viernes, 3 de enero de 2014

Miscelánea

Hay un hombre acodado en un banco, solo, con la vista perdida y las manos entrecruzadas sin intención de ocultar el grave problema que reposa sobre sus hombros. Una madre vigila a sus dos hijos para que no salgan del parque, aunque ya casi no existan desde que privatizaron los soportales y levantaron muros a favor de la intimidad de los residentes. Los espacios de ocio infantil por no tener no cuentan ni con arena. Ahora son de una amalgama de caucho que absorbe bien los impactos. Se acabaron los chichones y el gua.
En la calzada, justo en su medio, una anciana se detiene con el bastón para registrarse los bolsillos en busca de algo muy importante que se le acaba de cruzar por la cabeza.
Las cinco personas no se conocen y forman un paisanaje siniestro e incierto.
¿Qué le sucede a El pensador que parece apagarse según va descendiendo el sol otoñal? ¿Por qué es tan protectora esa madre que no se pierde ni un minuto de vida en los pequeños? ¿Hasta qué punto está cabal la anciana por detenerse en mitad de una carretera?
Todos están ahí por algún motivo y ninguno casa entre sí. Representan ese puzle tan cotidiano y que nadie suele ver a no ser que se esté esperando a que abran una tienda o se haya quedado con alguien en ese mismo lugar y la persona anhelada se retrase. Entonces lo vemos; siempre estuvo ahí. Esa realidad a lo Dalí que como en sus relojes resbala y se desborda. Está pasando algo, tanto para el que no ve como para el que no sabe mirar ni escuchar.
Son historias discordantes y huecas; ese fondo del cuadro que pasa desapercibido y sin pretenderlo dice más que la primera línea interpretativa.
Podrían ser hasta una película muda por excelencia o el aforismo más extremo. Uno se siente extraño en este contexto en el que solo puede y debe mirar. Lo incómodo, lo aberrante es que cualquiera de esos personajes improvisados dedicara algo de su atención para detectar a quien les contempla. ¿Qué hace ese chico tomando nota en un cuaderno? Pensaría la anciana ¿Me está dibujando? Pensaría el hombre. Vaya mal estudiante que viene a un parque a distraerse, diría la madre.
Y como un débil escritor se cierra la descripción porque no hay nudo ni historia. Tan solo un leve vistazo en el alma humana, pero me pregunto ¿Harían algo más esos desconocidos si supieran que el destino quizá no les reúna jamás? Sería de idos pensar que podemos interactuar con todo ser con el que nos crucemos. Sí. Somos sociales, pero de  tiempo finito.
Por lo tanto, bajo la invisibilidad de esos momentos solo nos queda la somera contemplación. La anciana podrá ser atropellada aunque tal vez se esté desatando el alzhéimer. Nadie resolverá las deudas económicas del hombre acodado y la madre sobreprotectora asistirá al desentendimiento por parte de los hijos durante la adolescencia.
Aunque me cueste decirlo, lo único que me une a ellos es este bolígrafo que intenta retratarlos. Por supuesto que tendrán sus buenos momentos... lejos de allí donde me senté a observar aquella tarde.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Podrían ser hasta una película muda por excelencia". Me ha gustado la agilidad de la narración, y el desarrollo de la idea. Crack!!!!

Werra dijo...

D. Dani no dejas ni dejes de sorprenderme con eso textos tan bien hilados, creo que ya te lo he dicho decenas de veces, jeje pero es así, tan inevitable como deseado.
Donde los ojos te piden unos pocos pestañeos más para continuar bajando renglones, esos mismos que siempre se te hacen cortos. Y otro más... Donde poco a poco te van cautivando con tan grana agilidad que definen los trazos de ese boli usado en cientos de ocasiones, en esa libreta cuidada como un tesoro exótico, releída hasta la saciedad, y renovada imagino cada nueva temporada. (La cuales me encantarían ver, por cierto, y esto nunca te lo he dicho)

Bueno señor, que lo dicho, sigue siendo todo un placer volver a reencontrarse con sus letras.