viernes, 19 de octubre de 2012

Minicuento social

En el rellano de su casa, del nuevo hogar, a veces se hablaba de embarazo ya que la vecina del quinto estaba encinta. No era un tema apasionante para él, el nuevo inquilino, ni ese ni muchos, ya que le costaba una barbaridad relacionarse con la gente, con los desconocidos. Pero ya se sabía cómo eran estas cosas: cuanto más reacio eras a algo más probabilidad tenías de que te tocase.Y vaya si le tocó. Un día Esmeralda le vino con eso de "estoy embarazada" y él al escuchar la palabra embarazo si echó las manos a la cabeza, dramatizando y actuando en un papel estelar y maravilloso, como si fuera a ser el mejor padre no del mundo sino de la galaxía. Los vecinos se echaron las manos a la cabeza también con la noticia tras los tabiques porque sabían perfectamente que Mario no sería un buen padre al faltarle dotes comunicativas y expresivas, fundamentales para transmirtirle cariño a un bebé, a los bebés, porque encima venían dos. Al nacer Pedro y Juan Carlos efectivamente se demostró que no todos valen para hacer lo que se proponen y más cuando estos dos niños eran dos diablillos desobedientes y alborotadores. Cuando crecieron y ya el vecindario solo hablaba de vejez y fútbol, Mario tenia que comprarles los regalos por duplicado porque ambos eran muy envidiosos. Que a una le gustaba un equipo, al otro también, que a uno le gustaba una chica, al otro también. Siempre compitiendo cada palmo de vida y olvidando que tener un hermano puede significar hallar el mejor tesoro del planeta. Alguien que siempre estará ahí, en lo bueno y en lo malo, como dice la frase eclesiástica, que, lejos de su pronunciación oratoria, era cuando, verdaderamente, recobraba su sentido. Así los dos gemelos fueron madurando y creciendo y en vez de tender a la unión se decantaron por la autoindependencia... cada uno por su lado. Y fue entonces cuando se percataron que sin el otro eran como un pantalón sin una pernera, una hoja de tijera y nada más. Al final la sangre, como decía, te acaba arrastrando. No era tarde para volver a intentarlo. Empezar no de cero, pongamos que solo desde el cincuenta y de ahí a ver que pasaba. Y Mario, extenuado de ver pasar los años y de lo orgulloso que se sentía por sus gemelos, solo le quedaron fuerzas para hablar de la vejez y de fútbol y también, aunque la gente no reparara mucho en ello, en ver la vida con otros ojos y una  amplia sonrisa.

2 comentarios:

Werra dijo...

A quién no le ha dado miedo ser padre la primera vez, o una mezcla de alegría-miedo o como se quiera definir ese estado de felicidad acojonativa (bonito palabro)
Ya-ya, ya me contaras D. Dani y te dejaras de reír, ya, que te estoy viendo a través del ordenador.

Abrazos y besos para ese nuevo hogar.

Daniel Atienza López dijo...

Jajaj. Qué cabrito que eres, dicho sin maldad y buen rollo. Pues sí, me estaba riendo. La verdad es que últimamente para mi los padres y los ancianos, por el mundo en el que vivimos, me resultan como el ámbar de Jurassic Park... es decir, verdaderas joyas andantes. No sé. Para mí se merecen bastante respeto. No son cosa baladí.