lunes, 10 de noviembre de 2014

Vejez

No hace mucho, quizá seis años aproximadamente (se antojan próximos), me quedé perplejo cuando iba corriendo por la urbanización en la que ya no vivo. Por entonces, solía hacer deporte y pasaba al lado de una residencia. En cierta ocasión, un anciano estaba allí dentro, pero no en el interior de la casa, sino en la parcela. Estaba tras la verja que separaba la calle de la estancia. Le vi mirarme y girar con levedad el cuello mientras me observaba pasar.
La vejez debe ser eso. Contemplar sin esfuerzo, sí con pesadumbre, los que vienen detrás dotados de juventud.
Ahora, vamos al mejor invento de la historia, el espejo. El reflejo es tan subjetivo que es casi mágico. En ese cristal que muestra todo distorsionado, puesto que está a la inversa (si te colocas frente a él y levantas la mano izquierda, tu ‘otro yo’ alzará la derecha, con lo cual es un engaño) aparecerás tal y como te ven los demás (reflejo) y también tal y como te ves tú (tú mismo). A su vez los hay cóncavos donde la imagen saldrá siempre perfeccionada por su estrechez, y convexos donde nos horrorizaremos al contemplarnos deformados. Para más información, mencionar que en la mayoría de las tiendas de ropa utiliza el primer caso para vender más. Al fin y al cabo saben cambalachear con nuestra imagen.
El espejo te muestra el paso del tiempo. Canas, arrugas, calvicies, papadas, ojeras. El fuero interior nunca suele ir a la par de la imagen percibida a través de dicho objeto. Cuando somos niños imaginamos ser hombres y cuando se alcanza esa etapa, se idolatra la anterior. Nunca se está completamente satisfecho.
Los hay que cuando se ven calvos se olvidan definitivamente del peine o las que el tono níveo de las canas no les genera frustración alguna, ni lo más mínimo. Pero lo lógico es que acuda cierta nostalgia de lo vivido y añorado.
Lejos de cualquier narcisismo, a nadie le suele agradar contemplar el paso del tiempo. Los cuentos positivos que no lo reflejan creo que están mal avenidos. La realidad es otra.
Se podrá llegar a afirmar con tales hechos que los espejos conseguirían engañar a la propia muerte, pero no a uno mismo.
Y el anciano seguirá tras la valla. Sintiéndose quizá apresado por una niebla que le envuelva el corazón. Una mancha en el alma que no se limpia (si es que se pueden llevar a cabo tales acciones sobre una superficie tan efímera). Con lo cual puede que la vejez sea eso... un muro infranqueable y no una simple verja donde lo único que muestra es una paisaje gastado y anodino.   

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