miércoles, 7 de octubre de 2015

Ya no le quiere

Al principio parecía una pareja de la comunidad más. Pero ahora que lo pienso, no lo son, ni mucho menos. Rondarán los ochenta años. Él camina mal. Ella tira de él.
El hombre, siempre con la cabeza cubierta por una boina, va con una muleta con más miedo que vergüenza, paso a paso, pie tras pie y no atina, no puede. Desconozco la enfermedad que padece, no obstante no es a lo que pretendo referirme.
Una vez vemos la profundidad al pozo (la muerte) la vida cambia, sin duda. Hasta ahí bien (o mal, porque significa ‘ir para abajo’). Lo que no consiento como vecino es que esa anciana grite, menosprecie, ningunee a su marido. Además, suele llevar a cabo su filípica en el descansillo del edificio, como para oírla todos o vayan a saber los verdaderos motivos. Le increpa su torpeza en público con una vileza inhóspita e inusitada, como si no se conocieran o peor aún, porque hasta los desconocidos muestran a veces su educación en determinadas circunstancias.
Si de jóvenes pudieron  ir agarrados de la mano ¿Por qué ahora le sujeta nada más del jersey como si de una simple pinza se tratara? Es como si el hecho de tropezar no la llegara a preocupar del todo, a poner en alerta.
A veces, pienso en ella más que en él. Lo que pretende, quizá, es la caída. Algo pernicioso a esas alturas de la vida. Donde todo se complica y resta.
Luego se me viene, de pronto, el marido a la testa. Permanece acoquinado con tanto grito. No sé a dónde va la furia y la ira de las personas con el paso de los años, pero en este caso debería de manifestarse a las claras.
Con que levantara la garrota suya por encima de la cadera bastaría. Nada más pido eso. Con ello le diría ‘para, hasta aquí’. No imagino ni deseo una agresión, simplemente la escenificación de un límite o barrera que en adelante no se debería traspasar.
Tampoco sé cómo se comporta ese anciano de puertas para adentro. Solo sé de la continuidad de los berridos increpantes y a deshora.
A saber. Lo mismo la mujer se ha cansado de lavarle la ropa interior durante tanto tiempo. Eso y de atenderlo en su aseo personal. Hasta ahí es comprensible. Ahora, no me vendan la moto hoy. No trago con un posible caso de alcoholismo, maltrato y hedonismo de un machito octogenario. Cada uno siembra lo que recoge y no está de más afirmar la injusta situación captada en este vecindario. Si es denunciable el maltrato de algunos hombres despiadados, debe constar en acta... haberlas, haylas.   

No hay comentarios: