domingo, 8 de julio de 2012

Salir vencedor tras ser vencido

No sé si Stephen King está haciendo algo en mi imaginación o modo de escritura. Lo que tengo claro es que esto estaba escrito de antes de su lectura y con los nuevos retoques de ahora parece todavía más si cabe de King. Le he puesto más garra al microrrelato, aunque tampoco mucha porque el protagonista está enfermo. Sea como fuere. Heladio, mi Heladio, es un superviviente... y quién no lo es.



Heladio conocía bien aquella sala donde el tiempo se deformaba como en los relojes de Dalí; bueno, la sala y los correspondientes pasillos. Todo era como un corredor donde nada era lo que parecía; un lugar donde se podía perder la cordura por cada resquicio de las puertas. De poco le había servido la profesión de psicología para evitar caer en ello. Fue uno más con pijama azul y medicación controlada. Tuvo que pasar por allí para tratar el brote repentino de euforia que se produjo casi sin avisar a escondidas entre los silencios de su casa.
Cuando por fin consiguió el alta médica, algo había inundado de nuevo el cerebro. Todo había perdido el encanto. La flor había marchitado sus pétalos y le había dejado también sin la posibilidad de pincharse con las espinas. Su vida cotidiana se vio alterada por los efectos secundarios de las pastillas que le habían recetado. Lo que servía para ayudarle valía también para empeorarle. El doble y peligroso filo de la Sanidad. Eso mermaba los pocos alicientes que le quedaban. Era como cuando tiembla la mano justo antes de tomarse una sopa.
Fue a visitar a otro psicólogo que no le veía tan mal como él creía. A pesar de que las consultas eran como abrirse en canal y ver que el plasma permanecía estático al recordar el pasado, rememorar un cruel dolor.
Así, poco a poco, fue pasando el tiempo que el fondo era lo único que parecía pasar; las hojas de los árboles cayeron y volvieron a nacer; sin embargo, la depresión seguía ahí, machacando sus sienes, agarrándole firmemente por los tobillos. Lo único que quería era tumbarse en el sofá sin televisión, música, ni nada en lo que entretenerse. Deseaba ser mudo, invisible y diminuto. Cada vez que ideaba algo en lo que ocupar el día, sentía el peso de cientos de manos imaginarias que lo retenían en cualquier asiento y rincón sin poder llegar a comenzar ninguna. Y lo que no quería el desánimo lo aprovechaba la ansiedad para hacer más de las suyas. Angustía, malas respiraciones, presión en el pecho y demás síntomas de alguien de semejante enfermedad.
Apenas le quedaban ya fuerzas para salir del agujero cuando se percató de que lo único que tenía que hacer era seguir adelante con lo poco que tenía. Aunque era tan fiero el león que cuando más lejos parecía alejarse de él, más alto escuchaba sus rugidos… los de la desesperación. La enfermedad no podría con él aunque se enfrentara a ella cada segundo, nublándole el pensar y encerrándolo en su burbuja.
Que ella tiraba, él también, que ella gritaba, él también; así hasta que poco a poco se fue deshaciendo de aquella extraña sensación, batiéndose a sangre en cada asalto. Cuando, por fin, la mancha se desvaneció por completo, marchándose como una nube o un mal sueño, se dio cuenta del nuevo mundo que se abría ante él. No solo las hojas de los árboles habían vuelto a crecer, había edificios que antes no estaban, calles nuevamente pavimentadas, coches con otro dueño, un nuevo alcalde y tiendas que ya habían cerrado a la espera de que las comprara o alquilase un nuevo empresario. Su imagen en el espejo también era distinta. Ahora estaba más gordo, más calvo, pero ahí seguía… sin nada en los bolsillos ni en las manos, como un neonato. Por desgracia la enfermedad le hizo perder algunos conocidos que creía amigos y que ahora, desde cero, volvería a lograr. Un nuevo comienzo. Un premio por haberse enfrentado consigo mismo y ganar… de momento.

4 comentarios:

madrigal dijo...

¡Niño, el corazón en un puño! ¡Qué intenso!
Para superar la impresión, pongo en marcha el derecho nº 15 de la "Tabla de derechos asertivos": el derecho a gozar y disfrutar.
Un beso

Daniel Atienza López dijo...

Jajaj. La verdad es que es uno de los mejores libros que he leido últimamente, el de la asertividad. Recuerdo, incluso, que intenté hacer los ejercicios y todo. No será muy profesional, pero es de esos que hay que llevar encima para echarles un vistazo en cada momento. Te lo doy Chus y gracias por el comentario. Un besooo.

Werra dijo...

Hola Dani. Estoy de acuerdo con madrigal, intenso, esa es la palabra, sí.
Será casualidad, o el azar lo quiere así, pero el caso es que llevo una racha de lecturas sobre depresión, tema complejo donde los haya (tengo a medias "Veronika decide morir", de paulo coelho, y no lo sé, pero tiene toda la pinta de que al final muere. jajjaja con ese título). Y lo que más me ha llamado la atención de tu relato es que la vence, lo supera, con sus secuelas imagino como tanta gente habrá hecho en este mundo. Pero me mola tu visión positiva del asunto.
Una vez más, un placer leerte D. Dani.
Un abrazo y mucha suerte.

Daniel Atienza López dijo...

Hablando con el camarada Florín, hablando con el camarada Florín, jajaj. Muchas gracias por tu opinión. La verdad es que en mi relatillo me quise centrar en las consecuencias manifiestas del sujeto. Pero bien es cierto que al final el protagonista lo supera. Aunque dejo un final abierto como tú y todos los que hayan leido esto se habrán dado cuenta. Pero sí, lo importante es levantarse por encima de todo. Buen verano compañero y a ver si nos vemos más pronto o a más tardar... pronto también, jaja. Un abrazo Florín.