sábado, 31 de julio de 2010

Bancos

Los trabajadores de los bancos siempre me habían caído mal y más cuando en Banesto me obligaron a pasar sin la gafa de sol para poder entrar. Debí haberme desnudado, pero ante la duda de si iba rasurado o no (porque ya que das el cante hay que jugarte el do de pecho… o pubis en este caso) y coaccionado por la vergüenza; desistí de ello.
Por entonces pensé que podía ser como Superman al llevar lentes opacas y no ser reconocido por nadie en el supuesto caso de cometer un robo.
Hay excepciones con empleados que han cruzado la línea y les tengo algo más de consideración; poco, tampoco se puede exagerar en estos casos.
En el BBVA hay un hombre serio que siempre está escuchando su cadena de música, tan anticuada y perdurable, que probablemente acabe jubilándose el dueño y decida donarla para que otro prosiga con su uso. Es el clásico rostro que parece no haber sonreído jamás. Tiene la costumbre de mover las piernas bajo su mesa. Se sabe por el vaivén de la cabeza. Lo que me agrada de este banco es que cuando estás entre las dos puertas de acceso, una voz mecánica, como de nave nodriza, te obliga a dejar los objetos metálicos fuera. Si permaneces quieto se olvida de la orden y te permite pasar. Tanta seguridad…
En Caja Madrid conozco a Purificación, Puri; como se la llama, y a la que su jefe no duda en dejarla en ridículo delante de los clientes. Es la más normal de la sucursal que frecuento. Lo de la evidencia en público sólo sucedió en una ocasión, pero aquella vez estaba tan crispada que me generó empatía.
Y en el Banco Santander hay una mujer morena que se sonroja con facilidad. Hasta la fecha ha sido la única persona dentro de cualquier entidad, que me ha reconocido y ha intentado entablar una conversación conmigo alejada del ámbito procedimental.
Nuestro momentazo fue cuando en mitad del ingreso monetario se percató de que había una araña, casi diminuta e invisible, desplazándose en la pared, y expresó sorprendida: "Una araña". Y le contesté con asombro motivado por el suyo: "Sí". No sé qué pensó el arácnido al respecto ("Si supieran que soy la única en acceder a la caja fuerte sin códigos de seguridad…").

jueves, 29 de julio de 2010

Dos muertes

Se oye por ahí que si sueñas con que se muere alguien alargas la vida de esa persona. También que un cigarro la acorta diez minutos y de que una carcajada la aumenta diez más (esto se resolvería con el siguiente modus operandi: pitillo-risotada-pitillo-risotada… así hasta quedar satisfecho).
Anoche feneció mi madre dentro de las ensoñaciones. Las circunstancias eran que como ese día había tenido un acto de reconciliación con la empresa, pues mi imaginación prolongó su estado de crispación lo que degeneró en una muerte repentina por cabreo. Lo gracioso es que con dicho suceso mi abuela había decidido deshacerse de la vitrina de antigüedades del salón, que estaba repleta de objetos coleccionados por su hija. La sensación fue muy desagradable. Lo que la casa era sin mi madre, así parecía el salón sin ese mueble. Qué pared tan pálida y vacía, repleta de nada.
Otro detalle que me ha parecido curioso es el calor que hay en la escena ficticia. Un bochorno insoportable. En cierta ocasión noto como en el sueño (en realidad serían las seis de la mañana) me da el sol en un brazo como si fueran las dos de la tarde y en seguida lo muevo para no quemarme.
Por otro lado, y a escasos siete metros de donde yo duermo, mi abuela ha soñado que su hermana Carmen se moría también y que antes de ello estaban peleadas y como Catalina no le hablaba, su hermana pequeña le sobornaba introduciéndole dinero y otros regalos en los bolsillos para mermar su malestar y conseguir una meritoria reconciliación.
Uno se despierta desorientado: angustiado por lo que ha creído vivir y contento porque no ha sido real.
¿No serán los sueños los verdaderos relojes para indicarnos lo rauda que se pasa la vida?

miércoles, 28 de julio de 2010

Moldeador de imágenes

No es un trabajador de gran diligencia, sin duda; pero en las distancias cortas uno se percata de que tiene buena formación como dibujante. La crisis le llegó antes y despidió a la secretaria, una joven morena y moderna, que complementaba la labor de citar a los clientes sirviendo copas en un pub céntrico de Fuenlabrada. Siempre pensé que esa decisión pudo emanar primariamente desde la profesora con la que está casado Juan, que así se llama el creador de los tres tatuajes que tengo.
Como no le lleves un dibujo hecho y pensado te empieza a marear la perdiz para disuadirte. La mayor cualidad que posee, la muestra sin tapujos y siempre con la idea de mejorar, destacar y adaptar el dibujo del demandante. Como tal la sufrí y me empujó a tomar decisiones que se reflejarían en la piel de por vida. Así pensó que una eme del brazo podía ser una uve doble girándola, un lagrimal estaba mejor sin tatuar y con el cuervo… con el pájaro no aportó nada. Creo que decidió no implicarse porque no le gustó. Por eso decidí que el ave abstracta quedaba mejor con contorno para dejar claro que era eso y no una simple mancha onírica.
Mientras tatúa te cuenta hechos de su vida. Por alguna extraña razón, mientras lo hace la mezcla olorosa de tinta y sangre, junto con su repertorio, encajan como piezas de un lego. En todo este tiempo he sabido que probó la cocaína y le causó respeto, que antes era pintor y en cierta ocasión acudió a una casa del norte de España donde todo era misterioso, hasta que los familiares confirmaron vivir con un fantasma. Juan no se lo creyó mucho porque es agnóstico, que no escéptico, pero cuando el compañero comenzó a pintar una pared se percató de que la pintura no agarraba. Al intercambiarse el rodillazo de color surtía efecto, pero cuando volvía a ser su compañero el que pintaba… nada, como agua.
Su aspecto es enjuto pero su aire de motorista es como si indicara que el tiempo no pasa por él, que continúa anclado en la movida madrileña.
Los dos coincidimos en que con pelo corto se pierde más que una simple coleta y en cultivar la contrariedad tatuándose en el brazo izquierdo cuando también es diestro. Para gustos…
No se esconde bajo sus gafas y sabe ser franco en su negocio. La codicia le visitó en vano porque sólo tatúa; agujerear con piercings lo relegó a manos de otro; tal vez guiado por el conocimiento básico de que traspasar con una aguja o gancho es distinto a introducir tinta superficialmente ya que el margen de dolor no es parejo.
Dentro de su código moral se descartan los dibujos en el rostro. No hay por qué jugársela.
En sus despistes puede que una vez te haga una pequeña rebaja y otra ni baraje la posibilidad. Debe variar visitarle un lunes por el viernes.
Aunque parezca increíble sus verdaderos esfuerzos se centran en convertir o mantener que una afición no se convierta en trabajo. Que cada cual juegue con esa línea como mejor le plazca. Si no de qué sirve ser autónomo.

martes, 27 de julio de 2010

Un pianista en su cumbre

Daniel Carmona Fuentes (no está vinculado a Ketama) ama al piano como Michael Jordan a su primer balón. Este joven madrileño, con porte de figurín de El Corte Inglés, sabe llevar sombrero sin desentonar. Sobre un escenario transmite más calma que disturbio por mucho que se despeine. Se presupone que esa característica la encauzó Nando Martín y cuya progresión sigue supervisada por Adolfo Delgado, profesor de la academia creativa de Madrid. Sin más.

1-¿En qué grupos tocas?
Actualmente formo parte de tres proyectos serios. El primero es Arriaz, un grupo de género metal para mí bastante creativo y enérgico donde desde hace seis años disfruto tocando con mis compañeros. El segundo, El Groove de la Comedia, es un grupo que nació hace bien poco, pero aún avanza a pasos agigantados satisfaciendo a muchos oyentes con música jazz y el tercero, más que grupo, es un proyecto en solitario como pianista, actualmente estoy desarrollando el disco Caminos donde con mucho cariño y esfuerzo intento hacer llegar a las personas que lo escuchen, entre otras cosas, la serenidad que tanto es buscada.

2-¿Por qué elegiste el piano?
Recuerdo que de muy pequeño a mi hermano le regalaron un teclado y en cuanto llego a mis manos no pude parar de tocarlo. Estaría más adecuado decir que fue el piano el qué me eligió a mí, y muchas veces soy yo el que le pregunta al piano: <<¿Por qué me escogiste?>>.

3-El mejor concierto fue…
Todos son una buena experiencia y es difícil decir cuál es mejor o peor. Te hablaré de uno que fue en Montesinos (Valencia); un escenario donde estaba el mar al fondo. La gente nos dio una gran bienvenida y disfruté al ver como saltaban y movían. Fue una experiencia buenísima.

4-Imagina que vives sólo en una isla y te dejan llevarte un cadena de música y un disco, ¿A qué mujer famosa invitarías?
Seguramente la mujer que invitaría no sería famosa, pero si lo fuera sería Tina Turner.

5-¿Crees que las academias de música construyen o destruyen?
Existen las que construyen y, desgraciadamente también, las que destruyen. Pero según mi manera de percibir las cosas somos nosotros mismos los que nos dejamos construir o destruir.

6-Sobre el escenario ¿resultas más como Adrien Brody en El Pianista o Dennis Quaid con Gran bola de fuego? ¿Término medio?
Depende lo que toque en ese momento. Me identifico más con Adrien Brody por que la balanza se inclina más hacia él, pero reconozco que, a veces, me viene la inspiración tipo Dennis Quaid.

7-Vale. Supón que en la isla anterior deniegan el paso a cualquier mujer ¿Qué disco te llevarías?
Es una pregunta bastante difícil. Quizás el disco que me llevaría fuera Kind of blue de Mile Davis.

8-¿Con qué canción irrumpirías en el Congreso en mitad de un debate sobre el canon de la música?
Irrumpiria con Piedra contra tijera de Soziedad Alkoholika, sin duda.

9-Por cierto, ¿a favor o en contra de la piratería?
Por una parte estoy a favor, ya que los precios de los discos me parecen demasiado altos y los beneficiados son las discográficas.

10-¿Cómo es vuestro productor? ¿Con qué otros grupos trabaja?
No tenemos productor, hacemos todo por nuestra cuenta y riesgo con mucha ilusión. Daniel Carmona afirma que las giras y demás se las buscan también ellos solos.

11-La frase clásica “Sexo, drogas y rocanrol” está demasiado gastada; cambiémosla por…
Soy el menos adecuado para ello, pero me quedaría con “Sexo, marihuana y música Jazz”.

12-Existen muchos casos de músicos comprometidos con la política y otros temas de la agenda pública, como fue el caso del irlandés Bob Geldof con la fundación Band Aid Trust o del senegalés Youssou N´Dour cuando se involucró con Amnistía, ONU y UNICEF. ¿Por qué te reivindicarías si tuvieras sus medios?
Si consiguiera recaudar dinero suficiente ayudaría a las asociaciones una por una, no me decantaría por una en concreto.

13-Veo que te gusta el jazz. ¿A quién admiras?
Admiro a todos por compartir su talento y su música con el mundo. Uno de ellos es Mile Davis por hacerme sentir la música desde otra perspectiva y por esos colores que ascienden en los sentidos. Gracias Mile.

14-Un lugar imposible donde te gustaría tocar el piano (se descarta el fondo de una piscina tanto llena como vacía).
En lo alto de una montaña donde sienta ser parte de la naturaleza rodeado de grandes árboles y vegetación, y cómo no; en un cielo bajo el dibujo de la luna llena.

15-¿Cómo crees que se transmite más, mediante la improvisación o ciñéndote a una partitura ideada por uno mismo?
Me gusta esta pregunta. A mi modo de ver es con la improvisación, porque sólo piensas en expresar; están, nada más, las reglas que quieras que haya. Eres libre de crear cualquier sintonía según te venga. Con la partitura aunque sea tuya la escribiste en otro momento, lugar, ambiente y con otro estado de ánimo. Por ello transmite más expresar lo que sientes ahora que hace dos días.

16-Para ti quién ganó el pulso: ¿Mozart o Beethoven?
Los dos aportaron grandes composiciones y personalidades. Me decanto más por Beethoven. Sus obras hacen sentirme más identificado con la perspectiva que tengo al tocar el piano. Además de que para mí, independientemente de otras cuestiones, fue un gran luchador.

lunes, 26 de julio de 2010

Un agitador sereno

Regino, de treinta y pico años, estuvo en la cárcel; no pregunten a santo de qué. Ni lo sé, ni me importa. El caso es que estuvo allí. Aquello no lo convierte en bueno o malo. El bien y el mal, quizás, acaben por convertirse en conceptos sui generis si el caso en cuestión no llega al asesinato.
Hubo un tiempo, hace ya casi una década, donde el metabolismo le jugó una mala pasada y comenzó a engordar incontroladamente. Aun así daba largos paseos por la zona, acompañado de una vara o bastón improvisado para apoyarse. Un foráneo que se cruce con él por los caminos le tomará por un pastor vanguardista sin rebaño. En cuanto a la silueta parece que ha recuperado el trazo posterior. Su atuendo consiste en unas gafas de sol Arnette, de las que no se desprende ni cuando el invierno acontece con sus nubes. Cuando castiga el sol se ata un pañuelo sobre la cabeza rasurada; acción que contradice el hecho de ir sin camiseta. Otras veces va sólo acompañado de un botijo y otras de un amigo más mayor que disfruta del andar tanto, o más, que él.
Siempre saluda de un modo enérgico y vitalista como si llevara despierto desde las seis de la mañana.
Es el primo del alcalde y trabaja para los servicios públicos del Ayuntamiento. Tan pronto riega los árboles del paseo a Las Colinas, como pinta las señales de prohibición a las motos en la entrada de la piscina, como supervisa el césped artificial de las fuentes. Ante eso, no se puede hacer una crítica negativa al nepotismo, que puede ser contraproducente cuando la labor del empleado queda en entredicho.
La madre acertó de pleno en el nombre. Regino es el masculino de regina-ae: reina, princesa. Sólo que él lo ha reconvertido o adaptado hasta traducirlo por el significado de showman de cualquier cotarro o festividad.
En verdad, nunca le he visto conducir y de ser así lo mismo le daría por montarse sin zapatillas y cambiar las marchas descalzo. De todos modos creo que, vehículo y caminante no mezclarían bien. Serían güisqui y ginebra.
Fue el creador, entre otras innumerables proezas locales, de crear la palabra anaclan que sustituye a la originaría alacrán, escorpión. La expresó así en un arranque de espontaneidad.
Madridista hasta el espinazo solía llegar de los primeros en las celebraciones del equipo de su gloria a las fuentes, que, años más tarde, le encomendarían inspeccionar.
Ya no se distinguen, si son verídicas o no, las historias que circulan por el pueblo sobre él.
Este es el perfecto y dispar modelo del vecino polémico y respetado.

domingo, 25 de julio de 2010

El cauce

Llegada la hora de terciar al rumbo,
acodado; faltan argumentos;
a ases pida un joker, golpe con tumbo.
Danzarín débil de ligamentos.

De moda están la bota y el tricornio;
en siestear invita el Estado
como a flagelar su unicornio.
Bien oposita el apadrinado.

Cambalache: pluma para uniforme.
Disculpen el gesto disconforme.
Fue capataz de la idiosincrasia.

Impuesto a sazonar por desaliño;
Reo en soñar lunas desde niño
y Apolo (XI) besó a Penumbra, la amasia.

sábado, 24 de julio de 2010

Eva entre estaciones

Paso a su consulta. Nunca sé si darla dos besos o saludarla sin más. Dejo que sea ella quien lo decida; según actúe. Su sala es pequeña. Las paredes están pintadas en un amarillo suave que dota al habitáculo de una sensación confortable. En la pared hay una serie de cuadros, pero suelo detenerme en uno, el que más me gusta, y me pregunto: “¿Será de Klee?”.
La mesa está abarrotada pero bien distribuida. Tras las carpetas de informes hay un paquete de pañuelos marca Carrefour y una cajita de bombones, comprada, seguramente, en el mismo centro comercial.
Eva tiene los ojos azules, el pelo castaño, buen tipo y rondará los treinta y nueve. Me la imagino casada y madre de, cuando menos, una niña que crece bajo la comedida protección de una madre cálida.
No es que la haga de reír es que, en ocasiones, los sucesos o razonamientos que cuento le producen gracia. Hubo una ocasión en la que, de pronto, el ambiente se hizo tan distendido que se sentó en su sillón colocando un pie bajo la otra rodilla.
Recuerdo la necesidad imperiosa de acercarme a ella hace un año y medio en el hospital, tal y como un tropezado intenta sujetarse a cualquier rama prominente del precipicio. Por suerte mi filosofía va ganando, poco a poco, perímetro a su psicología.
Otras veces la llaman al teléfono corporativo y lo atiende presto para volver a retomar las conversaciones. Siempre se disculpa por ello. Sabe que no tiene porqué. Conserva cierta apariencia jovial, proveniente de la infancia construida sobre unos cimientos sólidos. Qué incómodo es cuando le conocen demasiado a uno y se desconoce tanto a la otra persona.
Su azul puede transformarse presto en un destello frío con la intención de rasgar el biombo, que coloco entremedias, muy de vez en cuando, y sin percatarme de la existencia abrupta de tal mampara.
Ya no llevo nada preparado. Arranco, sin más, desde lo primero que se cruce por el pensamiento. A mi izquierda hay otra silla azul desocupada. Tal vez la mayoría prefieran no estar tan de frente a Eva, expuestos a su catalejo, y sea la que usen. Yo sí.
Más tarde concluye la visita. Ella conforme de que continuo bien y yo satisfecho de ser un paciente de poco jaleo.
Volveré dentro de tres meses cuando cualquier pantalón releve al vestido colorista que llevaba la última vez y, para entonces, ya será otoño. Tal vez le cuente que este verano ha sido el segundo consecutivo sin ver el mar. Ella responderá quitando plomo al asunto y sacaré temas ligeros, que no toquen tierra.

viernes, 23 de julio de 2010

Venenos consensuados

El Gobierno pronto retirará de los centros escolares públicos las máquinas expendedoras de bollería industrial, frutos secos, golosinas y refrescos. El Ministerio de Sanidad así lo ha pedido (un tema que debería estar con letras rojas en la agenda de la OMS, Organización Mundial de la Salud).
Nutricionistas y pediatras respaldan tal decisión, pero, a pesar de los datos facilitados por El País donde se sostiene que la población española adulta es obesa en el 17% y 13,9% en la infantil, la medida tiene toda la pinta de ser una memez.
Además la norma plantea que no podrá venderse un producto con más de medio gramo de sal, sobrepasar las doscientas calorías y que no haya trans en su elaboración.
Bonito es, desde luego, pero ineficaz.
Para empezar; de poco servirá si luego los hábitos de diversión de los niños se centran en quedarse en las casas jugando con las videoconsolas (la industria del entretenimiento que más beneficios genera, por encima del cine y literatura) en vez de practicar juegos en grupo que requieran cierto esfuerzo físico. En el recreo y entre clases no rebasarán los límites calóricos, pero si luego celebran los cumpleaños en el Burguer King o McDonald´s o los adolescentes en sus fiestas sólo se alimentan de pizzas, se estará vaciando un cubo de arena con las paladas de un rastrillo. Y qué decir, al respecto, de la opinión en la delgación de Coca-Cola cuando conozca el descenso en sus ventas. Hablan de las empresas más potentes del mundo. Para que vean a dónde se dirigen los tiros (al aire).
Por otro lado, hay que ser razonables para permitir que compren semejantes artículos ya que es en esa edad cuando mejor pueden sentar los caprichos y vivir de pollo, pescado y verdura nada más, cuando se es niño es más difícil y poco realizable.
El verdadero óbice es que prosigan con el empleo de ácidos grasos trans bajo el fundamento demostrado de que mejoran la frescura y estabilidad del alimento que lo tenga. Están presentes en pequeños porcentajes de la leche, en la grasa vacuna y en más productos de los que nos convendría.
Se debería imponer ya un sucedáneo menos insano y cancerígeno que los trans, responsables de suministrar grasas nocivas y de mermar las lipoproteínas de alta densidad (grasas buenas). Sirve de poco el engañar al consumidor mientras lee que no poseé el macronutriente cuando, en realidad, lo camuflan bajo eufemismos como aceite de palma o coco. Además ese tipo de sustancia genera: resistencia a la insulina, pueden desencadenar en los procesos inflamatorios, aceleran la lesión ateroesclerótica (endurecimiento de los vasos sanguíneos) y modifican los ácidos grasos de la masa cerebral y sistema nervioso contribuyendo con enfermedades como esclerosis múltiple, Alzheimer o Parkinson.
Estos datos tampoco son muy fiables, ni deberían sentar las bases de un hipocondríaco, ya que las irregularidades fisiológicas si no provienen de aquí pueden originarse del excesivo uso del móvil, microondas, consumo de drogas, medicamentos, bebidas alcohólicas, etcétera.
Al menos se puede apreciar que han hecho de los dulces algo, un tanto, amargo.

miércoles, 21 de julio de 2010

Siéntese bien

Lamento ser algo grotesco con ello, aunque para muchos no será así, pero creo que hablar de las hemorroides se ha convertido en algo demasiado banal y utilizado. No es nada del otro mundo, pero parece que la gente lo cuenta como si se refiriera al plato que se comió ayer, un programa que emiten la noche de los martes o el regalo que han comprado para el cumpleaños de... quíen sea. Siendo franco, poseer eso alrededor del ano puede ser frecuente, pero también lo es orinar y nadie va por ahí describiendo la gran meada que tuvo que expulsar antes de salir de su casa.
En uno de los pocos trabajos que he tenido, había una compañera a la que estimaba bastante porque la eficacia de mi trabajo repercutia, a baja escala, en el buen desarrollo del suyo y cuando me equivocaba era benevolente. Pues bueno, llegó el día señalado en el que habló de su estreñimiento y del atroz ataque de almorranas que ello le acarreaba. Con el extenso abanico que poseen los extrovertidos y acaban cayendo, a mi entender, en la vulgaridad más desinteresada. Otra cosa bien distinta es que te vayan a realizar una operación y al contestar sobre los motivos uno diga: “de almorranas”. A nadie le gusta pasar por el quirófano y menos cuando se pone en juego tu culo.
Otro caso es cuando nada más conocer a una chica va y suelta (sin tocar verbalmente antes el tema): “es que tengo una fisura en el ano”. ¿Cómo que fisura? ¿Desde cuándo salen ahí? ¿Puedes caminar con eso?
No es que fuera inoportuno, pero creo que antes de bajar a la zona se puede hablar del pelo, frente, labios, pechos, las causas de la muerte de Salchicha Peleona… Miren con los anos de por medio es un buen pretexto para hablar de los coágulos en la menstruación, más fácil ya…
Además, esto incita a pensar en la mala labor de investigación que se hizo en el anuncio de la pomada contra las hemorroides al decir “… sufrirlas en silencio”. Pero si nadie se avergüenza de ello, vamos hombre, cuánta falsedad.
Y ya puestos voy a hablar de lo mío (¿ven?). Resulta que hace diez años, o así, sufrí un asalto de gastroenteritis serio; así que no me quedó otra solución que acudir de urgencias al Severo Ochoa, si no quería amanecer con seis kilos menos. En la sala había un hombre cuyos dolores estomacales le hacían quejarse de vez en cuando y por el pasillo vi a una chica en minifalda, sobre una silla de ruedas, que se había pasado con la fiesta. La alcoholizada no se preocupaba de cruzar las piernas para evitar mostrar su ropa íntima. Me dio algo de pena verla en este estado, aunque mi padre dijo que daba la misma que los chicos que también se ponían así. Cierto. Pero mientras observaba la belleza de la joven dentro de su fealdad (dos realidades distintas como diría Julio Cortázar), me olvidaba de que, salvo un milagro, mis nalgas probarían otro inodoro. Y como dice un amigo: “el váter es como las madres; sólo hay uno”.
Tras de mí oí que una mujer decía que la chica de la camiseta blanca todavía no había pasado a consulta; es decir, yo.
Ya con la doctora de guardia mis sudores se multiplicaron ante las ganas incontroladas de hacer de vientre (la expresión me la enseñó también mi padre. Creo que esto de los sinónimos comencé a sufrirlo en la infancia). La consulta iba bien hasta que la médico decidió realizarme una exploración rectal. <<¡Dios mio, qué valiente!>>, fue lo que pensé; y cuando concluyó me dijo que no padecía de hemorroides internas ni externas.
¿O sea que campan a sus anchas encima?
Y eso es lo que tengo que contar en este extenso y gratificante tema. Por cierto, sigo sin ellas. Me siento afortunado con esta particular ventaja. Al menos por el momento.

martes, 20 de julio de 2010

Jabatos y hombres

Jean estaba, como cada tarde, en El Jabato tomándose unas cervezas, demasiadas. El joven rubio y espigado estaba sentado en un taburete con una postura manierista y despreocupada. Observó la variedad de tapas. Aquel bar se caracterizaba porque con una consumición podías optar a servirte, todo lo que quisieras, de bandejas de frutos secos, chorizo frito, anchoas con tomate, fritura y demás.
-¿Te pongo otra guapo? -le preguntó la camarera tras la barra-.
-No. Gracias Marisa. Por hoy tengo suficiente -contestó él con una pronunciación lograda-. Acto seguido desplegó sus piernas del asiento y su contorno recobró el aspecto de una pequeña montaña rusa para enfilar hacia la puerta y abandonar ese sitio al que ya habían denunciado los de sanidad por tener los baños públicos demasiado próximos a la cocina.
Fuera, sobre la acera empedrada, como de otro siglo, se topó con Mariano, El Manco. Aunque en verdad, le amputaron el brazo izquierdo hasta la altura del codo. En multitud de ocasiones declaraba no echar en falta su miembro y no hacía ningún empeño en disimular su carencia.
-¡Hombre Gin, ya te vas! -exclamó el que en breves instantes iba a ser el nuevo cliente en El Jabato-. Jo´ macho traigo un dolor de cabeza del copón bendito, a ver si se me pasa un poco aquí dentro; aunque lo mismo empeora.
-Con este tiempo tan cambiante es algo normal -dijo Jean mirándolo a los ojos-.
-¿Tienes ya algo de trabajo? -preguntó El Manco mientras se masajeaba las sienes-.
-No. Sigo en blanco o sin blanca.
-Mírate. Quieres ser uno de los nuestros, uno de nosotros, viniendo a este antro día sí y día también; pero para eso deberías ser un fracasado y yo sé que no eres tonto. Con esa altura…; seguro que en tu coronilla hace más frio, allí arriba, que en mi hombro… y esa espalda; tienes un buen tren superior. Acércate a la obra que están haciendo en la entrada y pregunta. Seguro que necesitan a alguien para llevar sacos.
-Eso no es lo mío -respondió él y añadió-: Además puede que pronto me llamen de otro sitio con más expectativas.
No muy lejos alguien que el joven conocía rebuscaba entre la basura.
-Tú verás muchacho. Un americano que habla tan bien un idioma que no es el suyo es más valioso fuera de cualquier bar que dentro.
De pronto Mariano se percató de la presencia de Luis.
-¡Luisito, anda ven que hoy invita un servidor con la paga fresca en los bolsillos! ¿Qué esperas encontrar dentro de esos cubos? –vociferó un manco, el único del pueblo, y, luego, con unos golpecitos de muñón sobre el pecho de Jean dijo en un tono más bajo-: Éste pobre sí que está mal. El viejo va en barrena.
Pero Jean ya no estaba allí. Su mente flotaba gracias al canto de las cigüeñas con su pico. En lo alto de la iglesia, dentro del nido, un espécimen producía el mismo sonido que pueden emitir dos mitades de cocos tras ser golpeadas entre sí. A cierta distancia, probablemente un macho, respondía al cortejo. Y más lejos una empacadora cruzaba un campo, aún demasiado verde e inmaduro, sin poder desarrollar su labor.
En la mente del americano sólo existía la preocupación por saber si a la tarde siguiente oiría el canto de las aves y vería, también, el avance de aquella maquina agrícola verde sin rumbo y nada por hacer. Era lo único que le inquietaba por entonces y cuando volvió en sí el sol ya había caído completamente tras la línea que marcaba su zénit. Los gorriones comenzaron a resguardarse en los nidos ante la llegada de la noche y el joven se marchó con el lento caminar de siempre. "Siempre tendré bebida a falta de paisajes".

lunes, 19 de julio de 2010

Frases y más frases

38-“Detrás de eso queda una persona con cierto toque de genialidad": Buen halago. Y por si supo a poco: “Intelectualmente eres brillante” me puso las suficientes alas como para desear tener un bombín y un bastón con los que pasear por la calle engalanado. Supongo que la finalidad de las dos frases era soliviantar mi ánimo.

39-“Busca lo hermoso en ella y piensa en ello mientras lo haces”: mi hada de la guarda con un sabio consejo sobre lo que puede resultar el amor.

40-“Ese tío tiene cara de estreñido”: A Catalina, mi abuela, no le gusta, en absoluto, Nicolas Cage.

41-“Si ella no se casa no probará el chocolate”: Y cuando pregunto a Catalina a qué chocolate se refiere aclara que: "al batebatebate”. Vamos, al sexo.

42-“Las parejas sin hijos se complementan mejor”: Victor. Un gran detallista que puede haber dado con la clave para que un matrimonio perdure más años.

43- “Si tuviéramos que comparar a Daniel con un futbolista (a otro compañero le definió como a Ronaldo, que en aquellos tiempos jugaba en el Barcelona) él sería Lasa (un defensa del Real Madrid que esa temporada marcó un gol casi desde su área)”: Quiso enfatizar que aunque no era un alumno en el colegio que marcaba la diferencia (en las demás instituciones educativas tampoco lo he sido), mi labor era de más derroche y empeño. No sé por qué dijo eso cuando los demás me podían haber cogido manía. Aunque fuera extraño e inusitado el motivo pero me respetaban. Nunca tuve mote en la escuela. He padecido las típicas chiquilladas, pero no se fiaban del taimado. Aquel profesor se llamaba Juan Fernández, como la isla, era socialista y sus clases se soportaban bien. Le sacaba de quicio encontrarse con alumnos antiguos por la calle y que le evitaran el saludo.
Siempre que alguien alaga me pregunto las razones que tiene, ya que cuando incurren en el desprecio se puede adivinar lo que empuja a ello.

44-“Eres peculiar”: Una de las jefas del Carrefour, Carolina o Carol, tras firmar el final de mi contrato. Intentó decir raro, pero le quedó mal el adorno en peculiar. Ella era de las típicas mujeres que van un siglo adelantadas y que ya no hablan de la igualdad de sexos. Decía haber visto cosas increíbles en lugares de Madrid. Se separó del marido cuando ya tenían dos hijos. No hace mucho la vi de rubia con un hombre con el que se complementaba mejor. Siempre estaba regalando consejos a las compañeras referentes a sus relaciones.

45-“Se lió con el chino y la tenía pequeña”: Sonia, antigua compañera de licenciatura, que cuenta un hecho contrastado mundialmente a mi parecer. Lo gracioso es que nunca habíamos hablado nada parecido entre los reunidos, desconozco el porqué, pero vino tan poco a cuento que me sacó una carcajada.

46-“Me llamo David mismo”: El dependiente del comercio asiático de la localidad intenta amoldarse a nuestra cultura. Dice que David es más fácil para nosotros. Preferiría llamarle con su nombre real, que para eso es así. Nunca dejan de sorprenderme.

47-"Los chinos jamás dan los besos": Mi padre, cuya clientela suele ser asiática, conoce su distanciamiento. La saludé así porque me pareció bastante occidentalizada. Ella me siguió la acción con una cara parecida a la que se puede poner cuando se te posa una araña de gran tamaño sobre la mano. Preferí eso antes de ser considerado occidentalmente a traves del simple hola de los insustanciales.

domingo, 18 de julio de 2010

Millás escucha

El programa guiado en Canal+ por el periodista y escritor Juan José Millás, bajo el nombre de El primer día del resto de mi vida, posee una serie de cuestiones que me gustaría comentar.
El contenido consiste en que personas desconocidas (una por emisión) se sientan frente a Millás para conocer a través de las preguntas del presentador, y las consecuentes respuestas de cada invitado, el acontecimiento que les cambió el modo de afrontar la vida.
En este caso aparece una mujer, que ronda los treinta años, morena, bien maquillada y que vive en un buen momento gracias a lo peor que le ha sucedido; una depresión.
La cámara sólo hace primeros planos a ella, porque, en el fondo, la verdadera protagonista es la entrevistada. En otras ocasiones la cámara recoge al periodista de El País o se hace un plano general lateral que les enfoca sentados. Entre ellos hay un apetecible bizcocho y dos tazas, pero no las usan, o no he visto llevarlas a los labios.
La ex depresiva ensalza su recién estrenado estado de ánimo, tanto, que Millás le avisa de que puede estar en la cresta de la ola, cuando lo ideal (y ficticio) es un mar en calma. También afirma que antes del bajón vivía para los demás por lo que ahora sólo se preocupa de contentarse a ella. Enseguida el interlocutor le recrimina que se ha vuelto más egoísta. La mujer lo confirma sin tapujos.
El de Valencia sigue como siempre. Tras el reflejo de sus gafas de pasta con montura negra. Con esa pronunciación donde parece que paladea algunas sílabas mientras las emite. Sus ojos continúan cansados por la imagen que le genera disponer de párpados caídos. Parece un personaje detectivesco sagaz sacado de una viñeta.
De repente el autor de Laura y Julio le pregunta: "¿Cómo estaría mejor si se aplicara en mí lo que dices; me siento Juan José Millás o soy Juan José Millás?" El periodista se transforma en un psiquiatra audaz. Le imagino deseando perforar una consulta psiquiátrica por medio de un butrón para captar personajes e ideas para futuras historias.
En cuanto a la pregunta considero que siempre se es mejor ser que sentirse; porque lo primero es una verdad fehaciente, mientras que lo segundo es una mera percepción o sensación. Ella se bloquea y contesta demasiado rápido que prefiere sentir.
Al menos la mujer parecía natural y genuina. La duración de El primer día del resto de mi vida al ser tan corta resulta una cualidad sugerente, aunque claramente es una idea radiofónica adaptada en imágenes que recuerda demasiado a Hablar por hablar, aunque ahí sólo sea un emisor contando su problema y aquí dos interlocutores en la descripción de una mejora.
Para concluir decir que el título del programa es calcado a una película francesa de 2008 dirigida por un tal Rémi Bezançon (no sé quién es) que se llama igual pero reemplazando el mi por el su.

Viejas costumbres

Ya se ha hecho firme. Paco González pasará a formar parte de la plantilla de COPE. El ex de la SER, ha declarado que va a trabajar en dicho grupo, porque ya no está Federico Jiménez Losantos. El aludido no ha tardado mucho en reconocer que le estaban buscando con carnaza y, como en él es habitual, ha acusado en esRadio, que a la COPE está “entrando gentuza” (no sé cómo será su espejo), y que el antiguo director de El Carrusel será “el Dioni de las ondas”. Siempre me ha resultado deleznable el exponente que realiza una crítica ad hominem en vez de a sus hechos. Más que nada porque evidencian la falta de rigor y unos argumentos convincentes donde apoyarse.
Como al acusador le parecía poco también dijo que el nuevo periodista de la cadena episcopal va a cobrar de las ganancias que él generó allí hasta que el año pasado se puso punto y final a su vínculo.
Bien, no sé si estos cruces de pellizcos continuarán, pero Paco González haría mal en dejarse calentar por alguien que parece vivir con la única finalidad de destruir al prójimo. Y es que no hay nada peor, en el mundo laboral, que toparse con un forofo empresarial. Cuando lo conveniente es que el empleado no pierda su horizonte a favor de la empresa para la que trabaja. Debe haber una cierta independencia.
Lo narrado hasta ahora demuestra cuál es un caso y quién el otro.
También era impensable que Paco González acabara en los competidores directos de PRISA, pero carambolas más enrevesadas se han visto.
Considero que un profesional puede desarrollar una labor autónoma con respecto a la ideología del medio y más cuando hay una cláusula de conciencia, que en los mejores casos puede resultar como algo donde mantenerse a flote en la deriva. Mantengo esto, también, para la prensa del corazón; aunque no sea prensa como tal.
Ahora, lo de escuchar el ángelus a las doce de la mañana es toda una experiencia, que se puede antojar retrógrada.
Y concluyo apelando a la generosidad y el sentido común (el menos común de todos los sentidos) como principios para contrarrestar el egocentrismo de un tal y un cual. Por mucho que una de las dos personas aquí nombradas fuera profesor de literatura y hubiera momentos en los que podía llegar a pensar, que cuando él hablaba a través de un micrófono movía a las masas, no le otorga el derecho a zaherir, poniendo en jaque los límites de la libertad de expresión.
Esto tiene toda la apariencia del comienzo de una guerra abierta que se irá filtrando, levemente, hacia la opinión pública. Algo visto en innumerables ocasiones. Hasta que, como tantas otras veces, el río vaya disminuyendo su caudal y más en cuestiones de tan poca prioridad, como es el caso.

viernes, 16 de julio de 2010

Bendito hijo

John Kennedy Toole
La conjura de los necios
Barcelona. Anagrama. Colección Compactos. Cuadragésima primera edición en tal colección en octubre de 2009.
10 euros.
389 páginas.


Parto de la base de que las editoriales que rechazaron editar La conjura de los necios habían leído previamente el texto, para no entender el miedo ante una obra tan brillante. Por lo tanto es, más o menos, entendible, que ésos rechazos colmaran la paciencia y el ánimo de John Kennedy Toole.
Su libro está cargado de mensajes directos contra la sociedad americana. Ignatius Reilly es un niño mimado de treinta años que vive todavía en casa con su madre y que no hace más que darle disgustos y perjudicar a cada persona que se va encontrando en su vida.
La mayor denuncia que se capta en la novela, que sólo Anagrama se atrevió a darle cabida en 1989 aquí, es que Estados Unidos (se publicó allí en 1980; dieciocho años después de ser escrita) sigue bajo el firme influjo de la guerra de secesión. Un acontecimiento histórico que ocurrió hace dos siglos y cuyo racismo y segregación racial parecen seguir presentes.
La historia sucede en Nueva Orleans, ciudad en la que el propio Toole vivió.
El tiempo de la obra se desconoce porque no hay referencias de días, ni de fechas. Los personajes son tan extraños y peculiares como I. Reilly. Destacan Burman Jones como el negro que nunca se quita las gafas de sol y el cigarro de los labios, el detective Mancuso, del que toda la comisaría se burla hasta, que, por fin, resuelve el caso de la pornografía, y en mayor medida Irene, la madre del protagonista principal.
La conjura de los necios está fragmentada en catorce capítulos, cada uno de ellos formados por la descripción de un narrador en tercera persona y narraciones en primera persona, que el lector conoce por boca de Ignatius y son los apuntes que hay en sus cuadernillos Gran Jefe, tan ácidos e inteligentes como los pasajes descritos por la tercera voz. En dichas reseñas hay diarios y cartas que envía a Myrna Minkoff, su ex novia, para competir y ver quién es el ser más lúcido y comprometido socialmente del planeta. La estructura es la típica lineal y progresiva.
El manejo del lenguaje es extraordinario, no sólo en el acento específico de un distrito de Nueva Orlenas, que A. J. Liebling explica antes del comienzo de esta obra, ni porque incluya palabras castellanas en algunos personajes para infundir mayor realismo (pag 97), sino porque es en ellas, lógicamente, desde donde brota el estilo del autor. Así tenemos, elefantíaco, sodomita, vibrisas, pelandusca…
La ironía y el decoro premeditado se aprecian en los nombres de algunos personajes. Por eso la madre se llama Irene, que viene del griego “paz”, porque es la que adora y soporta a su desagradable retoño, Santa es la amiga entrometida que es un arpía, con lo cual de santa poco, la empresa Vendedores Paraiso, Incorporated, es cualquier cosa menos paradisíaca y Levy Pants es lo opuesto a la empresa estandarte americana Levi Strauss.
I. Reilly torpedea al estado desde cualquier frente. Con la canción Turkey in the Straw afirma ser la causante del deploro nacional cuando escucha a un ciudadano tararearla. También acusa de ello a los homosexuales. Cualquier motivo es el ideal para sacar a relucir su vil verborrea académica.
Otro rasgo inevitable es el humor con las situaciones disparatadas más propias de cierto caballero que habitaba por La Mancha. Y ahí es donde se ve la frescura de la cita de Johnathan Swift en donde se afirma que para descubrir al genio basta con ver como le acorrala la mayoría amenazante. Hasta que el señor Levy acude a la propia casa del protagonista no repercute en la perspectiva del lector esa idea de la genialidad, al apreciar que todos los males del hijo le vienen por su madre. Y puede que ese desgraciado sea tal genio, porque al conseguir poner a todos en su contra es cuando, en verdad y sin pretenderlo, interviene decisivamente en la resolución del caso de pornografía ilegal y en la jubilación, más que merecida, de la señorita Trixie.
La conjura de los necios, un libro cuya mayor atracción podría estar en que es imposible su adaptación cinematográfica, de ser así su obtención de buenos resultados, como ha pasado en la imprenta, serian inviables, y en presentar a un personaje que recuerda, más de lo que nos gustaría, a algunas personas conocidas. Un Pulitzer de las letras bien conseguido.

jueves, 15 de julio de 2010

Wild Men

Mad Men es una de esas series que no te deja indiferente cuando los cuarenta y cinco minutos del episodio llegan a su fin. Esa sensación de haber visionado algo especial es gracias a la idea inicial de “vamos a hacer las cosas bien”. Un principio desde el que parten todas las series, pero que muy pocas consiguen. Además se ha emitido la tercera temporada, por lo que ya es un producto consolidado.
Matthew Weiner, responsable directo de que la quinta temporada de Los Soprano recobrara oxígeno y de que la sexta fuera el colofón (análisis grosso modo ya que he visto capítulos dispares), es en ésta el creador y productor. Tanto la serie memorable como Mad Men van tan de la mano, que es HBO la que emite los contenidos en Sudamérica; convirtiendo así a la cadena en una marca ya de referencia en la industria audiovisual.
La cabecera, herramienta de la que nunca se debería prescindir por el primer contacto que genera en el espectador y porque resalta la imagen de marca, es sencilla, ligera y clara.
En cuanto al reparto, decir que gira en torno a Donald Francis (“Don” Draper), papel interpretado por Jon Hamm, un James Gandolfini menos talentoso, pero más guapo y estilizado para reflejar la imagen del americano triunfador. A pesar de ello las comparaciones entre ambas son casi nulas, porque la historia que se narra es diferente. Los demás actores no son muy conocidos pero están impecables en sus papeles, motivados, tal vez, por el buen hacer de Hamm. Me quedo con el trabajo que realiza Elisabeth Moss, como Peggy, la secretaria del jefe, con una caracterización de mujer recatada bajo unos ojos de femme fatale.
La serie cuenta principalmente cómo es el trabajo en una empresa de publicidad en el Nueva York de los años cincuenta. Secundariamente hay más temas implícitos como la vida personal de cada ejecutivo, el estado de sometimiento que sufren las mujeres en comparación con los hombres, y otros cabos que acaban por influir más en el peso del argumento de lo que a simple vista se muestra.
Los galardones cosechados, hasta el momento, son tres Globos de Oro y nueve estatuillas Emmy.
La ambientación está conseguida y las críticas mantienen que los hechos documentados que se recogen son fieles a lo que fue América por entonces (si es que se ha avanzado algo en ello).
Mad Men me gusta porque es una versión masculina sin caer en la infamia y en los temas insustanciales de Sexo en Nueva York y porque puede dar a entender que una empresa y la mafia se organicen y actúen con muchos puntos de apoyo por igual; sólo que a estos empresarios no les hace falta un arma para considerarles despiadados. Tiene mérito la deconstrucción que hace Draper del sueño americano y el amor desde el primer episodio, cuando al final te percatas de que él también es otro impostor. Gran toma inicial donde la cámara se sitúa tras el personaje principal como si la audiencia fuera a sentarse con él en el bar por una cita previa y Donald Draper llevara un rato esperando.
Sorprende que bajo esa reconstrucción pormenorizada de un pasado escenificada por Matthew Weiner, con todos los tintes de ser una reproducción clásica, haya un trasfondo más actual del que pensemos.

miércoles, 14 de julio de 2010

Reunión universitaria

Me ha venido bien reencontrarme con los compañeros de licenciatura. Apuesto un maxilar a que al comienzo de la carrera ninguno de los allí presentes pensaba que siete años más tarde de los cinco que hemos acudido habría sólo un periodista. En total dos ocupados y tres en desempleo. Si la cifra hubiera sido al contrario sería igual de incómoda.
Nos hemos puesto al día sobre nuestras vidas y un poco sobre otros ausentes. Ojalá nos viéramos más.
Mi nuevo credo no marcha mal. A veces se me escapa algo, pero sigo pensando que se puede vivir sin criticar, obviando las malas acciones o comentarios que le hagan a uno. No conozco ningún grupo en el que no haya un momento en que surja la típica plática. Criticar no es malo, porque se practica a menudo, y, además, siempre viene bien cuando se agota un tema, pero tampoco debe ser bueno.
La cuestión es un poco como el valor que atribuían los griegos clásicos cuando decían que tanto tumbarse como sentarse tenían la misma repercusión. Se entiende que en La República mantenían que el estar de píe era otra escala, porque ya se necesita de un ligero esfuerzo para ello.
Busco alejarme de lo que resultaba ya a mi pobre lengua, lo que el alquitrán al pulmón ¡Gracias a dios que por hablar de alguien no se muere uno!
Por cierto, también puede enaltecerse o reconocer las virtudes de fulano o mengano. Soy hombre; y nihil humanum. Aunque por desgracia pienso en tal expresión cuando salen a relucir las pasiones negativas.
Tras la dilación he comprobado, de nuevo, aunque no era la pepita dorada en el pajar, cómo puede florecer la planta de la amistad mientras haya un vínculo externo que lo genere: trabajo, curso, estudios, viajes…; si esos lazos se rompen la relación seguramente que se enfríe por el distanciamiento.
La anécdota, con desgracia, casi la protagonizo al sentarme en el peor sitio de la terraza. Era el lugar por donde pasaban los camareros con la bandeja a toda marcha. Pues en un momento casi me da la tarde uno de ellos al tropezarse y rozarme la cabeza con los vidrios de otras consumiciones. Me he reído al salvarme por los pelos.
El verdadero momentazo ha sido el de mi abuela. Que antes de acudir a la quedada he ido a llevarla a su casa y me ha preguntado el motivo por el que los coches llevan intermitentes. A su edad y preguntar eso. He asumido que su inevitable incultura pueda contribuir, en gran medida, a su felicidad. Va a ser verdad que cuanto menos sabes menores son tus preocupaciones.
Al igual que me resulta enigmático y sorprendente cómo ha podido llegar el hombre al espacio, para un astrofísico de la NASA, acostumbrado a solventar ecuaciones y a trabajar con grandes avances tecnológicos, lo verá anodino y, en tanto en cuanto, aburrido.
Desconozco si es más feliz el ingenuo o el necio. Creo que hay más de lo segundo en mí. Algo me hace sospechar que estoy sobre la pista de las bases que se deberían adquirir para ejercer la crítica… la autocrítica.
Tampoco se crean mucho la parrafada. Puede ser fruto de la animada lectura que requiere La conjura de los necios.

martes, 13 de julio de 2010

Contra la rutina

El amor. Fuente y cuna de sabiduría. Antonio Gala lo define así: “El que afirma no tener amor puede que sea verdad, pero es lo único que tiene”. Una frase algo retocada cuyo creador es el escritor que menciono. Al fin y al cabo la escuché de una boca distinta a la del “cordobés” y quién no ha jugado, en alguna que otra ocasión, al teléfono escacharrao. Al menos la expresión conserva la esencia.
Cuando el cabo de la vela se consume, porque no hay fuego que dure eternamente, se puede escoger entre dos caminos. El positivo equilibrado por el cariño, ya que tras una relación puede quedar una buena amistad si los dos miembros han puesto de su parte, ya que nadie te conocerá mejor que una ex pareja o el negativo supeditado al odio. Esta opción puede explicarse porque fastidia cuando algo ilusionante se derrumba. Sucede con una empresa, con un frutal, que, por más que se riega, no te da las manzanas requeridas, con un puente levantado para que perdurara por bastante tiempo y cuyas malas vigas degeneran en la inestabilidad de su superficie a las primeras de cambio o porque, sin más, no se ha conseguido el primer caso. Cualquiera de las dos variables me parecen apropiadas por solemnes que resulten.
Pero…, al margen del distanciamiento lógico ¿se pierde algo más? Pues creo que sí. Parto del principio de que en la vida el tiempo no se derrocha, se invierte o emplea, aunque es cierto que tras una ruptura el sabor de boca que persiste es ese. Tempus fugit. Aun así se esconden en la buhardilla momentos que no se compartirán con nadie más (pobre del que recaiga en ellos, intentando dotar a las nuevas relaciones de frescura, mientras piensa que cultiva la innovación), bromas íntimas que fortalecían el vínculo y otros detalles de cama, que aunque se superen no tendrían por qué compararse.
Tampoco creo que la pareja se lleve una parte de ti, ni tú de ella; pero si se puede meditar sobre el poso de aprendizaje que ello deja. No estoy hablando de que un chico que haya tenido decenas de relaciones sea más inteligente o dotado que alguien que sólo ha tenido la tercera parte; estoy abrazando la inmensa posibilidad de ver el lado positivo y más favorable.
Hay algo que no se debería negar. Por fuerza, y con el paso de los años, uno cae en la repetición de frases y regalos. Si desde edad temprana se empieza a soltar sin tapujos: gordi, cariño, amor, cielo, corazón, bonita, encanto y demás, llegará el día, con total seguridad, en que se caiga en la reiteración. Este hecho no tendrá la menor importancia mientras no haya ocasiones en las que a uno no le dé la sensación de estar siendo manipulado por un ventrílocuo. Eso sobre la acera de cualquier calle. Ya en la cama la repetición de elucubraciones seguro que será menos trascendental.
No se rindan. Sorprendan a sus acompañantes con denominaciones novedosas, ideas plausibles y sustanciales para sus tímpanos. Aunque no sean todos los días, al menos una vez al mes. No importa si ellos creen que están siendo objetos de una burla despiadada. De ser así retomen el empleo conocido: gordi, cariño, amor, cielo….
Piensen ¡oh!, que mientras un servidor escribía estas líneas el sudor de la espalda se le adhería al respaldo curtido de su silla formando un solo ser.
Obcéquense en que cada día sea distinto para lograr pequeñas metas diferentes. Y si llega el momento en que tengan que ver cómo el idilio se hace añicos, al menos conservarán el recuerdo de haber persistido en esos pequeños retos. Dentro de algo que se formula en conjunto es de lo poco que depende de uno mismo. Probablemente, el intento merecerá la pena.
En el caso de acomodarse y no tener motivaciones, disfruten. Los humanos debemos ser el único animal que coma sin apetito, que duerma sin sueño...; pero entrar en estos terrenos, puede que sea salirse del cerco.

lunes, 12 de julio de 2010

Los veranos en Galicia

Eran vacaciones agradables y largas en el norte español. Un clima confortable donde uno puede dormir arropado y salir de noche con una camisa larga y nada más. Si caían algunas gotas, los gallegos explicaban que hasta hace unos días había hecho un sol de escándalo, pero con la llegada de los veraneantes foráneos se había instalado un cielo gris y encapotado. Y el madrileñito pensaba “vaya por dios, hombre”.
El agua de Boiro, localidad próxima a Padrón, de donde son esos deliciosos pimientos, estaba muy fría. Así que mi tío Agustín nos enseñó una distracción mayor para cuando el chapuzón no era la mejor opción. Cogíamos berberechos hasta el punto de que no cupieran más en los bolsillos del bañador. Además estaban bastante próximos a la orilla por lo que no era necesario zambullirse.
Pronto aprendí, que en el mar también había meigas. Una mañana, por entonces tenía catorce o quince años, decidí adentrarme solo en el agua para recolectar marisco y que luego mi madre lo cocinara. Recuerdo que el hallazgo animal fue glorioso ese día y en un periodo de tiempo corto inflé los bolsillos de animales marinos.
Agustín, que todos los veranos iba a Boiro, y creo que aún lo sigue haciendo, avisaba de que tuviéramos cuidado con los vigilantes cuya única función era hacerte pasar un mal rato vaciándote los bolsillos o la mochila que llevaras como medio de recolecta. Aquellas cuatro brujas vinieron a por mí como perros a por un gato. Eran meigas. No me cabía la menor duda. Trabajaban para la Xunta con esa fastuosa labor. Sus viseras publicitarias de colores chillones las delataban.
-Vacía todo al agua, -expresó una con grandilocuencia.
Lo noté. La cara me ardía a la altura de los pómulos. Decenas de veraneantes estarían plácidamente sentados en sus toallas viendo como cuatro viejas regañaban a alguien cuyo gesto estaba llegando al punto de cocción óptimo tal y como de un cangrejo en una cacerola se tratase.
Obedecí porque no se me ocurrieron argumentos a mi favor para explicar que los dos abultamientos laterales del bañador resultaban la mejor atracción turística de todo Galicia. Qué rato más malo. Qué ridículo me ha parecido siempre el uso de la visera.
Luego mi tío nos comentaba que los habitantes del pueblo estaban un tanto desconformes con que los esporádicos fuéramos a la playa a “divertirnos”. Hecho que quedó ensamblado cuando un gallego se subió a unas rocas marítimas y gritó como si le fuera a escuchar Neptuno-: ¡Idos de aquí extranjeros!
No quiero envilecer la concepción de los vecinos, pero es posible, que, por entonces, para ellos fuera una situación insostenible la captura furtiva.
La playa de Boiro, suprimiendo lo descrito, es magnífica porque tiene una zona de césped donde mantenerse al margen de la incómoda arena. Aunque como no hace calor no se produce esa unión dañina sobre la piel formada por la unión de tu sudor más arena de playa. Hay mucha gente que encuentra reconfortante esa amalgama. A mí me agita el ánimo.
Otro día ya nos íbamos a nuestro apartamento y una joven de mi edad se me quedó mirando. Tanto empeño puso en el observar que olvidó que su abuela salía también de aquel Seat verde y le cerró la puerta golpeándola. Le tuvo que hacer un buen chichón al familiar. Esa chica guapa había levitado por mi presencia. No fue un sueño, ni una película, ni una historia. Eso me había pasado a mí. No la dije nada. Dios, qué bonita era. Si la situación hubiera sido a la inversa yo también hubiera cerrado la puerta del vehículo antes de tiempo. El momento me llenó de una alegría desconocida y esperanzadora. Busqué testigos en los rostros de mis acompañantes. Nadie lo captó.
A veces, también, nos desplazábamos a uno de los pueblos colindantes. Había un bar donde por cada consumición te colocaban una sardina enorme como tapa y de las más jugosas que he probado en mi vida. Allí el pescado está exquisito, porque no sabe a pescado. Un sabor antinatural que se degusta fuera de los litorales, macerado con sustancias químicas para conservarlo. Otras tardes acudíamos a la lonja donde se pujaba por las piezas capturadas como si de oro se tratase.
Quince días dan para mucho. Por eso acudimos a las dunas de Arousa. Unas montañas de tierra con unos cincuenta metros de altitud y que al rebasarlas había una playa muy tranquila donde se podía mariscar en busca de coquinas. Un marisco más fino y sabroso que el berberecho. En cierta ocasión bajábamos mi hermano y yo corriendo por las dunas: jajaja, jijiji. De pronto tropecé y comencé a rodar sin parar. Escuché a mi padre desde la cima como gritaba: -¡Sujétate a la gafaaa!
Mientras me rebozaba en la asquerosidad pensé en por qué me soltó aquello cuando lo que necesitaba era que alguien arrojara una cuerda bien robusta donde agarrarme. Nada pude hacer frente a la inercia gravitatoria. Se me hizo muy largo el centrifugado. Nada más tocar base me detuve. Una vez en pie me coloqué los anteojos que estaban completamente descuadrados. Demasiado hice en mantener la boca cerrada al caer para no tragar tierra. Sólo tuve alguna pequeña magulladura.
También solíamos visitar el faro de Corrubedo. Allí el sol se ocultaba en la inmensidad acuosa unos cinco minutos antes que en el centro peninsular y diez conforme al sur y a levante. La mujer del dueño del faro preparaba unas empanadas enormes y estupendas previo encargo. La de ternera estaba fuerte y la de pulpo resultona. Creo, fervientemente, que la mejor era la de sardinas.
En cierta ocasión coincidimos con un coche rojo que estaba allí estacionado. Cuando nos fuimos el único automóvil que permaneció fue aquél. A la semana, o así, salió en las noticias que se había producido una desaparición de una joven en el faro de Corrubedo. La mujer era propietaria de un Ford Fiesta rojo (creo que era ese modelo). Luego me enteré de que era funcionaría, y que se llamaba María José Arcos. Una de las veinte desapariciones en Galicia de los últimos años y cuyos expedientes siguen abiertos en la actualidad. Una red repleta de cabos sueltos ya que los criminales infalibles se deshacen de los cuerpos y, tanto la Guardía Civil como Policía Nacional no encuentran los cadáveres.
Así que ya ven. Mientras un adolescente pensaba en que la empanada mojada en algún caldo o guiso entraría mejor y de que había perdido la oportunidad de su vida con la joven que aporreó a la abuela, un frío y meticuloso calculador, no muy lejos, estaba sintiendo una cálida sensación mientras se desvinculaba del posible cadáver de una funcionaría como un ducho percebeiro.
Poco más tarde dejamos de visitar el norte en verano. Uno de los acontecimientos que nos sucedió fue que alquilamos un apartamento a una mujer mayor, a la que se le acumulaba el chocolate y la saliva en las comisuras de los labios, mientras devoraba un helado sin piedad; como si fuera su última voluntad. Siempre sospeché que bajaba a la playa con una visera. Y cuyo piso estaba tan deteriorado que cuando llegaba el atardecer multitud de insectos brotaban desde la madera de los armarios, muebles y puertas. Sufrimos la ofensiva despiadada de un desfile de hormigas a las que tuvimos que colocarles el melón en lo alto de la nevera y aún así…
Lo mejor de aquella casa es que a la salida tenías las vistas de las plataformas de cultivo de mejillones en el mar.
Cuando el día era estático. Agustín relataba, entre pacharán y pacharán, historías sobre la base militar americana, que no estaba lejos de allí o aquella ocasión donde se fue con la Jara, su perra adiestrada, al monte y descubrió una casa lúgubre y, probablemente, abandonada; así lo indicaba el avance de la flora sobre la vivienda, según él, y que no tardó mucho en marcharse por la incertidumbre de toparse con cierta mujer misteriosa y que no estaba vinculada a la Xunta.
Fue una gran época. Imborrable.

domingo, 11 de julio de 2010

De fuera vinieron y...

Título: La Cosa.
Año: 1982.
País: Estados Unidos.
Director: John Carpenter.
Intérpretes: Kurt Russell, Wilford Brimley, David Clennon, Richad Dysart, Donald Moffat, Richard Masur, Keith David.
Música: Ennio Morricone.
Guión: Bill Lancaster (desde la novela de John W. Campbell).

Este largometraje de terror puede que sea uno de los mejores en su género. La Cosa (El enigma de otro mundo) salió al mercado en 1982 recibiendo duras críticas por su paralelismo con Alien, a lo que se sumó el estreno lacrimógeno de E.T. con lo cual donde esté la dulzura que se quiten las aberraciones. Eso pensaron los espectadores que acudieron en tromba a ver la cinta de Steven Spielberg en las salas dando calabazas a la de John Carpenter. Ninguna de las tres películas es comparable.
La Cosa es una obra de culto por su sobriedad narrativa, por el gusto por el gore y la madurez conseguida en el tramo o fragmento final.
Dentro de no mucho tendremos ante nosotros un remake, o adaptación, tan innecesario como cuestionable. Tal y como sucede en las nuevas versiones del género hasta la fecha La matanza de Texas, La morada del Miedo, Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street. Hay excepciones como en el caso de Las colinas tienen ojos. Claro que revisando los números de la recaudación cualquiera se presenta en la productora de Michael Bay, Platinum Dunes, y les hace un buen calvo ante proyectos que cosechan alrededor de cien millones de dólares por lanzamiento. Su Santo Grial consiste en rodarlas con presupuestos paupérrimos con lo que a poco que gusten, le sacan renta.
Regresando a la época de los ochenta, La Cosa narra la supervivencia en unas instalaciones antárticas (siempre se lleva la situación a un páramo extremo: espacio, otros planetas desconocidos y deshabitados, selvas amazónicas, zonas polares… con estos procedimientos se logra amplificar la sensación de angustia y superación) ante una amenaza alienígena que va matando, uno por uno, a cada miembro del grupo. Hasta ahí poca sustancia nueva ¿verdad?
La estructura del guión es similar a la novela de intriga que escribió Agatha Christie en 1939 bajo el título de Diez Negritos (Y no quedó ninguno). Donde una serie de huéspedes quedan encerrados en una mansión y mueren correlativamente, mientras que los que quedan en pie no dejan de acusarse. La inmensa mayoría de relatos y largometrajes parejos tienen a esta novela como inspiración y protomateria.
La estrella de la producción es Kurt Russell, que junto a su anterior colaboración con el mismo director en otra filigrana como 1997: Rescate en Nueva York, se convertía así en un actioner de los ochenta como lo fueron Bruce Willis, Silvester Stallone, etc.
En el apartado técnico hay que hablar de la iluminación, donde saben dejar en penumbra lo necesario para no mostrar los hilos de los animatronics y nada que pueda desnudar sus carencias artísticas. El maquillaje no cumple en el rostro del protagonista que muestra las líneas de los ojos demasiado remarcadas en las tomas y la música corre a cuenta de Ennio Morricone el auténtico pata negra de Hollywood junto a Danny Elfman.
Lo mejor de la función es la contundencia trágica del final. Nada que ver con el terror de los noventa donde dejaban los finales abiertos en Scream y Sé lo que hicisteis el último verano para no concluir con la saga. En este caso es memorable la frase última donde el personaje interpretado por Kurt Russell le comenta a un compañero, que tras haber derrotado finalmente a la amenaza, lo mejor sería que esperaran a la muerte. Nadie les iba a rescatar del hielo y tampoco tenían nada mejor por hacer. Y es que, en ocasiones, poco es peor que alcanzar una meta.

viernes, 9 de julio de 2010

Búsqueda de trabajo

El siete de julio de 2010, no sólo hubo un gran partido de fútbol. En mi localidad se celebraba el 2º Foro de Empleo. Dicho acto comenzaba a las nueve y media de la mañana y tres exponentes empezaron a soltar la charla a los asistentes en el centro cultural El Cerro.
Quien primero rompió el hielo fue el alcalde, que no se sabía el orden de intervenciones. Luego habló otro representante que destacaba el hecho de la poca iniciativa empresarial en España comparada con Estados Unidos, donde un 60% de los encuestados afirman, según parece, que la primera opción laboral es montar una empresa propia. Me da que allí cuentan con más ventajas fiscales y bancarias, pero sólo es un suponer.
A continuación presenciamos la presentación de cada empresa participante cuya media de exposición eran cinco minutos, pero alguno los rebasó mínimamente. La de Alcampo o Auchan estuvo bien, Fremap daba la sensación de ser la mejor empresa de todas en el trato al obrero, Adecco fue demasiado estirada y hermética, las Fuerzas Armadas pecaron en dejar expresarse a un mando del ejército que hablaba igual que Eugenio, el humorista, pero sin ninguna gracia, Urbaser fue el que más expectativas generó ofreciendo multitud de puestos y funciones sobre la diapositiva, pero que en la práctica podría ser irreal, porque el complejo de El Galeón cuenta ya con una plantilla prácticamente cerrada. Los de Adecco llegaron tarde y evidenciaron la predilección empresarial por trabajadores con experiencia. Mencionaron una oferta para un soldador experimentado en soldar con un nombre específico de herramienta; 1.800 euros si había suerte. Las exponentes de Ahorramás pedían para un determinado puesto a alguien que hubiera estado ya con una labor similar durante cinco años; petición que derivó en un sonoro “bah” por parte del anfiteatro.
Luego nos condujeron a un desayuno en un patio. Yo tomé un zumo.
Que consigas líquido de naranja sintético en un foro donde se ofrece trabajo, es como si el pescadero te pone en el peso cuarto y mitad de mortadela. Por cierto, no es el trabajador quien demanda el empleo, lo ofrece y es la empresa quien demanda. El concepto no quedó claro en un par de intervenciones. En el apartado jocoso: un interlocutor confundió el nombre del acto con el del municipio. Así afirmó estar en Moraleja de Empleo y no de Enmedio. Este lapsus provocó que el espectador de mi derecha se desternillara durante un momento. Por último otro interlocutor (¿o fue el mismo?) tergiversó una letra del segundo apellido del alcalde. Así afirmó dar las gracias a Carlos Estrada Pito y no a Carlos Estrada Pita. Supongo que ambos conceptos penden. Pero entonces fui el único en sonreír ante el traspié mental.
En otro orden de cosas, se puede ver en una página (http://www.foro-ciudad.com/madrid/moraleja-de-enmedio/) que el paro de la localidad ha bajado un 2,39% durante el mes de junio. Al menos hay un dato alentador. Ya que es complicado que el Ayuntamiento distribuyera acertadamente los curriculos de los asistentes al Foro de Empleo a las respectivas empresas.
El zumo fue refrescante. Gracias.

jueves, 8 de julio de 2010

"Dar la del pulpo"

“Tocar, tocar y tocar”. Recuerdo cuanto han parodiado la frase de El Sabio de Hortaleza, pero esas cuatro palabras de tal expresión van camino de ser tan legendarias como la inscripción griega, que se podía leer sobre la entrada a los aposentos del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”.
Lo mejor es que ya la tinaja de leche no parece que se vaya a ir al carajo, aunque al comienzo la idea fue titubeante.
A estas alturas no sé si los germanos habrán volado a sus tierras bávaras o seguirán rascándose el cogote en Sudáfrica apurando lo poco que les queda por disfrutar de la cultura anglosajona imperante. Los que aún siguen allí abajo, seguro, son los españoles y holandeses.
La segunda semifinal defraudó bastante. Desconozco si fue por el aplomo nacional o porque la selección alemana decidió ponerse a cubierto a las primeras de cambio. Ambas consecuencias son los resultados de la selección que ha brillado con más autoridad en el partido más complicado del torneo. España ha sido tan benevolente que en vez de resultadista ha ido zanjando partidos con la diferencia mínima en el marcador. Un poco, puede, para que los rivales abandonen el estadio pensando que no era nada para lo que les podía haber caído. No sólo se derrotó al combinado más difícil, sino que enfrente estaba ese tal Klose que ha estado a un pelo de convertirse en el máximo goleador de todos los Mundiales y un par de jóvenes que apuntan a lo más alto del futbol europeo e internacional. Son Özil y Müller. Encima marcamos a balón parado en uno de los pocos saques de esquina que España ha sacado en largo.
Los jugadores españoles estuvieron estupendos hasta cuando el árbitro pitó el final; apoyaron a los derrotados e intercambiaron camisetas. Y es que no hay nada más honrado en el deporte que alzar el puño del compañero perdedor. El hooliganismo que permanezca en las casas de tales practicantes.
Eso en el campo; en los banquillos había dos entrenadores colosales. Comedidos, disciplinados, serios y agradables cuando la ocasión lo requiere. No como otros que viven para dar exclusivas, o para echar la culpa a los jugadores si se pierde. Para cultivar el demérito, valdría cualquier equipo profesional. Cuando un espécimen llega al cargo de una selección es que alguien de dentro intenta tapar algún roto.
Los holandeses errantes puede, que, a falta de mejores armas, utilicen al pulpo Paul. Ese sí que da miedo y no ese Leviatán cuyos restos fosilizados han encontrado en el sur de Perú y que desayunaba cachalotes. Porque sería el colofón. Vencer a Holanda si el pulpo no se posa en nuestra urna.
Debería de bastarnos con que Robben se cansara a correr porque Sneijder no tuviera el balón. Y con lo de anoche es factible que Del Bosque configure un ataque catapultado por unos mediocampistas más numerosos y capaces de prolongar dicha posesión. Lo demás ya saben…, tocar, tocar y tocar. Dejar al tiempo que sea tal. Siendo optimistas puede que nos pase como aquella Francia que se llevó un Mundial, en 1998, y la Eurocopa del año 2000.
Ya se ha marcado estilo. Espero que las demás generaciones sepan aplicarlo, ocurra lo que ocurra el domingo.

miércoles, 7 de julio de 2010

Bochorno

Menuda trifulca había en la recepción del ambulatorio. La madre de una paciente alzaba la voz sin miedo a que todos, los allí presentes, nos enterásemos de que su médico era una incompetente. Quería otra… y ya mismo. Mientras tanto un hombre se acercaba a la ventana de consultas y una mujer le recriminó la acción manifestando que había más gente antes y que tal hecho merecía su respeto. Entre tanto la hija de la madre exaltada aprovechaba para hacer algún que otro comentario con la única finalidad de avivar más las ascuas. Era morena, alta, con gafas de sol a lo Kurt Kobain y atractiva. Una pena. Las trabajadoras de la Seguridad Social intentaban mantener la calma ante tan acalorado asedio.
Me alejé de las disputas verbales y me adentro en la sala de espera. Al rato llegaba una indeseable, de las típicas personas intratables, y que la mayoría de sus cualidades y defectos deberían comenzar por in. Para afinar más, era una de las plañideras del jaleo anterior, a la que el propio médico le había aclarado que llegaba ella una hora y media después de su cita.
A los cinco minutos vino otra paciente de la misma edad que la maleducada (sería genial que me pagaran por exterminar a los desagradables incomprensivos y energúmenos ya que no encuentro trabajo. Lo haría por unos… veinte euros. Es una idea sin fundamento. Tiene pena de cárcel. Lástima). La malévola llevaba el pelo rapado a cepillo, un par de pendientes en cada oreja, un cuello corto, musculoso y rígido, más varios tatuajes pequeños, descoloridos y feos. Hasta ahí bueno, pero no sabría qué decir de los pantalones piratas blancos acompañados de esa mancha a la altura del trasero. A saber lo que transportaba en su carrito de la compra. Lo mismo se trataba de Goma-2.
Me encuentro ante un caso modélico en los que el quejica es quien más tiene que callar. Aunque sólo sea por el sentido del ridículo. Pues la especie de teniente O´neill, con metro y medio de estatura, comienza a interrogar a la recién llegada. Cuando finalmente obtiene el dato perseguido, intenta persuadirla para que sea el médico de cabecera el que le renueve las recetas y no en la consulta de ahora. Vamos, que pretendía echarla de allí para que pasara ella antes cuando la despreocupada no sabía ni a qué hora tenía la consulta ese día. Qué desastre. Vergonzoso. Encima no sólo formuló el cuestionario a la nueva visitante, sino a todos los que esperaban en la sala. Vaya pécora.
Al marcharse se despidió, pero no la saludó nadie, sólo otra mujer que había llegado en ese instante y no había sido testigo de su comportamiento antropofágico. No la dijo adiós ni el hombre con barba canosa y calzado deportivo; uno de los individuos con más calma y paciencia, de los que no se inmutan cuando entran a la consulta gente que llega con posterioridad a él; mientras le queden letras por consumir del arrugado periódico. Sería el ejemplo a seguir; de todos modos con tanto calor la gente no descansa correctamente y la falta de sueño es más acuciante que la de sexo.
Con el sol salen las bellezas y los adefesios. No es por ser tajante ni radical. También comparto la idea de que las bellas son así aunque vistan con muchas capas de ropa y que los monstruos seguirán prefiriendo intentar engullir a personas en vez de galletas, como se reflejaba en la infancia; por mucho frío que haga.

martes, 6 de julio de 2010

Bebe y su bebé

Se puede leer en El Mundo de hoy, martes 7 de julio, que Bebe comienza con la gira del disco que sacó al mercado el año pasado llamado Y. (Y punto). En la entrevista da a entender que le agobió el éxito del anterior trabajo Pafuera Telarañas. No sé hasta qué punto el éxito puede resultar molesto, ya que dicha fama fue buscada por su mánager o por quien estuviera dirigiendo a la marioneta por el camino óptimo.
Recuerdo que hubo un sencillo en 2004 que los programas musicales quemaron hasta la savia en las radios. De aquellas nubes le vino luego aquel chubasco. Por eso hay que ser cauto con lo que se desea.
María Nieves Rebolledo Vila, Bebe, también ha tenido tiempo de dedicarse a otras prioridades; entre las que se encuentra ser madre. Afirma saber mantener las posiciones conforme a la industria musical, pero suena a confesión de matón reincidente a chanza de payaso de circo; porque si tan independiente es ¿por qué se ha echado el petate a la espalda con una criatura que mantener recién llegada? Difícil acertar con el porqué.
Pues va a ser aquí también donde se note la extrema diferencia de sexos una vez se ha pasado por el embarazo. El padre, tras disfrutar de su periodo concedido por la empresa, retoma su papel como si nada. A la madre le lleva más tiempo por el vínculo alimenticio y demás responsabilidades. De ahí que cuando se reintegran a sus rutinas tan rápidamente pueda parecer extraño. No la culpo a ella, pero sería factible que el sello discográfico le estuviera haciendo un férreo marcaje instigador ante sus principios anárquicos. A saber el acicate o el estajanovismo que cualquiera de las dos partes han puesto en práctica.
En lo referente a Y. comentar que aunque no está mal, y posee unas letras con más garra enfatizadas con su estilo mordaz y franco, sorprende que en esos cinco años no haya variado mucho de sus comienzos. Por qué retocar algo cuando funciona. Además, el estilo francés de arrabal creo que conserva aún un gran margen de explotación. Algo que Beatriz Luengo reprodujo en 2008 con el tema principal de Carrousel.
En la entrevista a la extremeña hablan del morbo que ha generado su embarazo. En cuanto a eso, meter tecla entre esas líneas sería nadar sin norte, pero no viene de menos recordar que una de las herramientas que ella utiliza en lo que canta y en cómo se mueve durante los videoclips es la seducción. La longitud entre lo uno y lo otro mide muy poco. Y si no, juzguen la frase con la que apareció, hace unos años, en la revista 40 Principales en la que se leía: “Fóllame hasta el corazón”.
A no ser que se refiera a que ha mantenido en secreto la identidad del padre. Hecho, por cierto, que importará a la audiencia rosa pero no al melómano.
Al menos es de aúpa la ausencia de algún resquicio de nepotismo en la cantante. Algo ya tan inaudito como seña de identidad.

lunes, 5 de julio de 2010

Aburrido

José Miguel, Josemi para los amigos, seguía sin nada qué hacer en su casa. Marzo ya estaba bien entrado. Un mes capaz de espabilar a cualquiera, a todos, menos a él. Acababa de recibir la carta de despido. No iba a recurrir. La empresa no tenía ningún motivo, como los tantos casos que se producían en un momento como aquel; pero todo era legal. El jefe había actuado a vista de pájaro y con unos irreprochables movimientos conforme a las leyes laborales. Su mujer le había abandonado. Hacía un mes pero daba la sensación de que el minutero había dejado correr diez años de sopetón y a tumba abierta. Estaba en uno de esos momentos donde el aburrimiento se mezcla con la desesperación. Puso el canal Cocina. Se sorprendió al comprobar que la mayoría de los ingredientes del plato que aquel cocinero, de pinta bastante desaliñada, iba a cocinar, los tenía también en su propia nevera. -¡Coopón! -expresó frenéticamente-. Fue en un periquete al frigorífico y sacó a toda prisa todos los preparativos, además de cuchillos y una tabla que servía como soporte para cortar alimentos. El plato era una ensalada de pollo. José Miguel al pelar un huevo duro se le escurrió entre los dedos. Tuvo que ir bastante lejos entre los rebotes porque no aparecía por ningún lado. –¿Dónde diablos te has metido? –preguntó al aire-. El huevo estaba bajo la mesa de cristal del fondo del salón. El óvulo de gallina sin fecundar pegó un buen brinco para llegar allí. Al capturarlo y regresar ante el cocinero barbudo ya no sabía qué parte le tocaba por hacer al desempleado. El grunge era más mañoso de lo que parecía. Los expertos en ese ámbito se delatan en el manejo del cuchillo. Qué agilidad y precisión demostraba con la hoja metálica. El ex conductor no se inquietó. Echó salsa césar a todo el revuelto y la ingirió con voracidad. No había nadie que comiera tan rápido como él, sólo un amigo de la infancia que acababa un pelín antes. Nunca echaron una competición antes de distanciarse. Hubiera estado bien. Al rato volvió el atolondramiento. Se le ocurrió poner a prueba la irrefutable verdad universal en la que se afirma que una persona no puede dejar de vivir por dejar de respirar. Lo comprobó cronometrándose. La primera vez hizo dos minutos y algo con un esfuerzo brutal. “Los cigarros, los millares de ellos que he fumado no me permiten lograrlo”, pensó. Las otras veces ni se aproximó a su mejor marca. Así que desistió. Se le ocurrió salir a los jardines para buscar nidos de caracol. Aquellos atrayentes guas repletos de canicas embrionarias por sus paredes. En otrora época le encantaba introducir un dedo en la oquedad terrosa y saber que de moverlo podía aplastar a todo una nueva generación de babosas; otras veces sólo pretendía sentir algún resquicio de vida allá dentro, hasta que se le erizaba el bello del índice, generando un cosquilleo que le serpenteaba hasta su espalda. Entonces se retiraba. Pero marzo era muy pronto para que hubiera futuras crías. Luego cogió su móvil y revisó la lista de contactos. Llamaría a alguien no por el hecho de saber de sus vidas, datos que siempre le eran gratificantes, sino por fastidiar. Pocas cosas eran tan placenteras como saludar a quien disfruta negándote un hola o seguir telefoneando a quien no devuelve ni una mera llamada. Al fin y al cabo fueron la mayoría de sus amigos los que creyeron mudarse de continente cuando aún seguían viviendo a unos diez o veinte kilómetros de Josemi. Una distancia atroz, según parecía. Sí. Les telefonearía. Sonreiría ante ese aparato inventado por un tal Antonio Meucci. Les contaría situaciones graciosas (reales o no). Actuaría para ellos. Simularía estar fenomenal y evitar que se notara que hacía ya bastante tiempo que había tocado fondo. Hubiera accedido a que le clavaran agujas bajo las uñas con tal de no reconocer el orgullo herido

domingo, 4 de julio de 2010

El sanatorio olvidado

Por los pelos vuelvo hoy, a modo de excursión, a aquel sitio. El sanatorio de La Marina ubicado en Los Molinos de Madrid, abandonado hace unos cinco años, es un lugar sobrecogedor. La mayoría de morbosos suelen acudir ahí para ver satisfechas sus inquietudes misteriosas. Pero para mí lo que impera en el ambiente es una profunda sensación de soledad y pena. Un sentimiento propio y como tal subjetivo; aunque no debe de distar a mucha distancia de lo que pueden llegar a sentir los demás allanadores de la morada.
Para penetrar en el complejo podías pasar por una ventana rota en la garita de donde antes, seguramente, había un guardia. El complejo abarcaba dos instalaciones principales. A la izquierda quedaba el edificio de dormitorios cuyo mayor atractivo era un ascensor antiquísimo con las puertas de madera, que ya estaba bastante deteriorado. A la derecha estaban otros edificios más pequeños que podrían destinarse a los trabajadores de allí y en frente se erguía el centro sanitario de cuatro plantas.
En la entrada alguien había colocado la cabeza de un maniquí. Ya, una vez dentro, el viento planeaba a sus anchas sin la resistencia de ninguna puerta cerrada o una ventana sin abrir. El aire es el único habitante que queda allí… bueno… habitaba alguien más, pero de eso no te das cuenta hasta pasado un buen rato.
Había múltiples pintadas por las paredes desconchadas y balas de juguete azules y verdes de las típicas pistolas de imitación… Alguien ha hecho paintball en toda la zona. El único recoveco donde conseguí liberar un poco la angustia fue el comedor, que con sus vistas se podía ver un plácido paisaje natural. Las terrazas de los enfermos del primer edificio tenían panorámicas semejantes; a pesar de ello sólo lograban generarme una sensación de intranquilidad…, de pájaro enjaulado.
Junto a las lúdicas balas me percaté de la presencia de excrementos animales, probablemente de ovejas o algo así.
Los pasillos eran extensos. Con tanto aire y la acuciante sensación de falta de él.
El quirófano presentaba una imagen derruida y otros asaltantes han colocado en el centro de la sala un cuerpo de un muñeco (éstos restos pertenecerían con toda probabilidad a la cabeza colgante del recibidor). En la planta baja estaba, o está, la morgue. Un olor característico indica que estabas allí. Extrañaba ver que la sala donde exhibían a los familiares el cuerpo de los fallecidos seguía casi intacta. La capilla era la única que se ha acostumbrado a respirar de ese viento melancólico y triste.
De pronto desde la planta primera se escuchó un leve tintineo que iba en aumento procedente del segundo nivel. Parecía que alguien avanzaba hacía nuestra posición sin prisa ni pausa. Un valiente decidió ver qué o quién generaba ese sonido. Era una cabra. Un maldito animal cornudo que se había emocionado por nuestro jaleo. Más tarde, y en el piso del animal vi que, a lo lejos y entre dos jambas, aparecía otra cabra que se asomó al pasillo volviéndose a esconder temerosamente. Ésta ya no asusta.
Al fondo había una habitación con el suelo repleto de fichas de antiguos pacientes. El panorama no es agradable.
El patio continuaba con el aspecto decrépito del conjunto. La hojarasca formada en su mayoría por restos orgánicos de chopos sepultaba el jardín; recubriendolo todo de unos colores marrones y grises apagados. Entonces ya desde el exterior se percibía. El esqueleto de una estructura olvidada es distinto al de una que está por concluir. Era casi palpable el vacío lánguido que dejan los humanos al marcharse de un edificio; nada que ver, ya digo, con el esperanzador e intangible hueco de las familias que han de poblar cualquier casa en construcción. Luego nos fuimos sin mirar atrás. Puede que alguna cabra, a modo de persona improvisada, todavía nos estuviera observando desde la altitud de lo que ya se había convertido en su segunda planta.

sábado, 3 de julio de 2010

Percances culinarios

La cocina; para algunos obligación y, para otros, una mera afición. Lo primero que recuerdo con respecto a este tema es estar pegado al televisor, en mi cálida infancia, cuando emitían el programa Con las manos en la masa en TVE2. Puede que de la sintonía de la cabecera me venga el idilio actual con el de Úbeda.
Ahora, pasados bastantes años de aquello, hay una serie de anécdotas que quería recodar; aunque tampoco han sido muchas, hablando con franqueza.
Una de ellas me sucedió una mañana a las 7:30, minuto arriba minuto abajo, cuando estaba desayunando para coger mi ruta e ir al instituto. Por aquellos entonces, mi primera comida del día consistía en un gran tazón de cereales chocolateados, que una vez ingeridos teñían la leche como si de un colacao se tratase, pero sin grumos claro. Bien, pues juro que estaba más despejado que dormido cuando observé que de la cesta de la fruta parecía salir un pequeño gusano de una naranja.
Es inesperado que salga un insecto de esa fruta cuando sería más lógico de una manzana o una pera… piezas con más azúcar, pero con la acidez que posee la naranja, de haber dejado crecer al gusanito lo mismo iba para alien.
Me quedé inmóvil observando el estiramiento-encogimiento que describía aquel madrugador invitado. No daba crédito. Para mayor incredulidad, la posible cría de mosca dio un salto energético saliéndose de la cesta. Por suerte cayó lejos de mi tazón… ¡Qué asco, joder! Y lo peor de algunos recuerdos es que al no quedar transparentes en la memoria a largo plazo, a veces, los completamos adrede. Así que no sé si lo acabé por espachurrar mientras salpicaba el mismo líquido que el que puede llevar un gajo de naranja o se fue de rositas. De lo que estoy seguro es que busqué signos de podredumbre en cada fruta y no hallé absolutamente nada. Ningún indicio de que hubiera otro gusano acrobático.
Otro suceso, un tanto peliagudo, fue una tarde en la que me encontraba sentado en la cocina. Mi abuela, sin pretenderlo evidentemente, se había dejado abierto un poco el gas durante… no sé cuánto. Al encender un mechero próximo a la salida del gas se generó en un segundo una relampagueante llama azul por toda la cocina. Pudimos haber saltado por los aires o se nos podía haber quemado el pelo o algo así desastroso, pero no ocurrió ninguna desgracia.
La última no tuvo nada que ver con mi casa. Estábamos unos compañeros universitarios y yo, casi al final de la castellana, muy próximos a las torres Kio. Serían las tres de la tarde o por ahí cuando decidimos ir a comer a un chino. La situación del lugar estaba un poco escondida del tránsito normal, pero estábamos famélicos, por lo menos yo. Tras pedir los platos permanecí absorto observando cómo había una especie de pelo bailarín dentro de la oquedad del bote de salsa rosa. Lo primero que pensé era que no sabía muy bien con qué suerte ha ido a parar allí un pelo mío. Nadie más lo veía. Lo segundo es que ojalá se cumplieran los rumores sobre los restaurantes de esa clase. La segunda idea fue más pareja con la realidad. De repente apareció otro pelo y luego la cabeza y más tarde todo el cuerpo alargado de una pequeña cucaracha roja. En seguida se apoderó de nosotros la repugnancia. Pudimos haber consumido sin pagar o irnos directamente, pero permanecimos allí todos, comiendo con el estómago rígido de quien no sabe lo que ingiere. Si la memoria no me falla esta vez, recuerdo que el pollo al limón era de los mejores que había probado. Puede que esa opinión estuviera sustentada por el hambre. Me hubiera comido hasta gusanos con sabor a naranja.
Antes de irnos del restaurante infesto fui al baño y había un hueco, a modo de ventana, en la pared por el que no me pude resistir a mirar. Introduje la cabeza por el estrecho espacio con cuidado de no tiznarme con nada. Las vistas daban a una gran oquedad vertical; una especie de pozo rectangular. Un aire estancado emanaba de las profundidades de aquel vacío acompañado de un denso silencio londinense. Era un agujero sin fondo que se comunicaba con el mismísimo Japón o infierno.
No. Sólo era el lugar idóneo para albergar una plaga de cucarachas.