viernes, 4 de diciembre de 2015

Lluvia y basura

Olía a petricor. Esa leve señal olorosa le transportó al pasado. Así eran las reminiscencias. Cuando en los otoños no paraba de jarrear y la ‘boina’ contaminante y contaminada no estaba ni inventada, si acaso.
La hojarasca seca sobre el suelo de los parques en esa hora de la tarde donde los chavales ya se habían comido su merienda y permanecían tranquilos en los cálidos hogares, viendo un programa infantil en la televisión. Eso se extinguió hacía demasiado.
Del espacio antes descrito solo quedaban dos protagonistas: las hojas caídas en la acera y los barrenderos o jardineros encargados de ellas.
Sí. Lo admito. Los barrenderos han salido de la chistera porque no estaban desde un principio. Es cierto, pero vienen a colación porque son figuras tiempo ha para mí estaban desprestigiadas y ahora los miro con bastante respeto; no solo porque algunos madrugan, cobran y sobreviven mejor que muchos otros empleados públicos, sino (y aquí incluyo a los basureros a su vez) son los dueños de la calle en deshoras.
Unos con sus cascos MP3 y otros tarareando o silbando una simple melodía a las siete y media de la mañana. ¿Acaso se puede dar mejor predisposición para afrontar el día? Algunos iban un poco mal arreglados con la ropa amarilla nuclear fosforescente por fuera del pantalón de tanto agacharse. Los había mal peinados con una coleta con más calva que pelo y, sin embargo, también se veían los que el uniforme con líneas reflectantes les quedaba como un guante, el frac perfecto para barrer, recoger y rastrillar. Todos pendientes de los restos orgánicos de los árboles y algún que otro animal, todos al tanto para crear un ejemplo evanescente de la limpieza y el orden de toda urbe donde al día siguiente, a la misma hora, volvería a estar casi igual de sucio; aquí y allá, bajo los vehículos y sobre ellos, en las bocas de las alcantarillas y alrededor de los contenedores residuales cual maldición de Prometeo. Medio policías de lo impoluto y mendigos entre sus sombras.
Con un olor y no un hedor. Con esto comenzaba este texto. Sin limpieza y sin lluvia es complicado captar el petricor, pero cuando aparezca, reténganlo en la pituitaria de su nariz todo lo posible. Ya que hay innumerables factores externos para acompañar a semejante aroma ancestral. Esos pequeños detalles nimios pueden llegar a configurar toda una memoria a largo plazo. No lo subestimen. Detrás de un simple recuerdo puede haber semioculto mucho más.

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