domingo, 31 de marzo de 2013

Ella, el resto del mundo y yo

Me gustaba enredar las yemas de mis dedos entre sus rizos, como un chiquillo. Me dejaba transportar lento al igual que el caminar de un cojo. La lámpara iluminaba lo que éramos, cuerpos desnudos, y lo que no, ropa arrugada en el suelo esparcida a su suerte. Luego ella comenzaba a hablar y su boca derramaba verdades predestinadas a mis oidos. Palabras sinceras que nos abrigaban y se hacían techo. Nadie quería ir rápido todavía. Esto era lo que debía indicar el vinilo que teniamos, "Carpe Diem", en una pared de la casa. El humor de los solteros cazamundos; no se les puede negar el resplandor de todos los buenos momentos.
Y por un momento, sobre una cama, dejo de ser juez de unos hechos para olvidar en unos instantes lo que soy. Es el cortocircuito del cerebro... tan agradable como volátil; difícil de abarcar o contener. Ella se abandona en la máxima expresión, intentando salirse de los moldes que marca la unión de dos cuerpos. Luego a la vagoneta de los sentimientos ya no le quedan más curvas ni más desniveles; llega el momento de detenerse. Es ahí cuando pienso en la soledad, en el profundo abismo que hay entre los dos, porque hasta cuando se hace el amor se puede estar solo buscando el placer individual, el autoplacer primitivo.
La felicidad dura tan poco y es tan cruel, porque para que exista debe convivir con la infelicidad y esta es más pesada e injusta que la otra, pero igual de válida; como guerra y paz o blanco y negro.
La miro... me observa... estamos tumbados. El mundo de medio lado es más mundo. La arropo. Afuera el invierno todavía golpea con fuerza los cristales de los hogares. Casas donde también habrá momentos de ternura para corazones destemplados. Luego pienso en las células que conforman la existencia y llego a la conclusión de que no vale la pena averiguar ni discernir nada. Al final todos nos iremos de aquí sin comprender por qué un plátano es un plátano y los cuerpos se atraen por inercia. Porque a veces pienso que solo somos cuerpos que van de un lado para otro, sin rumbo fijo. Cojemos el autobús hacia un curso, unos estudios, un puesto de trabajo; vamos sobre la tierra y bajo ella como párasitos; horadándola. La moralidad nos define como los animales superiores, pero sin eso, qué es el ser humano sin lo que nos hace únicos.
Por eso no sé qué responder cuando sobre su almohada me pregunta, ya extasiado, ¿en qué piensas?
Entonces la contemplo unos segundos y por unos instantes parece que todo casa, que todo va en la justa medida, que el pasito contribuyó a otro y luego a otro y al final los caminos se juntaron. Ahora es ella quien desordena mi cabello al igual que lo hacía yo en los preliminares.
A veces, todo recobra su sentido; dar-devolver-dar-devolver-dar... sin nada más. Mañana seguro que habrá otro sol que brillará igual para todos. Miles de persianas se replegarán dando la bienvenida al nuevo día, otro más de tantos. Todo sigue según la acordado.

6 comentarios:

Werra dijo...

Tardaste en volver a escribir... pero grata es la espera cuando uno recibe lo deseado en la bella forma en que nos concedes tus letras.
No sé que decir más y cuando no lo consigo lo único que se me ocurre es darte una opinión, digamos más personal o reflexiva que critica constructiva.
Que tan cortas y sencillas palabras te dejan ese dulce sabor de que pudieras ser tu el que está apoyado sobre la almohada de ella. O al menos eso me pasó a mi, que imaginé a medio texto, al ir descubriendo que no hacía referencia a nadie en particular como protagonista, que lo cogí como mío, tan a gusto mientras te revuelven el pelo, tan enfrascado en tus ideas que te tienen que sacar de ahí, al menos me pasa a menudo, con tan clásica pregunta. (Por supuesto no siempre, ni por asomo, en tan agradables momentos jeje)

Otra enhorabuena para el caballero de Zarzaquemada.
Abrazo Sr. escritor

PD: te toca a ti el siguiente libro o era a mi? Si te apetece, claro esta, o si no para el próximo, que tan poco hay que agobiar al que busca jajaja.

Daniel Atienza López dijo...

Buenas Florín!! Ya de vuelta por los madriles, jeje. Espero que hayas descansao y disfrutao estos días.
Sí, tardé en escribir porque tengo muchas ideas repetidas o que no sé cómo darle mejor cabida. Entonces este texto, que nació de un ejercicio en la bule, me hizo reflexionar un domingo por la mañana... na menos.
En cuanto a lo del libro juraría que me toca a mí, pero no tengo el Kindle a mano y no puedo copiarte ningún fragmento. Cuando vuelva a mí lo haré. Mientras tanto si nos quieres sorpender con alguno sabes que esto siempre está abierto para los valientes literarios.
Un fuerte abrazo camarada. Nos vemos pronto.

PSD: Estoy cerca de descargarme el nuevo de Espinosa, por el título me ha enganchado antes de leerlo. "Brújulas que buscan sonrisas perdidas". Tiene pinta de estar chulo. Mejor que el último que leímos no lo dudes. Abrazooo.

Werra dijo...

Queridos convecinos, D. Dani, vamos allá con otro clásico, no español, de fallecido autor en 1880, que igual apetece más ver la obra en un teatro que leerse el tocho.
Y no digo más, que ya me he vuelto a pasar.
Empieza así:


PRIMERA PARTE
Capítulo I

Estábamos en la sala de estudio cuando entró el director.
Es seguido de un “novato” con atuendo pueblerino y de un celador cargado con un gran pupitre. Los que
dormitaban se despertaron, y todos se fueron poniendo de pie como si los hubieran sorprendido en su
trabajo.
El director nos hizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, dirigiéndose al prefecto de estudios, le
dijo a media voz:
-Señor Roger, aquí tiene un alumno que le recomiendo, entra en quinto. Si por su aplicación y su
conducta lo merece, pasará a la clase de los mayores, como corresponde a su edad.
El “novato”, que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de modo que apenas se le veía, era
un mozo del campo, de unos quince años, y de una estatura mayor que cualquiera de nosotros. Llevaba el
pelo cortado en flequillo como un sacristán de pueblo, y parecía formal y muy azorado. Aunque no era
ancho de hombros, su chaqueta de paño verde con botones negros debía de molestarle en las sisas, y por la
abertura de las bocamangas se le veían unas muñecas rojas de ir siempre remangado. Las piernas, embutidas en medias azules, salían de un pantalón amarillento muy estirado por los tirantes. Calzaba zapatones, no
muy limpios, guarnecidos de clavos.
Comenzaron a recitar las lecciones. El muchacho las escuchó con toda atención, como si estuviera en el
sermón, sin ni siquiera atreverse a cruzar las piernas ni apoyarse en el codo, y a las dos, cuando sonó la
campana, el prefecto de estudios tuvo que avisarle para que se pusiera con nosotros en la fila.
Teníamos costumbre al entrar en clase de tirar las gorras al suelo para tener después las manos libres;
había que echarlas desde el umbral para que cayeran debajo del banco, de manera que pegasen contra la
pared levantando mucho polvo; era nuestro estilo.
Pero, bien porque no se hubiera fijado en aquella maniobra o porque no quisiera someterse a ella, ya se
había terminado el rezo y el “novato” aún seguía con la gorra sobre las rodillas. Era uno de esos tocados de
orden compuesto, en el que se encuentran reunidos los elementos de la gorra de granadero, del chapska (1),
del sombrero redondo, de la gorra de nutria y del gorro de dormir; en fin, una de esas pobres cosas cuya
muda fealdad tiene profundidades de expresión como el rostro de un imbécil. Ovoide y armada de ballenas,
comenzaba por tres molduras circulares; después se alternaban, separados por una banda roja, unos rombos
de terciopelo con otros de pelo de conejo; venía después una especie de saco que terminaba en un polígono
acartonado, guarnecido de un bordado en trencilla complicada, y de la que pendía, al cabo de un largo
cordón muy fino, un pequeño colgante de hilos de oro, como una bellota. Era una gorra nueva y la visera
relucía.
(1) Tocado de origen polaco con que se cubrían los lanceros del Segundo Imperio
-Levántese –le dijo el profesor.
El “novato” se levantó; la gorra cayó al suelo. Toda la clase se echó a reír.
Se inclinó para recogerla. El compañero que tenía al lado se la volvió a tirar de un codazo, él volvió a
recogerla.
-Deje ya en paz su gorra –dijo el profesor, que era hombre de chispa.
Los colegiales estallaron en una carcajada que desconcertó al pobre muchacho, de tal modo que no sabía si había que tener la gorra en la mano, dejarla en el suelo o ponérsela en la cabeza. Volvió a sentarse y la puso sobre las rodillas.
-Levántese –le ordenó el profesor`, y dígame su nombre.
El “novato”, tartajeando, articuló un nombre ininteligible:
-¡Repita!
Se oyó el mismo tartamudeo de sílabas, ahogado por los abucheos de la clase. “¡Más alto!”, gritó el
profesor, “¡más alto!”.
El “novato”, tomando entonces una resolución extrema, abrió una boca desmesurada, y a pleno pulmón,
como para llamar a alguien, soltó esta palabra: Charbovari.

Daniel Atienza López dijo...

Hola de nuevo Florín!!
Sorprendido me vuelvo a encontrar frente a un texto de los que enseñas.
Diré así a lo pronto que puede ser un texto que comencé a leer, y no acabé. He intentado, mientras leía, dejar a un lado esas predisposiciones acerca de conocer o no un texto, pero el remate final, el del nombre del chico me llena de dudas. Podría ser Madame Bovary, pero el caso es que no sé por qué los párrafos me empujan a Rusia más que a otro lugar. Bueno el caso es que la descripción de los hombros del chico me es muy familiar. Solo pude con las primeras sesenta páginas de este singular ejemplar y creo que me marcaron porque puedo fallar cuando menos.
En cualquier caso, de todos los que has puesto hasta ahora, nada como el superclásico de "Platero y yo".
Hay que saber muy bien poner tantas comas y acertar en todas. Contesta con lo que sea. No tengo más opciones sobre tu nuevo fragmento. Un saludo. Seguimos en contacto.

Daniel Atienza López dijo...

Y gracias por tomarte esto tan en serio.
Estoy pensando en el próximo ya... aunque no sé si me dará para tanto como el tuyo. Mecachis. Jeje.

Werra dijo...

Creo que con la pista del teatro me pasé y mucho.
Por supuesto has acertado de pleno aunque sea un sonarte ruso un tanto afrancesado jeje.

Pues nada Sr. Conde espero el suyo.

PD: Tienes toda la razón con lo de Platero y yo. Cómo se pueden poner tantas comas y acertar en todas... ¡¡La leche!!

PD2: A lo que comentabas de que no tenías el chino de los libros a mano, te puedo decir como lo hago yo: por ejemplo, pienso en un clásico que haya leído,(sino no mola) y si no me acuerdo de uno en ese momento busco en google "clásicos literatura" (hay una muy buena en la página del periódico 20 minutos). Una vez localizado, busco el libro una vez más en otra pestaña de google, y siempre hay alguna página donde pone el comienzo del libro; copias, pegas y chim-pum.

Teniendo la mejor biblioteca del mundo en nuestras manos, solo es cuestión de imaginación al hacer la búsqueda, y por supuesto, caer en ese momento.

Un abrazo compañero.