jueves, 20 de agosto de 2015

La secta del doblaje

Muchas veces, cuando estamos viendo una película o serie de televisión, nos suena una voz y cómo no si siempre suelen ser las mismas. Apenas hay sitio para alguien que intente labrarse un futuro siendo actor de doblaje. Dichos profesionales saben de lo fácil de su trabajo: concentración, respiración, interpretación, claridad, vocalización y credibilidad... quizá no sea tan sencillo, quién sabe.
Pero vayamos más lejos. ¿Es posible que todos y cada uno de ellos se repartan los papeles? ¿Es legal dicha adquisición laboral? De ser así ¿Se puede cambiar esa situación injusta?
Son preguntas realizadas al aire, porque, con franqueza, no creo en un supuesto cambio.
No discuto la calidad de esos empleados. Pongo en entredicho la manera de conseguir esos papeles. Sobra compadreo y tal vez hasta nepotismo. Demasiada mancha para un empleo tan mágico y especial.
Conozco a dos actores de doblaje. José Manuel Rodríguez, Rodri, y Manuel Bellido. Los dos son personas destacadas en las distancias cortas y ‘amarrateguis’ en sus propuestas sobre el tema que trato.
Suelo referirme al hecho con la expresión ‘doblaje’, y es ahí donde radica el problema en sí. A mí me suena a doblez, a falsedad, a algo que transcurre subrepticiamente cual tramoyista de un espectáculo. Los ocultos, los del atril previamente concertado y adquirido; una dedicación hermética.
Cuando un personaje de ficción conserva la misma voz durante varias películas o temporadas es ‘normal’ hasta cierto punto. No pasa nada si cambian de intérprete sonoro, pero en realidad esto no sucede. Si Hommer perdió a su actor, pues ya vendrá otro con una cartera de locuciones bastante portentosa, porque ellos se lo guisan y comen. La voz es vital, y más importante es repartir los méritos. Supongo.
De todos modos considero que los de detrás no sustituyen a los de la primera fila, aunque desaparezcan por fuerza mayor. Un error apreciable solo con el paso del tiempo, cuando la voz del intérprete esté mal acompasada o no transmita suficiente. Entonces, tal vez, las salas de cine se hayan extinguido y la sana paciencia en el espectador también.
Un robo profesional y sonoro por las voces que ahora no se escuchan ni aprecian al no contar con su oportunidad. Porque, como en la vida, siempre hablan los mismos.

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