miércoles, 8 de marzo de 2017

Un 8 de marzo

Confieso mi profunda admiración hacia las mujeres. Desde las que han hecho historia (como Marie Curie, Amelia Earhart, Chavela Vargas, Frida Kahlo, Mary Shelley, Kathryn Bigelow o Meryl Streep), las desconocidas que captan la atención solo con un caminar y, por supuesto, todas las que pasaron y siguen en mi vida, gracias a Dios o a la fortuna.
He de admitir, con cierto reparo, que sustentado por la timidez he podido observarlas, en algunas ocasiones, tal y como si fueran completamente distintas a los hombres. Puede que tal afirmación me haga jugarme el tipo, pero a día de hoy, y puedo estar profundamente equivocado, las sigo mirando con ese respeto, incertidumbre y júbilo de quien ha descubierto un tesoro secreto, un enigma indescifrable, un ático con vistas al mar. 
Milan Kundera con La insoportable levedad del ser hace un buen acercamiento con uno de sus personajes hacia lo que los hombres podríamos desear/necesitar de las mujeres. Más allá de esa recomendable lectura, lo que verdaderamente me fascina del género femenino es la vitalidad con la que preparan al mayor rival que (supuestamente) la sociedad les ha colocado, el hombre. Bien por medio de una reinvención de la esposa para con su marido, bien por los métodos de los lazos familiares si son hermanas, madres, tías y abuelas aplicando el cariño y los buenos modales. En todos estos roles detecto una profunda implicación en la finalidad de moldear grandes hombrecitos y mujercitas, que luego han de poner en práctica el aprendizaje para ver de igual a igual a las féminas y estas para con sus semejantes masculinos.
Hasta el papel de mujer fatal ha dejado una huella en el celuloide con multitud de intérpretes que han hecho de la presuntuosa virilidad del macho lo que bien les ha dado la gana. Y bien por ellas. 
Pero voy a ir a lo concreto. Rememoro a la abuela que se esforzó en hacerme más educado y gentil, a la tía con la que comparto confidencias sobre la vida, a mi madre que es un ejemplo de coraza, perseverancia y un tributo a la idea del esmero hasta el último minuto de existencia, a esa suegra que ocupa mi pensamiento y con la que siempre me esmero en dar la talla y a Cris por ser vértice en toda esta escultura vital que configura nuestras vidas, el día a día. Por ella pondría la otra mejilla, la mano en el fuego, y la concedería hasta la propia cartera. Porque se puede contar en todo y para todo, porque representa los anhelos más inmediatos. Es lluvia, arcoíris, primavera y festividad para los sentidos. Un regalo que esperaba sentado en un banco al merodeador despistado, que un buen día subió unas escaleras y se topó, de lleno, con la más exitosa de sus suertes.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hermoso!!!!
Una gran declaración de Amor a las mujeres de tu vida.