jueves, 2 de febrero de 2012

A Charles Bukowski

Es un tema delicado. Viene la ola de frío y es ahora cuando me pregunto cómo aguantan los anacoretas la que les va a caer encima. Pienso en lo complicado que lo tienen para adaptarse a la sociedad. Pobrecillos, tan complicado, sostengo, que es la montaña la que se debe adaptar a los múltiples Mahomas. Y no es para menos, créanme. Ellos, sin unos músculos que se puedan adherir a la grasa corporal, estarán, haciendo lo de siempre, rebuscando entre contenedores como ratas callejeras sin miedo a ser vistos. He nombrado a esos roedores porque tampoco obedecen las normas sociales, puesto que, como ya sostenía anteriormente, se han quedado fuera del círculo. Y en qué pensará una mente humana cuando tampoco halle bocado alguno, ni trago de consuelo, porque la sed es más complicada de soportar que el hambre en condiciones normales. La democracia ahoga y asfixia con sus redes, tal y como haría un totalitarismo, pero estos daños colaterales son irreversibles y no deberían caer en el olvido (y digo olvido por las defunciones que se llevan a cabo en estos casos) más profundo. En su contra está el modo de supervivencia que llevan a cabo. Trafican con la humildad o piedad y voy más lejos… con la humanidad cuando te piden una propina y sabes que se la van a gastar en cualquier producto pernicioso si están ahítos… tampoco pueden hacer algo mejor; si acaso arrojarse al suelo en la entrada de un teatro y conciliar el más dulce sueño a modo de reivindicación personal y ajena. Así que pido que al menos esta noche tengan un albergue o estación de tren o metro para sentirse personas y que la oscuridad más inofensiva les haga de manto. Al fin y al cabo también son merecedores de ello. Sin alguien no lo prohíbe con una ley.

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