sábado, 15 de noviembre de 2014

La llama

Cuando la pasión acude, el hombre y la mujer van detrás y si esta se desvanece los dos vuelven a su sitio. Es esa lumbre que incendia mejillas, ese brillo en los ojos, esa dulzura de la que se recubren las caricias (tanto las que se conceden como las que se guardan para después... el nunca o el jamás).
Una ensoñación de anhelos perpetuos mostrada por un rostro y unos latidos acelerados que, única y exclusivamente, los percibe el sistema nervioso. A no ser que ella o él coloquen la mano en el pecho del opuesto con la única incertidumbre de conocer si eso es verídico. Nadie quiere apearse tan pronto del manjar de los sentidos y pobre del que pretenda frenarlo o darle alguna explicación (al igual que intento hacer ahora).
No debe haber palabras, solo actos frenéticos, huérfanos, como digo, de toda razón y motivo. Los labios creados para comunicar no volverán a decir más que lo que dicen cuando están bajo este lapso.
Déjalo, abandónate. Guárdate de situar bien lejos todos los relojes de la casa, ya que quizá sean los verdaderos culpables de la fugacidad de ese momento.
Corre la cortinas con firmeza y decisión para que la luz del día tampoco te indique qué hora y en qué momento vives. No os mitiguéis tampoco por la oscuridad de la noche. Sabes que él te va a derrotar cuando os encuentre. El tiempo es el verdadero enemigo de la calidez. Nada sobrevive a ello. ¿Y por qué rebelarse? Da lo mismo que dure quince minutos como cinco meses o un año... ¿dos? Qué se yo.
Déjate mecer como un niño en estos brazos que aprietan y no estrujan. Flota en la ausencia de todo y mira a quien tengas delante. Contémplalo como si no hubiera otro momento para ello. Sujétale la cara con ambas manos y no digas nada. Los labios no hablan, solo besan. Las palabras hace tiempo que se convirtieron en un impedimento, un lastre, el ancla para este barco que nadie ha sabido y sabrá pilotar. Siéntete eternamente vivo y despreocupado. El aquí y el ahora conlleva el no tener nada en los bolsillos. Miraos con estas pretensiones y lo demás se lo llevará el vivir, como todo, como siempre.
Almas impávidas bajo el frío techo sin mesura, dejándose arrastrar por el deseo, la emoción y las sensaciones. Prendiéndose fugazmente con la llama antes de ser pavesas.



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