lunes, 10 de diciembre de 2012

Libertad

Yo que he visto arar la tierra en campo abierto al atardecer y ver cómo emanaba del interior de ella un vapor cálido e inusitado. Que he cultivado terrenos de sol a sol sembrando con mis propias manos sin esperar mucho más que lo que vale el esfuerzo aunque el cobro siempre se antoje inferior, pero hay que estar ahí para ganarlo. Que he ido a cazar topos con la Rufa al amanecer para que no se coman las patatas y otros alimentos convirtiendo mi esfuerzo en inútil. Que me he asombrado con el canto del cortejo de las cigüeñas, allí a lo alto, sobre cualquier torre de iglesia. Que he comido ancas de rana y me han parecido un placer enorme y exquisito, como de otro mundo y otra vida. Que me he zambullido en ríos salvajes y he dejado que los pececillos me mordisqueasen los dedos de los pies, estando ya uno seco sobre una piedra fumando y disfrutando de la claridad que produce el sol escabulléndose entre los pinos.
Pero vinieron por mí. Los familiares me rescataron de mi soledad para introducirme en su modo alocado de vida. Me trasladaron a la urbe donde el ruido nunca cesa. También quisieron que les acompañara a sus fiestas donde todo el mundo tiene algo que contar. Todos menos yo, así que aguardo, espero en una silla ingeriendo comida que bien podría estar liofilizada y si alguien tiene mis mismas predilecciones silenciosas lo contemplo durante un rato y es entonces cuando me percato de cuánto hecho de menos el campo y los bosques, la caida de la hoja y la siembra. Porque si algo dejé atrás fue ese silencio que guarda la naturaleza. Algo tan ancestral como intangible. Para mí decir campo era decir paz y sosiego. Ahora ya nada me salvaguarda. La calefacción es demasiado cálida. Preferiría estar a menos grados... como antes... como siempre.
Como no me adapté ni al dinero, ni al consumo, ni al decoro de la familia, me devolvieron al lugar de procedencia. Y con la Rufa ya muerta por fin puedo decir que vivo íntegramente libre y sin ataduras. Donde escogí pertenecer. Descansando tumbado en una ladera repleta de helechos, al canto de las perdices y a la recolecta de piñones, a la caza de liebres y a realizar cualquier labor natural en la que pocos hombres aguantan. Debe ser complicado deshacerse de sus portátiles, sus manifestaciones, sus rentas per capitas, pero hasta que no decidan trasladarse culturalmente no se darán cuenta de lo afortunados que son si se pierden en la traslación. Son como los peces de la pecera abierta. Si supieran que con un impulso pasarían a escapar y ser libres durante unos minutos tal vez lo harían. La máyoría, por no decir todos moriría, pero es el riesgo del estar dentro o fuera. Y aquí ya no sé si la ciudad es dentro y el campo fuera o a la inversa. Solo puedo regocijarme en que estoy del lado que pretendo porque es lo único que sé hacer. No quiero ser como el protagonista de Greystoke o El Libro de la selva, al que unos monos le adoptan y luego tiene que insertarse en la sociedad; opino que a cada cual lo que sepa hacer y yo estas historias que echan por televisión no las comparto. Mi libertad no se puede comprar con un final feliz. Pretendo la soledad porque es la que menos me pide a cambio y con la que más agusto estoy. Además, qué más compañía puedo pedir que la del aire meciendo suavemente las copas de los árboles, las nubes claras de la primavera, los alimentos, mis animales. No pido más... aunque mis familiares sostengan fehacientemente que con elegir no pedir es como si ya fuera demasiado avaricioso. Esto es lo que soy y lo que quedará. Una osamenta desenterrada y visible que intentó sobrevivir a la globalización. El enemigo de la raza humana a mi simple parecer. Porque lo que te salva también te encadena. Que sé yo... si solo soy un pobre hombre de campo.

3 comentarios:

madrigal dijo...

Joven, así que también eres capaz de tocar este tema. ¿Sabes que me ha venido a la cabeza nuestro admirado Llamazares? Cuando leí su Lluvia Amarilla supe lo difícil que era describir el sentimiento del apego a la tierra, porque sí sabía ya lo que era sentir el desapego. Y tu, tambien, has sido capaz de describir ese sentimiento. Me ha gustado muuuuucho. Besis

Daniel Atienza López dijo...

Hola Chus!
Que se me compare con Llamazares es todo un logro, que no me esperaba y que tampoco pensé a la hora de escribir una tontuna más de las mías, jeje, pero me alegro mucho que te haya gustado. La verdad es que el texto puede tener más garra de la que a mí me pueda parecer.
El comienzo es similar a las descripciones que hace el replicante jefe en la obra Blade Runner, pero mientras conducía anoche, pensé "¿por qué no hago algo parecido pero con un hombre autóctono y completamente libre?" En el fondo está todo inventado... o no. Un beso. Nos vemos pronto.

Werra dijo...

Es una maravilla, sin más palabras.
Y también comparto la opinión de Madrigal, me recordó a Llamazares, y aunque no haya leído Lluvia amarilla, leí uno otro también de un pueblo que me recomendaste o me dejaste tu Dani, me parece que era Luna de lobos.
¡¡Chapeau D. Dani!!