lunes, 21 de diciembre de 2015

Vocal en unas elecciones generales

Cuando me dieron la mala noticia, esa notificación entregada en mano por dos agentes de la ley, me sentó como si una tormenta (de las de antes, de las que casi ya no se aprecian) cayera de pronto sobre mí. Y eso que el agua no daña, solo incomoda. Pensé ‘Otra más en toda la frente’. Pero, por suerte, no fue todo tan malo como se creen los ciudadanos que todavía no han pasado por ahí.
De acuerdo, es mejor ir a votar en bicicleta o con toda la familia del hogar o con el perro o empujando la silla de la abuela para desarrollar el pleno derecho de cualquier ciudadano: introducir los sobres secretos en sus respectivas urnas; para luego regresar uno a casa y seguir el resultado electoral desde los medios de comunicación... o por qué no, ver cómo un poderosísimo Real Madrid endosaba una contundente goleada de las que no se recuerdan en 55 años. Nanai. Más de lo mismo. No nos engañemos.
Como os contaba, ahí estaba yo, en la mesa electoral. Primero con muchos nervios (Aunque la política no me interese demasiado, me hacía ilusión participar en una jugada maestra y ver cómo a los dos partidos principales se les desencajaba el rostro sin pormenorizar en sus consecuencias), luego, lentamente y según iba cayendo la claridad de la tarde entre las ventanas del colegio de turno, la espalda y el cuello de los miembros de la mesa se fueron plagando de dolores y tensiones. Al fin y al cabo fueron 16 horas de concentración, atención y rigor en nuestras labores dominicales, Día del Señor.
En una de esas bandadas de votantes me encontraba escribiendo en una lista todos sus nombres cuando de pronto me percaté. Debía de cerrar un ojo para poder seguir escribiendo o leyendo todos los DNI que la presidenta me dejaba cerca. La vista nunca ha sido mi fuerte y llegó un momento en que las líneas divisorias donde debían ir las casillas de los votantes se cruzaban entre mis pupilas... las perdía. Fueron minutos delicados y eternos. La paciencia y el orden tiraron de mí. Pero con un ojo y sin jaqueca (extraño en esta ocasión) pude aguantar hasta el final, lo cual no es poco.
Desde aquí agradezco la colaboración de los interventores tanto de PSOE como de PP en dichas votaciones. En muchos casos sirvieron de guía con una claridad encomiable.
Lo peor viene ahora. ¿Habrá unas nuevas elecciones? ¿Cómo se podrían coaligar los partidos políticos?
Es verdad. Queríamos y necesitábamos un cambio, pero los partidos expuestos parecen no ser suficiente y de ahí esta marisma. A veces, ganar y perder es posible analizando lo sucedido.
En esta ocasión extraña nos hemos convertido en la escenificación propia de la indecorosa agresión sufrida por Mariano Rajoy días previos al evento electoral. Lo pernicioso es que todos hemos sido a la vez la mano que ‘golpea’ y el rostro que la ‘sufre’.
Con unos partidos más honestos tanto en lo propio como en lo ajeno, unas elecciones deberían ser algo más. Mucho más.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Lluvia y basura

Olía a petricor. Esa leve señal olorosa le transportó al pasado. Así eran las reminiscencias. Cuando en los otoños no paraba de jarrear y la ‘boina’ contaminante y contaminada no estaba ni inventada, si acaso.
La hojarasca seca sobre el suelo de los parques en esa hora de la tarde donde los chavales ya se habían comido su merienda y permanecían tranquilos en los cálidos hogares, viendo un programa infantil en la televisión. Eso se extinguió hacía demasiado.
Del espacio antes descrito solo quedaban dos protagonistas: las hojas caídas en la acera y los barrenderos o jardineros encargados de ellas.
Sí. Lo admito. Los barrenderos han salido de la chistera porque no estaban desde un principio. Es cierto, pero vienen a colación porque son figuras tiempo ha para mí estaban desprestigiadas y ahora los miro con bastante respeto; no solo porque algunos madrugan, cobran y sobreviven mejor que muchos otros empleados públicos, sino (y aquí incluyo a los basureros a su vez) son los dueños de la calle en deshoras.
Unos con sus cascos MP3 y otros tarareando o silbando una simple melodía a las siete y media de la mañana. ¿Acaso se puede dar mejor predisposición para afrontar el día? Algunos iban un poco mal arreglados con la ropa amarilla nuclear fosforescente por fuera del pantalón de tanto agacharse. Los había mal peinados con una coleta con más calva que pelo y, sin embargo, también se veían los que el uniforme con líneas reflectantes les quedaba como un guante, el frac perfecto para barrer, recoger y rastrillar. Todos pendientes de los restos orgánicos de los árboles y algún que otro animal, todos al tanto para crear un ejemplo evanescente de la limpieza y el orden de toda urbe donde al día siguiente, a la misma hora, volvería a estar casi igual de sucio; aquí y allá, bajo los vehículos y sobre ellos, en las bocas de las alcantarillas y alrededor de los contenedores residuales cual maldición de Prometeo. Medio policías de lo impoluto y mendigos entre sus sombras.
Con un olor y no un hedor. Con esto comenzaba este texto. Sin limpieza y sin lluvia es complicado captar el petricor, pero cuando aparezca, reténganlo en la pituitaria de su nariz todo lo posible. Ya que hay innumerables factores externos para acompañar a semejante aroma ancestral. Esos pequeños detalles nimios pueden llegar a configurar toda una memoria a largo plazo. No lo subestimen. Detrás de un simple recuerdo puede haber semioculto mucho más.