sábado, 9 de junio de 2012

De bragas y desconocidos

El microrrelato que ustedes van a leer a continuación forma parte de un ejercicio colectivo de una asociación de escritores. El cual consiste en que cada uno aporte una palabra y que al final se unan todas en un folio transmitiendo algo. En este caso las palabras que se dijeron fueron: SABIDURIA, AZUL, BONDAD, LUJURIA, NOCTURNIDAD, SONRISA, AMOR, ASALTO, INOCENCIA y BRAGAS.
El título de mi texto es para llamar más la atención, aunque alguna relación tiene. Sin más, allá voy.

Hoy llevaba las bragas azules. No singnificaba absolutamente nada, pero bien era cierto que para los días en los que pretendía conseguir algo meritorio, tenía reservadas las prendas que ella consideraba idóneas para la ocasión, como por ejemplo podía ser una entrevista de trabajo. En el fondo seguía siendo muy supersticiosa. Como cuando iba al instituto en día de exámen que nunca se ponía ropa blanca o cuando entraba en un restaurante que siempre cogía la silla y la giraba una vez antes de sentarse. La delgada línea entre la creencia y la manía.
«La sabiduría siempre te regala algo»; así empezaba la primera hoja de su nuevo libro Sobrevivir a la lujuria, que le había regalado un ser querido no hace mucho. Era una frase poco manida pero un tanto incongruente aunque sonaba francamente bien. La mayoría de los autores se pasan horas interminables estructurando la primera hoja de sus obras, porque como ellos dirían son el verdadero rostro de lo que están comunicando,por encima incluso de la portada. Además, a la hora de escribir desarrollar una buena primera hoja te otorga, por expresarlo así, el beneplácito restante, el buen hacer.
Mientras tanto, ensimismada en su lectura, habían pasado ya tres horas invernales y a las seis de la tarde de cualquier enero ya había llegado la nocturnidad. Sin percatarse lo más mínimo, se había quedado sola en el anden; hecho contrastado al levantar por fin la vista de las hojas tremendamente olorosas. No se ha dado cuenta de que había alguien más allí, un desconocido, apoyado en una columna de acero lejana. Cualquiera que fuera capaz, tal vez y con esta oscuridad, de cometer un asalto. Ella hacía esfuerzos por volver a introducirse en su lectura, pero le acometía el miedo... a veces la bondad solo anida en unos pocos. Por mucha inocencia que tuviera aquel desconocido, qué hacía allí semioculto y medio visible. Los andenes a plena luz del día son propensos para el tránsito, la despedida y el amor, pero ahora su gesto estaba tan inexpresivo que no podría ni sonreir al ver quizá al individuo alejarse, pero no fue así.
Al final, todo quedó en nada y el desconocido resultó ser un agente de seguridad... qué ironía.
Cuando llegó a estar próximo a ella, guiado por un pasear lento pero bien acompasado, ni se percató de que había una señorita sentada intentando restaurar la calma. Al parecer, él estaba con la nueva moda social, el whats up, la distracción suprema.

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