Me gustaba enredar las yemas de mis dedos entre sus rizos, como un chiquillo. Me dejaba transportar lento al igual que el caminar de un cojo. La lámpara iluminaba lo que éramos, cuerpos desnudos, y lo que no, ropa arrugada en el suelo esparcida a su suerte. Luego ella comenzaba a hablar y su boca derramaba verdades predestinadas a mis oidos. Palabras sinceras que nos abrigaban y se hacían techo. Nadie quería ir rápido todavía. Esto era lo que debía indicar el vinilo que teniamos, "Carpe Diem", en una pared de la casa. El humor de los solteros cazamundos; no se les puede negar el resplandor de todos los buenos momentos.
Y por un momento, sobre una cama, dejo de ser juez de unos hechos para olvidar en unos instantes lo que soy. Es el cortocircuito del cerebro... tan agradable como volátil; difícil de abarcar o contener. Ella se abandona en la máxima expresión, intentando salirse de los moldes que marca la unión de dos cuerpos. Luego a la vagoneta de los sentimientos ya no le quedan más curvas ni más desniveles; llega el momento de detenerse. Es ahí cuando pienso en la soledad, en el profundo abismo que hay entre los dos, porque hasta cuando se hace el amor se puede estar solo buscando el placer individual, el autoplacer primitivo.
La felicidad dura tan poco y es tan cruel, porque para que exista debe convivir con la infelicidad y esta es más pesada e injusta que la otra, pero igual de válida; como guerra y paz o blanco y negro.
La miro... me observa... estamos tumbados. El mundo de medio lado es más mundo. La arropo. Afuera el invierno todavía golpea con fuerza los cristales de los hogares. Casas donde también habrá momentos de ternura para corazones destemplados. Luego pienso en las células que conforman la existencia y llego a la conclusión de que no vale la pena averiguar ni discernir nada. Al final todos nos iremos de aquí sin comprender por qué un plátano es un plátano y los cuerpos se atraen por inercia. Porque a veces pienso que solo somos cuerpos que van de un lado para otro, sin rumbo fijo. Cojemos el autobús hacia un curso, unos estudios, un puesto de trabajo; vamos sobre la tierra y bajo ella como párasitos; horadándola. La moralidad nos define como los animales superiores, pero sin eso, qué es el ser humano sin lo que nos hace únicos.
Por eso no sé qué responder cuando sobre su almohada me pregunta, ya extasiado, ¿en qué piensas?
Entonces la contemplo unos segundos y por unos instantes parece que todo casa, que todo va en la justa medida, que el pasito contribuyó a otro y luego a otro y al final los caminos se juntaron. Ahora es ella quien desordena mi cabello al igual que lo hacía yo en los preliminares.
A veces, todo recobra su sentido; dar-devolver-dar-devolver-dar... sin nada más. Mañana seguro que habrá otro sol que brillará igual para todos. Miles de persianas se replegarán dando la bienvenida al nuevo día, otro más de tantos. Todo sigue según la acordado.