jueves, 9 de octubre de 2014

Un gato

Está quieto, totalmente inmóvil, desde lo alto de la estantería debe divisar todo el salón. Se podría decir que es un objeto inanimado más hasta que un pestañeo acompañado de un giro de cabeza demuestra que está vivo. Es un gato de pelo largo, de esos que lo llevan limpio y pomposo. Sus pupilas afiladas por la luz de la sala miran al infinito. Algo le llama la atención y de pronto comienza a erizársele la cola. Esta, en este estado, parece ser una mopa atrapa polvo. El instinto animal parece asomar en su expresión. La mariposa vuela inocentemente hacia él con movimientos rítmicos. El felino estira el cuello. La sensibilidad del vello que rodea la boca amplifica sus ganas de cazar. Junta las patitas delanteras como para dar un brinco letal y caer sobre el indefenso insecto. Todavía se dedica unos segundos más para calcular la fuerza del salto y los movimientos que ha de trazar en el aire para capturarla. Todo en él es precisión. Aún es pronto para sacar las uñas, esta acción siempre ha de retrasarse hasta el desenlace. Unos movimientos rítmicos le recorren el lomo. Va a saltar y cuando por fin se va a decidir la presa se ha vuelto a escapar por la ventana. Segundos más tarde, Onis me mira como si eso le ayudara a entender que se ha ido volando por donde vino. Mueve su cuello mirando más allá de la ventana... la calle. Se le ha pasado. Su cuerpo vuelve a relajarse y adopta una postura cómoda sobre el anaquel.
Pronto le traerán su comida. Por fortuna no le hace faltan presas para sobrevivir. Si fuera un gato callejero, seguramente no aguantaría demasiado. Pero esos movimientos, ese instinto cinegético no se le han ido nunca.

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