miércoles, 21 de mayo de 2014

Collejas sin ton ni son

Echando la mirada atrás me han sucedido una serie de acontecimientos peculiares que me gustaría resaltar por divertidos y porque siempre se puede aprender algo de ellos.
En cierta ocasión una profesora de lenguaje en mi instituto preguntó a voz alzada (nunca hagáis esto si hay un aguafiestas que pueda poner en tela de juicio a vuestro ídolo) qué nos parecía Imanol Arias. Con dieciséis años no sé de dónde saqué la valentía para hablar en alto y decir que me parecía un actor desfasado (No me imaginaba el indiscutible éxito de Cuéntame, eso queda claro). La profesora puso un gesto como cuando descubres el hedor de un pollo crudo en mal estado. Le pisé a su actor favorito... me cogería en lunes. Qué sé yo. Qué más da ahora.
Me retorno al año 2010 cuando en mi blog, en este mismo por el que estáis invirtiendo unos minutillos en su lectura, dediqué como un puñal una crítica a la asociación de mujeres Rosa Montero de Fuenlabrada. No lo hice con malicia y algunos compañeros de La buena letra me respaldaron por aquella acometida literaria. Recuerdo que intenté pasar a su asociación a ver Memorias de una Geisha y me ignoraron de un modo un tanto hosco y descarado. Por entonces me escribieron dos comentarios a mi texto y luego, algunas de sus miembros se dirigieron a mí para hablar de nuevo sobre lo que había escrito años más tarde incluso. Como dijo no sé quién "que hablen mal de uno, pero que hablen".
Y ya cierro mis curas de humildad con el tercer y más apoteósico rapapolvo que hice en ese mismo año. Presentando Después de la lluvia en el ayuntamiento de Fuenlabrada se me ocurrió prepararme una presentación de lo que consistía ser o no buen escritor y de lo que era o no un buen libro. Como malos ejemplos cité a Stephen King. Conté sus años y luego sus libros. Pues el genio tenía más bibliografía que cumpleaños en su haber algo que, por entonces, me pareció cínico incluso osado (luego leí Mientras escribo y entendí un poco mejor al escritor americano). El caso, es que a toro pasado no sé cómo nadie me increpó lo que estaba defendiendo. Supongo que fue por una cuestión de gustos y así lo entendió el público y porque todos sabían que era novel y levanté la empatía del tendido (vamos, de las veinte personas que fueron o así y de las que me preocupé por no aburrir en exceso).
En resumen, que de los tres patinazos narrados solo me retracto en el primero. Los Alcántara son los Alcántara a pesar de que jamás he visto un capítulo entero, pero su elaboración me parece bastante lograda y verosímil.

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