viernes, 22 de junio de 2012

Una mirada al pasado

Hace mucho que tengo esta fantasía. Podrá parecer algo estúpida, pero siempre he perdido un poco el tiempo pensando en ella, la propia ilusión, por nimia que pudiera resultar al exponerla en una simple declaración.
Ahora, todavía hoy, me sobrevienen estos tipos de pensamientos entretenidos enfocados a mi único disfrute.
La entelequia viene a ser lo siguiente. Durante toda la vida mi familia se ha mudado en dos ocasiones y en una tercera ha alquilado una vivienda.
Hasta aquí todo de acuerdo. Hay un comprador o inquilino (por la casa alquilada) y unos beneficiados por la acción inmobiliaria. Pero me queda algo encerrado, oculto, siempre incompleto que se degenera y empolva.
La ilusión es que para evitar el deterioro de mis recuerdos y por la salvaguarda de un pasado, me encantaría que los nuevos inquilinos me dejaran estar a solas en sus pisos solo unas horas, con el fin de rememorar y retener los sentimientos, las rutinas viejas y olvidadas, las acciones y la convivencia familiar que teníamos por aquellos entonces. Así que en un primer caso me situaría en Fuenlabrada, si se pudiera. Allí subiría hasta el noveno piso. Tras la puerta, de nuestra primera vivienda, recodaré quizá que mi padre cada viernes me traía un regalo distinto, una manera de compensarme o de contentarme hasta que un día puso el punto y final porque le negué una tableta de chocolate blanco cuando lo que quería realmente era un juguete. Luego andaré hasta la cocina, apenas un par de pasos, y por curiosidad miraré la nevera… el espacio más íntimo de esa zona y que más respeto genera para algunas familias. Poco más tarde miraré bajo el fregadero donde estaba el Mistol que una vez bebió mi hermano saliendo incólume, por suerte. Más tarde me desplazaría, si se pudiera, hasta la terraza y ahí me vendrían más recuerdos agolpados recorriendo desde la zona central del cerebro hasta lo zona superior del cráneo como un refusilo… Hasta ahí todo iría bien, pero mi dulce fantasía, tendría unas consecuencias negativas… y aquí es donde coloco una frase preciosa de Julio Llamazares sacada de El río del olvido: «Cuando vas a un lugar de hace años, el sitio no cambia, tú sí».
De repente me percato de que han alicatado el suelo, la puerta de la entrada era de acero y la nuestra no, que la terraza ya no es descubierta; me voy dando cuenta de que aquella casa del pasado es solo el esqueleto, la estructura interna sin dueño del futuro. Y los recuerdos, pobres, se desvirtúan, se vuelven polvo y partículas inertes dentro de las neuronas, porque aunque permanece la base su contorno ya no sería lo que fue. Me daría cuenta de que aquellos tiempos ya no volverán y la mayoría de detalles mi mente, como la de todo ser humano, ha ido quedándose con una selección hecha sin saber muy bien los procedimientos. Un giro en los acontecimientos. Una aproximación a un mal desenlace. No hay que olvidar el hecho de que los recuerdos se desvirtúan… a veces los completamos inconscientemente quedando en entredicho en una reunión de bar con amigos de toda la vida. Porque son solo eso, imaginación activa de un tiempo a esta parte. Tal vez lo mejor de ellos sea que no son verídicos a ciencia cierta; siempre hay algo de justificación, de aclaración o de inconcluso. Tampoco son la prueba de que la mente nos funcione adecuadamente, pero los aprecio tanto porque dicen tanto o más que mi DNI.
Todo esto quiero que se vea alejado, en cierto modo, de la nostalgia. Es una mirada objetiva a lo que vamos dejando atrás sin saber que puede que la memoria lo guarde en un cajón mugriento y que cuando salga esa imagen ya no será nítida, será como cuando creemos que una foto está bien hecha y al aumentarla se pixela, como si hubiera un muro que nos parece bien construido y al acercarnos comprobamos que es mitad adobe y mitad de ladrillo. Por muchas esperanzas a las que todos nos debemos abrazar, si perdemos lo que se va quedando atrás, ¿somos enteramente nosotros o nos falta algo porque hemos ido extraviandoy suplantando recuerdos…? las piezas invisibles y necesarias, los donosos lazos que nos unen.

5 comentarios:

Cristina F. dijo...

No sólo "mola" lo que has escrito... es que "me encanta"!!!

Daniel Atienza López dijo...

Me encanta ser leído por vosotros. Sois el soporte crítico que me puede corregir mejor. Espero no cansaros, aunque intento ser creativo... creo que en eso también me esfuerzo, jeje. !!!Un abrazo nena!!! Permanece también siempre ahí.

Werra dijo...

Jo, macho, te acabas de salir por los cuatro costados. A punto de desbordarte, como un vaso con miedo a esa última gota que cuelga riéndose del grifo.(Toma, cacho de frase metafísica que me acaba de salir) jajaja
El que no se sienta reflejado con tu relato, o no ha tenido infancia o vive en otra galaxia.
Esta vez, como otras tantas que no te he dicho, clavo mi rodilla en tierra y me descubro el sombrero. Chapó, Sr. Conde de las palabras.

madrigal dijo...

He recorrido la casa de mis abuelos en Madrigal, las horas pasadas en el corral jugando a las casitas y las tiendas, cogiendo verdes las primeras frutas y oyendo a mi abuela decirnos:¡os va a doler la tripa, no está madura!
Dani, creo que uno de los disfrutes de la lectura son las evocaciones, por la tanto: gracias otra vez por conseguirlo. Un besote

Daniel Atienza López dijo...

Muchas gracias Chus!! Las evocaciones, como tú dices, son importantes pero sabiendo que, de vez en cuando, doy con la tecla mágica, pues significa que he de seguir esa senda.
Gracias a ti por haber tenido la paciencia de leer toda la parrafada que no sabía cómo concluir el tema cuando lo estaba escribiendo.
Sin duda, tengo grandes lectores.
Ya queda menos para el sábado. ¡Un besazo también para ti!