jueves, 16 de febrero de 2012

Por los polígonos

La calle estaba húmeda y vacía. Pedro no paraba de pensar en todo lo que representaba el estar allí, se viera como se viera. En el polígono no hay tanto por hacer cuando no estás descargando un camión, subiendo fruta, conduciendo un toro mecánico o recopilando palets europeos para venderlos luego a diez euros la unidad o más si se le echa argucia. Así que por lo que había venido él a semejante lugar era solo cosa suya… de nadie más y así debía de ser. Era una de esas tardes noches de febrero, en la que llevaba cayendo una leve cortina de agua desde mucho antes del amanecer. Esa condición térmica y meteorológica que impedía la acción de la helada mientras llueve. Por el suelo había ya algunos charcos que reflejaban la luz de las farolas y también el cielo gris cada vez más oscuro. Un coche patrulla, de la policía local del distrito en el que se encontraba Pedro, le sorprendió por la espalda. Éste se giró sin pensarlo y la pareja de agentes le miraron un tanto escépticos… pero no fue cierto. En realidad los agentes actuaron como si allí fuera sólo corriera el aire. De hecho hicieron la vista gorda. Cómo pudieron hacer eso con lo que él podía llevar en la mochila. En la calle Sol, sólo pasaba él y no redujeron ni la velocidad para comprobar, al menos la etnia o su clase social. Al fin y al cabo era lo esperable, pero tal vez aquellas cavilaciones no fueran más que pérdidas de tiempo subjetivas del sujeto. Por lo tanto siguió caminando: notando el frió como ajaba sus labios, como secaba sus ojos y removía su pelo, que junto al movimiento de sus brazos, para llevar la inercia de la zancada, le hacía parecerse un ser acromegálico. Allí estaba él, perdido del jaleo urbano y suburbano. Entonces quizá estaba fuera de la sociedad. Si aquello sólo era silencio y la patrulla le había pasado por alto, tal vez estaba en orside, como se decía antes de que naciera… lo había conseguido, qué fácil había sido. Aun así tenía que esperar a que llegara su contacto. Se apoyó en el muro de la nave número diecisiete, una pared en ladrillo visto y cuya fachada se encontraba en bastante mal estado. El cartel de la empresa permanecía descolorido muy a juego con un mundo de sombras, de sonidos no escuchados, de caras B. Y esos buzones rotos, abollados, apaleados… ¿acaso la gente en derredor ya no quería estar informada y había bajado los brazos sin levantar la mirada? Curioso lugar de arrabal donde por el día se suponía que era un fluir de movimiento laboral y que por la noche todo quedaba desdibujado para conseguir vayan a saber el qué. En el fondo se sintió alguien afortunado porque por unos minutos había dejado de pensar en las deudas, en el peso de su mochila y había distraído la mente cautivado por aquel ecosistema vació y repleto de ratas por los callejones, gatos que se las comían, los que las alcanzaban, y perros famélicos que ya no tenían, desde hace algún tiempo, con quien jugar. Pero ahora no había ni rastro de ellos. Fue su imaginación quien los puso a todos allí. Pedro abrió el macuto, por hoy ya estaba bien de buzonear. Su hermana pronto vendría en su búsqueda y se lo llevaría casa, bajo techo, resguardado de aquel día hostil de invierno. Ahora que volvía a arreciar el temporal.

2 comentarios:

Madrigal dijo...

Sí señor, ¡qué puñetero! me has tenido intrigada hasta el final. He llegado a pensar que Pedro era un terrorista con mochila bomba.
Me ha gustado. Un beso

Daniel Atienza López dijo...

Qué pasa Chus!! Pues no sabía de qué escribir y me salió esto. Le quise dar un toque antiguo y desgastado, pero no sé si se habrá conseguido. Lo cocí poco. Rapidamente están listos. Menos mal, que luego los reviso y le echáis otro ojo. De todo el texto, y eso que soy el autor, destacaría la palabra "acromegálico" aunque sea para ver si Loli la tiene entre las suyas... Otro besoo!!