jueves, 7 de febrero de 2013

El alcohólico

Érase una vez un hombre sin nombre, pero con una yonquilata en la mano. Se sube al tren que va de Fuenlabrada hasta Móstoles. Dudo que haya pagado el ticket puesto que ese presupuesto también podría estar predestinado a derrocharlo en bebida. Quizá haya sido un tanto descuidado al definirlo como derroche, ya que él parece feliz y contenido, como si la vida le fuera en cada pequeño sorbo.
Y quién puede presumir más en esos lares de disfrutar al máximo cada trago que un borracho. ¿Acaso hay alguien más libre y esclavo a la vez de quien se abandona a su hedonismo?
Aunque el desconocido estaba bastante despejado y despierto como para adentrarse en la oscuridad de los que se juegan todo a un líquido etílico, se le notaba su predilección por la cerveza en el modo de sujetar la lata, apenas con resistencia y mucho esmero, como si no quisiera que se le cayera el suelo del vagón. También en cada sorbo, de poca cantidad, pero muy prolongado. Estiraba el gesto en la acción colocando los labios suavemente sobre el borde metálico; como diciendo «No te me acabes nunca por Baco».
De constitución bien formada y con ello refiero que era alto y ancho de espaldas, pero la indumentaria le delataba al ir mal combinado, por ejemplo con zapatillas de deporte blancas y vaquero subido demasiado a la cintura y aprisionado por un cinturón, aunque en él parecía correa. O su peinado que consistía en ir muy mojado y con las rayas del peine muy remarcadas. Gomina o aceite con sudor hacían bien su labor, paracer lo que era.
De pronto los de seguridad se suben al tren con nosotros. Por un momento se pronostica lo peor, que le echen al hombre por beber en ese sitio; por otro lado no hay ley que lo prohiba y así sucede. Los dos armarios pasan delante de la lata adherida a una mano conocida y no hacen nada, ni deberían hacerlo. Hace años que la Ley de vagos y maleantes dejó de ponerse en práctica. Con ella, ese desconocido no habría subido con la altanería mostrada... yonquilata en mano dispuesto a beberse el mundo.
A una anciana que pasaba por su lado se le cae el bolso y este se posa sobre su calzado blanco impoluto. Indico "posar" porque la acción no hace ni ruido. Entonces este se agacha, encorva toda la espalda para recoger con sus manos huesudas, unas garras como de rapaz, lo perteneciente a la señora mayor.
Es este momento donde el narrador del texto que aprecian es cuando recapacita; piensa que juzgar a simple vista es fiable a un 50% y que caer en ello es un tanto mediocre. De todos modos no se espera uno que el "malo" haga bien y por eso le dedico el escrito. Siempre será más fácil acusar de ladrón a alguien así antes que a otra persona que vaya vestida de traje y corbata. Uno podría optar al bolso, otro a una deuda impagada a saldo preferente.
Cuando el convoy llegó a Atocha el protagonista tiró su lata en las papeleras habilitadas para ello. Definitivamente los que viven al margen pueden marcar las distancias; sobre todo si son un ejemplo a seguir por su conducta, aunque, a priori, parezcan seres descarriados.
 

3 comentarios:

Werra dijo...

Daniiiiii, perdona mi empanada hoy.
Al principio no le pillé, tuve que volver a leerlo otra vez, bueno, y otra, porque no especificabas si al agacharse con su encorvada espalda, si al enderezarla se lo devuelve o se lo queda, aunque al final tira su bote a una papelera y comentas lo de su conducta a seguir. Con que me quedo con que las apariencias casi nunca son lo que parecen. Y estoy totalmente de acuerdo. Me ha pasado tantas veces que a ya no califico hasta no saberlo.
Arazo Sr. Conde.

PD. triste: Dejaré de escribir la coletilla final de mis múltiples idiomas, ya que una vez desvelado el secreto del mago se termina espectáculo. En ruso me despedí por última vez.

PD. alegre: A partir de este relato, te pegaré dos versos, más o menos famosos y tendrás que identificar el poeta de quien procede (No vale buscarlo por Internet, no sería justo) ¿Ok?
Pues ahí van los dos primeros versos, aunque estos sean demasiado fáciles dado en el momento que nos encontramos próximos a recital.(Y disculpa mis ralladuras mañaneras)

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

Daniel Atienza López dijo...

Jajaja. Sorprendido me encuentro. Yo diria que es de Pablo Neruda. Creo que el otro día cuando estaba escuchando cómo recitaba Javier, dijo algo como... no, no, no, espera esta debe ser de Benedetti; no sé tiene ese encanto del primer vistazo y esa musicalidad de la primera escucha. Creo, que es Benedetti. A lo mejor es de Buesa, el de Antonia, nusé.
Menudo reto me has puesto, jaja, no pero mola, sí, está chulo. A lo mejor también es de la que lees tú o tuya directamente. Me estoy percatando de que no somos nadie sin un buscador... me cachis. Un abrazo. Feliz domingo. Parece que hoy habrá solecillo.

PSD: No es empanada tuya, es que se me olvidó poner en el texto que le devolvió el bolso, eh, pero no queda tampoco mal hacer una elipsis ahi. Jeje. Nos vemossss.

Werra dijo...

Tu primera intuición fue la correcta, como suele pasar casi siempre. Y ya que estamos, te pego el poema y si alguien no lo conoce lo pueda admirar. (gracias por poner "o tuya directamente" cuando anteriormente había yo puesto, "más o menos famoso" jajajajajajajajajajaja


Pablo Neruda

Del libro 20 poemas de amor y una canción desesperada


Poema 20


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.