domingo, 30 de diciembre de 2012

Otro tributo más

Y de nuevo tú... querido libro. Te sostengo complacido entre mis manos e imagino lo que te costó escribir todo esto. Locura, amor, tragedia, caridad, honor, valentía, así hasta que el diccionario francés se te quedara estrecho. Creéme he leido las sesenta primeras páginas de tu maestro Gustave Flaubert con su Madame Bovary y no solo me parece fascinante la capacidad de descripción que tuvo tu mentor, sino también da la sensación de que su mensaje se difumina entre tanto revuelo literario.
Es decir, que con bastante menos se puede generar más de lo que a mi simple vista le parece. Pero tú, qué decirte que no hayan ya dicho los unos y los otros, los del sí y los de no.
Los escritos tuyos son tan reales que ni la realidad misma parece haber sido la materia prima de la que hayan brotado tus textos. Tratas con finura, pero firmeza al lector y le dejas que vaya asimilando la trama lentamente en el nudo, donde se ha de cocer el meollo de lo necesario; para que al final la verdad caiga como un puño o una caricia a la inteligencia del que lee y te piensa.
¿Cuánto hay de ti en este ejemplar? De sobra son conocidas tus excentricidades en cuanto al sexo y al culto del hedonismo, aunque verás, eso importará mucho o poco, ya que los libros que dejaste pesan más que tu trágica leyenda.
Digamos que en cuanto a hedonista no te superó ninguno de los miembros del círculo literario que te auspiciaba por aquellos entonces, siglo XIX. Aunque no sé qué tipo de protección se puede conceder a un hombre de carácter tan fuerte, que descubrió la vena prosaica quizá demasiado tarde y a destiempo, mientras habría terrenos más apetecibles antes de que se descubriera tu enfermedad.
Sin saberlo, te ibas convirtiendo en un personaje más de tus obras. Un ácrata mental y un crápula desde el nacimiento del cabello hasta la planta de los pies. Todo ocurriria poco a poco mientras tu horla personal te iba devorando vivo, mientras tú, tal vez, no te dabas cuenta creyéndote protegido por las cuatro esquinitas de tu sano pupitre.
Y luego, ¿qué queda cuando el racionicino se va y solo hay locura y desvario? Te imagino en una cama postrado deseando aferrarte a una hoja límpida y un lápiz a estrenar. Como si con eso volviera el gran escritor que una vez fuiste. Como si con eso volvieran todos los autores que se trastornaron y que obtuvieron su gloría cuando ya no estaban. Porque la fama literaria es tan cruel como lo que te sucedió. Rara es la vida que trata bien a quien escribe y los que han sobrevivido a su éxito se merecen una estatua y su nombre impreso en una placa de cualquier plaza importante.
Al final es el tiempo y quien lo acaba sepultando todo. Siempre recodaré que existió un gran escritor, que acabó solapándose demasiado con las letras e ideas que describía. Ninguno estamos exentos de algo así. Es el cobro que deja la vida, en algunos casos, cuando lo único que se intenta crear es un mero reflejo. Una imagen que distorsiona al distorsionador.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Veinte años sí son algo

Si no hacía más de veinte años que no pasaba por allí, veinte sí, dos décadas justas, ni mes arriba ni abajo. Por alguna extraña razón se había visto envuelta en una profunda melancolía que le había empujado a estar, de nuevo, quizá por última vez, frente a ese telefonillo. Su corazón, ya casi afrenelado y cubierto de una capa densa imaginaria que le alejaba de cualquier sentimiento de amor, se resistía a rejuvenecer en la búsqueda de una compañía masculina. Según su pensar ya no le quedaban ganas de volver a conocer a nadie. Y en esas se quedó mirando fíjamente el botón y el número de bloque de su última pareja, ya rota hace nada menos que cuatro lustros, porque estamos frente a una persona de las que creen en el amor una sola vez; y si falla, adiós con todo, no hay sitio ni anhelo para nada más. Según ella solo se puede amar una vez en esta vida, porque hay heridas que no se curan jamás... pase lo que pase, suceda lo que suceda.
Y no está demás recodar que Matilda llevaba muy lejos lo que para otros podía parecer ridículo el sentir tan profundamente. Era como un principio tan arraigado, tan profundo y suyo, de ella y nada más, que nadie podía desacreditarla con cualquier comentario nimio o fuera de lugar... ante ello se resignaba y más tarde resarcía a quien la importunase o la contrariase.
Matilda, sin saber muy bien cómo, había acabado allí, en aquella calle siempre repleta de vehiculos y de transeuntes que iban de un lado a otro por doquier. La calle Toledo desde que rompio con Roberto se había convertido en una especie de cementerio urbano para ella, un sitio donde el que pasa se siente incómodo y taciturno, fijándose solo en el  sitio que le conviene, en este caso un portal, que bien podía haber sido una lápida, pero él no estaba muerto, por eso quería volver imperiosamente a llamar por el telefonillo que desde entonces había sido modernizado en, al menos, dos ocasiones.
"En el amor siempre pierde el mejor" decía alguien al que evidentemente no le había ido bien en ese campo. Y ella no solo arrastraba un poso imborrable de recuerdos en la memoria, sino una cajita de plata repleta de regalos y otros dones que él le hizo tiempo ha.
La caja seguía quemando como una yesca encendida en un pajar. Notaba entre sus manos como le pesaban los objetos, los años sin él, la soledad no buscada motu propio que es engañosa porque no daña al principio, pero luego, mirando la vista atrás, se siente el terrible punzazo del tiempo, que dice "la vida se pasa, ¿qué te queda dentro?". A ciencia cierta no sabía si devolvérsela o arrojársela. De momento no se creía que hubiera tenido el coraje de estar frente a su vivienda. ¿Para qué tanto dolor? Seguro que él estaría echado tan tranquilo o pintando algún cuadro de paisajes como solía... como si nada; intentando abarcar todos sus problemas en un inútil trazo de pincel. Si todos los percances de la humanidad se resolvieran de ese modo, que fácil parecería; qué sencilla era la vida junto a él. Hasta en los peores momentos sabía sacarla una sonrisa, un leve gesto de "podía ser peor".
Así que, sin más rodeos, apretó el 5ºB mientras las mejillas se le encendían, a la vez que el corazón pareció bombear más sangre, casi desempolvando la oquedad de venas y arterías, como si lo único que tenía que hacer durante la espera de estos veinte años fuera a presionar un mísero botón.
Esperó un instante, a la vez que hacía grandes esfuerzos por recordar el olor de su piel, de su pelo, su aroma corporal y personal, pero no obtuvo respuesta. Al cabo de unos segundos una voz de mujer descolgó el telefonillo. Era ella, tal vez, su sustituta, o la sustituta de la previamente sustituida quién sabe. Matilda aguardó en silencio cabizbaja pensando en su acción tan inmadura. Como no contestó, la otra mujer, la exmujer de su mujer o quien quisiera ser, colgó y solo volvió a haber silencio. Un silencio elegido por ella misma durante tanto tiempo, que no le iba a acarrear nada positivo en cuanto al amor... al menos al que no era propio, el de uno mismo. Y se fue por la calle, mientras se difuminaba vista desde el portal del piso de Roberto como en un cuadro de sombras invernales, de abrigos de desconocidos que abrigan ideas de supervivencia. Donde el querer y el pretender ser querido es y no es todo. Matilda poco a poco se fue alejando de la muchedumbre. A lo lejos, en realidad, parecía una más. Un borrón más.

jueves, 20 de diciembre de 2012

El desconocido

Y entramos a la tienda una vez más motivados por el gusanillo del hambre sin saciar o qué se yo. Aquel lugar era tremendamente atractivo. Para empezar disponía de numerosas cajas repletas de colores vistosos para atraer a los más pequeños y a los que ya no lo somos tantos. Se podría llegar a afirmar que estábamos ante comida, pero no me atrevería a decir que era vianda, sino más bien patatas, gusanitos y demás congratulaciones entre grasas tansgénicas.
A decir verdad, era un lugar único y exclusivo para el consumo de alimentos hipercalóricos tal y como podía ser una pizzería o un Burguer King, pero este sitio tenía una cualidad tremenda. Por todo el local se apreciaba un olor delicioso, que como el espacio era reducido se distribuía mejor el aroma a pan recien horneado. Bueno, para ser sincero no sé si denominar pan a esas barras precocidas que descarga un camión empaquetadas por el cartón que las conserva.  Digamos que de no serlo también está bueno. Y no sabría decir el motivo de por qué al oler este producto en el horno me invade una sensación de bienestar como la del café recién hecho y eso que yo no lo bebo.
Además, me percaté de que las cajas estaban fuera de su posición normal en la  estanteria. Estaban como sacadas hacia fuera respetando una especie de orden minucioso y enfocado a la venta. Este hecho resultaba enigmático ya que sugería que todo: color, aroma y productos te envolvían por doquier. También predominaba en el ambiente cierto toque a dulce proveniente de la bollería que había en lo que se conoce en el negocio como corner o pequeña estanteria.
Mientras tanto nosotros allí, esperando que saliera alguien a antendernos. No esperamos mucho cuando un hombre de nacionalidad española (digo esto porque es raro encontrar supervivientes en estas tiendas) se levanta de un pequeño taburete como sin ganas de trabajar aquella tarde-noche de junio. Él iba sin afeitar con una barba negra de pirata que sufre una profunda pérdida de higiene, moreno de ojos y de piel. Mientras nos habla observo que arrastra de una forma desigual su brazo derecho. Tiene una deformidad, pero esta no le impide manejarla a su antojo y coger lo que se le pida sin problemas, "se ha adaptado correctamente" pienso. Pero la verdad es que lo más extraño estaba por llegar. De nuevo nos regala una barra de pan y un refresco. Da la sensación de que el dependiente está tirando la casa por la ventana y poco o casi nada le importa ya el negocio. Meses más tarde mis predicciones se cumplieron y en el sitio donde estaba esa tienda ya habían levantado otra completamente distinta y sin ninguna relación con la alimentación. Así que el hombre lo que estaba haciendo era regalar lo poco que le quedaba sin importarle apenas. Como ven las similitudes con la política actual son inexistentes en cuanto a caridad. El dependiente que parecia incluso siniestro resultó ser todo lo contrario. De ahí el que hable de política donde nada es lo que parece. A veces en los lugares más insospechados uno encuentra algo de lo que merezca la pena escribir. Desde entonces siempre que paseo por esa calle no puedo evitar recordar a aquel hombre, el aroma, su mano, la distribución minuciosa de lo que vendía y pienso que puede haber encontrado otro trabajo y que soporte la competitividad de lo que significa estar unos frente a otros, en vez de en una única dirección.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Iris

Paracerá mentira pero creo que he encontrado la única parte del cuerpo humano que no envejece, que resiste al paso del tiempo. Esa no es otra que los ojos, para ser más concreto el iris, uno de los cuarenta esfínteres de los que disponemos. La patente no será mía... al menos tengo el gusto de volver a sacar esta idea o reflexión a la luz.
Así: verde, negro, gris, marrón y demás tonalidades son de una materia especial ya que por mucho que pasen los años, las imágenes dolorosas y las más entrañables, incluso la más rutinarias no deterioran algo tan inquisitivo como puede ser un ojo que se posa sobre cualquier movimiento y quiere apreciarlo todo mientras desgasta a la memoria con el volumen de datos que es capaz de captar y posteriormente almacenar.
De este modo el Iris no envejece. Es un músculo que podrá perder contracción pero no le salen arrugas al no ser de piel y su fibra mágica podrá hasta oscurecer o aclararse con el paso de los años.
El esfinter ocular ni se empaña ni languidece con el devenir de los días. En contadas ocasiones le pueden aparecer algunas manchas oscuras e inofensivas. Se podría decir que es el máximo desgaste que puede padecer, aunque en la mayoría de los casos son de nacimiento.
Un Iris puede modificar el color humedecido de más por el agua salina de las lágrimas, pero mientras que el lagrimal las vierte por el extremo exterior resbalando por la piel, esta podrá humedecerse, frente a la humedad propia que mantiene siempre el órgano de la visión. Aquí se ve el milagro de la creación: una materia sometida al humedecimiento y al vaho debería desgastarse más rápido que la piel, por ejemplo, que es el mayor órgano del que disponemos. Y sin embargo es la que antes desvela el desgaste mudándose, secándose, arrugándose, degenerándose...
Es el músculo que al principio de nuestros días suele ser gris o azulado y que según vamos creciendo cambia de color. En algunos casos puede darse el caso de una leve mutación que degenere en disponer de un ojo de cada color, pero no es algo muy normal, lo que convierte al color en algo misterioso y un tanto desconocido. Por otra parte, la córnea refleja los problemas de sueño y el estrés al mostrar la cantidad de venas alrrededor del músculo al que me refiero. Extrañamente estas venas parece que se detienen al llegar al iris, y el iris también debería de tener pequeños vasos sanguíneos puesto que es un músculo más. Es como si los problemas humanos no llegaran hasta el centro y se quedaran solo en su superficie. Es casi una metáfora de la vida...

lunes, 10 de diciembre de 2012

Libertad

Yo que he visto arar la tierra en campo abierto al atardecer y ver cómo emanaba del interior de ella un vapor cálido e inusitado. Que he cultivado terrenos de sol a sol sembrando con mis propias manos sin esperar mucho más que lo que vale el esfuerzo aunque el cobro siempre se antoje inferior, pero hay que estar ahí para ganarlo. Que he ido a cazar topos con la Rufa al amanecer para que no se coman las patatas y otros alimentos convirtiendo mi esfuerzo en inútil. Que me he asombrado con el canto del cortejo de las cigüeñas, allí a lo alto, sobre cualquier torre de iglesia. Que he comido ancas de rana y me han parecido un placer enorme y exquisito, como de otro mundo y otra vida. Que me he zambullido en ríos salvajes y he dejado que los pececillos me mordisqueasen los dedos de los pies, estando ya uno seco sobre una piedra fumando y disfrutando de la claridad que produce el sol escabulléndose entre los pinos.
Pero vinieron por mí. Los familiares me rescataron de mi soledad para introducirme en su modo alocado de vida. Me trasladaron a la urbe donde el ruido nunca cesa. También quisieron que les acompañara a sus fiestas donde todo el mundo tiene algo que contar. Todos menos yo, así que aguardo, espero en una silla ingeriendo comida que bien podría estar liofilizada y si alguien tiene mis mismas predilecciones silenciosas lo contemplo durante un rato y es entonces cuando me percato de cuánto hecho de menos el campo y los bosques, la caida de la hoja y la siembra. Porque si algo dejé atrás fue ese silencio que guarda la naturaleza. Algo tan ancestral como intangible. Para mí decir campo era decir paz y sosiego. Ahora ya nada me salvaguarda. La calefacción es demasiado cálida. Preferiría estar a menos grados... como antes... como siempre.
Como no me adapté ni al dinero, ni al consumo, ni al decoro de la familia, me devolvieron al lugar de procedencia. Y con la Rufa ya muerta por fin puedo decir que vivo íntegramente libre y sin ataduras. Donde escogí pertenecer. Descansando tumbado en una ladera repleta de helechos, al canto de las perdices y a la recolecta de piñones, a la caza de liebres y a realizar cualquier labor natural en la que pocos hombres aguantan. Debe ser complicado deshacerse de sus portátiles, sus manifestaciones, sus rentas per capitas, pero hasta que no decidan trasladarse culturalmente no se darán cuenta de lo afortunados que son si se pierden en la traslación. Son como los peces de la pecera abierta. Si supieran que con un impulso pasarían a escapar y ser libres durante unos minutos tal vez lo harían. La máyoría, por no decir todos moriría, pero es el riesgo del estar dentro o fuera. Y aquí ya no sé si la ciudad es dentro y el campo fuera o a la inversa. Solo puedo regocijarme en que estoy del lado que pretendo porque es lo único que sé hacer. No quiero ser como el protagonista de Greystoke o El Libro de la selva, al que unos monos le adoptan y luego tiene que insertarse en la sociedad; opino que a cada cual lo que sepa hacer y yo estas historias que echan por televisión no las comparto. Mi libertad no se puede comprar con un final feliz. Pretendo la soledad porque es la que menos me pide a cambio y con la que más agusto estoy. Además, qué más compañía puedo pedir que la del aire meciendo suavemente las copas de los árboles, las nubes claras de la primavera, los alimentos, mis animales. No pido más... aunque mis familiares sostengan fehacientemente que con elegir no pedir es como si ya fuera demasiado avaricioso. Esto es lo que soy y lo que quedará. Una osamenta desenterrada y visible que intentó sobrevivir a la globalización. El enemigo de la raza humana a mi simple parecer. Porque lo que te salva también te encadena. Que sé yo... si solo soy un pobre hombre de campo.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Negra Navidad

Paint it black, nanananananaaaaa. Así, demasiado por encima en el tararareo, decía la canción de los Rolling Stone. La verdad es que la letra es muy pesimista, pero merece la pena escucharla por su sentido del ritmo y lo humorístico que queda todo al ponerle música a una visión de la vida que no la merece en absoluto.
He de reconocer que ahora que nos van invadiendo (vaya con el gerundio) los motivos navideños, hay cierta parte de mí que se acuerda del tema británico... del melódico me refiero.
Y es que no quiero imaginarme lo que significaría cobrar a fin de mes (a finales digo, ni antes ni después) y llegar a London Street, por ejemplo, y fundirte medio sueldo en regalos. Mi disconformidad estriba en por qué se nos ha impuesto esta insana costumbre. Podría ser en agosto donde la cabalgata de los Reyes Magos iría igualmente al aire libre solo que sin pasar frío. Esto es igual a reconocer que nos vamos a ir de este mundo sin saber, a ciencia cierta, el porque de los cambios horarios. ¿Estará alguna multinacional implicada? Qué más da, dormiremos igual... ese es el problema.
Regalar está muy bien, pero que la televisión nos sature a anuncios de ofrendas desde finales de octubre, qué digo, agosto; si al final voy a llevar razón y todo, no es algo productivo emocionalmente. La publicidad en tu correo electrónico o en tu buzón de casa. Te acecha. Compra. Compra. Gasta. Gasta. Hablaba de emociones porque es lo que prima en estas fechas, aunque seamos reacios a expresarlo en algunas ocasiones.
Y con qué cara te quedas si al final no tragas con el mensaje. Imaginaos uno con dos o tres regalos recibidos y él, por rancio, por antiglobi, por Grinch, sin dar nada a nadie.
Pronto saldrán las noticias en los informativos sobre lo que gasta cada familia de media en estas fechas tan desesperadas, aunque esto va tan rápido que lo mismo me estoy retrasando en la pronosticación. Nos dirán que gastamos mucho para estar en crisis o esa será la conclusión que se pueda sacar entre otras muchas tan libres como democráticas.
La verdad es que lejos de los sentimientos verdaderos y personales, considero que todo ello es una especie de negocio en el que uno gana y pierde a la vez. Vence si consigue tener a alguien al lado a quien darle un don, por pequeño que sea y regalarle su cariño no en Navidad, sino durante el resto del año. Y cae derrotado si no sabe sacar algo productivo a este tinglado casposo y periodo antisocial.
Digo lo de antisocial porque nos han inculcado, y con razón, que esas noches del año son las peores para salir con el coche. Así que al final acaba uno en su propia casa, acordándose de los primos, de los tíos, dónde están, qué hacen, estarán tan aburridos como el que los rememora. A saber. Yo creo que ni los ebrios salen esa noche por respeto a los otros bebedores, para mantener la leyenda viva. A saber.
Las florituras ornamentales pueden parecer fatuas, pero os aseguro que no le sucede nada a la familia que decide no poner arbolito o Belén. Cada uno lo lleva como puede. De todos modos, menos mal que tan solo es una vez al año... podría ser peor.
Concluyo afirmando que si nos modifican el horario durante el 28 de octubre (el notorio) para ahorrar energía, ¿Por qué luego en Navidad las calles no dejan de iluminar letreros con mensajes propicios para la ocasión? Es cierto que cada vez hay menos, pero suena contradictorio.
En fin. No encuentro más chicha donde rascar. Perdonen las divagaciones y dilaciones. Solo quería experesar mi rechazo y también mi aceptación porque soy uno más. Comparto lo dicho a partes iguales.