sábado, 9 de enero de 2016

La locura nunca pasa de moda

El siguiente enlace os mostrará la crónica de la que hablo en esta entrada del blog:
Ese texto titulado ‘Las mil y una caras de la locurame gustó por su rigor informativo y porque no ahonda en el sensacionalismo que tanto El Mundo como El País recurren en demasiadas ocasiones. Como por ejemplo, y no hace demasiado, mostrando cadáveres en las costas del Egeo. Sin esas imágenes la noticia parece no llegar al lector de los diarios o eso pensarán los creadores de ese tipo específico de corriente (ya digo: va y viene, según).
Hay cierto toque humorístico en lo descrito. No olvidemos lo importante que es reírse de los grandes problemas sociales, pero en su justa medida... a ver si se nos tomará por lo que no somos.
En fin. Como decía, me gusta esa nota de ingenio. En la crónica, reconocer el hecho de tener un trastorno mental (ojito con esta expresión y todos los estigmas que atrae como un sumidero repleto de agua cuando se extrae el tapón) lo llaman ‘salir del armario’. De acuerdo, se acepta la comparación, pero quizá estar loco está hoy en día peor visto que ser gay. Y no sostengo esta afirmación para hacer de menos a los gais. Por comparar lo incomparable. Miren cómo celebran a bombo y platillo el Día del Orgullo Gay y cómo se auto silencia el Día Mundial de la Salud Mental. La primera parece un carnaval brasileño; y tanto que me alegro y la segunda, por cierto es el 10 de octubre, es una ligera brisa en cualquier calle asolada de ausencia. Sí. De acuerdo. Aparecer aparecen en los telediarios, no obstante todavía me da la ligera sensación de ser noticias de relleno, en vez de principales; como de no apertura. Gracias a Dios, que cada cierto tiempo en TVE2 emiten algún documental digno sobre las enfermedades referidas.
También comparto la idea de crear un programa de radio elaborado exclusivamente por personas con algún tipo de enfermedad mental, solo que con ello la inclusión social se quedaría en nada porque el fin último de cualquier discapacidad, no lo olvidemos, es el ser considerado como uno más. Desde el puesto de trabajo hasta el cuarto de estar en cualquier casa.
Todos los estigmas y dificultades que acarrean el padecer trastorno bipolar, esquizofrenia o cualquier otro óbice de la testa aparecen muy bien reflejados en el libro del publicista Carlos Mañas Mi cabeza me hace trampas. En el cual desmitifica la creencia, por ejemplo, de considerarse genios a los pacientes con trastorno bipolar. Es cierto, Virginia Woolf, Sylvia Plath, Edgar Allan Poe, Friedrich Nietzsche, Mark Twain, Tennessee Williams, Anne Sexton, Hermann Hesse, David Foster Wallace o Herman Melville, entre otros, lo padecieron, pero el llevar ese mal no acarrea el hecho de ser a su vez la panacea.
Y en el párrafo anterior solo he mencionado algunos protagonistas en el campo de la literatura. Con lo cual, el porcentaje de personas con algún tipo de traba psíquica o física es considerable.
No obstante, he de afirmar que se me heló la sangre cuando leí en dicha crónica de El País que el Instituto Psiquiátrico José Germain, de la calle Luna de Leganés, inmortalizado por Torcuato Luca de Tena en su obra Los renglones torcidos de Dios, alberga a 96 pacientes en su interior. 96, evidentemente no son 100, pero es un número elevado, sobre todo si uno pasea por esa calle disfrutando de un cálido y apacible día. En su interior todo permanece inmóvil. Parece como si sus ventanas mostraran un vacío sepulcral, incentivado y acentuado despectivamente por unas rejas de hierro pintadas en negro, fruto de un pasado peor.
Ahora, en 2016 se cumplirán 30 años desde que una ley de sanidad facilitara el cierre de los manicomios en España. Este dato os obligará a pensar dos hechos: o bien permanecen los enfermos en pisos tutelados o están en la calle. No teman. En ocasiones, la bestia no es tan fiera por mucho que las noticias violentas de sociedad se esfuercen en resaltar el estado mental del agresor en vez de los motivos reales, casi siempre desconocidos o extraviados entre pesquisas burocráticas. Mientras la sociedad vaya a lo fácil, los estigmas sobrevolarán por las mentes. En el fondo 30 años son solo un tango y medio (20 de la canción y 10 que añado yo). La posibilidad de subsanar los estigmas en estos temas es hercúlea.
Aunque me gusta creer en la existencia de personas capaces de hacer un vistoso tachón sobre la ‘insignificante’ línea que separa la locura de la cordura.

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