domingo, 26 de octubre de 2014

Carta de un indignado


Querido Mariano Rajoy:

 
Soy Teresa Romero. La auxiliar de enfermería que se contagió de ébola. En el fondo, creo que no necesito presentación y menos ante ustedes, los políticos.
Le escribo esta carta porque considero que es el máximo responsable de la mala gestión que ha tenido este caso en España. Estará pensando que no es así, claro, cómo no, que entremedias hay una serie de factores, condiciones y hechos que lo salvaguardan de mi caso y de otras corruptelas. Los políticos no paran de llenarse los bolsillos y nosotros vemos como la justicia se frota también las manos.
Pero volvamos a lo que nos acontece a usted y a mí. Ahora que aún guardo la mesura.
Aunque los análisis hayan sido favorables y el contagio se haya visto frenado, me siento estigmatizada, el aislamiento social que sobreviene será acuciante, han sacrificado a Escalibur y, de acuerdo, era un asunto casi de vida o muerte, pero en todo esto ¿Qué es lo que ha perdido usted?
La credibilidad política española luce un chubasquero demasiado resistente para la que le está cayendo.
Los medios de comunicación han difundido fotos en las que no salgo favorecida. Estoy medio tirada y relajada junto a mi perro, en ese sofá que siempre dije que cambiaría y esto ya no entra ni en mis peores planes. Quien les proporcionó las imágenes tuvo que ganar lo suyo. Fue un inepto algo sutil que de entre todos los álbumes escogió la peor muestra. Lo mismo fue un familiar o mi propio marido. Las piedras no deberían caer sobre los propios tejados, sino sobre el Congreso.
Desde aquí pido que esto no se vuelva a repetir. Que no se hagan acciones políticas, ni militares, ni religiosas, de cara a la galería.
La realidad siempre supera a la ficción. Con esto quiero decir que aunque estemos viendo la punta del iceberg, seguro que lo que algún día se destapará será inabarcable e insostenible. Contáis con la colaboración de un país que solo se manifiesta por el fútbol y con unas togas y mazos tan corruptos y despiadados como vosotros.
Es hora de que alguien pague por todo; que dé con el pellejo y los huesos en una celda. Me gustaría verle en ella y esta idea, créame, sí que me eleva la temperatura corporal.
Por último, decir que esta carta me relegará cuando menos a la exclusión, mientras otros semejantes a su cargo se seguirán pavoneando. Ya nada temo. En el fondo estoy agradecida a todo esto por haberme convertido en una superviviente. Esa es la realidad. Lo demás es limo del lóbrego rio de la política.

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