martes, 19 de mayo de 2015

Un centro comercial zombi

El Opción, en Alcorcón, permanece cerrado. Las cámaras de seguridad estarán apagadas, e incluso desinstaladas, enfocando la nada. La sala o garita del vigilante será un espacio vacío y cerrado, a cal y canto, donde las pelusas se amontonan empujadas por una corriente de aire procedente de a saber dónde. El aparcamiento subterráneo sigue deshabitado. Los gorriones y, sobre todo, las golondrinas se han adueñado de ese espacio donde no hay ningún vehículo. El suelo debe mostrar restos de residuos que el viento ha alojado allí. Habrá bolsas, restos de hojas, colillas acompañadas por el siempre primaveral canto de las aves y su, aquí solemne, eco.
Afuera, la dinámica es similar. Los eucaliptus (menuda elección escoger un árbol tan dañino y salvaje) ya ocultan el cartel publicitario con el nombre del centro comercial.
En el propio interior del espacio desangelado las tiendas seguirán con los cierres metálicos bajados impidiendo que algún mendigo o majadero intente merodear por allí. Lo único que seguirá en uso aún operativo, quizá, sea el sistema electrónico del cierre de las puertas que dan acceso al recinto. Los ascensores continúan abandonados y quietos hasta el resto de los restos o hasta que su propietario derribe el edificio o lo empleé en otros menesteres. Los imagino en la planta baja; ese es el único lugar donde se me ocurriría dejar a un ascensor en desuso.
La pantalla de los cines, a estas alturas, deben de soportar una buena pátina de polvo, como sus butacas. Aunque es una contradicción enorme puesto que el polvo es un 80 % de piel humana, y allí, en principio, no queda nadie. ¿De dónde ese deterioro si no hay nada más mágico que cualquiera de esas salas?
El gimnasio se habrá quedado diáfano. Las máquinas de musculación se venderían al mejor postor. No quiero pensar que siguen todavía dentro... la sala de espejos, la sauna y el baño turco realizando no su función si no la disfunción, lo etéreo.
Las cañerías de los baños sufrirán el deterioro por la ausencia del uso común.
Y algún ruido resquebrajará el lapidario silencio que habita. Una calma inquietante, pero solo para quien haga una visita por él, de cuando en cuando. A veces será el aire, otras un crujido de vigas y aleaciones producido por la diferencia térmica estacional (ahora que se acerca el verano).
Un edificio que soporta el paso de los días. Muestra casi la misma apariencia que cuando lo inauguraron. Es lo que conlleva el capitalismo, capaz de ahuecar una naranja y que parezca intacta a los ojos de los que miran.