viernes, 28 de diciembre de 2012

Veinte años sí son algo

Si no hacía más de veinte años que no pasaba por allí, veinte sí, dos décadas justas, ni mes arriba ni abajo. Por alguna extraña razón se había visto envuelta en una profunda melancolía que le había empujado a estar, de nuevo, quizá por última vez, frente a ese telefonillo. Su corazón, ya casi afrenelado y cubierto de una capa densa imaginaria que le alejaba de cualquier sentimiento de amor, se resistía a rejuvenecer en la búsqueda de una compañía masculina. Según su pensar ya no le quedaban ganas de volver a conocer a nadie. Y en esas se quedó mirando fíjamente el botón y el número de bloque de su última pareja, ya rota hace nada menos que cuatro lustros, porque estamos frente a una persona de las que creen en el amor una sola vez; y si falla, adiós con todo, no hay sitio ni anhelo para nada más. Según ella solo se puede amar una vez en esta vida, porque hay heridas que no se curan jamás... pase lo que pase, suceda lo que suceda.
Y no está demás recodar que Matilda llevaba muy lejos lo que para otros podía parecer ridículo el sentir tan profundamente. Era como un principio tan arraigado, tan profundo y suyo, de ella y nada más, que nadie podía desacreditarla con cualquier comentario nimio o fuera de lugar... ante ello se resignaba y más tarde resarcía a quien la importunase o la contrariase.
Matilda, sin saber muy bien cómo, había acabado allí, en aquella calle siempre repleta de vehiculos y de transeuntes que iban de un lado a otro por doquier. La calle Toledo desde que rompio con Roberto se había convertido en una especie de cementerio urbano para ella, un sitio donde el que pasa se siente incómodo y taciturno, fijándose solo en el  sitio que le conviene, en este caso un portal, que bien podía haber sido una lápida, pero él no estaba muerto, por eso quería volver imperiosamente a llamar por el telefonillo que desde entonces había sido modernizado en, al menos, dos ocasiones.
"En el amor siempre pierde el mejor" decía alguien al que evidentemente no le había ido bien en ese campo. Y ella no solo arrastraba un poso imborrable de recuerdos en la memoria, sino una cajita de plata repleta de regalos y otros dones que él le hizo tiempo ha.
La caja seguía quemando como una yesca encendida en un pajar. Notaba entre sus manos como le pesaban los objetos, los años sin él, la soledad no buscada motu propio que es engañosa porque no daña al principio, pero luego, mirando la vista atrás, se siente el terrible punzazo del tiempo, que dice "la vida se pasa, ¿qué te queda dentro?". A ciencia cierta no sabía si devolvérsela o arrojársela. De momento no se creía que hubiera tenido el coraje de estar frente a su vivienda. ¿Para qué tanto dolor? Seguro que él estaría echado tan tranquilo o pintando algún cuadro de paisajes como solía... como si nada; intentando abarcar todos sus problemas en un inútil trazo de pincel. Si todos los percances de la humanidad se resolvieran de ese modo, que fácil parecería; qué sencilla era la vida junto a él. Hasta en los peores momentos sabía sacarla una sonrisa, un leve gesto de "podía ser peor".
Así que, sin más rodeos, apretó el 5ºB mientras las mejillas se le encendían, a la vez que el corazón pareció bombear más sangre, casi desempolvando la oquedad de venas y arterías, como si lo único que tenía que hacer durante la espera de estos veinte años fuera a presionar un mísero botón.
Esperó un instante, a la vez que hacía grandes esfuerzos por recordar el olor de su piel, de su pelo, su aroma corporal y personal, pero no obtuvo respuesta. Al cabo de unos segundos una voz de mujer descolgó el telefonillo. Era ella, tal vez, su sustituta, o la sustituta de la previamente sustituida quién sabe. Matilda aguardó en silencio cabizbaja pensando en su acción tan inmadura. Como no contestó, la otra mujer, la exmujer de su mujer o quien quisiera ser, colgó y solo volvió a haber silencio. Un silencio elegido por ella misma durante tanto tiempo, que no le iba a acarrear nada positivo en cuanto al amor... al menos al que no era propio, el de uno mismo. Y se fue por la calle, mientras se difuminaba vista desde el portal del piso de Roberto como en un cuadro de sombras invernales, de abrigos de desconocidos que abrigan ideas de supervivencia. Donde el querer y el pretender ser querido es y no es todo. Matilda poco a poco se fue alejando de la muchedumbre. A lo lejos, en realidad, parecía una más. Un borrón más.

2 comentarios:

Werra dijo...

Otro gorrazo a su pies Don Dani.
No sé,pero como hacia unas semanas que no te leía, te veo, o mejor digo leo,más... ,no sé, más...
Bueno ya se me currirá
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-Era una pequeña broma. jajaja
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bueno, ya: más maduro, más escritor de verdad, más, como decir, de publicar algo grande y con premio de reconocimiento.

Ojalá, D. Dani. Con mis mejores deseos.

Daniel Atienza López dijo...

Jjaja. Muchas gracias Florín, la verdad es que el año pasao fue bueno para escribir... nusé. De todos modos escribo por aquí para los reducidos, pero treméndamente grandes lectores que tengo a ratitos. Con eso me conformo. Aunque bueno si luego me dan un premio por el bloggero más pesao del año... pues también vale. Un abrazo compañero.