Recuerdo con ternura mi primer beso y cuando digo beso no me refiero a cuando se emplea la lengua, que al principio es toda una intromisión como defiende Eloy Moreno. Para mí el primer ósculo me lo dio una chica llamada Alexandra. Estuve varios días o semanas buscándolo, haciéndomelo merecer solo igual que cuando eres un chiquillo; queria que me lo diera motu proprio sin el juego de la botella o robándoselo.
Esta chica me gustaba bastante aunque no sabría diferenciar entre mis "bastantes" de por entonces. Se me viene a la memoria que para conseguirlo decidí regalarle una flor, pero no fue comprada; en las parcelas de donde antes vivía había muchos rosales a pie de calle, así que un día me apropié unas tijeras para cortar dicho deseo, aunque la flor comenzó a ser algo entre mis manos justo cuando le di el tajo. Dicho y hecho. Llamé a su casa, salío y se la di. Ella se sonrrojó tal y como se sonrroja uno en los prólogos a la pubertad, repleta de esa sangre joven, inexperta, esperanzadora y tierna. Luego me dio el ansiado premio en la mejilla y me supo tan bien que aquella noche dormí del tirón, como solo se puede dormir cuando uno es niño.
Pero lo que no le conté es que me gustaba, aunque el hecho de que te regalen algo así lo demuestre preferí guardarme los detalles escabrosos. No le dije tampoco que estuve seleccionando entre muchas rosas con el único pretexto de que sus púas estuvieran lo suficientemente separadas para que cuando la cojiera no se pinchara los dedos. Tardé bastante. Luego aprendí que las púas de la rosa crecen en proporción áurea, es decir que se crean simétricamente respondiendo a unos valores geométricos que suelen estar en la mayoría de las composiciones naturales que conocemos, incluido el cuerpo humano. Vamos que la que escogí era equivalente a las que descarté, pero para mí en esa edad fue todo un logro conseguir la que parecía única.
No le comenté siquiera que tuve otro contratiempo con los colores. Había rosas, blancas, amarillas... menos negra florecían de casi cualquier tonalidad. Al final de tanto dudar en la selección, escogí la roja. Ya que me involucraba que hablara el hecho antes que uno mismo, aunque no las tuve todas conmigo. Quise ser discreto hasta cuando menos hay que serlo.
Al final no hubo nada más con esta vecina. Pero siempre recuerdo extrañado los peculiares pormenores y cuidados que dediqué para lo que relato. Desconozco a su vez porque los besos iniciales se recuerdan con más viveza. La idealización de lo que se pretende es casi superior al hecho consumado. El premio fue más que suficiente, pero eso no tuvo la menor importancia. La recompensa al esfuerzo no importa, lo que si procede es el empeño, la imaginación creativa, la dedicación con la que uno cerca una idea para llevarla a cabo. Sea del tipo que sea. Al final, supongo, la vida pasa y lo que queda es el contexto y la maduración de unos hechos hilados por su circunstancia. A los que no meditan las causas y son directos en sus cometidos también se les pasa el tiempo, solo que la elaboración cambia considerablemente.
El poso de ideas es necesario aunque depende para qué factor.
Y los primeros besos son como los pétalos perennes de la memoria. Dónde mejor se puede apreciar la maduración de un sentimiento que con lo que refiero: la edad febril.
No le comenté siquiera que tuve otro contratiempo con los colores. Había rosas, blancas, amarillas... menos negra florecían de casi cualquier tonalidad. Al final de tanto dudar en la selección, escogí la roja. Ya que me involucraba que hablara el hecho antes que uno mismo, aunque no las tuve todas conmigo. Quise ser discreto hasta cuando menos hay que serlo.
Al final no hubo nada más con esta vecina. Pero siempre recuerdo extrañado los peculiares pormenores y cuidados que dediqué para lo que relato. Desconozco a su vez porque los besos iniciales se recuerdan con más viveza. La idealización de lo que se pretende es casi superior al hecho consumado. El premio fue más que suficiente, pero eso no tuvo la menor importancia. La recompensa al esfuerzo no importa, lo que si procede es el empeño, la imaginación creativa, la dedicación con la que uno cerca una idea para llevarla a cabo. Sea del tipo que sea. Al final, supongo, la vida pasa y lo que queda es el contexto y la maduración de unos hechos hilados por su circunstancia. A los que no meditan las causas y son directos en sus cometidos también se les pasa el tiempo, solo que la elaboración cambia considerablemente.
El poso de ideas es necesario aunque depende para qué factor.
Y los primeros besos son como los pétalos perennes de la memoria. Dónde mejor se puede apreciar la maduración de un sentimiento que con lo que refiero: la edad febril.