jueves, 19 de noviembre de 2015

Exigente por naturaleza (O cómo acabar hablando de fenómenos astrológicos)

Soy mi peor enemigo. No doy tregua. Siempre intento exprimir lo mejor que llevo dentro, tanto laboralmente como en el plano personal. Aunque he de admitir que he bajado un poco el listón de un tiempo a esta parte. Antes, cultivaba el gen militar: intentaba controlarlo todo. Y mira por dónde. Si intentas amarrar las riendas de la vida... te perderás lo mejor de ella. Dejarse llevar. Probar y equivocarse. Intentar detener ese vendaval puede que, a estas alturas, me haya costado caro (aunque cuando tomo decisiones nunca sé si me arrepentiré o no. La inseguridad se hace mar entre mis charcos). Lo bueno es aprender de los casos donde uno falla. Sonará sentencioso, pero es así.
Entre lo bueno y lo malo, tengo una facilidad innata de recordar los baches del camino. Consumo y devoro los grandes momentos, como si no hubiera nada más. Escucho todas las conversaciones y aprendo de ellas. Por ello puedo asumir con plenitud la rentabilidad de los silencios. En las distancias cortas resulto pesimista o, incluso, agorero. Pero a grandes rasgos, los que me conocen bien saben de mi vitalismo (no obstante, esa intimidad suelo reservarla del balcón para adentro. Con lo fructífera que podría ser dándole más salida). Además, antes refería lo pernicioso de ser uno mismo cuando no te queda más que eso. Tú; de principio a fin.
He buceado entre los credenciales de unos pocos, y he leído sus recomendaciones novelescas por querer sentirme igual, nunca parecido. Me gusta copiar, por qué no, lo idóneo de cada cual.
Estas palabras vienen para quitarme la ropa y llevársela bien lejos. Imagínense que ahora les escribo desnudo sentado plácidamente en el sofá. Es broma. Nunca pierdo la compostura. A veces, se me antoja, podría resultar un tanto impostor por no revelar las cartas del ser. Para qué. Para quién.
Ahora bien, créanse lo siguiente: mientras he escrito casi toda esta fruslería literaria, he de admitir que tenía la música demasiado alta, composiciones británicas de otra década incluso para amenizar mi soledad, hasta dejar de estarlo. Porque la puerta de casa suena y con ella entra mi ilusión. Sin ella soy una triste mitad mal acompasada. Una pobre figura sin lanza ni porvenir inmediato (con todo lo que ‘el aquí y el ahora’ significa).
Y mañana, vaciaremos de los bolsillos la arena sobrante de unos sueños con nostalgia marítima, cuando nadie nos espíe por las ventanas y todo esté en calma.
El rocío de la mañana, como cada día, traerá más metas, cometas, sin otro Hale-Bopp en la retina de nuestro dulce pasado.

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