entraba directamente hacia el mostrador con cara de pocos amigos o de engañado, traicionado, vencido, al fin y al cabo.
Y es esta, la última de las sensaciones con la que me quedo.
La comisaria debe estar repleta de denuncias por este altercado. Bajo ningún concepto debería quedar impune.
El tiempo dictará su sentencia. Ese gran sabio que todo lo iguala.
De la justicia desconfío. Y si cae todo esto en saco roto, al menos que el tema a tratar nos haga removernos desde el suelo donde se deposite.  

sábado, 23 de enero de 2016

Miedo informativo

En la vida cotidiana, todos somos héroes de nuestro hogar, pero ¿Quién nos protege de las posibles pandemias? Necesitamos a Watchmen, los vigilantes de los vigilantes, sin lugar a dudas. Son los únicos que podrían mitigar definitivamente el Ébola, y ahora podrían actuar de igual manera con Zika, un virus que no sé por qué, pero me da en la naricilla su ligero tufo informativo.
Desapruebo las teorías del miedo y más cuando las crean vayan a saber quién. La Tierra ha asido asolada en incontables ocasiones (no es la primera vez que escribo sobre ello) por los virus y su consecuente propagación. Desde las vacas locas a la gripe aviar y siempre la humanidad ha salido adelante. Aunque para Stephen Hawking tengamos las horas contadas gracias a otros temas... y al afirmarlo él, por algo será. Adquiere todos mis respetos.
Mi mayor incertidumbre es que si no existen superhéroes (habiendo nombrado ya uno) cómo es posible la oportuna desaparición de esas ‘catástrofes’ emitidas desde los medios de comunicación.
Bueno, es cierto, lo confieso. El único Superman real fue José María Ruiz Mateos que se enfundó la elástica azul y la capa roja. Más allá de ahí... Ah, sí, lo olvidaba; ese hombre anónimo de la Plaza de Tiananmen en 1989. Se colocó delante de una hilera de tanques y sus únicas armas de combate para detener su marcha militar fueron una camisa blanca y la bolsa de la compra.
Ya lo decía al principio, hay superhombres y supermujeres ocultos bajo el día a día y sus rutinas. Qué se le va a hacer. Esos desconocidos no se arrugarán jamás ante las enfermedades de racimo que lucen en la televisión o reverberan en los tímpanos desde las emisoras de radio, en esas peluquerías de antaño donde se escuchaba RNE.
Me imagino a todos esos Aquiles domésticos con la mente despejada en sus respectivas salas de estar. Con la única preocupación real que ocupe sus mentes. Luego se relajarán, quizá y se echarán la manta sobre el regazo. Lo extraño de todo es que los óbices de la humanidad se describen, una y otra vez, en todos los soportes escritos y hemerotecas, pero cuando el mal se nos instala, tan de pronto, siempre parece nuevo y desconocido. Con lo cual podrían sobrar esas noticias con sabor a humo y poco más; las que se empeñan en introducirnos tiritonas en el cuerpo. Tan nocivas, tan entusiasmadas en apagarnos la preciada luz del candil de la supervivencia.

jueves, 14 de enero de 2016

Un pececillo llamado Wanda

El conglomerado chino Dalian Wanda, un gigante del sector inmobiliario, pero con negocios en turismo, cultura o deportes, casi lo vuelve a conseguir. Lo bueno es que, de momento, no ha colado su esplendorosa y magnífica idea de reformar el edificio España convirtiéndolo en un centro comercial y hotel de lujo. Su idea de mercado, un proyecto con ese toque a lo magnate por su ostentosidad, se ha visto truncada.
Qué quieren escuchar. Me alegro, y mucho.
Aquí, no se transige  ya la gran oportunidad laboral del megafastuoso empresario de turno. Algo que parece la condición sine qua non de todo idealista megalómano, ni el hecho por el cual se matizaba que la fachada del carismático y emblemático edificio situado en Plaza España se dejara intacta. ¡Bravo!
La propuesta de Wanda, como sostenía en el principio de este texto, toca muchos y cuantiosos palos: es dueña del 20 % del equipo de fútbol Atlético de Madrid, ha puesto sus ojos en Marina d´Or en Oropesa del Mar y por unos módicos 3.200 millones de euros acaba de adquirir, no hace demasiado, la productora cinematográfica Hollywood Legendary quien colocó el sello comercial a la película Jurassic World el pasado año.
Con esto quiero mantener que estos no se andan con chiquitas porque saben apuntar y tiran a dar. Además, les gusta y disfrutan con ello. Cómo no.
En cuanto a la marca España, decir lo encomiable de exportar jamones y aceite a China, pero si a cambio se va a permitir la presencia, un tanto parasitaria, de algunas empresas o negocios de allí... Virgencita déjame como estoy.
Ahora, ni me considero xenófobo (Vivo en un Estado donde se siguen fabricando armas para las guerras) ni seguidor acérrimo de la teoría del contrato social. No obstante, chirría en grandes dosis el capitalismo como máxima y única expresión; sea la bandera de cualquier color. Y con esto se pierde demasiado, al dejar de lado todos los descartes, desechos o despojos marginados por la competitividad de la raigambre política soterrada en cada país.
Colaborar es una suma óptima; por el contrario, si se compite se disecciona a la sociedad.  

lunes, 11 de enero de 2016

Un genio implacable

David Bowie ha fallecido a los 69 años víctima de un cáncer. Así lo anuncian los medios de comunicación hoy. Una pena, la verdad.
Lo bueno de estos artistas es que al ser tan genuinos en su legado generan un hecho para mí vital: la inmortalidad de su trabajo, puesto que nunca dejarán de sonar sus melodías y composiciones, aunque se intente escapar de ellas porque forman parte de una cultura, digamos universal y reconocible allí por donde se pase. Por comparar es como la Coca-Cola para hacerse una idea. Aunque los seguidores acérrimos del cantante piensen que no estoy acertado, saben que hasta un aborigen australiano es capaz de tararear Starman, Blue Jean, Space Oddity, Heroes o Life on Mars?
El músico británico no solo fue un excepcional artista, sino que también fue un icono de lo ambiguo y lo transgresor; hasta tal punto que a día de hoy no sé si fue Mick Jagger el que se inspiró en él o viceversa. Tanto da.
A su vez, la figura de David Bowie está tan insertada en la cultura Pop como el personaje de Superman. Y explico tal anacronismo. Cuando Richard Donner estrenó Superman en 1978 hubo una corriente de niños que a punto estuvieron de saltar por la ventana y ‘echar a volar’, bien, pues aunque no viví por entonces, estoy seguro del boom generado por adolescentes que se tiraban de las melenas por no haber nacido con heterocromía (un ojo de cada color).
Y no es desacertado hablar de cine puesto que el músico también dejó su sello en dos largometrajes para mí magníficos.
El primero de ellos es Dentro del laberinto. Película de culto por la magia que transmite su argumento y sobre todo el papel de Jareth, el Rey de los Goblins; papel que uno no concibe sin la caracterización del propio artista. Es de admitir. Le iba como anillo al dedo.
Años más tarde, fue el propio Christopher Nolan quien pensó en él para encarnar a Nikola Tesla. Un personaje que en la vida real hizo grandes contribuciones y descubrimientos en electromagnetismo, robótica e innumerables aportaciones a la ciencia (sin ser sus patentes reconocidas en muchos casos).
Me refiero a El truco Final. Una película, que, a estas alturas, podría ser considerada también de culto y que trata sobre la rivalidad entre dos magos.
Regresando al David Bowie musical. Considero que quizá haya grabado el mejor dueto de la historia del rock, así de fácil. Under Pressure es una canción cantada junto a Freddie Mercury. He de admitir, que cuando la escuché por primera vez no me resultó llamativa ni diferente; con el paso de los años mi idea sobre ella ha variado. Es ágil, sencilla y repleta de ligeros matices que se pueden apreciar en cada nueva reproducción.
No lo obviemos. Algunos, ya hemos ido al espacio de la mano de Walking on the moon de The Pólice y de Space Oddity. Otra composición mayestática de ‘el Camaleón’.
Lo dicho. Ya es leyenda. Se ha ido un músico inigualable. Una de esas voces entonadas hasta el final de los tiempos. Y qué más.

sábado, 9 de enero de 2016

La locura nunca pasa de moda

El siguiente enlace os mostrará la crónica de la que hablo en esta entrada del blog:
Ese texto titulado ‘Las mil y una caras de la locurame gustó por su rigor informativo y porque no ahonda en el sensacionalismo que tanto El Mundo como El País recurren en demasiadas ocasiones. Como por ejemplo, y no hace demasiado, mostrando cadáveres en las costas del Egeo. Sin esas imágenes la noticia parece no llegar al lector de los diarios o eso pensarán los creadores de ese tipo específico de corriente (ya digo: va y viene, según).
Hay cierto toque humorístico en lo descrito. No olvidemos lo importante que es reírse de los grandes problemas sociales, pero en su justa medida... a ver si se nos tomará por lo que no somos.
En fin. Como decía, me gusta esa nota de ingenio. En la crónica, reconocer el hecho de tener un trastorno mental (ojito con esta expresión y todos los estigmas que atrae como un sumidero repleto de agua cuando se extrae el tapón) lo llaman ‘salir del armario’. De acuerdo, se acepta la comparación, pero quizá estar loco está hoy en día peor visto que ser gay. Y no sostengo esta afirmación para hacer de menos a los gais. Por comparar lo incomparable. Miren cómo celebran a bombo y platillo el Día del Orgullo Gay y cómo se auto silencia el Día Mundial de la Salud Mental. La primera parece un carnaval brasileño; y tanto que me alegro y la segunda, por cierto es el 10 de octubre, es una ligera brisa en cualquier calle asolada de ausencia. Sí. De acuerdo. Aparecer aparecen en los telediarios, no obstante todavía me da la ligera sensación de ser noticias de relleno, en vez de principales; como de no apertura. Gracias a Dios, que cada cierto tiempo en TVE2 emiten algún documental digno sobre las enfermedades referidas.
También comparto la idea de crear un programa de radio elaborado exclusivamente por personas con algún tipo de enfermedad mental, solo que con ello la inclusión social se quedaría en nada porque el fin último de cualquier discapacidad, no lo olvidemos, es el ser considerado como uno más. Desde el puesto de trabajo hasta el cuarto de estar en cualquier casa.
Todos los estigmas y dificultades que acarrean el padecer trastorno bipolar, esquizofrenia o cualquier otro óbice de la testa aparecen muy bien reflejados en el libro del publicista Carlos Mañas Mi cabeza me hace trampas. En el cual desmitifica la creencia, por ejemplo, de considerarse genios a los pacientes con trastorno bipolar. Es cierto, Virginia Woolf, Sylvia Plath, Edgar Allan Poe, Friedrich Nietzsche, Mark Twain, Tennessee Williams, Anne Sexton, Hermann Hesse, David Foster Wallace o Herman Melville, entre otros, lo padecieron, pero el llevar ese mal no acarrea el hecho de ser a su vez la panacea.
Y en el párrafo anterior solo he mencionado algunos protagonistas en el campo de la literatura. Con lo cual, el porcentaje de personas con algún tipo de traba psíquica o física es considerable.
No obstante, he de afirmar que se me heló la sangre cuando leí en dicha crónica de El País que el Instituto Psiquiátrico José Germain, de la calle Luna de Leganés, inmortalizado por Torcuato Luca de Tena en su obra Los renglones torcidos de Dios, alberga a 96 pacientes en su interior. 96, evidentemente no son 100, pero es un número elevado, sobre todo si uno pasea por esa calle disfrutando de un cálido y apacible día. En su interior todo permanece inmóvil. Parece como si sus ventanas mostraran un vacío sepulcral, incentivado y acentuado despectivamente por unas rejas de hierro pintadas en negro, fruto de un pasado peor.
Ahora, en 2016 se cumplirán 30 años desde que una ley de sanidad facilitara el cierre de los manicomios en España. Este dato os obligará a pensar dos hechos: o bien permanecen los enfermos en pisos tutelados o están en la calle. No teman. En ocasiones, la bestia no es tan fiera por mucho que las noticias violentas de sociedad se esfuercen en resaltar el estado mental del agresor en vez de los motivos reales, casi siempre desconocidos o extraviados entre pesquisas burocráticas. Mientras la sociedad vaya a lo fácil, los estigmas sobrevolarán por las mentes. En el fondo 30 años son solo un tango y medio (20 de la canción y 10 que añado yo). La posibilidad de subsanar los estigmas en estos temas es hercúlea.
Aunque me gusta creer en la existencia de personas capaces de hacer un vistoso tachón sobre la ‘insignificante’ línea que separa la locura de la cordura.

lunes, 4 de enero de 2016

En la buena dirección

Jack Kerouac
En la carretera/ En el camino
Barcelona. Trigésima cuarta edición. Noviembre 2014.
10.00 €
396 páginas.
Anagrama.



La historia que cuenta Jack Kerouac es tan ácida como entretenida y apasionante. El lector ve cómo en la edición (muchas hojas y letra pequeña) la novela se lee con gran rapidez por la proeza del autor.
En el texto hay dos protagonistas (dos amigos inseparables) que son los que soportan todo el peso de lo narrado. Por un lado está Dean, al que se le define como un Ahab, el propio diablo o Groucho Marx, entre otras atribuciones. Es un hedonista cuyos razonamientos filosóficos sobre la vida en general no dejan indiferente a quien los sufre (Sal) o casi cualquiera que se precie (nosotros). Por el otro lado, está Sal, el narrador principal de todas las aventuras y desdichas que les van sucediendo mientras recorren Estados Unidos de este a oeste y viceversa o yendo hasta el sur (terrenos prácticamente vírgenes de México de aquella época). Recordamos por ello que la novela transcurre entre 1947 y 1950. Lo peculiar del libro de este escritor americano es que En la carretera todo se convierte en liviano. Lo pernicioso, como la soledad no buscada o la simple existencia, deja un regusto ácido, pero pasable y aunque los personajes lleguen a practicar en algún momento orgías, saben moldear las normas éticas, al menos no revelando ninguna escena explícitamente. Este hecho genera una ligera distorsión en el decoro de los personajes. Es como si el narrador no quisiera contarlo todo. Algo muy a tener en cuenta.
Jack Keoruac sabe cuándo estos dos tipos se pasan los límites por donde quieren sin ser necesario describir o contar el extenso abanico de grietas en sus personalidades.
En el fondo, tanto uno como otro no saben qué buscan, pero perciben y sienten la llamada de la carretera o del paisanaje y no se detendrán, bajo ningún concepto, hasta que la gasolina, el dinero o el medio de transporte elegido o hurtado les deje tirados en cualquier cuneta desangelada. ¿Será este el deseo impune de vivir y buscar el anhelado sueño americano?
Resulta fascinante la pasión que pone Dean al escuchar música jazz o las peripecias que sufre con la policía; cuando parece que el viaje se acabará truncando surgen fragmentos vitalistas para evocar un típico final abierto donde se entrevé el paso del tiempo en los casos de las personas inamovibles... e invencibles.
En ningún momento he afirmado que la novela sea autobiográfica, aunque el autor sale en la imagen de la portada del libro. La crítica literaria no es quien para afirmar tal dato. ¿Acaso las biografías son totalmente ciertas? Si un relato como este se plasma en papel escrito y recobra la viveza y la magia de la literatura... ¿Se podría afirmar su autenticidad? Sobre todo porque da lo mismo. A casi nadie o a nadie puede importarle el letrero vulgar de ‘Basado en hechos reales’. Esta historia no necesita ese toque de autenticidad cutre y cínico. El caso es que la novela como producto funciona con creces. Tanto, que es el icono del llamado movimiento beat, que ni sigo ni seguiré.
A los lectores les debe servir la sensación de pérdida cuando el ejemplar llega a su fin; es el fundido en negro de las letras. Una reacción que solo puede movernos a buscar más historias complementarias, allí donde verdaderamente las haya. Porque rara vez está uno mejor solo que bajo la soledad de un buen libro.