viernes, 17 de junio de 2011

Feria del Libro de Madrid 2011

Domingo 12 de junio. Último día de la Feria del Libro de Madrid. El Retiro es un mar de contrastes, no sólo por la variedad de transeúntes que hay visitando las casetas, sino porque al sol apenas hay quien aguante y a la sombra se está como nunca. Más de trescientas cuarenta casetas de empresas editoras y sorprende la ausencia de un sello tan importante en el panorama literario como es Anagrama. Extraño cuando menos.
Nada más llegar el megáfono comienza a reiterar las asistencias de los autores durante la mañana y el número de la garita donde van a proceder con su firma de libros. Muchos de ellos aprovecharán el evento para completar la página de la revista del próximo domingo en El País Semanal o de alguna columna semanal con un comienzo in media res. Allí está sentada Rosa Montero con unas gafas de sol que le servían para marcar una distancia kilométrica entre ella y los asistentes. Era su vía de escape porque su fila abarcaba un buen volumen de visitas. Su talante era, lógicamente, un tanto serio, pero todos los escritores saben que el escribir lleva sus contras y contentar a su público puede que sea uno de ellos. Más adelante está un Javier Marías sosegado y tranquilo. Con gafas de sol y un cigarrillo en los labios que demuestra, sin querer, la paz de tomarse el tema de otro modo. Presentaba su segunda edición de Los Enamoramientos. Viste con una americana azul que contrasta con un mechón de vello cano que le brota del pecho. Su voz, tal vez, sea más aguda de lo que uno pueda preconcebir: “¿Para quién pongo el nombre?”, le comenta a una lectora. Luego aparece de la nada Almudena Grandes y una fila de seguidores enorme, que no va destinada a ella. El vértice de la conglomeración juvenil es Federico Moccia. Tan grande y desmesurada es la asistencia, que Moccia también firmó por la tarde. Y por último Benjamin Prado firmaba Operación Gladio, su última novela de portada negra yendo a juego con una camisa también oscura perfectamente planchada, mientras, que, de vez en cuando, regala una de sus sonrisas sabinescas al aire. Por último, si algo predomina en el trayecto literario es la presencia de Frigo, sucursales de Caja Madrid, y máquinas expendedoras de refrescos. Pero si te desvías del itinerario principal los precios no están mal y puedes comer algo por cuatro euros o seis, algo medianamente decente; cerca, incluso, del Palacio de Cristal.

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