miércoles, 5 de noviembre de 2014

Desazón

Elisa introduce los pies en el agua del rio. Pensativa y melancólica, está tan absorta en ella que apenas nota cómo los peces de colores verdosos acuden a merodear entre sus dedos. Las escamas plateadas y brillantes parecen estar repletas de vida, más que la que los observa. Al notar su roce se estremece y en seguida huyen. ‘Estoy perdiendo el color, la claridad truncada’ se dice a sí misma.
El sol se abre paso entre unas nubes otoñales y poco densas. Todavía no tienen esa textura algodonada que mostrarán en invierno.
Perder una vida interior palpitante a los 49 años puede ser suficiente calvario como para ‘quedarse en off side’. Una expresión antigua, casi en desuso, pero sí, ahora estaba fuera de juego. Se anula no solo la jugada, puede que el partido incluso. Hay lapsos en los que una mujer (no todas) sienten como van cumpliendo años a contrarreloj, mientras que para los hombres el hecho de tener un hijo no es una cuestión de tiempo.
Si deciden ir a por otro, no será el mismo, siempre será el segundo intento. De acuerdo con estos hechos, si Laura iba a ser ella, Nicolás sería el de después. Y a pesar de ser hermanos nunca se conocerán en esas realidades paralelas que en este caso representan la vida y la muerte.
Al fin y al cabo un feto es un feto. La mezcla siempre idónea de los dos ADN.
Acodada, aún reflexiona, entretanto los peces se han vuelto a confiar y están muy cerca de los pies de Elisa. Ahora  mordisquean los restos de piel muerta, inservible, desechada de sus dedos y talones.
‘Sentimos demasiado’, se dice. Aunque un pez se coma a otro y alguien ose comerse a otra persona, nosotros siempre tendremos las de perder. Por conciencia, alma y razón. Lo que nos distingue también condena.
Con lo risueña que era ella tiempo ha. Con lo fuerte que se sentía aunque caminara llena de helor. Ahora ese frío se materializaba en sus entrañas. Las horas y los minutos se le escapan como la menstruación más abundante. Se le va eso que también repiquetea el minutero, su estancia en el mundo. Se juega dejar un legado, un rastro y una parte de los dos amantes, en un ser diminuto que acabaría siendo abogado, mecánico o electricista, qué más da. Lo vital, sí, vital, era poder ver sus genes transmitidos y mezclados en otra generación, quizá con más futuro y sueños por materializar.
Los hijos son la semilla que dejas para que una parte de tu pasado consiga algo importante cuando tú ya no puedas ni contemplarlo y mucho menos abarcarlo, vivir sus alegrías, compartir y ayudarle en las penas, ver que ese pequeño otro puede llegar a ser alguien muy distinto a ti, que sus fracasos no harán mella en el esperanzador futuro. Por desgracia, ese pequeño ser puede serlo todo y por eso Elisa sigue con la vista perdida entre la arenisca de esas aguas claras, como antes, como cuando se ve la meta y se ha esperado demasiado para conquistarla.
El sol ilumina su cara. Nota como calienta el rostro igual que otras tantas veces. Es hora de volver a casa. 

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