jueves, 7 de abril de 2016

Horror vacui

Mateo se encerró en otro habitáculo. Había notado que las paredes de toda la casa eran semejantes al cartón. Este pensar le hizo percatarse de las conversaciones ‘privadas’ transmitidas sin pretenderlo a sus vecinos. Qué sabían ellos y qué desconocía él. Puso música a través del móvil. James Hetfield no tardó en enarcar las cejas con Frantic. Ahora, le iban a oír. Una sintonía diabólica y pegadiza generó en su espalda la segregación de un sudor resbaladizo y cálido. Nadie le veía en ese balanceo hipnótico y frenético. No bailaba; se arrastraba sobre el piso. Por un momento pensó en darse una ducha y despejarse, pero algo no andaba bien. La noche anterior tuvo la típica pesadilla dotando de desconfianza sibilina a toda la realidad envolvente. Cuando estas se producían debía de actuar con cautela. Primero se incorporaba suavemente en la cama oteando en derredor o mirando fijamente a un punto imaginario. Un Cristopher Lee o Béla Lugosi despertando de su ataúd; con esa lentitud y tiento, me refiero. Más tarde iba al baño a refrescarse las muñecas, sienes y nuca con agua fría. Sí. Las pesadillas de este tipejo no eran normales, ni mucho menos. Necesitaba de, al menos, un cuarto de hora largo, para volver a pisar sobre seguro. O eso pensaba él. Siendo honestos estaba rotundamente convencido que, cuando sufría esos malos sueños, un fragmento de él se perdía con ellos. Por decirlo así, era como si no despertara entero. ¿Qué pretendía rememorar su alma? Sentía como si la mente le garabateara el pensamiento al bajar la guardia.
Este pobre Bartleby, ahí es nada, se columpiaba entre los chispazos de sus neuronas y el vacío de los recuerdos sublevándose, incluso, desde el duermevela. Los sueños, para vosotros, serían tan inofensivos como las palabras; con el tiempo los días los subyugan. Pero él era algo diferente. Recordaba gran parte de las pesadillas y también guardaba con recelo un montón de frases de sus círculos ancladas en la memoria a largo plazo. Lejos de ser removidas y extraviadas por el viento. Porque si había algo más divertido para su soledad era el echar por tierra el dichoso refranero popular. Él contra todos. Con este caldo de cultivo difícilmente se podría sacar algo loable. Así era Mateo.
También sufría lo indecible a la hora de relacionarse. Se mordía las uñas hasta incluso la mitad de las mismas. Esto confería un aspecto innoble a sus dedos... los ojos de las manos, el previo rostro en cada saludo. Y aunque, en ocasiones, le salía un poco de sangre, tampoco importaba demasiado. Nunca había vivido de apariencias ¿O sí? De lo contrario no se acomplejaría de las escuchas vecinales. De cómo sus chillidos nocturnos le dejaban en evidencia. Al fin y al cabo, quien más y quien menos mantiene un pulso consigo mismo.
Y cuando la batería del móvil estaba llegando al final, se quedó adormilado sobre la cama, ese rectángulo acolchado de tortura para los insomnes. Así, sin la luz de la pantalla, pero con la del despertador en rojo, su silueta se fue entrelazando con la oscuridad hasta casi difuminarse por completo. Como si nada de lo descrito hubiera sucedido antes. Todo en calma, en quietud, como otrora, cuando estaba ella a su lado y sabía apaciguar al monstruo de las tres de la mañana y al de las cinco y pico. La calidez de una buena compañía. Aquello sí que fue una realidad aplastante.

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