domingo, 5 de junio de 2011

La intrusa

El día amaneció nublado para Julio y el resto de la ciudad. Ya no había por qué preocuparse: el problema con dos piernas había dejado su hueco en la cama antes de que saliera el sol, aunque éste estuviera bloqueado por una densa capa de nubes invernales y grises algodonadas.
Afuera, en la calle, Madrid se iba despertando poco a poco. El ruido de los vehículos comenzaba a hacerse notar en exceso sin aún ser hora punta. Multitud de coches, motos, autobuses, taxis y trenes elevaban los decibelios inevitablemente y su exposición de humo hacia juego con los matices del cielo.
Pronto tendría que acudir a la oficina. La función de auxiliar administrativo le llenaba de tedio, pero era lo que había. Estaba licenciado en derecho, pero las cosas son como vienen y hay que ganarse la vida.
Mientras tanto, Julio, pensó en lo afortunado que se sentía sin esa chica cerca. Tras la discusión de anoche, una de tantas, pensó que, por desgracia, esta mañana se levantaría a su lado, pero no, por lo visto había ganado.
Todo marchaba bien: la mantequilla sobre la tostada estaba deliciosa, el cigarro de después le sentó a pedir de boca y la ducha que se dio más tarde le dotó de brío.
De pronto suenan unas llaves en la cerradura… era la dueña del piso alquilado; menos mal. Lo malo es que también era la mujer que había dormido con él anoche.

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