sábado, 29 de junio de 2013

Cronocrítica

En la sala multiusos del centro cultural Tomás y Valiente, hay una claridad extraña, como esa tonalidad que en ocasiones regala el atardecer y que nublan a uno la vista. Las paredes altas y encaladas refractan la claridad del sol y casi hay que dejar la interpretación de los hechos a los oídos más que a los ojos. Javier Saceda, vicepresidente de la asociación de escritores la Buena Letra, entre otras muchas aficiones, presenta su libro Recuerdos de una mirada, rodeado de familia, amigos y compañeros.
Al otro extremo de la mesa rectangular, habilitada por Cultura, se encuentra la otra autora de este peculiar ejemplar literario, Nagore Martín.
Los dos protagonistas del acto están preparados y demuestran tener las tablas idóneas y el saber estar necesario mientras transcurren los minutos. Entremedias se encuentra Fernando Álvarez, el hombre que comienza la presentación con mucha soltura y una retórica precisa y elaborada sostiene que el ejemplar que “apadrina” es un libro diferente en tanto en cuanto son textos cuya inspiración se basa en lo que, con anterioridad, se retrata en unas fotografía hechas por Nagore Martín.
Por último, también a la mesa y siempre atenta y risueña se encuentra Omara Pérez, la modelo que sirve de inspiración para la fotografía de la portada y uno de sus textos que Javier Saceda ha elaborado con acierto y precisión.
Recuerdos de una mirada mezcla dos artes, el de la fotografía y la poesía. Dos campos que, a priori, parecen descabalados, pero que aquí casan certeramente ciñéndose la contundencia de las bellas palabras con el predominio de lo siempre visible de una imagen.
Tras la presentación que hace el autor del libro donde se arrancó a leer varios de sus poemas acompañados de música, como si de un recital se tratara, comienza el turno de las preguntas.
Los asistentes no cesan de interrogar a los dos protagonistas fuenlabreños que se defienden con sinceridad y buen hacer. Ella responde que habrá una segunda colaboración entre los dos en un futuro cercano y él que lo que le empujó a seguir escribiendo después de estar un año parado, que no quieto, fue el seguir innovando y siempre hacia delante.
Luego, de cara al final, se levantan los cuatro, la música se acaba también, pero dejan de por medio su obra literaria, la creación conjunta que les ha vinculado en un proyecto innovador. Los asistentes también se preparan para irse. No ha habido cámaras de retransmisión y los micrófonos que han hecho su función captando el sonido no tenían la finalidad de recabar en los tímpanos de oyentes radiofónicos, pero ahí han estado. La cultura a veces es tan intangible como el aire, sí y qué somos el público sin esas obras que transportan nuestra imaginación, que permiten meternos en personajes que nunca seremos, donde uno se encuentra verdaderamente solo enfrascado en su lectura. Por todo eso y por ende gracias a Javier Saceda y a Nagore Martín.

sábado, 22 de junio de 2013

Las últimas sirenas

Ante todo he de decir que el título de esta entrada no es del imaginario del propio autor. Sencillamente se lo cogido prestado a Cayetana Guillén Cuervo, la actriz y presentadora de esa familia de actores españoles.
Quien escribe estaba en la sala de espera de la consulta del médico de cabecera en Moraleja de Enmedio... sí, hasta allí llegó desde Sanchinarro, el lugar donde el padre de la actriz pasó sus últimos momentos o eso decía el texto que leía pegado a una puerta y que tenía, como ya sostenía anteriormente, el título que se indica al principio.
Bueno, lo que viene a decir es una diferencia clara, desde mi punto de vista, en la sanidad española. Como todo, hay médicos y enfermeras que han nacido para ello y que da gusto cómo nos tratan y otros que no sabemos muy bien a qué aspiran. Son esa especie de House que se retroalimentan y que olvidan que algún día ellos también necesitarán un galeno o doctor.
Es relativamente sencillo atender a un paciente que se va a recuperar tras el medicamento de turno, pero lo inalcanzable para muchos, lo demostrable en las condiciones humanas, es tratar a un paciente terminal. Allí, en ese terreno complicado de pisar, no se discierne de privacidad o no. O se está hecho de esa pasta especial o se podrían ir los cuidados paliativos a tomar algo a una cafetería porque algunos tienen la misma predisposición. Así, sin más vueltas de tuerca.  Los futbolistas o cualquier profesional siguen cobrando mientras tienen un mal día de trabajo; aquí no se debería. Piensen que es el ocaso de las personas lo que está en juego y para eso, para saber estar en esas situaciones, hay que nacer para ello. Vamos, un empleo vocacional.
En cierta ocasión, vi a una de estas sirenas desplazarse sobre sus piernas estando enfermo. Me extrajo una prueba sanguínea, aunque le hubiera dado mi cuenta bancaria si la hubiera pedido. Si han estado en esas circunstancias lo entenderán. 
Son, como de otro mundo, siempre con sonrisas, siempre esperanzadoras, siempre con un siempre y jamás con nuncas.
Las hay bellas, con arrugas y ojeras, lozanas y también existen fuertes, complacientes y risueños; trabajadores forjados bajo la ley del respeto, la educación y la bonhomía más honesta (impagable al fin y al cabo).
No es fácil preguntar, mirar, ni, a lo sumo, atender y responder las peticiones de un enfermo terminal. Piensen, por un instante, en lo que desgasta "desesperar" en cualquier sala de hospital o habitación para comprender la labor de ellas en sus horarios de ocho horas o con turnos partidos. Puede que este sea uno de los motivos de la acritud y la mala vía por la que descarrilan algunas y algunos; pero a los que te guían al final del camino... mi más sincera enhorabuena por saber estar en una profesión para la que no todo el mundo vale.
Desde aquí, no obstante, pido con fervor que algunos médicos de paliativos abandonen su falsa moralidad y vean que, una vez acabada la obra lo importante es cómo bajar el telón. Cuando asoma la muerte hay que ser lo más práctico posible y evitar el dolor. Sea al precio que sea. Es cuestión, tan solo, de saber estrechar una frágil mano, no de apretarla. Tan solo.

sábado, 8 de junio de 2013

Un demonio dentro

Hay ocasiones en las que mi apetito pide la mayor de las saciedades y hasta que no se lo concedo el ansia, desde el estómago, no se queda ahíta. Escucho todos los consejos de los amigos; tanto los sanos como los más perjudiciales para la conciencia... si es que aún me salvaguarda. Haz esto, no hagas lo otro, mantente firme, cómete una pieza de fruta o sáciate con agua y piensa que es cualquier manjar que la imaginación traiga a tus pies. ¿Con agua? Válgame Dios y el diablo, a mí que siempre me gustó comer y que ahora, sin saber el motivo, no puedo frenar el ir a vaciar el frigorífico y devorar selectivamente lo que prefiera mi paladar; y allá su suerte. La gula no es pecado sino perdición.
También leí que al cuerpo hay que darle lo contario de lo que pide. ¿Lo contrario? ¿Acaso el león se acuesta a la sombra cuando quiere procrear? ¿O se sube a un árbol a contemplar las llanuras africanas cuando siente sed de sangre? Si los animales son sus propios dueños nosotros también y por eso ando yo en descripciones acerca de lo sucedido.
Resulta que me acuesto plácidamente en la cama y al rato me despierto sobresaltado sin saber muy bien los motivos del desvelo. Miro la hora. A veces las dos, otras pasadas las cuatro o las cinco. No hay pauta. Mi cuerpo, desde un análisis clínico, se podría afirmar que permanece normal, es decir, buenas pulsaciones y tensión estable, pero desde mi abdomen se escuchan los rugidos que hacen mis tripas como si no hubieran depurado alimentos en días. Voy a la cocina; ingiero lo primero que veo; da igual dulce que salado, suave que agrio, duro que tierno. Mi mandíbula obedece el instinto visceral de devorar y así accedo a una mala costumbre nocturna. No sé qué tendrá la noche, pero la mayoría de acciones que se llevan a cabo tras la madrugada parecen ir en contra de la naturaleza, como si fueran incorrectas o voy más allá, impropias. Un ejemplo claro es el insomnio. Los que no pueden dormir mastican sus propias uñas porque piensan que a esas horas lo más aconsejable es descansar. ¿Pero quién lo dice? Acaso es más sano dormir de noche que de día. Pues sí, por costumbres y por ciclos vitales; ahora mírenme que hago varias comidas antes, incluso, del canto del gallo. Con esto quiero expresar que si no nos queda otra habrá que seguir con lo que padecemos. Allá cada uno con sus males.
Como todo seguía igual he ido al médico y, tras auscultarme la zona y mandarme pruebas, no ha visto casi nada, tan solo un apreciable aumento de peso.  Dice que puede ser producido por ansiedad. Y es que muchos salimos de la consulta con lo que queremos escuchar. Siempre he sospechado que en mi trabajo mi jefe me acabaría consumiendo. Aunque seamos realistas, aquí, en el meollo de la cuestión, poco tienen que ver terceras personas. Ni mi enemigo querría verme pasar por esto.
¡Vaya, me temo que no hay una pastilla curalotodo para lo que me ocurre doctor! 
A las malas, he optado por precintar la hoja del frigorífico antes de acostarme y desprecintarla al amanecer. Eso me funcionaba hasta que decidí hacer lo mismo con la puerta de la cocina, luego la del salón,  al final, la de mi propio cuarto. Así que cuando llega el hambre, bendigo al teórico que afirmaba ser más llevadera que la sed... es mentira, abro los ojos y camino por la habitación en penumbra. Entonces recuerdo el rezo sobre los cuatro angelitos que custodian la cama. Cuando creces el saber popular y la fe religiosa no ayudan demasiado. Estás solo frente al cocodrilo. Sin más credos.
Ya sueño con comida, hasta con alimentos que no me gustaba antes consumir; y al despertar ahí está, como si tuviera un agujero negro en el estómago. Un apetito voraz incontrolado, que tira de mis párpados mucho antes de la hora comprensible de cualquier desayuno.
Como no lo saciaba comencé a probar la cal de la pared. La textura rugosa del gotelé parecía calmar  mi ávida lengua, pero luego, sí, fueron los dientes, sin duda, los que me empujaron a morder la mezcla de yeso y pintura, como si con ello se aplacara el hambre del hombre.
No sé hasta donde más me va a llevar mi mal, pero no tiene fin. A solas estaba ya en mi hogar donde se habían agotado las subsistencias y donde había decidido, hace días, el no ir a comprar más. Al final del túnel no hay luz, solo un apetitoso y exquisito pollo aderezado con cerezas y gajos de naranja. Eso es con lo que soñaba salivando últimamente, hasta que la policía entró en casa ¿o se podría decir en la tumba? por la preocupación de los vecinos que no me veían salir ni entrar, abrir y cerrar, ventilar o tirar de la cadena. Por fin, me sacaron de la habitación; me alejaron sobre todo de la cocina y de ese frigorífico, paraíso anhelado, y al salir a la calle rodeado de decenas de curiosas miradas reaccioné y pensé que había ido demasiado lejos. La ambulancia te ocultaba de los inquisitivos e inofensivos ojos del vecindario. Nunca más volveré a este lugar. Pase lo que tenga que ocurrir. Y por fin, tras un periodo de tiempo inconcreto, mi alma comenzaba a sentirse algo más liberada y apaciguada lejos de la gula y el hambre insaciable. Por el momento, se podría sostener que me he desecho del halo maligno. Y eso no es cualquier cosa.

sábado, 1 de junio de 2013

Argumento inicial del juego más gore

La nave Domitor (por ejemplo, que en latín significa dominador… también se me ocurre Epsilon… que es una letra del abecedario griego y que tiene mucha enjundia para explicar; esta opción abre más las opción genética y la primera la del modo de juego que más se asemeja a lo que me pediste en plan Pinhead. Otra que puede molar es Abalieno, que significa enajenar) sale una vez al mes al espacio con la intención de corregir o rectificar el comportamiento y la conducta del asesino más peligroso. Es una prisión, en teoría de máxima seguridad, o eso es lo que informan desde el gobierno que implantó este nuevo modelo de reintegración social para los peores presos. La prisión espacial, parte sin tripulación y el sujeto a analizar debe de sobrevivir un determinado periodo de tiempo resistiendo y sobreviviendo con lo que vaya encontrando en su camino. Él se despierta reconociendo lo que debe de estar pasando. Entre los presos terrícolas saben de este insano castigo que el gobierno implantó hace décadas. Por un lado se siente úfano al saber que el estar allí significa ser uno de los peores presos, pero también se muestra un tanto cauto ya que nadie sabe lo que pasa en el espacio. Hasta la fecha ninguno lo ha contado. Además de no comer y de dormir mal, deberá hacer frente al juez, también llamado dominador, un ser capturado hace ya mucho tiempo en una galaxia remota y cuya misión es rastrear al preso de turno y comprobar su estado de locura con su olfato desarrollado, es una cualidad especial que tiene. Solo en caso de que el reo haya perdido la razón por completo y haya cumplido su pena le dejara con vida, si el dominador, se encuentra en algún lugar de la nave con el asesino y todavía su alma guarda un poco de cordura lo devorará lentamente desmembrándolo. Desgraciadamente se han encontrado casos, en los últimos años, en los que el juez también ha perdido el juicio y ya devora sin rigor.
La idea es que este personaje, llamado X tampoco sobreviva al castigo, pero no se sepa hasta el final.
Mientras el protagonista va avanzando por inercia natural se encuentra en una sala un cuaderno de abordo. Al accionarlo aparece un listado de presos con una equis roja a la izquierda del avatar. Al activar cada icono aparece información relevante para el experimento. Da a cualquiera y sale el video de cuando el juez aplica sentencia de muerte. Entonces el personaje principal, que hasta la fecha se había mostrado escéptico comienza a desconfiar y a sentirse un poco más vulnerable.
A su vez entra en salas donde hay restos que nadie ha limpiado, eso demuestra el gran interés de quien implantó esta penitencia. Restos de cadáveres que están decapitados y cosidos con cadenas y alambres; cada día que pasa el juez se encuentra más cómodo con su propia decoración, de hecho se encuentra como en su propia casa.
El monstruo puede medir dos metros de alto y ser muy fornido; podría ir sobre dos piernas o a gatas. La dentadura es afilada y prominente; sin labios. En la  mitad de la frente tiene insertada una placa de acero de algún enfrentamiento pasado. Ahora también es otra arma de defensa por si se cruza con algún valiente. El sonido característico cuando alguien está cerca de él es el de esa poderosa dentadura, el rechinar de dientes, aunque algunas veces y en algunos videos de bitácora se aprecia un extraño y penetrante silbido; se desconoce su procedencia.
El fin último del superviviente es encontrar elementos básicos que le permitan seguir con vida unas horas más. Huyendo sin saber de qué, escapando de sí mismo.
Por desgracia el gobierno no ha invertido mucho en este proyecto social y las naves son bastante antiguas y fallan de vez en cuando, como el sistema de oxígeno, la refrigeración, la luz o el sistema gravitatorio…
Para ser más bizarro puede haber un hilo musical en las salas que repitan de vez en cuando una canción como Gloomy Sunday con cierta ironía para invitar al encarcelado que si quiere puede dejar de sufrir suicidándose.