jueves, 16 de junio de 2011

Comercio japonés (y chino)

El despunte hacia el suelo de los japoneses es una realidad tan dura como la vida misma. Si ese tipo de comercio ya no vende, es para echarse a temblar.
Algunos de ellos vienen de sus países creyéndose capaces de levantar un negocio que está a la baja, como casi todo en España… y se dan de morros contra la puerta automática de la insatisfacción y complejidad. ¡Pum!
Existen los que ya traen un cochazo y la camisa recién sacada de la tintorería; los hechos partiendo de esas bases siempre son más factibles y alcanzables.
Éstos son los peores, los que han comprobado en su epidermis que la crisis es inevitable hasta para una sociedad tan disciplinada como la suya (algunos ya no lo son tanto, echan el cierre a las diez de la noche y lo abren a las diez y media de la mañana). Creyéndose superiores a los ciudadanos autóctonos hacen chistes y bromas que sólo entienden ellos o aún peor se ríen en tus propias narices como si aquello que se les cuenta estuviera dentro de un contexto estival o de festejo.
Los hay menos mejores, que se han españolizado tanto que han cultivado, para mí que sin pretenderlo, un aroma corporal importado: se dejan barba, cambian la cultura culinaria (son muy pocos en estos casos) y engordan, no se cortan las uñas, mascan goma de mascar, que no chicle; todo ello dentro de unos círculos sociales y laborales muy herméticos. Y así, sus negocios no podrán disponer de una cuenta medianamente holgada. Porque el japonés en sí es más avaro de lo que nos podemos llegar a imaginar.
Luego están los que parecen contar con cierto sentido común y una educación excelente. Éstos son capaces de entablar buenas conversaciones y, no siempre, dejan transmitir algo positivo de su cultura.
Comoquiera que fuera, bien es cierto, que disponen de una voluntad admirable para llevar sus negocios sea del modo que sea y cuentan con unas facultades fuera de lo común como cobrar una caja, mientras observan un catálogo, a la par que se saben todos sus precios, devuelven bien el cambio y encima te informan de si lo que muestras es caro, barato, merece o no la pena…
Están hechos de otra materia. De una muy especial para que rehúyan del placer de degustar un buen jamón, queso o chorizo.

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