lunes, 21 de diciembre de 2015

Vocal en unas elecciones generales

Cuando me dieron la mala noticia, esa notificación entregada en mano por dos agentes de la ley, me sentó como si una tormenta (de las de antes, de las que casi ya no se aprecian) cayera de pronto sobre mí. Y eso que el agua no daña, solo incomoda. Pensé ‘Otra más en toda la frente’. Pero, por suerte, no fue todo tan malo como se creen los ciudadanos que todavía no han pasado por ahí.
De acuerdo, es mejor ir a votar en bicicleta o con toda la familia del hogar o con el perro o empujando la silla de la abuela para desarrollar el pleno derecho de cualquier ciudadano: introducir los sobres secretos en sus respectivas urnas; para luego regresar uno a casa y seguir el resultado electoral desde los medios de comunicación... o por qué no, ver cómo un poderosísimo Real Madrid endosaba una contundente goleada de las que no se recuerdan en 55 años. Nanai. Más de lo mismo. No nos engañemos.
Como os contaba, ahí estaba yo, en la mesa electoral. Primero con muchos nervios (Aunque la política no me interese demasiado, me hacía ilusión participar en una jugada maestra y ver cómo a los dos partidos principales se les desencajaba el rostro sin pormenorizar en sus consecuencias), luego, lentamente y según iba cayendo la claridad de la tarde entre las ventanas del colegio de turno, la espalda y el cuello de los miembros de la mesa se fueron plagando de dolores y tensiones. Al fin y al cabo fueron 16 horas de concentración, atención y rigor en nuestras labores dominicales, Día del Señor.
En una de esas bandadas de votantes me encontraba escribiendo en una lista todos sus nombres cuando de pronto me percaté. Debía de cerrar un ojo para poder seguir escribiendo o leyendo todos los DNI que la presidenta me dejaba cerca. La vista nunca ha sido mi fuerte y llegó un momento en que las líneas divisorias donde debían ir las casillas de los votantes se cruzaban entre mis pupilas... las perdía. Fueron minutos delicados y eternos. La paciencia y el orden tiraron de mí. Pero con un ojo y sin jaqueca (extraño en esta ocasión) pude aguantar hasta el final, lo cual no es poco.
Desde aquí agradezco la colaboración de los interventores tanto de PSOE como de PP en dichas votaciones. En muchos casos sirvieron de guía con una claridad encomiable.
Lo peor viene ahora. ¿Habrá unas nuevas elecciones? ¿Cómo se podrían coaligar los partidos políticos?
Es verdad. Queríamos y necesitábamos un cambio, pero los partidos expuestos parecen no ser suficiente y de ahí esta marisma. A veces, ganar y perder es posible analizando lo sucedido.
En esta ocasión extraña nos hemos convertido en la escenificación propia de la indecorosa agresión sufrida por Mariano Rajoy días previos al evento electoral. Lo pernicioso es que todos hemos sido a la vez la mano que ‘golpea’ y el rostro que la ‘sufre’.
Con unos partidos más honestos tanto en lo propio como en lo ajeno, unas elecciones deberían ser algo más. Mucho más.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Lluvia y basura

Olía a petricor. Esa leve señal olorosa le transportó al pasado. Así eran las reminiscencias. Cuando en los otoños no paraba de jarrear y la ‘boina’ contaminante y contaminada no estaba ni inventada, si acaso.
La hojarasca seca sobre el suelo de los parques en esa hora de la tarde donde los chavales ya se habían comido su merienda y permanecían tranquilos en los cálidos hogares, viendo un programa infantil en la televisión. Eso se extinguió hacía demasiado.
Del espacio antes descrito solo quedaban dos protagonistas: las hojas caídas en la acera y los barrenderos o jardineros encargados de ellas.
Sí. Lo admito. Los barrenderos han salido de la chistera porque no estaban desde un principio. Es cierto, pero vienen a colación porque son figuras tiempo ha para mí estaban desprestigiadas y ahora los miro con bastante respeto; no solo porque algunos madrugan, cobran y sobreviven mejor que muchos otros empleados públicos, sino (y aquí incluyo a los basureros a su vez) son los dueños de la calle en deshoras.
Unos con sus cascos MP3 y otros tarareando o silbando una simple melodía a las siete y media de la mañana. ¿Acaso se puede dar mejor predisposición para afrontar el día? Algunos iban un poco mal arreglados con la ropa amarilla nuclear fosforescente por fuera del pantalón de tanto agacharse. Los había mal peinados con una coleta con más calva que pelo y, sin embargo, también se veían los que el uniforme con líneas reflectantes les quedaba como un guante, el frac perfecto para barrer, recoger y rastrillar. Todos pendientes de los restos orgánicos de los árboles y algún que otro animal, todos al tanto para crear un ejemplo evanescente de la limpieza y el orden de toda urbe donde al día siguiente, a la misma hora, volvería a estar casi igual de sucio; aquí y allá, bajo los vehículos y sobre ellos, en las bocas de las alcantarillas y alrededor de los contenedores residuales cual maldición de Prometeo. Medio policías de lo impoluto y mendigos entre sus sombras.
Con un olor y no un hedor. Con esto comenzaba este texto. Sin limpieza y sin lluvia es complicado captar el petricor, pero cuando aparezca, reténganlo en la pituitaria de su nariz todo lo posible. Ya que hay innumerables factores externos para acompañar a semejante aroma ancestral. Esos pequeños detalles nimios pueden llegar a configurar toda una memoria a largo plazo. No lo subestimen. Detrás de un simple recuerdo puede haber semioculto mucho más.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Coma

Entré en el bar de siempre a ver a los de siempre. La noticia del día era la de una antigua compañera a la que habían operado de un tumor cerebral y para ello le indujeron un coma. Sí. Uno no puede hablar de margaritas aunque se empeñe en imaginar primaveras a través del vaho de los cristales en cualquier ciudad o localidad por la que transcurrir durante el invierno.
Lo peor, sin duda, estaba por llegar. A pesar de la ‘victoria’ de esa desconocida intervenida a cabeza abierta; he de destacar su supervivencia durante y después de la operación. Cómo no. Algunos hicieron de ello un Telecinco muy personal y no tardaron en enseñarme una grabación en el móvil donde se la oía dar las gracias a todos por el apoyo recibido.
Pensé dos hechos: uno. Era increíble la buena dicción de sus palabras durante la grabación. Sentí algo de envidia por la capacidad de expresión, aunque, no obstante, su tono del habla me heló un poco la sangre. No la conocía, pero me daba una pena profunda... con esa voz como desde el fondo, o desde muy lejos. Sonaba a hueco, a lentitud, como a alguien cuando habla y se nota que está tumbado, convaleciente y sin mucha fuerza.
Dos. Algo tan íntimo no se debe enseñar a la primera de cambio. Estaba con un menta-poleo en la mano y cogí el móvil con la otra casi por inercia y educación, a ver qué chiste me iban a enseñar esta vez. Cuando comenzó el audio; no sé cómo, pero mi cerebro la retuvo con demasiada exactitud, al igual que si hubiera un código secreto en ella o algo primordial. Me aferré a sus palabras a pesar del ruido de la cafetería. Luego el estómago se me estiró un poco cuando explicaron el suceso.
Dejé mi consumición sobre la barra. No me apetecía.
En verdad, me ocurrió como las películas de terror cuando alguien pasa un móvil al protagonista y escucha algo que no debería haber oído. Una amenaza, una cuenta atrás, o peor aún, un ojo por ojo siempre a destiempo.
Y por las noches, desde entonces, antes de conciliar el sueño, pienso unos segundos en esa voz lejana traída a los oídos casi por error o descuido de alguien incauto. A veces, cuanto más grande es el bache, más enorme y heroica es la respuesta.
Eso sí. La próxima ocasión no aproximaré mi oído tan cerca de la muerte por mucho júbilo que despierte. No es momento para ello. Sobre todo, para los que imaginan entre reflejos amapolas, brezo, y extensión campestre en los escaparates donde, hoy por hoy, no veo nada.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Exigente por naturaleza (O cómo acabar hablando de fenómenos astrológicos)

Soy mi peor enemigo. No doy tregua. Siempre intento exprimir lo mejor que llevo dentro, tanto laboralmente como en el plano personal. Aunque he de admitir que he bajado un poco el listón de un tiempo a esta parte. Antes, cultivaba el gen militar: intentaba controlarlo todo. Y mira por dónde. Si intentas amarrar las riendas de la vida... te perderás lo mejor de ella. Dejarse llevar. Probar y equivocarse. Intentar detener ese vendaval puede que, a estas alturas, me haya costado caro (aunque cuando tomo decisiones nunca sé si me arrepentiré o no. La inseguridad se hace mar entre mis charcos). Lo bueno es aprender de los casos donde uno falla. Sonará sentencioso, pero es así.
Entre lo bueno y lo malo, tengo una facilidad innata de recordar los baches del camino. Consumo y devoro los grandes momentos, como si no hubiera nada más. Escucho todas las conversaciones y aprendo de ellas. Por ello puedo asumir con plenitud la rentabilidad de los silencios. En las distancias cortas resulto pesimista o, incluso, agorero. Pero a grandes rasgos, los que me conocen bien saben de mi vitalismo (no obstante, esa intimidad suelo reservarla del balcón para adentro. Con lo fructífera que podría ser dándole más salida). Además, antes refería lo pernicioso de ser uno mismo cuando no te queda más que eso. Tú; de principio a fin.
He buceado entre los credenciales de unos pocos, y he leído sus recomendaciones novelescas por querer sentirme igual, nunca parecido. Me gusta copiar, por qué no, lo idóneo de cada cual.
Estas palabras vienen para quitarme la ropa y llevársela bien lejos. Imagínense que ahora les escribo desnudo sentado plácidamente en el sofá. Es broma. Nunca pierdo la compostura. A veces, se me antoja, podría resultar un tanto impostor por no revelar las cartas del ser. Para qué. Para quién.
Ahora bien, créanse lo siguiente: mientras he escrito casi toda esta fruslería literaria, he de admitir que tenía la música demasiado alta, composiciones británicas de otra década incluso para amenizar mi soledad, hasta dejar de estarlo. Porque la puerta de casa suena y con ella entra mi ilusión. Sin ella soy una triste mitad mal acompasada. Una pobre figura sin lanza ni porvenir inmediato (con todo lo que ‘el aquí y el ahora’ significa).
Y mañana, vaciaremos de los bolsillos la arena sobrante de unos sueños con nostalgia marítima, cuando nadie nos espíe por las ventanas y todo esté en calma.
El rocío de la mañana, como cada día, traerá más metas, cometas, sin otro Hale-Bopp en la retina de nuestro dulce pasado.

jueves, 29 de octubre de 2015

Por un puñado de monedas

Muchas veces, como en esta, no sé qué digo con certeza. Además, todos los versos son eneasílabos menos dos, en los que hago trampas y llego hasta el decasílabo a lo Sabina (qué más quisiera él, jeje). Sin más. Aquí os dejo otro poema denuncia tan afilado como siempre.






Por un puñado de monedas,
las familias en el alambre.
Destino oculto tras la estepa.
Ahora cáncer en el fiambre.




Una guerra civil tardía.
A perder no te enseña nadie.
Las noches siguen siendo frías,
por mucha farola que irradie.




Ya no quedan  más mandolinas,
en los tímpanos de este tiempo.
Un gallifante huye tras la esquina.
De nuestra niñez a este Lempo.




Mítines hasta el purgatorio,
hombreras sin hombres bajo si.
Nuestro buen esfuerzo es notorio
al sonreír... España cañí.


























viernes, 23 de octubre de 2015

Iznatoraf

En lo alto de una colina, desde donde se ve gran parte de la sierra de Cazorla, próxima al municipio de Villanueva del Arzobispo (Jaén), se encuentra Torafe o Iznatoraf, un pueblo tan recóndito como acogedor.
De momento pintaba muy bien. Me gustan los municipios con varios nombres y este era uno de ellos.
Las calles estrechas y pequeñas, adornadas con macetas y flores por doquier, daban pie a una plazoleta empedrada custodiada por una estatua de un caballero de piedra, vestido y posado como para un juramento o nombramiento, con la empuñadura mellada. No pude conocer el nombre. Aunque también añadía encanto, como todas las localidades con una digna efigie para el recuerdo (le pasaba también a Pedro Bernardo, en Ávila, con la figura esculpida en homenaje a Arturo Duperier) esta no se quedaba atrás.
Pronto divisé un bar que me gustó en el centro (La Yedra) y nos dispusimos a tomarnos el refresco de rigor. De refrigerio unas aceitunas sabrosas a lo verde, muy lorquiano... aunque en ese poema el ‘verde que te quiero verde’ no me acaba de convencer porque no lo veo ni positivo al color, ni halagador.
Todavía nos temblaban un poco las piernas de los nervios por haber subido con el vehículo por la carretera vieja. Curvas donde solo cabía un automóvil. Tuvimos suerte. Honestamente, sostengo esto por darle un poco de dramatismo. Más allá de los extremos del asfalto solo había olivos y no se apreciaba la escalada que se lleva a cabo para acceder a Torafe. No se apuren. Hay una segunda entrada, pero menos espectacular.
Si quieren ir en domingo, hay un mercadillo en el centro del casco histórico, junto a uno de sus arcos de la antigua muralla musulmana.
Para concluir, me pareció un páramo idóneo para perderse unos días, lejos de Internet y con un buen libro en la mano. Allí, en lo alto, se debe vivir mejor.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Ya no le quiere

Al principio parecía una pareja de la comunidad más. Pero ahora que lo pienso, no lo son, ni mucho menos. Rondarán los ochenta años. Él camina mal. Ella tira de él.
El hombre, siempre con la cabeza cubierta por una boina, va con una muleta con más miedo que vergüenza, paso a paso, pie tras pie y no atina, no puede. Desconozco la enfermedad que padece, no obstante no es a lo que pretendo referirme.
Una vez vemos la profundidad al pozo (la muerte) la vida cambia, sin duda. Hasta ahí bien (o mal, porque significa ‘ir para abajo’). Lo que no consiento como vecino es que esa anciana grite, menosprecie, ningunee a su marido. Además, suele llevar a cabo su filípica en el descansillo del edificio, como para oírla todos o vayan a saber los verdaderos motivos. Le increpa su torpeza en público con una vileza inhóspita e inusitada, como si no se conocieran o peor aún, porque hasta los desconocidos muestran a veces su educación en determinadas circunstancias.
Si de jóvenes pudieron  ir agarrados de la mano ¿Por qué ahora le sujeta nada más del jersey como si de una simple pinza se tratara? Es como si el hecho de tropezar no la llegara a preocupar del todo, a poner en alerta.
A veces, pienso en ella más que en él. Lo que pretende, quizá, es la caída. Algo pernicioso a esas alturas de la vida. Donde todo se complica y resta.
Luego se me viene, de pronto, el marido a la testa. Permanece acoquinado con tanto grito. No sé a dónde va la furia y la ira de las personas con el paso de los años, pero en este caso debería de manifestarse a las claras.
Con que levantara la garrota suya por encima de la cadera bastaría. Nada más pido eso. Con ello le diría ‘para, hasta aquí’. No imagino ni deseo una agresión, simplemente la escenificación de un límite o barrera que en adelante no se debería traspasar.
Tampoco sé cómo se comporta ese anciano de puertas para adentro. Solo sé de la continuidad de los berridos increpantes y a deshora.
A saber. Lo mismo la mujer se ha cansado de lavarle la ropa interior durante tanto tiempo. Eso y de atenderlo en su aseo personal. Hasta ahí es comprensible. Ahora, no me vendan la moto hoy. No trago con un posible caso de alcoholismo, maltrato y hedonismo de un machito octogenario. Cada uno siembra lo que recoge y no está de más afirmar la injusta situación captada en este vecindario. Si es denunciable el maltrato de algunos hombres despiadados, debe constar en acta... haberlas, haylas.   

martes, 8 de septiembre de 2015

Un dinosaurio

Acudió allí junto con dos amigos de la infancia para comprar bebidas energéticas. Cuando todavía no importaba ingerir azúcares añadidos en exceso. Adquirieron los botes de líquido venenoso y se fueron a la caja del comercio. Daniel había trabajado allí hacía seis años o más y, de vez en cuando, solía acudir a los sitios que, una vez, fueron su casa. Miró (como si todavía formara parte de aquella empresa) de arriba abajo; todo. Aunque siempre se suele escapar algún detalle mínimo e insustancial.
Recordó los hornos del pan y la bollería, el patio exterior, la sala de descanso, y de pronto se le agolparon los recuerdos de situaciones vividas.
Frases célebres de jefes y compañeros: ‘He visto cosas que no creerías’. Esta le rememoraba continuamente a Blade Runner, aunque la persona que la expresó se refería a temas lujuriosos ocurridos en la gran urbe de Madrid. Lo cual, a día de hoy, sigue sonando, un tanto, a ciencia ficción. A saber.
También recordaba a una compañera mayor que él. Un día le soltó: ‘Me recuerdas a mi hijo’. Y Daniel, sonrosado, callado, cabizbajo, no supo qué decir a sus veintipocos (aunque, con total seguridad no sabría reaccionar a tal afirmación en la actualidad). Uno no sabe cuándo le van a sacar los colores. Soflama siempre traicionera.
Así pues, los tres amigos iban a pagar los botes cuando de pronto la reconoció. Estaba ahí, enfrente, cobrando a los de delante de la fila. No recordaba su nombre, pero era ella. Mayor, con canas y coleta. La madre que un día le dijo que era similar o parecido a su hijo era la única superviviente de toda la plantilla que estaba cuando él trabajó en aquel lugar perdido de la mano de Dios. Estaba en cajas. Quién sabe si ahora se había hecho con el puesto de jefa de cajas, a saber. Se conocía todo los entresijos de los compañeros y del puesto de trabajo. Sabía de charcutería, pescadería, alimentación, reposición... era una especie en extinción, un dinosaurio de los que apenas quedaban.
Ella no le reconoció. Eso o se hizo la sueca. Pero estaba feliz, o eso parecía, sabedora de todos los trucos del oficio. Ufana en sus labores del cobro se quedó allí, mientras que Daniel abandonó el lugar. Pronto sonaron los ‘Chss’ al abrir las latas. El trasiego de lo juvenil. La puerta automática se cerró tras ellos. Dentro quedó una parte de su pasado. Lapsos siempre bien recordados y, tal vez, imperecederos por lo pronto.


martes, 1 de septiembre de 2015

La muerte de James Gandolfini

Europa. Un hombre como el que soy no podía desperdiciar regresar a un país tan bello, y a una ciudad tan especial, Italia, Roma. Sobre estas calles gastadas me siento bien. Tras las gafas de sol apenas me identifican por donde camino. Eso o los italianos son muy educados y prefieren no importunarme. Ser célebre... menuda patraña. Durante un tiempo me esforcé en ser alguien de la industria cinematográfica, y al final ha sido la televisión por cable la causante de mi fama. Ya ven.
Durante, no sé, veinte años, me he aprendido los guiones mientras bebía vodka barato comprado en un 7-Eleven. Los mismos supermercados que han visto como el propio Al Pacino entraba a comprarse un helado y tras mancharse la camisa con él, fue fotografiado por los paparazzi. La imagen dio la vuelta al mundo. La celebridad y sus consecuencias.
Nadie hablará sobre ello. Sobre mi aliento trasnochado vertido en los gestos de la mayoría de compañeros de rodaje. Ninguna biografía datará sobre eso puesto que dichas narraciones siempre suelen estar falseadas. O quizá sí. Importa poco.
Mis pies marcan los pasos ahora en las calles de este país tan de Federico Fellini, Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, Luchino Visconti, Pier Paolo Pasolini, Sergio Leone o Michelangelo Antonioni. Todos muertos. Todos eternamente recordados.
Tiene sorna. Tal vez sea la última ciudad que visite y algunos pensarán que debí morir en otro lugar más mío. A los americanos no se nos adopta tan fácilmente; ni cuando se está en la cima. Y puede que esa sea mi situación. He llegado a lo más alto; todo lo que venga de ahora en adelante será la bajada, el descenso, agachar la cerviz.
Ya diviso el cartel del restaurante de lujo donde he quedado con alguien a comer. Como el corazón no responde del todo, voy a dedicarme un festín al paladar y estómago. De ese modo, en la digestión, tal vez me dé el viaje que anhelo.
Los camareros, tras una buena propina, no sospecharán de mi propósito. Como soy corpulento creerán que ingiero así siempre. Falso. No suelo ir de banquete en banquete por mucho que me guste comer. No sé si alguien podrá llegar a pensar que estoy deprimido, falto de ganas, agotado, extinguido. A los cenizos he de decirles a cara de perro: ¡Me encanta vivir, pero todo pasa y llega!
La verdad absoluta no existe. No hay, casi, ni una a medias. Así que nadie sabrá con certeza lo ocurrido. Como no sé el tiempo restante, voy a darle un acelerón a la vida. Quién sabe si luego me permitirá dar otros. La verdad es que, a estas alturas, no me queda nada por hacer y no me he privado jamás de cuanto se me ha antojado. Soy un hedonista bárbaro por naturaleza.
Ale. Allá voy.
Me siento en la mesa de siempre. Saludo al servicio y este sonríe al verme. Piensan que soy como la jodida ficción. Esta dista mucho y esa longitud es, tal vez, la que separa a los artistas de la realidad.
Mientras llega mi acompañante pido el vino y dos raciones de carpaccio de carne, macerado con aceite de oliva y limón natural. Criticarán mi falta de exquisitez. ¿Se dan cuenta de lo irreal y contradictorio de todo?
Llega ella. Un vestido rosa palo muestra la rigidez de sus gemelos. Todavía se siente joven. No recuerdo cuando perdí esa percepción de mí mismo. Probablemente en el fondo de cada vaso cuando leía ‘Made in China’. Probablemente ahora eran la primera potencia mundial. Repugnante. Con total seguridad lo consiguieron hace años.
Me muestro pusilánime. En realidad me apetece acostarme con ella, pero no sé lo que aguantará mi corazón tras la digestión de lo que pienso pedir.
El carpaccio estaba tan suculento que me paso al marisco. En los lugares donde suelo comer no me lo permiten por mi intolerancia. El ácido úrico dentro de mí está por las nubes. Aquí no lo saben. Peor para estos ricachones comensales que degustan en las demás mesas. Si palmo, quizá, les fastidie el día. Es lo que suele pasar cuando uno contempla a alguien apunto de cruzar al otro lado. Se llama empatía y cada vez hay menos.
Conocen el final de esta historia. Pero lo importante es lo que siento ahora. Nada. Una jodida ausencia de prioridades y un empacho de banalidad. No me importa cómo me servirán el café luego si eso es lo que les preocupa. Todo pasa y llega. Qué más da lo que puedan pensar sobre lo que pueda suceder. 

jueves, 20 de agosto de 2015

La secta del doblaje

Muchas veces, cuando estamos viendo una película o serie de televisión, nos suena una voz y cómo no si siempre suelen ser las mismas. Apenas hay sitio para alguien que intente labrarse un futuro siendo actor de doblaje. Dichos profesionales saben de lo fácil de su trabajo: concentración, respiración, interpretación, claridad, vocalización y credibilidad... quizá no sea tan sencillo, quién sabe.
Pero vayamos más lejos. ¿Es posible que todos y cada uno de ellos se repartan los papeles? ¿Es legal dicha adquisición laboral? De ser así ¿Se puede cambiar esa situación injusta?
Son preguntas realizadas al aire, porque, con franqueza, no creo en un supuesto cambio.
No discuto la calidad de esos empleados. Pongo en entredicho la manera de conseguir esos papeles. Sobra compadreo y tal vez hasta nepotismo. Demasiada mancha para un empleo tan mágico y especial.
Conozco a dos actores de doblaje. José Manuel Rodríguez, Rodri, y Manuel Bellido. Los dos son personas destacadas en las distancias cortas y ‘amarrateguis’ en sus propuestas sobre el tema que trato.
Suelo referirme al hecho con la expresión ‘doblaje’, y es ahí donde radica el problema en sí. A mí me suena a doblez, a falsedad, a algo que transcurre subrepticiamente cual tramoyista de un espectáculo. Los ocultos, los del atril previamente concertado y adquirido; una dedicación hermética.
Cuando un personaje de ficción conserva la misma voz durante varias películas o temporadas es ‘normal’ hasta cierto punto. No pasa nada si cambian de intérprete sonoro, pero en realidad esto no sucede. Si Hommer perdió a su actor, pues ya vendrá otro con una cartera de locuciones bastante portentosa, porque ellos se lo guisan y comen. La voz es vital, y más importante es repartir los méritos. Supongo.
De todos modos considero que los de detrás no sustituyen a los de la primera fila, aunque desaparezcan por fuerza mayor. Un error apreciable solo con el paso del tiempo, cuando la voz del intérprete esté mal acompasada o no transmita suficiente. Entonces, tal vez, las salas de cine se hayan extinguido y la sana paciencia en el espectador también.
Un robo profesional y sonoro por las voces que ahora no se escuchan ni aprecian al no contar con su oportunidad. Porque, como en la vida, siempre hablan los mismos.

miércoles, 12 de agosto de 2015

El martillo soviético

Titulo: Red Army.
Director: Gabe Polsky.
Año: 2014.
País: Rusia.
Distribuidora: Cameo.

Este magnífico documental narra la vida de los jugadores de hockey de la Unión Soviética. Con un montaje envidiable y con un estilo de la narración ágil y entretenido la información va calando en el espectador. Al principio aparece el emblemático Slava Fetisov sin muchas ganas de expresarse, pero luego el interlocutor que le entrevista va sonsacando la crudeza de aquella época soviética, antes y después, incluso de la Perestroika.
A grandes rasgos, no se innova demasiado, pero es sumamente curioso cómo preparaban a estos ‘soldados’ del hielo según el entrenador que estuviera al mando . El Ejercito Rojo ha sido considerado como el mejor equipo del mundo en ese deporte.
La carrera de Slava Fetisov es digna de mención puesto que se dedicó íntegramente a ello como la mayoría de sus compañeros.
Personalmente me gusta cómo traga saliva ante el recuerdo de la derrota frente a Canadá. Este gesto casi impávido significa que fue un deportista entregado, no un mercenario en busca del salario más alto. Cómo existieron hombres capaces de estar por encima de un régimen opresor, interiorizando lo perjudicial y convirtiéndolo en un estilo de vida. Tampoco tenían otra. Pero la madera con la que estaban hechos algunos de ellos es encomiable.
Ahora suena a anécdota el hecho narrado donde sus padres utilizan gran parte de sus ahorros para comprarle un casco, patines y un palo de hockey. Una cuestión de honor familiar en la consecución del capricho en aquellos paisajes grises, oscuros y sepulcrales.
Tampoco es por ensalzar a este deportista, ahora político, venido a más. Lejos de la perspectiva de este tipo tan duro y distante, parece que hay más datos clasificados de los que desvela. Es benévolo hasta la hora de tirar de la manta... arropándose a medias.
La Guerra Fría y sus distintos estratos.

sábado, 1 de agosto de 2015

Un mal endémico

Las editoriales se están arruinando. Y no solo tiene que ver el hecho del derrumbe impreso y físico del papel y haya más gente apostando por lo digital... y ni eso, porque aquí, en España, cada vez se lee menos. Es una verdad a gritos. El mayor problema que padecen es el de contar en su nómina con hombres ruines y pérfidos, unos facinerosos de mucha tela. Algunos personajes de tralla y mecha que encargan trabajos y luego no los pagan, juegan con la ilusión y la necesidad del freelance; esos mismos ‘valientes’ enamorados de sí mismos y abanderados del ayer, ácratas de puño y letra con mucho por presumir. Esta retahíla de seres, puesto que no todo el monte es orégano, está mermando a los que sí son capaces de salir adelante en la actualidad. ¡Por supuesto! Estamos ante el caso de siempre: la minoría perjudicando a la mayoría. Nada nuevo, como pueden apreciar.
Se permiten el lujo de generalizar en las distancias cortas o charlas de café llenándoseles la boca de falsas promesas y medias verdades. Desconozco el motivo de su complejidad y su mutilación metalingüística.
Me asalta el argumento de una película rusa, demasiado comercial. Guardianes de la noche. En ella se cuenta la historia de la humanidad y como desde el principio se ha dividido en una lucha continua entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad a guantazo limpio. Pues bien. Intenten vivir de las letras y entenderán cómo de acertada era la comparación. Porque hay editores excelentes... allí donde los haya y malos profesionales encaramados a su ombligo y beneficio mientras desprestigian  a otras profesiones, y peor aún, a otros profesionales. 
Es triste e injusto que la literatura otorgue tan buenos momentos como producto, pero haya que sudar tanto para lograr algo positivo de ella cuando se está dentro de la cadena de producción. Y elijo estos términos de Henry Ford, porque no padecemos la verdad hasta que no estamos totalmente dentro de algo. Cuando nos repercute directamente, esas situaciones nos empujan a decir ‘¡Ay va!’.
Pero volviendo al tema. Al problema no le veo solución por ningún lado. Malos son sus dirigentes en sí y mal está esa industria. Así que, a priori, solo le vaticino momentos poco destacados y demasiado mediocres. Por mucho que alguien se afane en perseguir una meta, si contempla que las herramientas de las que dispone no le van a funcionar lo más sencillo es abandonar, bajarse del carro, apearse en la peor estación, el fatuo olvido. Y no estamos en tiempos de abundancia.
Hace años escuché la siguiente frase ‘Siempre habrá tecnología. Lo importante es tener buenas ideas’. Y me pregunto ¿Cómo hacer con estos ineptos? ¿Hasta dónde va a llegar esta pena de Gallimimus?
Parece que perduran a su extinción como cucarachas evasivas e invasivas. Una lástima.
Cinco garbanzos negros enturbian todo el plato, de los soñadores de letras con los pies en el limo.  
Siempre habrá libros. Ejemplares tan especiales y mágicos capaces de comunicar un mensaje... con todo lo que no se cuenta. Con todo lo escondido como este dardo a su cuello. Lo perjudicial, como señalaba, es que los malos están dentro. Habitan en todas las esperanzas. La barcaza navega a ciegas, pues. Mucho me temo.

sábado, 27 de junio de 2015

Endecasílabo

Aprendizaje mutuo en la vida,
como cortinas suaves por el cuerpo.
Ir al pasado, donde no se olvida,
tu elección, yo ¿entre quién? Mi gran acierto.


Te supe lejos del primer andén.
Lugar vano en corazones en quiebra.
Allí quedamos. Juntos por doquier.
Eres el hilo que mejor me enhebra.


Y también nos diluviaron los días,
y también relucimos bajo el cielo.
Porque el tiempo se alimenta de estrías,
Cógeme la mano. Aún quedan anhelos.


La estabilidad la vendieron cara.
Esperanzas rutilando retinas,
la inflación estatal, la peor máscara.
Hagamos del tú y yo... la mejor mina.

























viernes, 26 de junio de 2015

Diario de un perdedor

Mi alegría se encuentra varada en toda su eslora. Desde que amanece hasta que me acuesto busco algo que me saque del mal humor, de mis malos gestos, de mi lengua camuflada. Se escurren los soles entre los dedos. Confundo el lunes con el viernes. Sueño lo que debería de vivir y, lo peor de todo, es que es indiferente. No desasosiega lo más mínimo. Evocar en la oscuridad lo que una vez fui es otro de mis actuales problemas.
Pero aquí sigo. Escribiendo mientras se podría freír un huevo en el salpicadero de los coches por el calor imperante. Si no aguanto el verano y tampoco el invierno; lo mismo debería de replantearme una serie de cuestiones. No sé si me entienden. Que de cuatro estaciones valgan dos y de una semana algo similar... puesto que el domingo toca sacar el traje de calle del armario. El empleo y sus rutinas dan para muy poco; lo justo y nada más. Deberíamos de estar inmunizados contra la tristeza y, a lo sumo, más allá, la abulia. Cuando la mayor de la distracciones es sacar pelusa de un ombligo, frotar cepillos contra las grietas de los baldosines del baño o cocina, limpiar una mampara, ordenar tus papeles, mirar, desde lejos, un calendario para saber lo que le queda al mes... para qué... para nada o comprobar efectivamente si al repelente de insectos le hace falta otro nuevo cartucho de reemplazo. Sí. La vida pasa. Y arrastra demasiadas sensaciones y emociones que no deberían perderse al acabarse todo. Debería haber un manual de choque contra la desidia. Otras personas sufridoras de ello podrían haber escrito algo al respecto. Por ejemplo, se me vienen ideas sobre dicho asunto. De facto, existe una guía contra el aburrimiento que comienza así:
1-Si usted se encuentra solo en una habitación a las cinco de la tarde recapacite y dígase ‘¿Qué he hecho mal?’.
2-Si usted cree que la soledad buscada no es soledad es porque no conoce la alegría de compartir.
De pronto, mientras pensaba en esta estúpida frase se ha colado un recuerdo de niñez. Estaba yo jugando con la arena bajo un columpio de esos similares a castillos pequeños y verdes elaborados en hierro de tres plantas, cuando una niña que jugaba a escalarlo se me cayó encima. Realmente contado así no tiene la menor gracia, por supuesto, pero os digo que en momentos antes de que ella cayera yo estaba relajado con las manos sobre mis rodillas y al notar que algo caía abrí los brazos y la desconocida caída del cielo ocupó el hueco que dibujaron mis extremidades superiores evitando así su colisión contra el suelo. La salvé digamos de un buen golpe. Nunca antes me he sentido más grande y reconfortado. Por unos momentos fui un verdadero príncipe de cuento.
Ahora, nada es como por entonces. Actualmente, mis textos se han manchado de la enfermedad del queísmo. Sí. Una bibliotecaria atractiva me lo reveló sin percatarme: ‘Era periodista y lo dejé porque revisando lo escrito me encontraba multitud de "ques". Ahora o no escribo tanto o no reviso lo que hago’. Esto fue lo que me comentó en cierta ocasión mientras charlábamos. Y cuando releo lo creado me doy cuenta de que también recurro demasiado al maldito pronombre relativo. En fin, da lo mismo.
Sea como fuere, recuerdo más las frases de las personas a sus rostros y nombres. Si fuera juez, sus expresiones insertadas en la memoria harían de mazo en el trascurso de los años. Mi mente graba frases de todo tipo, y si son ridículas o personales más. Ya ven. Locura pasajera.
Lo peor del caso es el hecho de su inutilidad. Porque nadie ha encontrado la felicidad rememorando lo que Fulanito y Menganito le confesaron por puro aburrimiento. O sí.
Mal de muchos...

viernes, 19 de junio de 2015

Mala sangre

Estas palabras caerán en saco roto. Pero desde aquí voy a contribuir a esclarecer los hechos. Resulta que los recursos humanos (o inhumanos) de las empresas que últimamente me he ido encontrando están muy por debajo de lo esperable y respetable. Si uno acude a una entrevista para un puesto concreto no te pueden echar en cara la falta de experiencia sobre ello, puesto que en tu curriculum lo ponía con claridad. Esto genera una situación ridícula y contradictoria. Es como si uno va a una pescadería y le dice al pescadero ‘Anda, pero ¿No tiene usted solomillo?’ Pues algo así. Eso por un lado. En el otro existe otro dato y ese es el de demandar el oro y el moro al aspirante al puesto. Es cierto que vivimos tiempos donde uno debe amoldarse a todas las tareas que le surjan, pero de ahí a que exijan una titulitis innecesaria me parece aberrante. Es más, se da el caso de un curriculum compensado y que ni por esas te den el beneplácito. Vamos, que no te dan trabajo ni aunque te escogieran para ello. Segunda contradicción de hoy en el tema que nos ocupa. El colmo de los colmos. Que te digan ‘Si vales para tal empresa, pero no encajas en lo que buscamos’.
Sé lo que buscáis: Un portero goleador, un caballero de aspecto desaliñado, un putero bonachón o una Dama de Elche en carne y hueso. Alguien supercualificado en todos los frentes, tierra, mar y aire, una composición de Mozart más Beethoven más Chopin en si bemol mayor... la repanocha tocha (perdón por el ripio).
Nada. Imagináis fantasmas que no existen. Bajad al suelo, por favor. Dad una oportunidad de aprendizaje a quien lo merezca. Sois jueces tan leguleyos como pérfidos tras vuestras sonrisas delicadas. Estáis en empresas donde se valora aptitud y actitud no apariencia o falsos piropos expresados por un pobre interlocutor que no busca empleo, sino sobrevivir.
No sé qué más se puede expresar cuando se vulnera el pundonor del necesitado, del ciudadano de a pie (y del que va en moto, también).
A qué se juega. No me creo que no tengan pesadillas los que juzgan a las futuras posibles incorporaciones de una entidad. De verdad; dejadlo. Arrojad la toalla. Dedicaros a la captura del percebe, pero sin las prestaciones adecuadas y reglamentarias. Eso os deseo. No más.

viernes, 5 de junio de 2015

Paisanaje

Estoy en la zona de los andenes de la estación de Atocha. De pronto los altavoces impiden que me comunique adecuadamente. Las voces de los narradores de vías no se detienen... primero uno indicando la trayectoria (sí, como un misil o bala) que tendrá el tren, luego otro distinto a escasos metros más a la izquierda o derecha.
De pronto, cuando se callan por un instante las voces chirriantes y repelentes en su estruendo, me da por pensar que es como si estuviéramos en una especie de campo de concentración: Tanto hormigón, tanta columna, tantos seres de un lado a otro, casi escondidos como desprovistos entre esa mal nube de desconocidos ahora que en verano se muestra más la carne. La claridad del sol nunca termina de alumbrar del todo el espacio y confiere más sombras que luces. La estación, mi estación, hoy se me hinca profundo.
Nadie nos retiene allí.
La comparación es odiosa y pretenciosa, teñida, no obstante, de dosis descontroladas de subjetivismo.
Quien más y quien menos, se encuentran encerrados sin saberlo. Manejando Facebook y Twitter a destajo. Otros muchos wasapean. Llevan el teléfono entre sus dedos (nunca en las manos. Los más espabilados escriben con agilidad. De ahí que me dé la sensación de que, cualquier día, se caerá contra el suelo y solo se dañará la pantalla en el mejor de los casos). Se comunican con sus conocidos, amistades, novios, esposas, amantes, compañeros de trabajo... mirando fijamente ese cristal opaco, quebrantable y frío. Sonríen frente al espejo oscuro. Ilusionados gracias a la información que trasmite una pantalla más poderosa que la propia televisión.
Algunos van ensimismados colocándose los cascos y van escuchando música ligera, porque sí, porque les da por ahí (como diría Pereza).
En seguida, reparo en alguien que se ‘sale’ de lo habitual. Camina con la vista perdida, manos en los bolsillos y entre sus labios sostiene con fiereza una ramita de palulú. Corpulento y con una calva bien llevada parece tener las ideas ancladas en la zona gris de su cerebro. A pesar de la imagen hostil que con seguridad os estéis planteando y de las tres cabezas que me saca, no temo por mi integridad.
No es ningún pueblerino, como la pareja de chicas jóvenes y madrileñas que hablaban acerca de los cortes en la línea 10 de metro. ‘Será por las ratas’ dice una mientras la otra asiente.  ‘Alguien se ha arrojado’. Eso es lo que pienso cuando los altavoces indican que por circunstancias externas a Metro o Renfe se han visto obligados a cerrar un tramo de vía.
El hombre del fragmento de regaliz en la boca va ataviado una cazadora verde apagado, casi por el desgaste. Quién puede ir así con el calor que hace. Le observo sin tapujos ( a veces olvidando que mis apuntes mentales podrían ofender a quien se sienta tan espiado). ¿Es eso lo que busca? ¿Una expiación? Aunque no le veo siendo causa y motivo de que el ferrocarril pegue el frenazo en balde.
De ratas, hombres e irrealidades. De eso iba esto.

martes, 19 de mayo de 2015

Un centro comercial zombi

El Opción, en Alcorcón, permanece cerrado. Las cámaras de seguridad estarán apagadas, e incluso desinstaladas, enfocando la nada. La sala o garita del vigilante será un espacio vacío y cerrado, a cal y canto, donde las pelusas se amontonan empujadas por una corriente de aire procedente de a saber dónde. El aparcamiento subterráneo sigue deshabitado. Los gorriones y, sobre todo, las golondrinas se han adueñado de ese espacio donde no hay ningún vehículo. El suelo debe mostrar restos de residuos que el viento ha alojado allí. Habrá bolsas, restos de hojas, colillas acompañadas por el siempre primaveral canto de las aves y su, aquí solemne, eco.
Afuera, la dinámica es similar. Los eucaliptus (menuda elección escoger un árbol tan dañino y salvaje) ya ocultan el cartel publicitario con el nombre del centro comercial.
En el propio interior del espacio desangelado las tiendas seguirán con los cierres metálicos bajados impidiendo que algún mendigo o majadero intente merodear por allí. Lo único que seguirá en uso aún operativo, quizá, sea el sistema electrónico del cierre de las puertas que dan acceso al recinto. Los ascensores continúan abandonados y quietos hasta el resto de los restos o hasta que su propietario derribe el edificio o lo empleé en otros menesteres. Los imagino en la planta baja; ese es el único lugar donde se me ocurriría dejar a un ascensor en desuso.
La pantalla de los cines, a estas alturas, deben de soportar una buena pátina de polvo, como sus butacas. Aunque es una contradicción enorme puesto que el polvo es un 80 % de piel humana, y allí, en principio, no queda nadie. ¿De dónde ese deterioro si no hay nada más mágico que cualquiera de esas salas?
El gimnasio se habrá quedado diáfano. Las máquinas de musculación se venderían al mejor postor. No quiero pensar que siguen todavía dentro... la sala de espejos, la sauna y el baño turco realizando no su función si no la disfunción, lo etéreo.
Las cañerías de los baños sufrirán el deterioro por la ausencia del uso común.
Y algún ruido resquebrajará el lapidario silencio que habita. Una calma inquietante, pero solo para quien haga una visita por él, de cuando en cuando. A veces será el aire, otras un crujido de vigas y aleaciones producido por la diferencia térmica estacional (ahora que se acerca el verano).
Un edificio que soporta el paso de los días. Muestra casi la misma apariencia que cuando lo inauguraron. Es lo que conlleva el capitalismo, capaz de ahuecar una naranja y que parezca intacta a los ojos de los que miran.

sábado, 18 de abril de 2015

Liverpool

Una ciudad construida a ladrillo rojo visto y bañada por la sensación de estar cerca del mar (Y así es, el mar de Irlanda que se comunica con el Atlántico) y todo ello generado por la margen del rio Mersey; el cual alberga una serie de molinos de viento en medio de su caudal para generar la ‘futurible y engañosa’ energía eólica.  
Bajo esa impresión constante de visitar un núcleo urbano industrial y obrero (huella que permanece hasta en las calles más ‘cool’, como la calle Bold) prevalece el sentir unánime de unos ciudadanos tan comprometidos con su club de fútbol, como con sus buenos modales (cuando están sobrios), su marcado acento personal que no ayuda al visitante, el aspecto pelirrojo norirlandés y la curiosa manía de llevar una manga corta en cuando hay un claro de sol aunque haga diez grados centígrados y sople un viento gélido. Y es que estamos ante los gallitos de la isla, sin duda alguna.
Es cierto que sus distritos no están muy limpios, que los supermercados de 24 horas no abren lo que prometen en horario de domingo, donde la ciudad a las once de la mañana parece estar inmersa en un denso sueño todavía. También es cuando menos llamativo el hecho de que no indiquen el nombre de sus calles físicamente. Uno mira arriba, en las esquinas, añorando los carteles azules desgastados de Madrid y al cabo de unos segundos tiene que volver la vista al mapa, un tanto cabizbajo y herido en el orgullo turístico.
No hay que olvidar la acarada y sempiterna moqueta; la cual puede albergar un número inconcebible de virus recogidos por los siglos de los siglos. Y en esta definición también incluyo el cortinaje robusto diseñado para evitar que el sol penetre en las estancias... por supuesto... ancestrales y residuales por igual. El precursor de la persiana hizo aguas allí de pinta en pinta.
Una penúltima pega. Me resulta un verdadero choque cultural el hecho de que los servicios de transporte cierren a las seis y media de la tarde, dejándote un tanto incomunicado.
Ahora entiendo por qué los Beatles tuvieron tanto éxito. Porque uno se centra más cuando se le aísla. Es broma.
Me gustó el antiguo muelle Albert Dock, pero me chocó que no llegara a ser impresionante. Cerca del rio, en una valla metálica están, cómo no, esos cientos de candados que nunca se abrirán y que los enamorados han dejado abrochados al paso del tiempo. Y tal vez haya un porcentaje mínimo de cerrojos que en Liverpool están ahí, pero que en realidad esa pareja haya roto. Me encanta vislumbrar algo eterno desde mi infinito, por irreal que parezca. Metal contra metal. Balanceándose con el viento. ‘Aquí hubo dos amantes perpetuos decorando la ciudad con el perdón de cualquier cizalla’.
Cambio de tercio. Me parece encomiable la disposición de los estadios de fútbol que hay en Gran Bretaña. Siempre suelen estar en el extrarradio como para evitar problemas, como para dejar a los locos aficionados al margen del bullicio permitido. Sucedió en Manchester, en Londres y aquí. En España no parece que estén en la obligación de marginar a la hinchada. Si los británicos han procedido de ese modo será por algo.
Para finalizar, decir que el aeropuerto John Lennon es bastante completo y amplio (para los poco entusiastas... no es de otro mundo). Lo digo por esos viajeros que les gusta embarcar y personarse con horas de antelación para evitar problemas de cualquier tipo. Hay espacio y tiendas suficientes como para dejar atrás las monedas y ahorrarse alguna libra.

jueves, 26 de marzo de 2015

Vuelos sin alma

No sé ni el nombre de la compañía del avión ni la del nuevo sujeto protagonista. Pero ante esta nueva tragedia se ha de razonar sobre una serie de cuestiones.
Sí. Me estoy refiriendo al ‘accidente’ del vuelo Barcelona-Düsseldorf.
Vamos a ver. Puestos a desangrarnos a conciencia con todo atado y resuelto... Por favor, no te lleves contigo la vida de toda una tripulación. Siendo cínicos, hubiera sido mejor ser un kamikaze de pundonor y barbilla en alto, como los de antes, como los que ya no se llevan, como los que deben y serán siempre condenados no tanto por la memoria de Japón sí como por Estados Unidos; la nación que da y quita.  
Los medios de comunicación han tardado un parpadeo en colgar tu imagen para que haya un culpable. Esto deja en evidencia a la familia del suicida. Qué cuerpo se les ha tenido que quedar cuando han visto las noticias. Menudo panorama para matarse. Lo mismo esos son argumentos de peso para realizar un haraquiri completamente justificado.
Los diarios, imagino, con el fin de apabullar, han escrito de otros casos similares. Es el afán por destapar tendencias y malas costumbres periodísticas. Nada nuevo sobre el horizonte.
Ahora me surgen las dudas de cómo evitar otros casos de esta magnitud. Los copilotos pasarán sus pruebas psicológicas pertinentes, pero aquí se demuestra lo fatídicas que pueden llegar a ser y es que cuando uno vuela a otra ciudad no le cabe otra, de verdad, que entregarse a la sana idea donde es idóneo pensar en las manos, voluntad y bonhomía de los pilotos. Vienen a ser como dioses precisamente por lo que vengo contando, porque son responsables de un buen número de vidas a bordo. Para ello no valen Fulano, Mengano y Zutano. Habría que fortalecer la seguridad de los vuelos precisamente porque somos humanos y no autómatas, aunque... visto lo visto.
Atrás quedan las palabras a deshora, los términos para dar coherencia a los hechos que según va trascurriendo las pesquisas y averiguaciones echan por tierra todo lo anterior hasta sentirse uno ridículo con lo que ha visto y oído por la televisión. Suerte que la memoria audiovisual es ambigua dependiendo de quien sea su consumidor. Por eso, al principio, les hablaba de ‘accidente’, también podría referirme a ‘terrorismo’. Carnaza dispuesta a ser devorada por todos nosotros como si de una etiqueta mercantil y disfuncional se tratara.

sábado, 7 de marzo de 2015

Con solo una vida

Maneja bien los lapsos muertos. Desecha el aburrimiento y haz algo un poco más productivo. Salta del sofá antes de que los codos y antebrazos se vistan de escaras. Solo tienes una vida y probablemente la estés malgastando por algunos momentos. 
Formarse está perfecto, pero hasta un término medio. Mira bien lo que te pueda venir en un futuro a corto plazo o de lo contrario serás el amo de los currículos, sentado en una monte de huesos de aceituna. Sin más ni más.
Deberíamos vivir dos vidas: una para luchar por lo que queremos con tesón y otra para dedicarnos a la existencia contemplativa. De las dos ninguna es complementaria entre sí. Suele suceder que cuando alguien se centra demasiado en una, descuida la otra. De acuerdo, pues considero que esto es injusto. No hay términos intermedios cuando uno siente, imagina, escenifica el bienestar. Cuando se presente hay que apostar ‘all in’.
Y esto es así, porque bien, lo que se dice bien, tan solo son unos 65 años. Luego ya viene una vida extraña, descorazonada y lánguida. Todo se repliega en un vacío que tapa demasiado. Los balances negativos se hincan como punzones. Lo que ayer era de vital importancia, hoy es tierra baldía. Y qué te va a quedar. Nada, tan solo un millón de preguntas sobre qué ha sido tu vida o para qué estamos aquí.
Imagino a alguien en el final del camino recriminándose a sí mismo los proyectos y metas que hubiera podido lograr y que ya inexorablemente no le queda más tiempo.
Esto es un suspiro, créanme, y eso que no llevo recorrido ni la mitad de lo pretendido. Aunque nunca se sabe.
No malgasten las situaciones. No se embarguen innecesariamente. No remen a contracorriente y hagan caso, por una vez, al río.
Tampoco soy un gurú del devenir. Pero sé que, con solo una vida, deberíamos tratarnos mejor para evitar sufrimiento innecesario.
Aprovechar la felicidad al máximo cuando esta aparece no es mejor que intentar evitar el dolor impredecible. Bastante tenemos con lo probable como para echarse más tierra encima, nunca mejor dicho. Carpe diem. Lo que deba ser... será.

martes, 17 de febrero de 2015

Tu vida a través de un VHS

Encontré las películas de mi infancia (VHS pasados a DVD) por casualidad. Limpiando el polvo en una mañana fría y gris, apática. Aunque nunca estuvieron perdidas. Sospecho, ahora que he caído en la cuenta, que la última vez que las vi pude haberlas escondido a medias. Como estaba solo decidí rememorar viejos tiempos del ayer, ahora que la vida pasa tan deprisa.
Había cinco copias distintas. Escogí la primera que me pareció y la introduje en su lector. Luego le di al Play.
En la pantalla de la televisión no tardó en aparecer Peñíscola, con su castillo de fondo, y mi hermano jugando en la orilla del mar. Bajo un cielo azul radiante alguien hacía parapente sobre el Mediterráneo. De pronto me sobresaltó una sensación profunda y decidí quitarle el audio. La gente pasaba interminablemente en dirección al agua para bañarse con la parsimonia característica de una época estival. Pronto aparecía en escena mi padre con treinta kilos menos y una apariencia que de vez en cuando ya casi he olvidado. También, próximos a mi hermano que jugaba con cubo y pala, se encontraba mi abuelo. Está fumando con una camisa desabrochada por el pecho. En seguida, acudía mi abuela también para, casi con total seguridad, comprobar que al nene, que seguía jugando, no le pasara nada. Puede que me salga del guión, pero quizá los hombres miren, y las mujeres observen. Al menos, esta es la vaga idea que se me cruzó a priori. Y si mi madre no estaba presente es porque era la que llevaba la cámara en la mano.
Yo también fui partícipe de aquellas vacaciones familiares. Tengo un primer plano con la cara embadurnada de crema, para variar. En un momento dado, papá me cogió de la mano y juntos avanzamos en la misma dirección. Pronto dejamos la arena para introducir los pies en el agua. Ahí, dejo de mirar. No sé por qué ni de qué manera me he vuelto sensible a estos metrajes personales. Tengo que apagar el televisor y dedicarme a otros menesteres, distraer el pensamiento. Con el cine de terror también me pasa, antes las veía todas y sin embargo... algo ha cambiado en mí. Sin duda. Pero ni he crecido ni me he hecho mayor, tan solo se puede llegar a afirmar que con el tiempo una pluma se puede convertir en un anzuelo en el lagrimal. El pasar de los días afila el frío metal para que cuando te distraigas en el futuro y digas: ‘¡Voy a ver, qué días aquellos!’ Vuelvas a caer en tu propia trampa. Además, el duendecillo misericordioso del tempus fugit que se oculta en estos casos es más poderoso que el que habita en nuestras fotografías. ¿Somos los mismos los supervivientes de aquel confortable núcleo? Presupongo que no. Las cámaras recogen el pasado para mostrarnos en un futuro que todas las preocupaciones que nos invadían en aquel momento, hoy, en retrospectiva, son pavesas.
Lamentablemente, creemos que lo sucedido en la actualidad es lo más grave que nos pueda pasar. Pero yo les invito a que hagan la prueba: grábense narrando su mayor problema. Luego escondan la cinta, déjenla reposar y pónganla dentro de, al menos, diez años. Entonces se darán cuenta de que salieron a flote solos; el mal no era tanto como se creía; el viento no quebró la rama y la herida hizo costra. Sí. Pero todo conlleva un precio.

lunes, 9 de febrero de 2015

Vileza

Me van a perdonar las editoriales, pero he de afirmar que no estoy cómodo con ninguna. Incluso con la que me ha publicado recientemente, qué va, ni por esas, y eso que me ha bailado un poco el agua. Ya ven.
Cuando me autopublicaba me leían los más allegados y ahora que, en teoría tengo mayor difusión... por ahí andará la cosa, no se crean. El dato no es quién me lee, puesto que lo hago por afición y necesidad, sino a qué precio y a que coste lo hacen. Por una inversión vital de mi puño y letra otros se lo devoran crudo (con lo poco que se han de llevar, puesto que sigo siendo un don nadie). Y sacar beneficios de ahí me parece simple y llanamente una innecesaria bofetada.
Todo ello vino a raíz de que les propusiera visitar el pueblo donde se ambienta la novela. A lo que respondieron que no iban a acudir, que, a cambio, me vendían libros con un 30 % de ganancia para mí. Pues discúlpenme, pero no tengo ni debo de estar en la cadena de venta de mi propia obra.
Sí. Sé que este texto está adquiriendo tintes umbralescos. No es para menos, les recuerdo el sacrificio (autodestrucción creativa incluida) que conlleva la enfermedad de la escritura. Esas horas muertas mirando el folio y la pared, sin distinguir apenas, lo uno de lo otro. Esos lapsos donde la soledad te invade de un modo hondo y profundo, como la peligrosidad, en la intención, de un cuchillo muy afilado sostenido por su mango. Esas dudas que se arraigan en las personas que expresan más con un lápiz que con su propia boca.
Señores; no está pagado. El esfuerzo de la creación es tan desigual al esfuerzo del robo... tanto, que el segundo no debería ni barajarse. Con las discográficas sucede lo mismo. Las productoras soportan índices elevados y desmesurados de IVA. La cultura y la educación pueden arengar a un país o adormecerlo. ¿Dónde estamos? ¿Qué más falta para que saltemos de verdad?
Pensaba que sería cuando nos tocaran el bolsillo. Pero ni por esas. Nos han camuflado la basura bajo un dulce aroma embriagador. Tal y como sucede al respirar los gases del gasoil y gasolina.
Esa es mi maldición. Contemplar como mi mayor afición se evapora sin mayor repercusión.
He llenado páginas de letras y frases, igual que un obrero levanta un muro. Ahora que cuesta tan poco derribarlo no sé cuánto tardaré en levantar el siguiente. Solo sé que habrá otro, y luego otro... porque es lo único que sé hacer. Y mientras haya alguien al otro lado para interpretar lo escrito y descrito nunca sobrarán las palabras.

domingo, 25 de enero de 2015

Otra meta conseguida

El viernes 23 de enero se cumplió otro sueño. Pude presentar mi cuarto libro, pero la primera novela (la vida y sus paradojas) Al evento estuvieron prácticamente todos los que deseaba que estuvieran y los que no pudieron asistir... bueno, se les perdona, eh. En la biblioteca municipal de Moraleja de En medio hacia mucho calor en la sala. A José Florín y a mí se nos secaba la garganta al hablar, pero no fue ningún impedimento. Era una de esas bibliotecas donde da gusto perderse. En seguida, nos vinimos arriba para presentar Buscando la nada.
El rostro de los asistentes me transmitía entusiasmo y ganas de saber qué me traía entre manos. Florín estuvo al quite y presentó muy bien, mientras que el vendedor de libros de Pura Tinta se hacía esperar. Al final la presentación podría definirse como un éxito, porque no me tembló la voz cuando hablé, porque el turno de palabras fue acertado (aunque me mojara demasiado manteniendo que no creía que los concursos literarios fueran importantes) y porque se vendieron muchos libros de lo que ojalá deseo que sea un preludio.
Y yo pregunto. Ahora qué. La editorial intuyo que se moverá para vender el producto. Ojalá lo cuelguen en Amazon para facilitar las ventas y la distribución.
Mi gente me lo está pidiendo y aún no sé qué decir. En cuanto a esto me siento un poco perdido, la verdad. Utilizaré, poco más tarde, las redes sociales para difundir los datos y demás de lo que me desvelen.
En definitiva. Me encantó firmar libros. No por el hecho del dinero recaudado, sino por lo que significa. El estar sentado frente a un público te concede un extraño halo de seguridad, de ‘mi meta se debe asimilar mucho a esto’.
Lo que esté por venir, me temo, se escapa a mi control. Y eso me deja un tanto intranquilo.
Como mantenía anteriormente, debería mandar la novela a concursos con el único fin de ganarlos y aquí es cuando sobrevuelan las inseguridades: ¿será buena? ¿ganaré? ¿podré aguantar las críticas desfavorables, la pequeña derrota al fin y al cabo?
Muchas incógnitas se desvelarán con el paso del tiempo. Tanto las buenas como las menos buenas (nunca malas del todo) y lo que tenga que ser, será. 
Como dicen ya solo queda plantar un árbol y tener un hijo. Entretanto, me pondré a escribir para la siguiente... a ver si cuajo algo bueno.
No se olviden que para mi la mayor recompensa fue el reunir a tantos allegados y tan buenos. Fue una victoria, una ascensión a la nube de las letras, una llamarada que avivó mi ego en plena victoria.
Ahora, que de aquello hace dos días, solo puedo echar la vista atrás y regocijarme ante el hecho de que me atreví a hablar un poco en público y dejar en evidencia, que lo mío, por testarudez y bemoles, debe ser la escritura.

domingo, 18 de enero de 2015

Ha nacido un monstruo

Así, a las claras, creo que en más de una ocasión nos hemos topado con un mal tipo o tipa sin saberlo. Estas personas son las protagonistas de las historias más rocambolescas que se transmiten de un modo viral. Es el caso de los malajes que se pasan las croquetas bajo la axila antes de echarlas en la sartén del bar cotidiano o los que amasan las pizzas con las manos repletas de vayan ustedes a saber o el que contrapea los folios que vienen pre impresos con el único fin de que alguien en la cadena de manipulado lo pase por alto y se impriman del revés.
Es gente que se gusta de hacer el mal a escondidas, arrojando la piedra y ocultando la mano luego en el bolsillo.
También en este saco, van los que se colocan un pasamontañas negro y cometen atrocidades en nombre de un Dios metralleta o machete en mano. En estos casos concretos, la falta de piedad y claridad mental queda demasiado en entredicho. Son los que no temen ser reconocidos como malhechores.
En el saco de rafia, del que nada debería de emanar, también van los que se forjan una idea preconcebida de unos hechos poco claros. Son acérrimos de una sola opinión televisiva. Lo que vaya en otra dirección es caer en un flagrante error, según ellos. Estrechos de mira a la vieja usanza, puesto que si algo tiene la verdad absoluta es que es tan inabarcable como un Olimpo... vamos, que no existe.
Por otro lado, deberían de aparecer dentro de él los dirigentes políticos norteamericanos que han ido resquebrajando los tratados de no negociación con Cuba. ¿Quiénes son ellos para influir en si un país es digno para comerciar? Entre un Barack y Mubarak cabe más de un millón de ripios malsonantes.
Como ven el mal es el mal a distintas escalas, pero es igual de pernicioso en todas ellas. Los que aprietan los botones, los arengadores del miedo, los que atizan con sorna, los que venden competitividad a precio de ganga.
Un costal con toda su harina bien amalgamada no debería de arrojarse a un vertedero. Alguien vería un negocio redondo si se depositara en la sala de cualquier museo contemporáneo.
Seguro que a solas, los que mueven los hilos, se chistean a modo de ‘artistas’.